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Capitulo 3

Los ojos de Ayame, húmedos por las lágrimas y llenos de confusión, se encontraron con los de Sora. Sus irises rojos parecían un fuego inquieto, un reflejo de la mezcla de miedo y desconcierto que la consumía. Pero lo que más le impactó no fue la intensidad de su mirada, sino lo que vio en él.

Los ojos de Sora, de un azul helado, eran como un abismo vacío. No había rabia, ni preocupación, ni siquiera alivio. Solo una calma inquietante que contrastaba terriblemente con la sonrisa que él le ofrecía.

Ayame tragó saliva, todavía temblorosa, mientras sus palabras salían en un susurro casi inaudible.

Ayame: Tus ojos... no reflejan nada.

Sora ladeó ligeramente la cabeza, su expresión no cambiaba. Era como si no entendiera la implicación de sus palabras o simplemente no le importara.

Sora: Eso no es importante ahora —dijo en un tono suave pero firme, mientras le ofrecía su mano para ayudarla a salir de la furgoneta volcada.

Ayame dudó por un instante, pero finalmente aceptó su ayuda. Sus manos temblorosas se aferraron a las de él, notando el contraste entre su delicadeza y la firmeza con la que Sora la sujetó. Una vez fuera, tambaleándose ligeramente, Ayame trató de recuperar la compostura.

Ayame: ¿Quién eres en realidad? —preguntó, su voz un poco más fuerte esta vez, aunque aún cargada de temor.

Sora apartó la mirada por un breve instante, observando a su alrededor para asegurarse de que el peligro había pasado. Los hombres que habían intentado secuestrarla estaban inconscientes o demasiado heridos como para levantarse. Él suspiró, metiendo las manos en los bolsillos.

Sora: Ya te lo dije. Soy tu guardián —respondió sin emoción, como si esas palabras fueran una declaración puramente funcional.

Ayame dio un paso hacia él, su miedo lentamente reemplazado por una mezcla de frustración y curiosidad.

Ayame: No hablas como alguien que vino a salvarme. Ni siquiera pareces... humano.

La mirada de Sora se fijó en ella nuevamente. Esta vez, aunque seguía siendo fría, había algo en sus ojos que parecía un destello de reconocimiento, una chispa fugaz que desapareció tan rápido como llegó.

Sora: ¿Humanidad? —repitió con un tono distante, casi reflexivo—. Es algo que abandoné hace mucho tiempo.

Esas palabras la golpearon como una corriente helada. Ayame quiso replicar, exigir una respuesta más clara, pero antes de que pudiera hacerlo, Sora dio un paso hacia ella, inclinándose ligeramente para mirarla a los ojos.

Sora: Lo único que necesitas saber es que estarás a salvo mientras yo esté aquí —dijo, con un tono tan convincente como inquietante.

Sin esperar respuesta, Sora se enderezó y comenzó a caminar hacia el deportivo que había estacionado cerca, dejando a Ayame inmóvil, aún procesando lo que acababa de escuchar.

Ella lo siguió con la mirada, sintiendo una mezcla de alivio, inquietud y una pregunta que no podía dejar de rondar en su mente:

Ayame:(¿Quién es este hombre realmente... y por qué siento que estar cerca de él es tan seguro como peligroso?)

Sora abrió la puerta del lado del copiloto de su deportivo, un auto de líneas elegantes y curvas que reflejaban el brillo de las luces de la calle. Ayame lo miró, sorprendida.

No solo por el rescate, sino también por el lujo del vehículo. Era algo que solo había visto en revistas o en películas, y ahora estaba frente a ella, invitándola a entrar.

Ayame: ¿Esto... esto es tuyo? —preguntó con voz temblorosa, su confusión evidente.

Sora: Sí —respondió sin emoción, como si la pregunta no tuviera relevancia—. Ahora sube. No es seguro aquí.

Ayame, todavía aturdida por todo lo que acababa de suceder, obedeció lentamente. Su mirada alternaba entre el auto y Sora, intentando procesar la situación. Al sentarse en el asiento, la suavidad del cuero y el impecable diseño del interior la dejaron sin palabras. Por un momento, olvidó el caos reciente.

