
001
«Había una vez, un general que quemó Berk porque estaba de paso» Parte 1
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—Cásate conmigo.
Astrid miró de forma inexpresiva el ramo de flores que sostenía el hombre arrodillado delante de ella.
La pequeña multitud guardó silencio, esperando una respuesta. A los ojos de los demás, parecía como si Astrid estuviera conmovida hasta el punto de haberse quedado sin habla, sin embargo, lo que había hecho que no pudiera responder de inmediato era que...
—¿Quién eres?
¡Ni siquiera sabía quién era el tipo!
—Jaja, Astrid, cariño, que graciosa eres. ¿Quién más voy a ser?
—....
—¿Patán...? ¿Patán Jorgenson...?
—....
—¿Tu prometido...?
—.... —Astrid miró hacia un lado y sus cejas se levantaron—. ¿Patapez? ¿Eres tú?
—¡Astrid, hola!
Astrid olvidó a ese pequeño extraño y fue a reunirse con ese viejo amigo suyo, mostrando incluso una sonrisa.
—¡¿Cómo es que a él si lo recuerdas?!
Para ese momento, gran parte de la pequeña multitud ya les había dado su espacio. En esa parte del muelle ya sólo quedaban las personas cercanas a la rubia, todos sonrientes por su regreso.
—¿Dónde te has metido todo este tiempo? —Patapez no pudo controlarse y la abrazó fuertemente—. ¡Te extrañamos mucho! Berk no ha sido lo mismo sin ti.
—Me pregunto si realmente tuviste tiempo de extrañarme con todos esos niños en la academia necesitando de tu atención.
—¡Recibiste mis cartas!
—Incluso las de Brutacio, ¿ese par sigue vivo?
—Ellos...
A mitad de una respuesta, de repente una fuerza ridícula se estrelló contra el cuerpo de Astrid y la derribó, haciéndola rodar por el suelo.
—¡Astrid, volviste! ¿Todavía nos recuerdas?
—...Brutacio, quítate de encima.
—¡Me recuerda!
—¡¿Cómo es que incluso a él?! —Se escuchó de fondo.
Al mismo tiempo, una persona de apariencia similar al Torton, se paró junto a Patapez y se cruzó de brazos, mirando a las dos personas en el suelo.
—¿Lo reconoció? Rayos, perdí la apuesta.
—También me alegra verte, Brutilda.
—Oye, yo sólo vine porque Brutacio insistió.
Patapez la miró sorprendido.
—Brutilda ¿ayer no derribaste la puerta de mi casa por qué estabas emocionada de que...?
—¡Wow, wow! —Brutilda cubrió su boca con sus dos manos—. Acabo de darme cuenta de que eres más guapo callado.
Astrid levantó ambas cejas.
—No sabía que estaban saliendo.
—....
—Felicidades, bien por ustedes.
—¡Qué...! —Ambos ya se habían alejado uno del otro, sus expresiones horrorizadas—. ¡NO! ¡Claro que no!
—Incluso se sincronizan, ¿hermana, por qué nunca me lo dijiste?
—¡Brutacio!
—¿Qué?
—De acuerdo, basta, basta —Patán, la persona que todos habían estado ignorando deliberadamente finalmente se hartó y se paró en medio de todos—. Será un día cálido en la guarida del General Dragón el día que estos dos se casen, en mi opinión no tienen la compatibilidad que tú y yo tenemos, Astrid, así que deja de prestarles atención. Tus ojos deberían estar aquí, en tu prometido que no has visto en años y te ha hecho sentir miserable.
Astrid ya se había quitado de encima a Brutacio y puesto de pie, pero a penas lo miró mientras se sacudía el polvo de su falda.
—¿Quién?
—¡Patán! ¡Soy Patán!
—En serio eres lo menos importante en su vida —se burló Brutilda.
—¡Arg! ¡Cállate, Brutilda! Ella sólo... está un poco mareada por el viaje, es todo.
En realidad, Astrid había tratado de preguntar por la persona que Patán había mencionado en su oración, pero antes de que pudiera rectificarlo, vio a dos personas bien conocidas caminando hacia ellos.
—Estoico, Valka.
Ambos estaban tal y como los recordaba, quizás un poco más viejos, pero seguían siendo el tipo de pareja que caminaba del brazo del otro con una sonrisa.
—Bienvenida, Astrid —saludó Estoico, de buen humor—. Llegaste justo a tiempo para la cena, todos están ansiosos por dar inicio al banquete.
—Estoico —regañó suavemente Valka, antes de soltar su brazo y darle un cálido abrazo a Astrid—. ¿Cómo estuvo el viaje, querida? ¿Qué tal la vida en el mar?
