16: Jordán
Flashback
—Nos vemos más tarde —la alegre voz de Jordán se escucha en casa antes de cerrar la puerta a sus espaldas—. Pórtate bien Benjamín, no quiero quejas cuando regrese —y con unas palmadas a su mascota que le responde con un par de ladridos, se enrumba con dirección a la escuela.
En el camino se encuentra con sus dos mejores amigas, con quienes ha compartido aula desde la escuela básica. Muchos chicos de su edad pasan cerca del trío, saludándolos de forma muy efusiva. Y sucede que Jordán, desde pequeño ha sido uno de los chicos más populares, destacando su habilidad en todo tipo de deportes y en algunas actividades de arte, prefiriendo la actuación y el canto. Aunque no se puede decir lo mismo de sus cursos regulares, donde siempre termina con un regaño por parte de los maestros.
A decir verdad, ser popular no es siempre tan satisfactorio, no eres querido por todas las personas de tu escuela o tu barrio, hay algunas a las cuales no vas a agradarles del todo. Pero bueno, eso es algo con lo cual nuestro chico ha aprendido a lidiar, ganándose el cariño de muchos y posicionándose como uno de los jóvenes más atractivos. A tal grado que cada día, encuentra su casillero amontonado con varias cartas de amor, junto a uno que otro regalo.
—Todos los días es lo mismo, ¿no te cansas de rechazarlos uno a uno? —pregunta una guapa muchacha de cabello largo ondulado color azabache.
—Yo si no encuentro la carta del chico que me gusta, desecharía todas las demás y me quedaría con los regalos —expresa otra joven de piel canela y cabello marrón—. Sabes que el chocolate es mi tentación —terminando en un guiño.
—No puedo hacer eso, porque saben que sería descortés de mi parte —coge todas las cartas y las ordena dentro de su mochila—. No responder a los sentimientos de los demás con un sí o un no, es simplemente estar jugando con el cariño que sienten y eso no me gusta.
Sus amigas lo observan resignadas y con unas palmadas, —tú sí que eres un muchacho experto en las relaciones —le motivan a esforzarse en responder las casi quince cartas que ha recibido. Aunque eso le implique un gran esfuerzo.
Las mañanas en la escuela siempre son muy alegres, entre toda la emoción y algarabía de los jóvenes. Las últimas horas de la tarde, suele aprovecharlas para entrenar con el equipo de básquetbol donde es el capitán, puede que sea algo contradictorio, porque la estatura no es su fuerte. Pero gracias a su carisma y al trabajo en conjunto que ha logrado del equipo, ahora se encuentran a puertas de uno de los campeonatos más importantes de la ciudad.
—Ten cuidado con tu izquierda, intenta bloquearlo para que no pase —ordena a uno de sus compañeros, mientras entrenan con chicos de otra aula para perfeccionar sus errores.
Un grupo de chicas se ha amontonado en el campo de entrenamiento y se encuentran gritando a viva voz, el nombre de los chicos más guapos del equipo, viéndolos jugar con admiración.
Entre gritos, olor a sudor y golpes de balón, los jóvenes se divierten apoyando a su mejor equipo. Nuestro protagonista corre detrás de uno de sus oponentes, pero por un segundo se le nubla la vista, provocando que casi pierda el equilibrio. Aunque su recuperación ha sido rápida, quitándole el balón al contrario y llevándolo a territorio enemigo.
—El capitán se acerca solo hacia el arco, esquiva a las dos defensas que intentan bloquearle el paso —narra el interlocutor, mientras todos observan como el contador del primer tiempo está por llegar a su final—. Engaña al que puede ser su último oponente, da un salto y anota dándole la ventaja a su equipo —se pueden escuchar las ovaciones de las muchachas, celebrando junto al equipo de básquetbol, el cierre del primer tiempo con una victoria.
El grupo rodea al capitán y le felicitan por su inigualable jugada, dirigiéndolo hacia las bancas donde tomarán un descanso. Sin embargo, Jordán vuelve a sentir como su vista empieza a nublarse, mientras un punzante dolor ataca su cabeza; intenta apoyarse en uno de sus compañeros sin lograrlo, cayendo inconsciente frente a todos que corren en su auxilio.
En la enfermería, recobra el conocimiento gracias a la rápida atención de la doctora, quien pidió estar a solas para realizar algunas preguntas de despistaje, llegando a la conclusión que el incidente de hace un momento, ha sido consecuencia por falta de descanso.