Sora cerró la puerta con calma y caminó hacia el asiento del conductor. Subió al auto con movimientos rápidos y precisos, como si cada acción estuviera ensayada. Encendió el motor, y el rugido bajo y potente llenó el aire, resonando como una bestia domada.

Ayame lo miró mientras se ajustaba el cinturón de seguridad. Su rostro seguía siendo imperturbable, pero había algo en su actitud que no parecía amenazante. Más bien, desprendía una extraña sensación de seguridad.

Ayame: Esto... esto no tiene sentido —murmuró ella, rompiendo el silencio mientras el auto comenzaba a moverse suavemente. Miró a Sora con una mezcla de confusión y curiosidad—. ¿Quién eres realmente? ¿Por qué me salvaste?

Sora no apartó la vista del camino, sus manos firmes en el volante.

Sora: Te dije que soy tu guardián —respondió con la misma calma imperturbable de antes—. Pero ahora mismo no es el momento para explicaciones.

Ayame frunció el ceño, queriendo insistir, pero algo en el tono de Sora le indicó que no obtendría más respuestas. Sus ojos rojos lo estudiaron detenidamente, buscando algún indicio de mentira, alguna fisura en su fachada de hielo. Sin embargo, no encontró nada.

Y, extrañamente, no sintió que la estuviera engañando. Al contrario, algo en su presencia le transmitía una extraña sensación de verdad y confianza, aunque no sabía por qué.

Ayame: Está bien... —murmuró finalmente, recargándose contra el asiento mientras desviaba la mirada hacia la ventana. El paisaje nocturno pasaba rápido a su lado, luces y sombras entrelazándose en un espectáculo que parecía sacado de un sueño.

El silencio volvió a llenar el auto, pero esta vez no era incómodo. Era un momento de calma después de la tormenta, un respiro antes de que las preguntas y los conflictos volvieran a surgir.

Sora, sin embargo, notó el ligero temblor en las manos de Ayame. Aunque no dijo nada, ajustó el espejo retrovisor y aumentó un poco la velocidad, decidido a llevarla a un lugar seguro cuanto antes.

Ayame: (Tal vez aún no lo sepa)-pensó Ayame mientras miraba el reflejo de las luces en el vidrio-(pero siento que, a pesar de todo, puedo confiar en él.)

En otro lugar

En una enorme sala iluminada por una araña de cristal, un hombre de porte elegante pero mirada gélida observaba a sus secuaces con una mezcla de frustración y desdén. Su traje oscuro perfectamente ajustado y su presencia imponente lo marcaban como alguien acostumbrado al poder absoluto. Frente a él, un grupo de hombres permanecía inmóvil, temblando bajo el peso de su ira contenida.

El hombre, conocido simplemente como Kaito Shiranami, líder de un peligroso clan criminal, golpeó la mesa de roble frente a él con un puño cerrado. Documentos, fotos y mapas cayeron al suelo por la fuerza del impacto.

Kaito: ¡Una simple tarea! —bramó con una voz grave que resonó en toda la sala—. Todo lo que tenían que hacer era capturar a esa chica. ¡Solo una maldita chica! ¿Cómo es posible que hayan fallado?

Uno de los secuaces, un hombre delgado con una máscara negra, dio un paso al frente, intentando explicarse:

??: Señor Shiranami, todo iba según el plan... hasta que apareció un chico. Un... misterioso individuo.

Kaito alzó una ceja, su rostro endureciéndose aún más.

Kaito: ¿Un chico? —preguntó con un tono afilado como un cuchillo—. ¿Y ese “chico” acabó con todo su equipo?

El secuaz tragó saliva y asintió nerviosamente.

??: Sí, señor. Era rápido... preciso. No pudimos reaccionar a tiempo. Algunos dicen que no parecía humano.

Kaito se levantó lentamente, su mirada fija en el hombre que hablaba. Sacó de su chaqueta un arma plateada con grabados intrincados, un arma que no solía usar a la ligera.

Kaito: Entonces, ¿me estás diciendo que no solo perdiste a la chica, sino que también permitiste que un desconocido interfiriera en mis asuntos? —preguntó con una calma que era más aterradora que su ira abierta.

El secuaz dio un paso atrás, levantando las manos en señal de rendición.

??: Señor, le juro que fue inesperado. Pero... podemos encontrarlo. Sabemos que está protegiendo a la chica.

