
El Guardián De Rivendel
Una pequeña parte de la numerosa guardia de Rivendel salió de las puertas principales montados en fieros y enormes corceles. La empresa de cuidar las cercanías del reino guardado era fielmente encomendada a Glorfindel, Loa, y unos cuantos más; guerreros fieles, fuertes y capaces de cualquier cosa.
No había que temer si se trataba de orcos porque Glorfindel terminaba con ellos. No había nada que dudar si se trataba de extraños y poco confiables viajeros, porque Loa tenía un buen talento de conocer la verdad con sólo intercambiar algunas palabras.
La pequeña y aún bebé Arwen los veía salir por la mañana con los primeros rayos del sol. Uno a uno, elfo tras elfo, se tomaban el tiempo de dedicarle una leve reverencia y unas pocas palabras.
—Buenos días, mi señorita Arwen —le saludaba Glorfindel después de reverenciarla.
La escuchaba reír y sabía que esa risilla siempre era provocada por su forma de hablar; este valioso y caro elfo para la historia no podía pronunciar de buena forma la "R". Tenía serios problemas de pronunciación que desde joven nunca se preocupó por remediar, y ahora no le venía mal, porque en momentos de tristeza para la dama Arwen era Glorfindel y su extraña forma de hablar que la hacían sonreír.
El oji esmeralda siempre fue el favorito de Arwen, haciéndola reír o sorprendiéndola con sus heroicas historias. Estaba listo para tener hijos propios, pero la misma grandeza de su nombre espantaba a toda elfa además de su poco tacto con las mismas.
Lo más cercano que Glorfindel pudo experimentar como padre fue la crianza de Loa.
—Es lindo verla por las mañanas y noches, mi señora —Loa se inclinó y besó pillamente la aterciopelada mejilla de Arwen enrojeciéndola.
El menor a temprana edad fue encomendado al cuidado de Glorfindel, aunque de entre todos los elfos de Rivendel, sólo podía llevarse bien con el rubio. Loa no era ni un poco semejante a Glorfindel; fue la mitad de fuerte que él, pero era excelente persuadiendo y en ocasiones, sabía manipular perfectamente a los gemelos.
Después de todo también era importante para la cuadrilla y hasta para el mismísimo Glorfindel. Sus hebras eran morochas. Se sentía bastante orgulloso cada que salía y volvía del reino. Vestía con orgullo la armadura y al lado de Glorfindel, nada le parecía imposible.
Esa misma expedición en las zonas limítrofes del Valle parecía ser igual que otras: aburrida y vacía de acción. Todo parecía normal y tranquilo ante la ocre mirada de Loa, bufó y agarró con fuerza las riendas de su caballo, pero antes de dar media vuelta, el peligro llamó a sus instintos.
Insatisfecho con una vaga imagen que se dibujó en sus retinas, volvió la mirada a ese lugar y no era un engaño, una banda de orcos se paseaba libremente. Hizo sonar el cuerno que llevaba atado a su cinturón de piel y en segundos los jinetes aparecieron y atacaron sin perdón a los bandoleros.
Glorfindel actuó rápido, con movimientos hermosos y precisos, mientras que Loa hizo uso de su arco. La tarea se había cumplido a la perfección y ni un sólo orco salió con vida, pero no era suficiente para el joven elfo, algo le parecía fuera de lo normal. Cualquier idea o plan que hubo pasado por su mente no pudo resistir tanto y cuando habían vuelto, ignorando la presencia de Arwen, Loa quiso hablar con Glorfindel en los establos.
Interceptó al rubio justo después de haberle alcanzado agua a sus fieles caballos.
—Rubiecito, necesitamos hablar —dijo Loa sacando la silla de su compañero cuadrúpedo. En su ceño era notable la preocupación abrumando hasta su corazón—. Hay algo extraño con todo esto.
—¿Extraño? —repitió el rubio, incrédulo.
Arwen, esa pequeña pilla aprovechó la situación para esconderse y escuchar aquella charla.
