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01: Comienzo

El sonido de la puerta, provoca que Alfredo despierte de su ensoñación, encontrándose con la imagen de una cansada mujer, ingresando con una enorme bandeja que emite un agradable y delicioso aroma.

—¿Cómo va tu tarde?, ¡mi pequeño! —la dulce voz de su madre, lo sorprende y rápido se limpia el rostro para no preocuparla; sabe que verlo llorar, la hace sentir la peor de las mamás. O ese es el recuerdo que tiene, cuando de pequeño reclamaba por aquella enfermedad y ella se culpaba.

Con una sonrisa forzada, la recibe mostrando sorpresa por su visita, invitándola a sentarse a su lado; mientras pide le regale una tajada, de la deliciosa torta de chocolate que ha traído, su favorita.

—Esperando mañana tengamos buenas noticias, preparé esta torta para darte un poco de ánimos y agradecerles a los doctores por el apoyo —la mujer le entrega una tajada y sin dudar, se mete un enorme trozo de pastel a la boca—. Sé que no es mucho, pero al menos quise hacer algo.

Se da cuenta del dolor ajeno, al verla apretar los puños contra su falda; a decir verdad, no solo él ha sufrido con esa enfermedad, su familia también se ha visto afectada y desmoronada.

Sus padres terminaron separándose, porque ella pasaba todos los días cuidándolo en el hospital; mañana, tarde y noche; afectándole bastante esto a la joven mujer, quién muestra evidentes signos de cansancio, por las largas horas de falta de sueño y la preocupación por las fuertes inversiones de dinero que ha gastado.

Y como si eso no fuese suficiente, la relación con sus hermanos pequeños, también se ha visto deteriorada; culpa que lo atormenta, porque los menores han crecido casi solos, sin el verdadero afecto de una familia.

—Las buenas acciones nunca son pequeñas, porque demuestran la grandeza del corazón —responde, metiéndose otro trozo de pastel a la boca—. Puede ser una barra de oro o solo una tajada de torta de chocolate; pero eso llena de felicidad, porque puedes sentir el amor de quien lo entrega —agrega con una cálida sonrisa y ese entusiasmo que lo caracteriza.

—Tú siempre manteniendo esa alegría y optimismo que te hacen únicos —la agotada mujer, suelta unas lágrimas que no puede contener.

—¡Todo está bien!, ¡todo está bien!, solo debes mantener la fe, para que el mañana sea diferente —responde acariciándole el cabello, mientras ella llora sobre sus piernas.

Ese momento siempre se repite en cada visita, no sabiendo hasta cuándo podrá seguir fingiendo, ser un chico fuerte para mantener la tranquilidad de sus seres queridos. Él por dentro también sufre, aunque entiende que no puede demostrarlo, porque generaría más culpas innecesarias.

«Quisiera tener una oportunidad, solo una oportunidad», desea desde el fondo de su corazón, escuchando el sonido de un cascabel, como si estuviera respondiendo a sus pensamientos.

—Mañana no podré acompañarte, le prometí a tu hermano que iría a su campeonato final de fútbol —comenta su madre en tono más alegre, mientras dobla unas sábanas—. Jugará como uno de los titulares y si hace todo bien, tiene las posibilidades de convertirse en el capitán del equipo. Está muy emocionado, porque se ha esforzado bastante.

—¡Eso me alegra!, veo que está trabajando duro por cumplir sus sueños —suelta una respuesta automática, porque su atención se encuentra fuera de la ventana; el atardecer lo hace sentir nostálgico.

—Aunque es un muchacho algo rebelde, debo admitir que tiene sus buenos momentos. Creo todo va mejorando y espero siga de esa manera —su visitante muestra una cálida sonrisa.

—¡Me alegra escucharlo! —mientras él finge tranquilidad—. Parece que está poniéndole mucho empeño a la suerte que le sonríe.

—¡Eso parece!, es como si hubiese nacido con la suerte bajo el hombro o bendecido por alguna estrella —su mamá sigue emocionándose con la conversación—. Es un chico con muchas oportunidades y quiero apoyarlo para que crezca como un adolescente de su edad.

—Eso quiere decir...

—Quiere decir que debe terminar la secundaria, asistir a la universidad y rodearse de muchos amigos; enamorarse de una buena jovencita y formar una hermosa familia —esas palabras lo hacen sentir feliz; aunque también culpable, por tener cierta envidia—. Y nosotros estaremos ahí para disfrutarlo junto a él, porque estoy completamente segura que tú podrás...

Esa emoción que está entregándole, lo hace sentirse más calmado, porque sabe que tiene un apoyo a su lado; una persona que le brinda felicidad, a pesar de los malos momentos que está atravesando.