Sin previo aviso, Kaito apretó el gatillo, y un disparo seco resonó en la sala. El secuaz cayó al suelo sin vida, mientras los demás retrocedían instintivamente.

Kaito guardó el arma con movimientos pausados, como si lo que acabara de hacer no tuviera importancia alguna. Luego, dirigió su mirada al resto de los hombres, quienes mantenían la cabeza baja, evitando cualquier contacto visual.

Kaito: Escuchen bien, inútiles —dijo con frialdad—. Esa chica es la clave de todo. No me importa quién se interponga, quiero que encuentren a ese chico y lo eliminen. Pero primero, tráiganme a Ayame Tatsumi... viva.

Uno de los hombres más altos, con una cicatriz cruzándole el rostro, dio un paso al frente y asintió con firmeza.

??: No fallaremos esta vez, señor.

Kaito se inclinó ligeramente hacia él, su rostro a solo unos centímetros.

Kaito: Más vale que no lo hagan, porque si vuelven a fallar... ustedes mismos desearán no haber nacido.

El grupo salió rápidamente de la sala, dejando a Kaito solo. Se acercó a la ventana, desde donde se veía la extensa propiedad iluminada por la luna.

Kaito:(Eres más valiosa de lo que crees, Ayame Tatsumi)- pensó con una sonrisa torcida- (Y no descansaré hasta tenerte bajo mi control).

Con sora y ayame

El motor del auto rugía suavemente mientras Sora mantenía su mirada fija en la carretera. Sus manos firmes en el volante mostraban su total concentración, como si nada más en el mundo existiera. A su lado, Ayame se removía incómoda en el asiento. El interior del auto, aunque lujoso, parecía demasiado silencioso, cargado de una tensión que no sabía cómo romper.

Miró de reojo a Sora, observando con más detalle su rostro. Aunque su expresión era tranquila, su mandíbula tensa y sus ojos azules, fríos y calculadores, mostraban que detrás de esa calma había algo mucho más complejo. Cada tanto, su mirada se deslizaba por los espejos, vigilante. Era claro que no bajaba la guardia ni un instante.

Ayame apretó las manos sobre su regazo, intentando juntar el valor para decir algo.

Ayame:(Si quiero ser alguien reconocida por quien soy y no por mi apellido, debo aprender a hablar con las personas. Esto... esto es mi oportunidad)- pensó para sí misma.

Ayame: Ehm... gracias por ayudarme antes —murmuró finalmente, su voz apenas audible.

Sora no respondió de inmediato, pero sus ojos se desviaron brevemente hacia ella antes de volver a la carretera.

Sora: No fue nada —respondió con simpleza, su tono neutral, casi mecánico.

Ayame frunció ligeramente el ceño. No era exactamente el tipo de respuesta que esperaba, pero al menos era un comienzo.

Ayame: ¿Siempre eres así de callado? —preguntó, esforzándose por sonar más relajada.

Sora arqueó una ceja, claramente sorprendido por la pregunta, pero no apartó la vista del camino.

Sora: Depende de con quién hable.

Ayame sintió un leve sonrojo en sus mejillas ante la indirecta. Decidida a no quedarse atrás, miró fijamente a su rostro mientras intentaba encontrar algo más que decir. Fue entonces cuando notó las pequeñas cicatrices cerca de su mandíbula y cuello, apenas visibles bajo la tenue luz del tablero del auto.

Ayame: Esas cicatrices... —dijo de pronto, sin pensar.

Sora suspiró, claramente consciente de su curiosidad.

Sora: Son parte del trabajo —respondió, cortante, dejando claro que no quería hablar del tema.

Ayame desvió la mirada, sintiéndose algo avergonzada por haberlo mencionado. Pero antes de que pudiera disculparse, Sora habló.

Sora: No deberías preocuparte tanto por cosas como esas. Mejor concéntrate en lo que sigue.

Ayame parpadeó, confundida.

Ayame: ¿Qué sigue?

Sora: El hecho de que alguien intentó secuestrarte. Esto no terminará aquí —dijo  con una seriedad que la hizo estremecer.

Ayame sintió un nudo en el estómago al recordar lo sucedido. Bajó la mirada, apretando las manos contra sus piernas.