—Es gracioso que lo llames extraño cuando nuestro trabajo se trata de ahuyentar a los extraños de nuestras tierras. Estas viendo cosas que no existen.
—Es cierta la razón de nuestro trabajo y la conozco bien, pero por eso mismo pienso que es extraño —defendió Loa con un dejo de molestia. Detestaba que Glorfindel siempre lo subestimara, pero incluso él mismo llegaba a hacerlo—. Debes haber notado que esa banda de orcos parecía extraviada, como si quisieran reunirse con más.
El capitán Glorfindel, guardó silencio. Observó seriamente a Loa quien obviamente tenía razón y el rubio no lo negaría, pero aún no había pruebas suficientes para admitir que algo malo comenzaba a moverse en las sombras. Y rompió con aquel silencio que comenzaba a tomar territorio en la situación:
—Entiendo tu preocupación —tomó a Loa por el hombro con fuerza. Sonrió en un intento de traer calma no sólo al menor, sino también a sí mismo, y completó:— No te lo negaré, noté algo extraño en aquellas cosas, pero no puedo movilizar un ejército por algo así. Vamos, no es para tanto.
Loa bufó frustrado y se encogió de hombros. Ni uno ni el otro estaba dispuesto a ceder terreno, pero el corazón de Glorfindel se doblegó ante la predicción de su compañero y por eso añadió:
—Pero si te tranquiliza un poco, puedo hacer que aumenten los recorridos. Tal vez no sea la gran cosa, pero podremos estar enterados de cualquier cosa lo más rápido posible —y vio una tímida sonrisa dibujarse en los labios del morocho. Esto último lo hubo dicho en casi un murmullo:—... Aunque debería hablarlo primero con nuestro señor Elrond...
—Me tranquilizará sin duda —respondió Loa un poco más calmado y agregó antes de dar media vuelta:— Estaré con los gemelos, nuestro señor me ha pedido ponerles un ojo encima ya que la reciente visita del señor de Mirkwood los dejó un poco... Alborotados, ya sabes.
Glorfindel rió imaginando ya las travesuras que Elladan y Elrohir podían estar tramando justo en esos momentos. Despidió a su compañero y acordaron encontrarse más tarde, y quizá, por la noche salir a patrullar un poco.
Arwen se llevó una pequeña mano a sus labios para ahogar cualquier grito o risa, de impresión o diversión. Antes de que Loa se decidiera a ir con los gemelos, Arwen ya estaba con ellos contando absolutamente todo lo que escuchó.
Elladan pensaba muy bien sus preguntas y a cada respuesta que obtenía, una descarga de incomodidad invadía su cuerpo. Estaba agradecido por tener tan valientes elfos en el valle.
Elrohir por su parte, comenzaba a arder dentro de él la llama de investigar por cuenta propia, toparse con esos orcos y él mismo darles muerte, dando a su vez un mensaje al señor de esas bestias oscuras.
—Debemos ir —dijo Elrohir terminando con un silencio reflexivo. Trajo sobre él la emocionada mirada de Arwen y pronto inquirió:— Pero esta "prueba de valor" es sólo para Elladan y para mi.
La pequeña niña pronto se sobrecogió en tristeza y las lágrimas se asomaron de sus ojos. También deseaba ir, pero era consciente de que su cuerpo estaba lejos de estar bien desarrollado como para algo así y mucho menos sus habilidades.
—Pero yo también quiero divertirme —dijo Arwen.
—De lo que nos has contado nada es divertido, ningún guerrero la pasa bien quitando vidas a diestra y siniestra — inquirió por fin Elladan limpiando las lágrimas de su hermana y reprobando con la mirada a su semejante—. Y nadie irá a encontrar la muerte sólo porque te sientes muy valiente por algo así.
—¡Vamos hermano! —Elrohir levantó la voz, pero pronto la controló, miedoso a que alguien pudiese escucharlo—. ¿Perderemos la oportunidad de enseñarles quién manda?