—No estuvo mal, pero creo que no volveré a comer pescado en un largo tiempo.
Estoico se echó a reír.
—Prometo que tu banquete de bienvenida no lo tendrá —juró, echando varios vistazos hacia el barco recién anclado—. ¿Y tus tíos? Ansío saludar al resto de la casa Hofferson.
—Están por allá. El tío Barbón aún no baja, sigue vomitando el pescado del almuerzo.
—Llamaré a Gothi para que le eche un vistazo —Valka le una última palmada en su hombro—. Bienvenida de nuevo, Astrid, independiente de si decidas quedarte o no, este siempre será tu hogar.
—Gracias, Valka.
—¡Bien, bien! —Estoico les hizo un gesto a todos—. ¡Ya que los Hofferson están aquí, vayamos al gran salón y demos inicio al banquete! ¡No podemos dejar que la buena comida se desperdicie, eh!
Todas las personas en el muelle, festejaron ante eso. Los Hofferson eran bastante queridos en Berk, así que con gusto habían contribuido para la bienvenida cuando escucharon que miembros lejanos y una vieja conocida retornaban.
—¡Oigan! ¡Se supone que todos vinieron a ver mi propuesta! ¿A dónde van? —Se quejó Patán, todavía agitando su ramo de flores—. ¡Aun no me ha dicho que sí!
—Y tampoco lo haré, Patán.
—¿Por qué no lo...? ¡Espera! ¡Sabía que me recordabas!
Astrid rodó los ojos y se dio la vuelta, siguiendo de cerca a la multitud.
—¿Qué es todo eso de mi compromiso? El abuelo no le ofreció mi mano a nadie en mi ausencia... ¿cierto?
—Intenté razonar con él, Astrid, pero ya conoces su temperamento —Estoico de encogió de hombros—. Tu abuelo aún está... algo enfadado de que te hayas ido y los hayas dejado.
—Al menos tendremos algo de qué hablar cuando lo vea en el banquete.
—A él y a su pala. Cuando le dimos la noticia de que volverías, fue a sacarla del cobertizo.
—¡¿Aún la tiene?!
—...La llevará hoy al banquete.
Y así, Astrid Hofferson, quién inicialmente estaba entusiasmada de ver a sus abuelos de nuevo, acabó corriendo fuera del salón cuando su amoroso abuelo de repente comenzó a perseguirla con una pala en las manos.
A penas había podido abrazar a su abuela y saludar a sus otros familiares antes de que esto pasara, y aun cuando el viejo fue tranquilizado, Astrid no pudo volver a acercarse a la mesa Hofferson por temor a provocarle un derrame al pobre anciano.
Sus amigos parecieron anticipar todo esto, porque tenían un lugar apartado para ella en una mesa al fondo del salón.
—Supongo que no pudiste decirle que prefieres casarte con una oveja antes que con Patán —adivinó Patapez, sin poder ocultar lo divertido que encontraba el asunto mientras la rubia se dejaba caer junto a él.
—¡Oye, estoy aquí!
Astrid frunció el ceño.
—¿Raíz aún cría ovejas junto al pozo?
—Repito, ¡estoy aquí!
—Te veo, Patán —parecía más un lamento que una afirmación—. De cualquier forma, ¿por qué el abuelo de repente aceptó este compromiso? Ni siquiera le agradas.
—Claramente se dio cuenta de que soy el mejor partido que hay para su nieta —todos en la mesa lo miraron fijamente, así que suspiró—...Y tal vez, pensó que si escuchabas la noticia de que te casarías conmigo, volverías de inmediato. Aunque fuera para reclamar.
—Wow, tu abuelo es muy listo, Astrid —concedió Brutilda.
—Es de familia.
—De nuevo, sigo aquí.
—¡Lo sabemos! —Corearon todos.
Habían pasado años desde la última vez que los cinco estuvieron sentados en una misma mesa, y aunque habían crecido y enfrentado sus propias dificultades, todavía eran capaces de charlar como si los años no hubieran pasado. Pensar en ello hizo que Astrid sonriera un poco.
—¿Y cómo han estado las cosas por aquí? —Preguntó ella, examinando la jarra de líquido sospechoso en su mano—. ¿Los dragones siguen saqueando los almacenes de comida?
—Ah, ni lo menciones. Esas pequeñas bestias son una plaga de la que jamás nos desharemos —contestó Patán de mala gana—. Matamos una manada y dos más aparecen para quemar el techo de mi casa, ¿tienes idea de cuantas veces lo he reparado este año?