Sus dos mejores amigas llegan a toda prisa e ingresan preocupadas a la enfermería, lanzándose en su encima, haciéndole renegar al repetirles que todo se encuentra bien. Sus compañeros de equipo ríen a carcajadas, viendo a su capitán ser abordado por dos chicas que al escuchar la indicación de la doctora, le regañan sin darle opción a defenderse.
—Es mejor que se aseguren que este jovencito, duerma sus ocho horas como es debido y que se alimente en sus tres comidas —son las últimas indicaciones de la encargada, antes de darles el permiso de retirarse, recibiendo un unísono sí por parte de ambas muchachas. Pero cuando se dispone a levantarse de la camilla, al tocar sus pies el piso, su cabeza vuelve a traicionarle y está vez siente su cuerpo descompensarse, cayendo nuevamente ante los gritos de preocupación de los demás.
Luego de ese incidente, nuestro protagonista fue internado en el hospital más cercano, siendo sometido a varios exámenes para detectar el motivo de los constantes mareos y descompensaciones que ha estado sufriendo en las últimas semanas, las cuales había mantenido en secreto.
—Las cosas en las escuela están igual que siempre —menciona la muchacha de largo cabello negro ondulado, mientras pela unas granadillas—. ¡Ya sabes!, los maestros amontonándonos de tareas antes de las vacaciones de medio año, como si en realidad no tuviéramos nada planeado.
—Muchos en la escuela están preguntando por ti, quieren saber cuándo regresas; sobre todo los chicos del equipo de básquetbol —prosigue la chica de cabello castaño.
Desde que ha sido internado por una enfermedad que le han detectado a la sangre, sus dos mejores amigas han estado acompañándolo en el difícil tratamiento que le ha tocado atravesar a base de quimioterapias.
—Es hora que nuestro paciente más guapo vaya a visitar al doctor —una enfermera entra a la habitación con una silla de ruedas.
En los pocos meses, su cuerpo se ha visto cubierto de hematomas que intenta ocultarlos con las largas prendas que utiliza. Los mareos y nauseas se han hecho más constantes. Pérdida de cabello que intenta disimular con algunos gorros y otros síntomas que están debilitando su ánimo.
Cada día suele preguntarse si todo el esfuerzo que sus padres están haciendo o la voluntad que él mismo intenta mantener, si a las finales darán los resultados que los médicos esperan. El pronóstico es bueno en cuanto la enfermedad responda a los medicamentos, porque nadie quiere hablar de lo contrario. Sin embargo, todo el tiempo que lleva en el hospital, siente que cada día su vida se va apagando como una rosa al perder un pétalo.
—¡Oye!, ¿tú serás mi compañero temporal de habitación? —un muchacho de tez blanca, con ligero tono rosado en las mejillas, se acomoda en la cama del costado—. Digo temporal, porque estoy aquí por unas revisiones de despistaje que duraran solo unos días, luego de eso me marcharé a casa a continuar con mi vida normal.
Su nuevo compañero de habitación, de sonrisa despreocupada y esa actitud que irradia energía, es la clase de personas que lo molestan. Quizá en otras circunstancias, le hubiese parecido curioso conocer a una persona así, pudiendo llegar a ser buenos amigos. Pero ahora, solo quiere mantenerse alejado de todo aquello que pueda transmitirle alegría, «no sabes cuándo volverás a perderla», o eso se repite a sí mismo.
—¿Qué sucede?, ¿acaso el ratón te comió la lengua y por eso no puedes ni siquiera decir hola? —observa fastidiado a su nuevo compañero de nombre Iván, para concentrarse nuevamente en aquel parque vacío que está siendo sometido por la lluvia y en esa extraña sombra que parece acompañarle cada noche.
En las siguientes semanas, la situación no ha mejorado. El tratamiento es cada vez más fuerte y los síntomas son mucho más fastidiosos, al grado de dejarlo exhausto durante horas en cama. Además, ha recibido la noticia por parte de sus padres que perderá el semestre escolar y no podrá asistir al campeonato por el cual tanto se ha sacrificado, teniendo que quedarse en aquella habitación de cuatro paredes por un tiempo prolongado; situación que lo ha desmotivado.