—No se trata de eso —defendió Elladan aumentando su molestia a cada palabra que salía de su hermano.
—¡Enséñales quién manda, Elrohir! —gritó Arwen emocionada, riendo y corriendo a abrazarlo. El mayor recibió con los brazos abiertos.
—¡Se trata de eso! Además ¿cuándo podremos usar nuestros arcos y espadas de buena manera si no es ahora? —poco a poco, con aquellas tramposas palabras, Elrohir comenzaba a convencer a su hermano, pero aquella platica se vio interrumpida con el llamado de la puerta.
Dijo en voz baja y guiñando un ojo, hizo reír a Arwen en complicidad:— De esto hablaremos en la noche, pero Arwen será nuestros ojos dentro del valle.
Arwen corrió hasta las enormes puertas de la habitación de los gemelos y al abrirlas se encontró con la figura de Loa erguido con rigidez.
—Loa, ¡Has llegado, has llegado! —dijo hiperventilando de emoción.
El mencionado hizo una reverencia tanto para la joven dama como para los dos adolescentes gemelos. Ellos le recibieron con risas y saludos, mientras Loa entraba a la habitación con la diestra en el mango de su espada, y con la mirada revisando cada rincón del lugar.
—¿Qué pasa Loa? —burló Elladan levantando las manos como si hubiese sido encontrado culpable en algún delito—. ¿El enemigo se ha venido a esconder de tu hoja en este lugar?
La situación era bastante sospechosa para Loa; encontrarse a los gemelos haciendo absolutamente nada, sentados en su habitación y charlando, podía suponer una sola cosa; una travesura tremendamente estúpida. Y esta vez, Arwen podría salir afectada. No podía permitirlo.
Arwen y Elrohir recibieron de buen grado aquella provocación y rieron. No fue suficiente otro comentario para enfadar a Loa, que una vez encontró el perímetro seguro, pudo andar por el lugar con más seguridad.
—Muy gracioso, Elladan —A Loa se le facilitaba reconocer a cada gemelo. Aun cuando ellos cambiaban lugar, eran tan obvios que podría reconocerlos aún si intentasen cambiar sus personalidades—. Pero para mí mala suerte, el enemigo duerme y descansa para un nuevo día de diabluras dentro de estas paredes.
—¡Vaya imagen tienes de mi pobre hermano y yo! —Elrohir levantó la voz sonriendo. Adoraba sacar de sus casillas a Loa, pero esta vez mantendría a raya aquel instinto. Observó al guardia con mirada traviesa pero curiosa—. ¡Vamos, toma tu lugar!
Loa hizo una reverencia solemne antes de seguir las órdenes del gemelo. Tomó asiento y en segundos Arwen corrió a él extendiendo los brazos. Levantó a la pequeña elfa y la abrazó por el estómago sentándola en su pierna.
—Ahora, háblanos —dijo Elrohir acomodando su silla un poco más cerca de Loa—. ¿Ha pasado algo interesante en la expedición? Estoy sediento por buenas historias y eres tú quien mejor las relata.
Loa estaba por interrumpir al joven elfo, pues no se creía buen narrador y tampoco tener buenas hazañas por contar, sin embargo, Elladan se le adelantó. Mucho antes se hubo levantado para preparar un poco de té, observó a Loa con mirada sincera y lastimada por lo que estaba a punto de decir:
—Es cierto —vertió el té en tres tazas y las pasó a sus respectivos dueños. Tomó asiento y sorbió un poco—. Glorfindel actúa sus historias y es difícil entenderlo. Sólo grita, se ríe tan fuerte y golpea al aire. En cuanto a Lindir, él es tan aburrido que omite las partes interesantes para nosotros.
—Lindir es como nuestra mamá —agregó Arwen y absolutamente todos rieron en la habitación. Al notar que Elladan no le preparó una taza para ella, tomó un trago de la de Loa quien se lo permitió de buen grado y con cierta mirada que expresaba ternura y amor.