Ayame: No entiendo por qué alguien querría hacerme daño —dijo en voz baja.

Sora la miró de reojo, evaluándola. Suspiró ligeramente antes de hablar.

Sora: Porque no ven a Ayame Tatsumi, la chica de secundaria. Ven a la heredera de uno de los clanes más poderosos de Japón. Para ellos, eres un objetivo. Una pieza clave.

Sus palabras cayeron como un balde de agua fría. Ayame se quedó en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Era lo mismo que su abuelo siempre le había dicho, pero escucharlo de alguien más lo hacía más real.

Ayame: Pero yo no pedí ser parte de ese mundo... —murmuró, casi para sí misma.

Sora no respondió de inmediato. En su lugar, redujo la velocidad mientras tomaba una curva cerrada. Luego, con un tono más suave de lo que ella esperaba, dijo.

Sora: Nadie elige dónde empieza, pero todos pueden decidir cómo terminar.

La frase resonó en su mente. Lo miró nuevamente, y aunque sus ojos seguían tan inexpresivos como siempre, algo en sus palabras le pareció genuino.

Por primera vez en mucho tiempo, Ayame sintió que alguien la veía más allá de su apellido.

El silencio en el interior del auto deportivo era palpable. El suave ronroneo del motor acompañaba el nervioso golpeteo de los dedos de Ayame sobre sus piernas. Finalmente, se atrevió a romper el incómodo ambiente.

Ayame: Antes dijiste que eras mi guardián... ¿te podrías explicar mejor? —preguntó, su voz temblando ligeramente. Luego bajó la mirada, como si sus palabras fueran demasiado atrevidas. —Y lamento si estoy siendo molesta, solo... quiero entender.

Sora la miró brevemente por el rabillo del ojo, y luego volvió su atención al camino. Sus dedos tamborilearon contra el volante, como si estuviera evaluando si debía hablar ahora o guardar silencio. Finalmente, dejó escapar un leve suspiro.

Sora: No tiene sentido ocultarte esto ahora —dijo, su tono más serio que nunca—. Así que te diré la verdad, aunque tal vez me veas de forma diferente después de escucharlo.

Ayame levantó la cabeza, con el ceño fruncido. Estaba confundida, pero también intrigada. Sus manos apretaron la tela de su falda mientras esperaba lo que él tenía que decir.

Sora continuó, con su mirada fija en la carretera.

Sora: Soy un asesino.

Las palabras cayeron como una bomba en el interior del auto. Ayame abrió los ojos de par en par, el aire escapando de sus pulmones. Antes de que pudiera procesar del todo lo que acababa de escuchar, él prosiguió.

Sora: Me dieron la misión de ser tu guardián. Mi trabajo es asegurarme de que no te pase nada... incluso tu abuelo estuvo de acuerdo con esto.

Ayame se quedó en blanco por un momento, incapaz de formular una respuesta inmediata. Su mente se llenó de preguntas, de dudas, pero lo que más resonaba en su interior era una mezcla de incredulidad y desconcierto.

Ayame: ¿Mi abuelo...? —murmuró finalmente, con un hilo de voz.

Sora asintió, sin apartar la vista de la carretera.

Sora: Él sabe quién soy, sabe lo que hago. Y aun así decidió que yo era la mejor opción para protegerte.

Ayame se llevó una mano al pecho, como si tratara de calmar los latidos descontrolados de su corazón. Un asesino... Su abuelo había confiado su seguridad a un asesino.

Ayame: ¿Por qué...? —preguntó, su voz casi inaudible.

Sora giró el volante con precisión mientras tomaba otra curva.

Sora: Porque tu abuelo entiende que el mundo en el que estás no es seguro. Los clanes, el poder, las rivalidades... siempre hay alguien dispuesto a destruirte para ganar más terreno. Él pensó que un asesino sería más eficaz para protegerte que cualquier guardaespaldas promedio.

Ayame se quedó en silencio, mordiéndose el labio inferior mientras procesaba sus palabras. Finalmente, levantó la mirada hacia él.

Ayame: ¿Y tú? —preguntó con más firmeza de la que esperaba tener—. ¿Qué piensas de esto?

Sora hizo una pausa, como si estuviera considerando su respuesta.