Aunque algo ha cambiado para bien, y es que sin saber cómo o cuándo, Iván ha logrado acercársele; tal vez no son los mejores amigos, pero al menos pueden sostener una conversación interesante.
—No sé por qué observas tanto caer la lluvia, ¿tiene algo de interesante? —el castaño ha estado intentando captar la atención del contrario que parece perdido en el exterior, pues quiere jugar el nuevo jenga que su madre le ha comprado.
—¿Sabes por qué existe la lluvia? —algo que Iván ha aprendido en el poco tiempo de convivir con nuestro muchacho, es que suele interesarse por historias fantásticas—. Hace mucho tiempo, existió una diosa que pidió a su padre vivir en nuestro mundo para conocer el estilo de vida de los humanos. Pero tenía una regla que debía cumplir ante todo, nunca enamorarse de un mortal —con estas palabras de inicio, ha conseguido lo que deseaba, tener la atención de su compañero que se pierde en cada frase que va narrándole.
Nuestro muchacho se muestra incrédulo ante el relato, porque uno de sus fuertes son las historias mitológicas, y aquella no es ninguna que haya escuchado en la escuela o leído por internet. Sin embargo, ver la fascinación de su narrador, le llena de una dicha indescriptible, sorprendiéndose al escucharlo terminar con una enseñanza.
—Por eso, tanto la lluvia como la nieve, significan un nuevo comienzo; limpiar y enterrar el pasado, para que el futuro produzca. Creo que por ese motivo, te gusta tanto apreciarlo.
Iván termina con un coqueto guiño, logrando que las mejillas del otro, tomen un ligero color rosado, sonriendo cuando recibe un tímido, ¡gracias!
—Esa expresión fue demasiado adorable —suelta en una carcajada, elevando la vergüenza del contrario que le avienta una almohada para callarlo y voltear el rostro hacia la ventana, buscando ocultar su evidente sonrojo—. Sabes..., hay algo que he querido decirte desde hace unos días —aunque repentinamente cambia su expresión, mostrándose ahora impaciente y algo nervioso, un comportamiento extraño en él.
—¿Sobre qué?, ¿alguna otra historia fantasiosa? —en cambio Jordán se muestra más animado y quiere aprovechar para vengarse un poco. Sin embargo, el extraño comportamiento de su acompañante le sorprende, quien guardando todo su juego le responde que conversarán en otro momento, enrollándose en la cama y apagando la lámpara—. Ve que eres rarito —susurra antes de también dejarse caer en un profundo sueño.
Con el transcurrir de las semanas, parece que el destino no está a su favor o que alguien está manipulándolo en su contra; porque a pesar de todo el esfuerzo que está poniendo cada día, sumándole el buen ánimo que intenta mantener para no acongojar más a sus padres y a sus mejores amigas; no puede evitar sentirse desmotivado, luego de escuchar una conversación entre sus progenitores y el médico que está cuidándole, al grado de querer abandonar todo y marcharse a casa, para solo esperar.
—¿Así que en este lugar has venido a esconderte?, nadie pensaría que estás aquí arriba con el frío que está haciendo —Iván camina entre las blancas sábanas que se agitan con el fuerte viento de la azotea, acercándose a su compañero de habitación que está sollozando en un rincón.
—Solo quería venir a ver el inicio del invierno —responde limpiándose unas lágrimas que se le han escapado.
Pero Iván sabe que esas palabras no son del todo ciertas, porque conoce el verdadero motivo del comportamiento distante que su compañero de habitación ha vuelto a tomar.
—Sabes que sin importar qué suceda, puedes confiar en mí en todo momento, ¿cierto? —nuestro chico vuelve a responder que todo está bien, intentando marcharse del lugar—. No puedes engañarme, sé que algo te sucede y me gustaría que confíes en mí. Quizá no pueda ayudarte a resolverlo, pero sí apoyarte para que te sientas mejor —solo esas palabras son suficientes, para que recuerde todo lo que está atormentándole.
—¿Por qué?, ¿dime porqué me tiene que suceder esto a mí?, ¿acaso hice algo malo para ser castigado con esta vida?
No logra controlar sus lágrimas que salen sin previo aviso. El dolor que siente y la frustración de saberse derrotado, todo lo ha tenido agobiado desde que se enteró de su enfermedad. Es cierto que ha intentado ser fuerte por el bien de las personas que lo cuidan; pero después de todo, sigue siendo solo un chico de trece años.