—Seguro un número que no puedes pronunciar.
—Exacto.
—Logramos crear un almacén subterráneo para la comida —relató Patapez, mirándola con bastante alegría—. Fue hace unos años que descubrimos la madriguera de un Susurro Mortal; costó mucho acabar con él, pero pudimos quedarnos con sus túneles y ahora son el escondite de las reservas.
—Que molesto tener que usar algo que le perteneció a un dragón —murmuró Astrid, dando un suspiro.
—Pensé lo mismo, pero realmente no tenemos muchas opciones. Berk no tendría suficiente comida para el invierno si la dejáramos en los almacenes del pueblo, los dragones siempre están buscando que robar.
—Miren el lado bueno, gracias a que ahora está oculta, esas lagartijas han disminuido sus visitas —alegó Brutilda, soltando una risita—. ¿Recuerdan cómo era? Siempre al medio día debíamos cargar cubetas de agua para apagar el trasero de Bocón.
—Sí, y ahora sólo las cargamos para mojar a Patán —añadió Brutacio de buen humor.
—¡Ah! ¡Así que fueron ustedes!
Patapez negó ligeramente y miró a Astrid.
—A alguien se le ocurrió instalar un sistema contra incendios en las casas, así que debes tener cuidado de tirar de cualquier cuerda. He acabado empapado dos veces hoy por jalar la equivocada.
—Ninguno de esos progresos sirven sino podamos deshacernos de esas bestias —señaló Astrid, encontrando molesto el asunto—. ¿Qué hay del nido? ¿Algún avance?
—Ninguno. Estoico estableció un equipo de expedición para ello pero no hemos logrado avances en los últimos años, así que todo lo que podemos hacer es reforzar las defensas de la isla y dejárselo a la guardia.
—¿Una guardia?
Patapez asintió.
—La mayoría de las veces ellos logran derribar algunos dragones y nos ponen en sobre aviso. Estaríamos perdidos sin ellos.
—¿Oh? Déjame adivinar, Patán y los gemelos están allí.
—Acertaste. Patán tiene un puesto muy alto debido a todos los que ha matado y los gemelos son más un dúo auxiliar; principalmente porque causan más destrozos que los mismos dragones, pero son muy efectivos cuando les permiten estar en el frente.
—Suena interesante. Tendré que pedirle a Estoico que me incluya en la guardia.
—¿Estás segura? A penas acabas de volver.
—Los dragones no esperan a nadie, además, me niego a quedarme sentada y dejar que otros me protejan. En especial si se trata de Patán.
—¡Sabes que con gusto lo haría, cariño! —Gritó este.
Astrid rodó los ojos, ignorándolo, y Patapez dio un suspiro.
—Espero que puedas pasar las pruebas de reclutamiento, escuché que son muy difíciles —contó, con algo de pesimismo—. Te ayudaría si no fuera porque Estoico nos ordenó a Bocón y a mi incrementar el entrenamiento de los niños y he estado ocupado preparando mi clase sobre los dragones rastreadores. ¡Se supone que veríamos primero los de clase oleaje!
—Ya sabes que Estoico es estricto. Aun si los años lo han suavizado, sigue siendo el mismo hombre que perdió a su primogénito por culpa de los dragones.
—Ah, pensar que los dragones fueron tan crueles como para robar a su hijo recién nacido de la cuna... —Negó en desaprobación— No me sorprende que pisotee cada huevo de dragón que vea, su hijo tendría nuestra edad si esa tragedia no hubiera pasado.
Astrid asintió nuevamente. Parecía querer hacer otra pregunta, pero en ese momento Brutacio cambió de asiento y se metió entre ambos.
—¡Amigos! ¿De qué tanto conversan? —Se hizo un lugar entre ellos y se sentó, pasando un brazo por el hombro de cada uno de manera amistosa—. Astrid, ¿estás contándole a Patapez tus fabulosas aventuras peleando contra monstruos marinos?
—Yo nunca he...
—Está bien, no seas modesta, sé que es tan increíble que ni siquiera puedes expresarlo en palabras, así que te haré el gran favor de ir contigo la siguiente vez. Seré tu narrador personal.
—Vaya, ¿gracias? —Astrid quitó su brazo con una sonrisa amable.
—Ahora que lo pienso, en medio del océano suceden las cosas más aterradoras, ¿cierto? ¿Viste algún duende del océano acaso?
—Aah... ¿El tío Barbón en ropa interior cuenta?
Patapez chilló.
—Odín, llévate esa imagen mental, ¡llévate esa imagen mental!