Sora: No me dieron muchas opciones —admitió finalmente, con un leve encogimiento de hombros—. Pero una vez que acepté, es mi trabajo hacerlo bien. No soy alguien que falle.

Las palabras eran simples, pero había algo en su tono que la hizo creerle. Aun así, el peso de la revelación era demasiado grande. Ayame volvió a mirar hacia el frente, su mente un torbellino.

Un asesino como su guardián. ¿Qué significaba eso para su vida de ahora en adelante? Y más importante aún, ¿podría realmente confiar en alguien como él?

El silencio volvió a llenar el auto, pero esta vez no era incómodo. Había algo nuevo en el aire: una conexión, frágil pero real. Ayame cerró los ojos, tomando una respiración profunda mientras intentaba encontrar sentido a todo esto.

Ayame: No sé si puedo confiar en ti todavía... pero gracias por salvarme —dijo finalmente, su voz suave pero sincera.

Sora asintió ligeramente, sin apartar la vista de la carretera.

Sora: No espero que confíes en mí de inmediato. Pero mientras esté aquí, nadie te hará daño. Eso te lo puedo garantizar.

Ayame miró por la ventana, sus pensamientos aún enredados, pero con una pequeña chispa de esperanza naciendo en su interior.

El ambiente en el auto se volvía denso y tenso. Sora mantuvo su mirada fija en la carretera mientras Ayame, aún procesando lo que le había dicho, trataba de calmar sus pensamientos. Sin embargo, algo la hizo poner alerta, algo en el aire que no podía identificar.

De repente, Sora sintió un leve cambio en la vibración del coche, algo que alertó sus sentidos. En un abrir y cerrar de ojos, giró el volante y aceleró un poco más, su mirada ahora más intensa y decidida.

Ayame, al notar el cambio, se tensó al instante.

Ayame: ¿Qué pasa? —preguntó, su voz tensa.

Sora no le respondió de inmediato, sus ojos ahora analizando el retrovisor y los espejos laterales con extrema precisión. Fue entonces cuando Ayame vio lo que había captado su atención: dos motos, rápidamente acercándose por ambos lados del auto.

Sora: Problemas —respondió sin alterar su tono, manteniendo el control total del volante mientras aceleraba un poco más.

Ayame miró rápidamente hacia los lados y vio a los motociclistas, dos hombres con cascos oscuros, uniformados y armados. En un abrir y cerrar de ojos, las motos se alinearon perfectamente a ambos lados del auto, dejando poco espacio para maniobrar. La imagen de las armas, un par de MP9, brilló de forma inquietante bajo las luces de la calle.

El miedo se apoderó de Ayame. Se sintió atrapada, sin salida. Su respiración se volvió irregular mientras miraba a los hombres con las armas, sus dedos ya apretando el asiento, temerosa de lo que pudiera ocurrir.

Ayame; Sora... —susurró, con los ojos grandes de terror—. ¿Qué vamos a hacer?

A pesar de la situación claramente peligrosa, Sora seguía calmado, casi como si nada estuviera fuera de lo común. Su rostro permanecía impasible, sin mostrar la menor señal de estrés. Miró a Ayame brevemente, viendo el miedo en sus ojos.

Sora: No te preocupes. —Su tono era firme, casi tranquilizador, pero al mismo tiempo, sin el más mínimo asomo de duda.

Ayame no entendía cómo podía estar tan tranquilo. Mientras tanto, los motociclistas comenzaron a acercarse aún más, bloqueando cualquier posible intento de escape. Ayame podía escuchar el zumbido de las motocicletas, la sensación de peligro era palpable.

De repente, uno de los hombres en la moto de la derecha levantó su MP9, apuntando directamente al auto. Ayame contuvo la respiración, esperando el impacto, pero Sora, con un reflejo impecable, movió el volante con rapidez, esquivando el disparo con facilidad. Los proyectiles pasaron silbando junto a ellos.

Sora: Están buscando problemas, y los encontrarán —dijo su voz ahora fría, sin un atisbo de emoción.

Antes de que Ayame pudiera preguntar más, Sora pisó el freno a fondo donde a momento que los motocicletas sacando su armas el auto frento y ambos se fueron de largo, en ese momento sora dio un derrape de lado izquierdo bajando su ventana mostrando que en su mano tenía  subfusil.