Iván intenta calmarlo sin éxito, pues su acompañante no escucha, no piensa, no razona. Solo está dejando salir todo aquello que ha venido agobiándole por tanto tiempo. Frustrado por no tener las palabras correctas para calmarlo, sin pensarlo, se abalanza sobre sus labios, juntándolos en un casto beso.
El frío viento que indica la llegada del invierno, agita las blancas sábanas con la intención de secarlas; aunque al mismo tiempo, oculta a dos jóvenes que están compartiendo su primer y más importante recuerdo.
—No importa lo que nos depare el futuro, sin importar qué suceda, estaré siempre contigo —estas palabras se pierden en el beso que ambos vuelven a compartir y en el gracias que Jordán susurra desde el fondo de su corazón.
—Iré avanzando a la habitación para pedirle a la enfermera que nos lleve algo de chocolate caliente —el castaño sonríe secándole las últimas lágrimas—. Apresúrate en bajar para que tus padres no se preocupen, iré a decirles que estás por ir —y con su habitual coqueto guiño, se da media vuelta marchándose del lugar, dejándolo solo para que intente calmarse.
Tin, tin.
Sin embargo, el mismo sonido de cascabel que lleva escuchando desde hace varios días, lo ponen en alerta; asombrándose cuando nota la misma sombra que ha estado viendo todas las noches en el parque, se encuentra ahora a pocos pasos de distancia de su habitación.
—¿Aún no has tomado una decisión?, recuerda que el destino está por cambiar —nuevamente una gruesa voz puede escuchar en sus pensamientos, aunque lo realmente alarmante, es el bullicio que proviene del interior.
—Llamen rápido al doctor, tenemos que intervenirlo de emergencia —unas enfermeras salen a toda prisa, empujando una camilla en donde alguien se encuentra inconsciente. Los padres de Iván salen detrás sollozando y perdiéndose en el largo pasillo.
Sus progenitores también salen de la habitación, mostrándose preocupados y murmurando palabras que no alcanza a escuchar. Repentinamente, un miedo despierta en su pecho, se asusta con todo el alboroto que se ha generado. Con un mal presentimiento, se acerca para preguntar sobre la persona que más le importa.
—Ha tenido una recaída, parece que la enfermedad no ha desaparecido del todo y ahora se ha expandido por su cuerpo, afectando algunos órganos —su madre le explica que los últimos exámenes del castaño, no han dado buenos resultados y que en los últimos días, había estado presentando algunos síntomas de malestar. Entonces, ¿por qué no se dio cuenta antes?
«Solo estuve centrado en mí y en el dolor que sentía, nunca me he puesto a pensar en cómo se sienten mis padres, mis dos mejores amigas o el mismo Iván. Y es que su inusual sonrisa, me hace sentir que en realidad todo está bien, a pesar de no ser así». Son las ideas que lo atormentan, al saberse egoísta por pensar solo en él y no preocuparse por los sentimientos de la persona de quien se ha enamorado.
Sus padres le piden esperar en la habitación, mientras ellos investigan sobre el estado de su amigo; aunque el negar de una enfermera y las repentinas lágrimas de su madre, le hacen pronosticar lo peor, no pudiendo retener el llanto.
—Sabes que hay una forma de cambiar esa situación, porque sin importar la decisión que tomes, tú igual recuperarás lo que tanto le has reclamado a la vida —escucha otra vez aquella extraña voz que muestra una desconocida sombra acercarse—. Aunque recuerda que el precio a pagar, no es solo convertirse en un héroe —sigue sin entender qué significa realmente ese mensaje, pero sabe que no puede seguir dudando y está seguro de su decisión.
En su corazón solo alberga una esperanza, «si puedes hacerte realidad, solo quiero que Iván se recupere de su enfermedad, que todo el mal desaparezca de su cuerpo y pueda vivir lo que siempre ha deseado»; susurra aferrándose a esas palabras, despertando una embriagadora calidez que se extiende desde su pecho, al mismo tiempo que recuerda esa dulce sonrisa de la persona que ama.
—¡Así será!, he escuchado tu deseo —una brillante luz roja aparece, destellando por cada rincón del hospital. Escuchando unas últimas palabras de ese extraño gato púrpura, cae inconsciente ante los gritos de preocupación de sus progenitores.
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