Esas palabras, suenan llenas de optimismo y buenos deseos para sus dos hijos; no obstante, Alfredo sabe que nada sucederá de esa manera. Al menos, no en la parte donde él estará acompañándolos; porque es consciente que su destino, está atado por siempre al cuarto de un hospital. Es eso, o simplemente, morir intentando hacer una vida.

—Tus pulmones no aguantarían la contaminación del mundo exterior, ni siquiera el aire que se respira fuera de esta habitación, es seguro sin los cuidados necesarios —fue la respuesta del doctor, cuando le pidió en reiteradas ocasiones, salir un par de horas a las calles de la ciudad.

«No quiero seguir sobreviviendo, quiero vivir sin importar cuál sea el riesgo», son las palabras que se repite constantemente. Sin embargo, al nota la alegre sonrisa de su madre, imaginando que todo mejorará, pierde las fuerzas para seguir insistiendo.

Centrado en sus pensamientos, la alegre voz de su acompañante se va perdiendo en cada rincón de la habitación, escuchando solo el tintineo de un cascabel, retumbando como eco en su cabeza. Algo que ha dejado de importarle hace mucho, por andar imaginando sonidos; una consecuencia del encierro en el cual vive, según sus médicos.

Pero no todo puede ser malo para este muchacho de quince años, no al menos en este nuevo día, donde la mañana lo recibe con buenas noticias.

El doctor que lo ha estado cuidando, desde hace aproximadamente un año, ha ingresado en su habitación, acompañado de una enfermera empujando una silla de ruedas. Este nuevo médico, es bastante optimista en el tratamiento de su enfermedad; considera que mantenerlo aislado a ese extremo, debilita mucho más su sistema inmunológico; por ese motivo, ha accedido a su insistente petición, salir por la tarde a recorrer la ciudad.

Con una emoción incontrolable y al borde de las lágrimas, se pellizca varias veces para cerciorarse que la noticia no es un simple sueño. ¡Auch!, aunque el dolor de sus brazos, lo hace reaccionar y enterarse que realmente está sucediendo; salir a la ciudad, es lo que ha anhelado desde hace mucho, mucho tiempo.

—Conozco un poco de tu rebeldía y sé eres algo atolondrado, a veces —menciona el especialista, con una coqueta sonrisa—. Así que, debes seguir mis indicaciones al pie de la letra y no tendremos problema alguno.

Las instrucciones son claras, saldrá acompañado de una enfermera que lo llevará a dónde desee pasear; al mismo tiempo que, controlará la válvula de aire que debe usar.

—Tus pulmones son delicados, así que, no podemos exponernos a la contaminación que existe afuera —es la primera condición como parte del acuerdo.

Las siguientes indicaciones son mucho más simples: obedecer las órdenes de la enfermera, no sobre-esforzarse en intentar caminar, no arriesgarse a realizar actividades que implique ensuciarse y al primer síntoma de cansancio o malestar, avisar para regresar de inmediato al hospital.

—Si estás completamente de acuerdo con todas mis condiciones, entonces permitiré que salgas por la tarde, solo hasta que el sol empiece a ponerse, ¿estás de acuerdo?

El doctor le regala un guiño y extiende un dedo meñique, esperando por una respuesta. Con las mejillas algo coloradas y sin poder ocultar su evidente entusiasmo, le responde con una sonrisa y entrelaza dedos, aceptando con un emotivo sí.

Al llegar la tarde, con una impaciencia que no puede ocultar, deja a sus espaldas el hospital que por mucho tiempo, ha sido su hogar; el lugar que lo ha visto crecer y convertirse en un guapo adolescente.

Porque este muchacho, a pesar de tener una talla y peso perfectos para su edad, puede presumir de haber heredado la belleza de su madre. Una ondulada y negra cabellera que resaltan sus grandes ojos marrones, combinando a la perfección, con su piel tan blanca por la falta de contacto con el sol y adornada con algunos lunares, distribuidos coquetamente y perdiéndose por partes más ocultas de su cuerpo.

—Debes estar más que impaciente por llegar a la ciudad, ¿o me equivoco? —Elisa, la enfermera que estará cuidándolo, cierra la puerta del taxi, indicándole al conductor hacia dónde dirigirse.

Su asombro es obvio, cuando ve la ciudad pasar ante sus ojos, aunque no pueda recordar bien los lugares que el carro recorre. Su acompañante solo sonríe y le pide calmarse, para que no se fatigue rápido; pero esa petición es imposible, cuando llegan al centro comercial.

—¡Wao!, todo ha cambiado y..., y..., ¡es tan grande! —expresa sin ocultar su entusiasmo y pidiéndole a Elisa, lo lleve a visitar todos los lugares que les permitan las cuatro horas que estarán fuera.