—¡Fantasmas! ¡Hablo de fantasmas? ¿No viste alguno? —Insistió Brutacio, ignorando por completo el trauma de Patapez—. Me conformo incluso con una sirena, ¿viste una sirena? ¡Debiste haber visto aunque sea una! —La apuntó con una jarra vacía—. Confiesa, ¿la desayunaron? Te guardaré el secreto si me dices a que sabe.
—...Brutacio, bebiste el hidromiel especial de Bocón, ¿verdad?
—No me cambies de tema, come sirenas.
El hidromiel era una mezcla con el potencial suficiente para enviar a un vikingo promedio a su lugar feliz, pero preparado por Bocón, tenía el potencial suficiente para tumbar una vaca. Si Brutacio lo bebió, tendría sentido que dijera tantas tonterías, pero... ¿no eran esas también sus tonterías habituales?
—Cabeza de carnero, te dije que no tocaras eso —Patán se estiró por encima de la mesa y le quitó la jarra de las manos a pesar de que esta ya estuviera vacía—. Este tipo de bebidas sólo la pueden soportar hombres como yo, busca jugo de uva o algo.
Brutilda soltó una carcajada.
—Primero, mi hermano está en su nivel de torpeza natural, creo que ni sabe lo que bebió. Segundo, el tío Ponche solía darnos hidromiel en lugar de biberones, principalmente porque confundía los envases, pero debido a eso tenemos la tolerancia más alta en alcohol del archipiélago. Necesitas más que una simple jarra para tumbarnos, niño.
—¿Huelo eso un reto, Tilda?
—Tráeme un barril.
Ambos realmente parecían estar entusiasmado con eso, incluso Brutacio parecía dispuesto a ser el juez, pero Patapez negó repetidas veces.
—No y no. No es un buen momento para beber, ¿qué pasa con la guardia de hoy? Te toca a la media noche, Patán.
—Estaré bien. Esto no me hará ni tambalear, te lo aseguro.
—Astrid —Patapez la miró, buscando apoyo.
Ella se encogió de hombros.
—Si Patán quiere perder su dignidad esta noche, ¿quiénes somos nosotros para impedírselo? —Astrid se inclinó hacia ellos—. ¿Pediste un barril, Brutilda?
—¡Que sean dos!
Patapez continuó tratando de convencerlos de detener ese absurdo juego, mientras Astrid perezosamente se ponía de pie.
A penas se estaba dando la vuelta para alejarse de la mesa, cuando tropezó con alguien y se tambaleó.
Ella recuperó el equilibrio, pero el niño cayó al suelo.
—Lo siento, no te vi —Astrid se inclinó y lo ayudó a levantarse—. ¿Estás bien, niño?
Él acomodó su casco.
—No, me caí, ahora estoy profundamente traumado y empezaré a llorar.
—....
—Por suerte para ti, soy chiquito pero razonable. No le diré a mi mamá que acabas de generarme un nuevo trauma con el que tendré que vivir el resto de mi vida, si tú no le dices a papá que me viste aquí.
Astrid levantó una ceja.
—En otras palabras, ya pasó tu hora de dormir y temes que tus padres te descubran.
—¡Oh! ¿Cómo supiste, amiga?
Ella se rió. Ese niño era un poco lindo.
—No te preocupes, no les diré nada —ni siquiera sabía de quién era hijo ese niño—, pero a la próxima debes pedirles permiso, ¿de acuerdo? Tus padres se preocuparán si de pronto vuelven y no te encuentran.
—Lo sé, la última vez papá mandó a media guardia de Berk a buscarme, y sólo fue porque olvidó que estábamos jugando a las escondidas.
Astrid lo encontró gracioso.
—¿Quién podrían a la guardia...?
Se detuvo.
Oh, vaya.
Astrid no le había dado una mirada apropiada, pero ahora que lo hacía, de repente notó que ese niño tenía rasgos bastante familiares. Tuvo un presentimiento.
—Tú, acaso eres... ¿Alián?
Él niño inclinó su cabeza.
—¿Quién más sería?
¡Increíble! ¿Realmente este era el hijo más reciente de Valka y Estoico?
Astrid no pensó encontrárselo, al menos no tan pronto, pero antes de que pudiera decir algunas palabras de presentación, las puertas del gran salón de repente fueron derribadas.
Una enorme roca rodó y se estrelló contra las mesas, pero eso no fue todo.
En medio del silencio que se hizo, alguien entró y gritó: —¡El General Dragón está atacando Berk!
N/A:
Intento de escritora: ¿Recuerdas lo que dije que te haría en otro fic?
Hipo: Ay no.
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