—Bien, bien. Haré este favor no por su preferencia, sino por la ternura de la dama Arwen —dijo con una voz tan suave y fina.
Loa les contó con detalles lo que pasó aquella mañana, aunque conocía tan bien a Elrohir que su corazón le dictó no hablar de las sospechas que le levantó ese encuentro con los orcos. En su lugar, inventó un pequeño combate entre compañeros que habían iniciado antes de regresar al valle, pero los gemelos ya estaban tan bien informados que un par de sonrisas de complicidad se les pintó en los labios.
Los observó unos pocos segundos, nervioso y preocupado, pero de nada le valió preguntar el porqué de esas risillas, los hermanos le inventaron algo y se libraron.
Aquella charla que cambiaba constantemente de temas, preguntas y llegaba a rozar las bromas y chistes, duró casi medio día. Era tan bueno como para ser cierto, entonces la locura invadió a Loa, quien ya no daba oportunidad de hablar ni siquiera a Arwen. Obligó a los elfos saltarse la comida y comenzó a hablar acaloradamente sobre los días antiguos; se remontó tanto tiempo en el pasado que Arwen calló dormida en sus brazos.
Elrohir intentaba por cortesía mantenerse despierto, mientras Elladan descansaba roncando en su hombro. Fue en ese momento donde un ruido tan angelical trajo a la vida a los hermanos, Toc-toc.
Loa enmudeció y observó con una ceja levantada, Toc-Toc. Molesto, se levantó pasando a Arwen a los gemelos y se dirigió a las puertas. Abrió con aires de indignación para encontrarse con la alta figura de Glorfindel.
—¿Sucede algo? Estábamos en medio de algo muy interesante —dijo, pero detrás de él estaban los gemelos pidiendo ayuda, desesperados y Elrohir tenía en brazos a la dormida Arwen sacudiéndola de un lado a otro—. Ya llegamos a la parte donde nuestro señor Elrond y su hermano estaban por...
—¡Ah, claro, claro! Tan buena historia es esa —interrumpió Glorfindel haciéndose espacio para entrar a la habitación.
Elladan fue prácticamente atrapado por el brillo de su armadura dorada y los ojos de Elrohir fueron encantados por su colosal espada.
—Haces tan buen trabajo enseñando un poco de historia a estos pillos. Siento de verdad interrumpir tan... Interesante sesión y puede que los señores se lamenten por perderla, pero Elrond les llama.
—¿Sí? ¿Tan tarde será? —incapaz de darse cuenta del engaño, con semblante inocente, corrió al balcón de la habitación y se percató que efectivamente, el sol estaba por esconderse. Loa dio un brinco y aplaudió delicadamente—. Bien, mis jóvenes elfos, vayan a atender el llamado de su padre.
Elrohir y Elladan asintieron, pero antes de salir de la habitación dejaron a Arwen bajo su cuidado. Loa estaba impaciente porque la joven elfa despertase y así pudiera contarle sobre la infancia de Elrond o tal vez cantarle un poco. Loa era un elfo relativamente joven y obviamente no pudo haber sido testigo de cuantas cosas es conocedor, pero sí que es un ratón de biblioteca. Ha leído todos los libros viejos de Rivendel y aprovecha sus encuentros con extraños para enterarse de cosas pasadas o presentes. Él bien podría responder casi cualquier duda histórica.
Una vez los elfos fueron guiados por el rubio por un pasillo, doblaron a la derecha y caminaron un poco hasta asegurarse de no topar con ningún otro elfo. Entonces Glorfindel los encaró:
—Ahora son libres —dijo suspirando porque él mismo ha sido víctima de Loa y su afición por la historia.
—¿Entonces nuestro padre en verdad no nos ha llamado? —preguntó Elladan quién agradecido, asintió con la cabeza.
Glorfindel rió imitando a un demonio y negó.
—El señor Elrond se encuentra demasiado ocupado, pero noté que no había vida emanando de la habitación. Debía actuar o se volverían viejos dentro de esas cuatro paredes.