Las primeras horas, aprovechan para recorrer los alrededores, visitando algunas tiendas de ropa y aceptando la invitación de los vendedores, para entrar a probarse una que otra prenda. Asombrándose, al observar grupos de jóvenes, escoger aquella que estuviese más a la moda; chicos casi de su edad, que le sonríen al pasar por su lado.

Otro punto de visita, son las panaderías y negocios de repostería, deslumbrándose con todos las golosinas que se exhiben en los reposteros; preguntando si le es permitido probar uno que otro postre.

—Creo sería mejor, si compramos todos los pasteles que quieres, para probarlos en el hospital; junto con el doctor que debe estar ansioso a que regreses —sugiere la muchacha, sacando una enorme sonrisa en el adolescente.

Los diversos locales de videojuegos, donde de pequeño asistía con su hermano y amigos a enviciarse largas tardes; el renovado cine, al cual desea en algún momento tener la oportunidad de visitar, en compañía de alguien especial; son otros de los lugares que satisfacen su curiosidad y esfuerzo. Aunque solo puede observar cada rincón de la ciudad y grabarlo en su memoria como recuerdo, o un deseo que espera cumplir.

Uno de sus últimos paraderos, es la plaza de la ciudad, donde un grupo de estudiantes están deslumbrando al público, con una música al compás de la zampoña, la quena y el cajón; combinando a la perfección, con la melodía del arpa andina. Sin embargo, su atención se centra en un grupo de personas riendo muy amenamente, sorprendiéndose al notar un espectáculo de payasos al que insiste acercarse.

Colocándose lo más adelante posible y con la alegría de un niño, se maravilla de las piruetas y bromas que se realizan los dos cómicos; sacando fuertes carcajadas en sus espectadores. Toda la tarde ha sido realmente hermosa, lástima que en menos de media hora el sol empezará a ponerse; «como desearía que mi vida fuese de esta manera», son sus pensamientos convirtiéndose en deseos.

Tin tin, ese peculiar y desconocido sonido, se asombra al escucharlo nuevamente como si alguien estuviera respondiéndole.

Tin tin, un segundo tintineo capta nuevamente su atención, buscando con la mirada quién o qué lo provoca; pero extrañamente, nadie aparte de él parece haberlo notado.

—¿Has oído ese sonido de cascabel? —le pregunta a Elisa, negando y centrando nuevamente su mirada en el espectáculo.

Un tercer ruido vuelve a escucharse y esta vez sin explicárselo, todo a su alrededor empieza a moverse lento; desde las voces de quienes lo acompañan, hasta las piruetas que realizan los cómicos. Una rara tensión lo invade, provocándole miedo, al notar como todo ha tomado un color violeta; como si estuviese viendo a través de una canica.

Un cuarto eco de cascabel vuelve a sonar, esta vez apareciendo frente a él, un extraño gato de largo pelaje púrpura y de intensos ojos negros, brillando al observarlo fijamente e infundiéndole temor.

Su suave ronroneo puede escucharse al compás de su respiración, al igual que el constante sonido del cascabel que trae amarrado en la pata izquierda; enterándose quién lo está provocando. Intenta hablarle a Elisa, le presiona fuerte la mano, pero parece como si no pudiera escucharlo, como si no pudiera sentirlo.

El inusual felino de pelaje púrpura, da unos pasos hacia él sin quitarle la mirada, moviendo sutilmente ese diminuto objeto y provocando un molesto ruido, retumbando dentro de su cabeza. Poco a poco va acercándose, tin tin y el fastidioso sonido se va intensificando. Quiere pararse, quiere correr y su cuerpo no le permite; solo puede mantenerse estático, mientras siente como cada parte de sí, se petrifica del miedo.

De repente, dos bolas blancas en forma de teru teru bouzu emergen del suelo, flotando lentamente alrededor del gato púrpura. «No sé por qué, no entiendo qué sucede, pero tengo mucho miedo»; es lo que piensa, al chocar con los penetrantes ojos negros contrarios; los cuales de un intenso brillo, provocan que las dos bolas blancas se petrifiquen y se disparen contra los cómicos, ingresando en sus cuerpos. Todo a su alrededor, vuelve a la normalidad y el extraño animal ha desaparecido.

—¿Te encuentras bien? —Elisa está asustada al verlo sudar y escuchar su agitada respiración. Se encuentra pálido y su mirada parece perdida, temblando ligeramente.

