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⚔️ Un eco de muerte ⚔️

El ejército de Bugjjog es apenas la mitad del nuestro y descubrí hace dos días que su rey, Seohan está entre los soldados. Ese hombre se piensa que es invencible, a pesar de que hemos matado a casi todos sus soldados. Uno de mis soldados se acercó lo suficiente como para ver qué tiene a ese hombre tan confiado. Hay una carreta llena de pólvora en una saliente del risco en el que se esconden esos hombres. Están a unos seiscientos metros de nuestra ubicación entre los árboles y se preparan para hacer explotar toda esa pólvora en cuanto nos tengan acorralados.

Lo que no saben es que los atacaremos desde atrás. Hay una entrada bajo una roca que desemboca justo por detrás de su trinchera y hacia allí nos dirigimos a esta hora, cuando el sol aún no ha salido detrás de las montañas. Uno a uno entramos en el pequeño espacio, gateando sobre la roca fría y húmeda. Hay nubes de lluvia en el cielo que lo oscurecen aún más.

Soy el primero en la fila y mi capitán es el último, cuidando la retaguardia.

Tan silenciosamente como lo permiten las armaduras de hierro negro, ocupamos nuestros lugares. El oscuro metal camuflándonos. Y esperamos lo suficiente como para tener visibilidad y evitar la carreta maldita que nos enviaría a todos al infierno sin diferenciar entre hombres. Amigos o enemigos.

Uno, dos, tres. Un rayo de sol despunta entre las rocas del risco y doy un grito de guerra que reverbera en el silencio matutino. Uno a uno, los soldados corren con espadas en mano y atacan indiscriminadamente. Hay un eco de muerte que se extiende y se extiende por lo que parecen horas.

—¡General! —grita un soldado justo antes de que una espada le atraviese el corazón.

Corro hacia el maldito que mató a mi hombre y le corto la cabeza de un tajo y luego a otro y a otro. Hay un grupo de hombres tratando de mantenernos alejados de la carreta con la pólvora y reconozco al rey de Bugjjog por la insignia en su pecho, que el resto de su ejército no porta. Está parado detrás de una fila de soldados y sostiene una antorcha encendida.

—¡Capitán! —grito hacia Jeon y veo como envía a su hijo de regreso por el túnel de roca. La distracción me cuesta un corte en una pierna que me dobla las rodillas. Duele, pero la adrenalina hace que sea sólo una punzada caliente y ni siquiera siento la sangre que sé que brota de la herida.

Prométeme que volverás.

La voz de Jimin en mi cabeza resuena mientras uso mi espada como pie de apoyo y me yergo.

Tú eres mi vida.

No soy nada sin ti.

Te amo.

Una corriente de energía me impulsa hacia adelante y me abro camino a empujones y golpes de la espada. Mi visión es un túnel y el otro extremo de ese túnel es donde está el bastardo que quiere quitarle a mi rey lo que le pertenece, pero no voy a permitírselo. Ese es mi único objetivo en este momento. Aniquilar a mi enemigo número uno.

El hombre me reconoce cuando estoy muy cerca y sonríe con la malicia de un demonio del infierno, tomando su propia espada y viniendo a mi encuentro. La antorcha olvidada en el suelo.

—Tú eres el que dirige este ejército ¿no es así? —Se burla mientras me mira con disgusto. No llevo una insignia en la armadura como él, pero mi coraza tiene grabado a fuego y acero el apellido Park sobre el corazón. —Tu rey es demasiado cobarde para venir él mismo a defenderse. —Lanza un golpe de su espada y lo detengo con uno de la mía. El resto de la batalla se desvanece a mi alrededor. —Una puta mimada y cobarde, si me preguntas. No tiene lo que se necesita para gobernar y yo podría unir ambos reinos y crear uno nuevo. Más grande y poderoso.

Las palabras llenas de veneno en contra de Jimin encienden más mi furia. Nadie tiene derecho a insultarlo o intentar quitarle lo que le pertenece.

No me molesto en responderle porque no se merece mis palabras, pero si el filo de mi espada y una muerte dolorosa en mis manos. Le lanzó otro golpe y recibo uno más y así, golpe por golpe, corte por corte hasta que estoy sin aliento.

Prométeme que volverás...

La voz de Jimin se repite en mi mente como una canción.

Me duele la pierna herida y mis pasos flaquean, pero sigo adelante, tratando de apartar el sudor que cae por mis ojos intentando cegarme. Gritos, sonidos de metal contra metal, el olor de la pólvora y un trueno qué anuncia una tormenta matutina.

Mi pie resbala en una piedra en el suelo, el enemigo levanta su espada mientras caigo hacia atrás y siento el filo caliente abrirme la piel en la cara.

Eres tan hermoso, Yoongi —dice la voz de un Jimin de quince años mientras entrenamos con lanzas de madera. —Me encantan tus ojos y tu piel blanca y perfecta.

Veo rojo un segundo y luego no veo nada con el ojo derecho, pero me muerdo el labio inferior aguantando un grito de agonía y ruedo en el suelo justo a tiempo para evitar que la espada enemiga me atraviese.

—¡Maldito! —maldice el líder de Bugjjog y veo al pequeño Jeon encajado en la espalda del hombre.

El inesperado apoyo me da tiempo para ponerme de pie, enjugar la sangre en mi cara y volver a atacar. El fuego estalla y lame mi cara con un dolor avasallador que me esfuerzo por ignorar.

—Jungkook ¡Aléjate!

El chico, que obviamente desobedeció y se quedó en medio de la lucha, salta lejos del hombre cuando la espada se lanza a diestra y siniestra y tengo que apartarme para evitar que me hiera de nuevo, pero al voltear el rostro, intentando enfocar con el único ojo que me queda, la hoja filosa pasa rozando tan cerca de mi cráneo que es un milagro que no me cortara una tapa en la cabeza, sin embargo, mi trenza se ha ido y el cabello corto cae sobre mi rostro. La trenza yace en el suelo entera, tal como Jimin la tejió hace semanas.

—Todos van a morir —amenaza Seohan, pero no hace ningún movimiento para volver a atacar, lo que es extraño.

Es entonces que veo. El fuego de la antorcha se extiende por el suelo seco y se dirige a la carreta llena de pólvora.

—¡Vete! —espeto hacia Jungkook —¡Corre!

El tiempo pasa volando mientras veo a Seohan reírse como un maniático y una imagen de Jimin aparece de pronto frente a mi único ojo sano.

Cumple todas esas promesas, Min Yoongi porque yo pienso cumplir la mía hasta el final de mis días.

—Perdóname, mi rey —susurro mientras aprieto la mano en la empuñadura de mi espada y me lanzó hacia el maldito frente a mi. —No pude cumplir mis promesas.

Escucho con una claridad sobrenatural como la carne se abre alrededor de la espada y los huesos se rompen con el filo y luego, el corazón de Seohan se detiene, cortado en dos. Por mi. Luego se hace un silencio aún más sobrenatural.

Una explosión, un trueno, el calor del fuego envolviéndome y el suelo duro debajo de mi. El cielo está negro, lleno de humo y nubes de lluvia. Una gota fría cae en mi mejilla y luego, el cielo negro me traga.


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