—¡Excelente intuición! —dijo Elrohir tomando las manos de su hermano gemelo. Caminó unos pocos pasos lejos de Glorfindel—. ¿Será que puedes hacernos otro favor?
—Depende del mismo y mi recompensa —respondió cruzándose de brazos y recuperando el mismo espacio que Elrohir provocó.
—Elladan y yo deseamos salir a cabalgar un poco. No tan lejos pero tampoco en lugares tan obvios —respondió con cierto dejo divertido. Antes de que Elladan pudiese decir algo, interrumpió hasta sus pensamientos—. Necesitaremos un sólo caballo y si es posible, un arco... Tal vez una daga o espada. Y a cambio podríamos darte algún postre, o tal vez un poco del vino de nuestro padre.
Elladan no creía a Glorfindel tan iluso o barato como para caer en las obvias intenciones de su hermano, pero se quedó sin aliento al escuchar de su viva voz su permiso. Incluso, Glorfindel se encargaría de darles armamento y un buen corcel.
¿En qué está pensando ese elfo rubio?, dijo en sus adentros, pero nada podía hacer sino es cuidar de las acciones de Elrohir fuera del valle e intentar volver en una sola pieza.
Partieron casi entrada la noche, muy a pesar de Elladan, Elrohir iba en la parte delantera controlando las riendas. El paseo era bastante bueno, tranquilo y hasta pensó que hacía falta hacer algo similar. Sobre los hermanos se extendía el basto y oscuro cielo nocturno salpicado por estrellas, el caballo trotaba tranquilo y el sonido producido por sus cascos era lo único que se escuchaba. Ligero fue el viento, y sus oscuros cabellos danzaban a la par; Elladan comenzó a pensar las palabras correctas para comunicarle a su hermano sus deseos de volver a casa pues seguramente Arwen ya habría despertado y preguntado por ellos.
—A decir verdad, hermano —interrumpió Elrohir los pensamientos de Elladan. Agarró con fuerzas las riendas y con la mirada fija en el camino se confesó—. Adoro estos momentos porque eres mi otra mitad. Es extraño que me exprese de esta manera, pero no sería sensato guardarme estos sentimientos de hermandad en un momento tan hermoso.
Elladan enmudeció ante las palabras de Elrohir, que se percató, eran cien por ciento puras y de corazón. Deseaba corresponder, pero de los dos gemelos, a quien más le costaba expresar sus sentimientos era al mismo Elladan, por eso sólo se atrevió a abrazar a su hermano por la espalda. Cerró los ojos y calmó tanto su espíritu gracias al calor del contrario, que nunca pudo haber percibido la tosca espada que voló por los aires y rozó su mejilla. El caballo de pelaje blancuzco que montaban, se encabritó y los arrojó al suelo.
Elladan tardó en volver a la razón de la situación pues en la caída se había logrado golpear la cabeza, y cuando su vista se aclaró, se encontró con la espalda de su hermano. Elrohir le llamaba a gritos, con la mirada espantada y los labios temblorosos.
—¡Hermano, levántate ahora!
Escuchaba la apuración y miedo en la voz de Elrohir, quien no controló el llanto y muy seguido se le perdía de vista. El elfo iba y combatía torpemente a un pequeño grupo (más pequeño que hace unas horas) de orcos. Intentaba darle tiempo a Elladan de volver en sí, e intentar escapar.
El caballo si bien era fiel a los gemelos, también tenía en su naturaleza al escapar del peligro, y por eso de él nada se supo hasta que hubo vuelto al valle solo. Alarmó a los guardias, pero por suerte Glorfindel y Loa habían salido, como se prometieron en la mañana, a hacer una última ronda. Pero no fueron los primeros en llegar en su auxilio, sino una figura encapuchada. Aquel sujeto, extraño para los dos hermanos, se movía ligero, seguro, pero mortal. Su fuerza se escuchaba en el aire y sus brazos, con marcas hechas por el tiempo, llamaron la atención de Elrohir; Las cicatrices de las manos le parecían similares a lo que alguna vez su padre le contó de un elfo Noldo.