Pero los gritos de los espectadores los alertan, observando como los dos cómicos, comienzan a encogerse como si estuvieran adoloridos. Sus fuertes gritos, asustan a todos y el pánico se extiende, cuando sus cuerpos empiezan a crecer; para de un solo boom, rasgarse sus vestiduras y desaparecer su figura humana; convirtiéndose en deformes bestias, de enorme tamaño que sin esperarlo, atacan a los ciudadanos que corren atemorizados, tratando de escapar y gritando por ayuda. Utilizan sus gigantescas garras, para descuartizar a todo aquel que se cruce en su camino; mientras mucha sangre, se esparce por los alrededores.

Elisa toma rápidamente la silla de ruedas y empuja de ella, intentando alejarse; sin embargo, el tumulto de gente desesperada, le impide avanzar como quisiera.

Los fastidiosos sonidos de cascabel, vuelven a escucharse y las criaturas parecen perder el control; porque sus penetrantes ojos rojos brillan con intensidad, fijando su ansiosa mirada, en un aterrorizado Alfredo. Y como su estuviesen frente a su objetivo, corren hacia él, deshaciéndose de todo aquel que se cruce en su camino.

Su horrorizada acompañante, busca ayudarlo a colocarse de pie; pero su cuerpo, no responde como quisiera. Y por culpa del caos creado entre la multitud, la enfermera es empujada, dejando caer a su paciente y siendo arrastrada por el aturdido grupo que intenta resguardarse.

Alfredo sin fuerzas e indefenso, ve como su cuidadora es alejada y como los ciudadanos pasan a su alrededor sin detenerse a ayudarle; algunos tropiezan y otros sin importarles, pasan sobre él.

Dicen que en algunas ocasiones, el miedo es tu motor para obtener coraje y descubrir dentro de ti, una fuerza que no creías poseer; y esto sucede, con este chico que sin saber cómo, ha logrado ponerse de pie para empezar a correr. No a la velocidad que desea, pero si lo necesario para escabullirse entre la muchedumbre; lo suficiente como para lograr adentrarse en un callejón, escondiéndose de esas bestias que parecen alocarse con cada grito y que mirando hacia todos lados, buscan a alguien en particular.

Aunque esto ha tenido sus consecuencias, su respiración ha comenzado a agitarse, al grado de sentir su pecho cerrarse; «¡debes calmarte!, ¡debes calmarte!, recuerda lo que dijo el doctor de cero tensiones», se repite a sí mismo, tratando de controlar sus temblorosas piernas para no ceder. Con un poco de esfuerzo, se adentra en el callejón, caminando y esperando encontrar una salida.

Tenues luces y un mal olor a humedad, es lo único que puede percibir, en aquel lugar que poco a poco va consumiendo sus energías de continuar; no obstante, la lejana imagen del hospital, le motiva para seguir avanzando.

Sus ojos le traicionan y su alrededor se distorsiona, volviéndose borroso; como si en cualquier momento, fuese a caer inconsciente. Sobre todo ahora, porque se ha quitado la mascarilla y sus pulmones están contaminándose con el aire del ambiente. «Tal vez..., este sea el final de mi destino», es el último pensamiento que aparece en su mente, antes de caer sobre sus rodillas.

Intenta calmarse, trata de controlar su respiración; pero el sonido de un cascabel, lo hace reaccionar para encontrar frente a él, al extraño gato de largo pelaje púrpura; observándolo con esos penetrantes e intensos ojos negros que tanto le atemorizan. Y un fuerte boom a sus espaldas, termina por despertarlo; viendo emerger del suelo a esos monstruos que lo perseguían, teniendo uno de ellos a Elisa entre sus colmillos.

Tin, tin.

A un segundo sonido, las bestias enloquecen y escupen a la inconsciente enfermera, impactándola en los botes de basura y lanzándose ahora, contra un atemorizado Alfredo, a quien su cuerpo no le obedece.

«¡Esto es un sueño!, ¡esto es un odioso mal sueño!», se repite insistentemente, antes de alertarse, cuando siente un repentino viento caliente que pasa a su alrededor; impactando una bola de fuego, contra uno de sus oponentes y arrojándolo al suelo.

Sin saber si ha perdido la poca consciencia que le quedaba, nota que en aquella dirección, han aparecido cuatro presencias que se mantienen ocultas en la oscuridad. Orbes celestes, amarillos, rojos y naranjas, son los colores que distinguen a esas profundas miradas que lo observan fijamente.

Sin embargo, el gruñido de la segunda criatura, al serle desgarrado el brazo por una extraña arma larga, termina confundiéndolo; percatándose que alguien desde lo alto, ha atacado por sorpresa. Una quinta persona de ojos verdes, ha aparecido oculta en la oscuridad.

—¡Te estábamos buscando! —son las palabras de un muchacho.

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