Fue quizá suerte o designio del altísimo, pero de nuevo, el cuerno de Loa se escuchó. El encapuchado se tomó la libertad de mirar a la dirección de donde provenía el aviso, y advirtió la llegada de la tropa élfica pero sólo se le pintó una media sonrisa en los labios.
Aquellas formas en llamarse los unos a los otros le traía recuerdos sobre las veces que solía cazar con sus hermanos en esos buenos tiempos en Valinor. Los ojos de Maglor brillaron. Tomó con fuerza del hombro a Elrohir y con la otra mano levantó sin pudor a Elladan, quien se dio cuenta, se había lastimado el tobillo pero poco le importaban sus quejidos al extraño.
—Se parecen a su padre —dijo y su voz en lugar de asustar a los gemelos, los embriagó, porque a pesar de una apariencia de bandolero, su voz era todo lo contrario, hermosa y serena—. Elrohir y Elladan, hijos de Elrond.
Elrohir desvió la mirada hasta la tropa de elfos, asustado. Pero Elladan se atrevió a llamar a Maglor; en el viejo elfo, el corazón reaccionó ya que hacía eternidades nadie le llamaba por su nombre. A donde sea que fuere, todas las especies escapaban de él y su lastimado y marcado cuerpo. El tiempo se encargó de cobrarle factura y la bella expresión que poseía en sus buenos años, ahora no era más que una distante sombra. No era el Kanafinwë de buen corazón que antes, estaba ahora enfermo por el deseo que alguna vez lo obligó a abandonar el camino.
—Ha pasado bastante tiempo desde que... —escuchó más pasos detrás de ellos, aún no había terminado con todos los orcos.
Y sin delicadeza empujó a los gemelos lejos, dio la espalda y combatió de nuevo con más orcos, ahora más numeroso y difíciles de mantener a raya siendo un sólo contrincante.
Maglor nunca titubeó ni retrocedió, en cambio, pensó que, si ese era su final, protegiendo a los hijos de un buen amigo y familiar, de un buen hermano, lo aceptaría de buena manera.
No entendían mucho, al menos Elrohir era quien aún no sabía la identidad de aquel elfo que se detuvo a ayudarlos, pero tanto Elladan como Elrohir tuvieron un extraño, pero alocado sentimiento alojándose en sus pechos. Elrohir deseaba ayudar, pero no podía abandonar a su hermano, y lo aceptaba, tenía miedo y sus palabras de la tarde, ahora le parecían estúpidas.
—Debí escucharte... Esto era mala idea —se decía entre dientes, Temblando. Elladan se percató y lo tomó con fuerza de los hombros.
—Es tarde para algo así, hermano —dijo sonriéndole con determinación—. Pero no estamos solos. Ese quien combate por nuestras vidas, ese quien con las manos lastimadas blande con experiencia su espada es Kanafinwë, hijo de Curufinwë. La valentía y fuerza es propia de su linaje.
En ese momento Elrohir entendió y pensó en todo aquello que en mala gana escuchó de su padre, pero que ahora estaba agradecido. Distrayéndose un poco estuvo a nada de morir atravesado por un orco sin honor que se había escapado de Maglor, pero la flecha empoderada de Loa lo salvó. Los gemelos sonrieron a la vida, a sus salvadores y Elrohir levantó a su hermano por los hombros, con cuidado.
No todo estaba perdido, Maglor no combatiría solo, y mientras, a paso veloz Loa se acercaba montado a su caballo, disparando flechas; pasó a un lado de él, como un rayo que se estrella contra el suelo en cuestión de segundos, Glorfindel.
El rubio con el rostro tan colérico que a todos les puso la piel de gallina, saltó de su corcel y se unió hombro a hombro con el Noldo, un viejo conocido. No tenía control en ese momento, porque sabía que él pudo haber evitado esta desgracia. Blandía la hoja de su espada sin perdón y la sangre oscura de orcos salpicaba su armadura, cabello y cara. En poco tiempo acabaron con una nueva horda y cuando estuvieron a salvo respiraron aliviados.
Loa observó con desconfianza a Maglor, quien ya había perdido la capucha y quedaba a la luz su identidad. Loa estaba por comenzar a interrogarlo, pero Glorfindel con una expresión reservada, lo mandó a callar antes de hablar. Se dirigió hasta encarar al alto Noldo y Loa se encargó de ayudar a los gemelos y subirlos a su caballo.
—El tiempo no te perdonó —dijo el rubio enfundando su espada—. debo admitir que me has sorprendido. Hube de irme antes que algunos de tus hermanos y otros eldar pero siempre pensé que todos los hijos de Curufinwë volverían con Mandos.
Maglor rió y su tono poco a poco se volvió ronco. También guardó su espada. Pese a que en su tiempo Glorfindel servía a otro señor y no mantenía una buena relación con los hijos de Fëanor, Maglor no le buscó pelea.
—El tiempo no perdona y los dos lo sabemos perfectamente. No fue suerte sí es lo que piensas, sino parte de mi castigo divino —deseaba tocar cierto tema de Gondolin pero decidió dejarlo para después. Observó a los jóvenes gemelos con una mirada subestimadora e inquirió:— Será imaginación mía, pero el pequeño Elrond ha perdido la memoria. Sus niños no pueden andar solos.
—Ha sido un error —respondió altivo pero a Maglor se le escapó una risilla por su forma de hablar—. Pero no de mi señor...—entonces se sintió agradecido y sabía que el señor de Rivendel no le negaría una noche en el valle a Maglor —... De cualquier forma... Como agradecimiento ¿Te parece justo regresar con nosotros? Podrías comer un poco, se nota que andas en los huesos.
El morocho negó sereno.
—Eso no está escrito en el destino de tu señor y el mío. Nuestros caminos hace tiempo separé y será mejor que sigan de esta forma —a pesar de sus palabras, su voz parecía cortarse—. Pero me daría por bien servido si me juras cuidar de esta gente.
Glorfindel se llevó la mano al corazón y como viejos compañeros respondió:
—Aquí y frente a los hijos del elfo que alguna vez dominó en tu corazón, te juro cuidarlos aun sobre mi vida.
Maglor se vio satisfecho y antes de volver la espalda y seguir vagando por la tierra media, abrazó Glorfindel. Habló a los gemelos.
—Elladan, no permitas a tu hermano decidir por ti. Y tu, Elrohir, piensa un poco antes de actuar. He sido bendecido con un par de hermanos similares y puedo asegurarles que ellos en más de una ocasión provocaron su muerte.
Para Loa también dijo:
—A usted Joven elfo, le estoy agradecido por no olvidar nada de mi tiempo. Siga por favor pasando la voz porque en el presente no se deben olvidar los errores del pasado, los cuales muchos han sido a causa de mi familia.
Loa cayó en cuenta de quién era, pero fue tarde cuando quiso hacerle unas preguntas, porque Maglor había comenzado a caminar bajo la noche, silbando y tarareando. Glorfindel volvió la mirada a sus compañeros y encogido de hombros suspiró aliviado. Esa noche volvieron a casa lastimados, pero con una nueva lección grabada en sus pechos... Y en el tobillo de Elladan.
—Gracias... —inquirió Elrond cargando a Arwen dentro de la habitación de los gemelos. Su corazón se hubo conectado un instante con el de Maglor, como en aquellos días donde Elrond lloraba asustado por la cruel actitud de Maedhros y el de hebras morochas controlaba su llanto.
Desde una loma, bastante lejos del valle y con el aire un poco más bravo, Maglor volvió la mirada, inclinó la cabeza como si estuviera recibiendo alguna bendición y siguió con su camino.
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