Con una gran precisión dispararía a la llanta delantera de uno de los motociclistas ocasionado que caiga al suelo rodando brevemente, se levantaría viendo a frente solo para como el auto  aceleraba a fondo, antes de hacer una maniobra dando un derrape y golpeado al sujeto con la parte trasera del coche mandando a volar, esto soprendio ayame por la habilidad que sora demostraba pero más por la arma que tenia.

Sora a pesar de acaba con uno faltaba otro y veía como venía hacia ellos, pero con un gran manejo en el volante

saltó hacia adelante con una velocidad sorprendente, dejando a las motos atrás. Los motociclistas intentaron seguirlos, pero Sora los había dejado atrás en cuestión de segundos.

Ayame respiró hondo, tratando de calmar su mente, aunque la adrenalina seguía corriendo en sus venas. ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Por qué estaban persiguiéndolos? Y, lo más importante, ¿cómo Sora pudo mantenerse tan sereno en una situación como esa?

El coche seguía avanzando a gran velocidad, pero Ayame ya no sabía si podía confiar en la calma de Sora o si había algo mucho más peligroso esperándolos en el futuro.

El chirrido de las llantas llenó el aire mientras el auto de Sora reducía la velocidad abruptamente. La inercia sacudió a Ayame en su asiento, quien se agarró instintivamente al tablero mientras el vehículo se inclinaba levemente hacia un lado. El sonido de los neumáticos desinflándose fue inconfundible. Sora controló el volante con precisión, guiando el coche hacia un almacén abandonado que apareció justo al borde de la carretera.

El auto finalmente se detuvo con un último rechinido. Ayame, con los ojos abiertos por la sorpresa, respiró profundamente para calmarse, claramente desorientada.

Sora: ¿Estás bien? —preguntó girando su cabeza hacia ella con una expresión tranquila pero analítica.

Ayame tardó un segundo en responder, todavía tratando de procesar lo que acababa de ocurrir. Finalmente asintió, aunque su respiración seguía siendo irregular.

Ayame: Sí... creo que sí —respondió con voz temblorosa, mirándolo a los ojos por un instante.

Sora asintió ligeramente, satisfecho de que no estuviera herida, pero su atención rápidamente se desvió hacia los alrededores. Algo no estaba bien. Salió del coche, cerrando la puerta con fuerza, y caminó alrededor para inspeccionar los neumáticos. Tal como sospechaba, las llantas estaban completamente desinfladas.

Sora: Tch... una emboscada —murmuró para sí mismo.

Antes de que pudiera pensar en su próximo movimiento, un ruido en la distancia llamó su atención. Giró la cabeza hacia la entrada del almacén y vio cómo varios autos se acercaban rápidamente, sus faros iluminando la oscura estructura. Uno tras otro, cinco vehículos se detuvieron formando un semicírculo, bloqueando cualquier posible salida.

Sora: Esto no pinta bien —dijo en voz baja, más para sí mismo que para Ayame.

Desde los autos comenzaron a salir hombres, todos vestidos de negro, algunos armados con bates, cadenas y cuchillos. El sonido de las puertas cerrándose resonó en el almacén vacío, un eco que parecía amplificar la tensión en el aire.

Ayame, aún dentro del coche, miró la escena con creciente preocupación. Abrió ligeramente la puerta y asomó la cabeza, viendo cómo Sora se mantenía firme frente a la situación.

Ayame: ¿Qué está pasando? —preguntó, su voz un hilo de incertidumbre.

Sora no la miró, sus ojos estaban fijos en los hombres que se acercaban lentamente, como depredadores rodeando a su presa.

Sora: Quédate en el coche. No salgas por nada —ordenó con un tono firme, dejando claro que no estaba dispuesto a discutir.

Ayame quiso protestar, pero algo en el tono de Sora la hizo detenerse. Había una autoridad en su voz que no podía ignorar. Cerró la puerta del coche y se encogió en su asiento, observando nerviosamente cómo Sora enfrentaba a los hombres.

Uno de ellos, claramente el líder, dio un paso adelante con una sonrisa arrogante en el rostro.

??: Vaya, vaya, parece que encontramos a nuestro héroe —dijo con sarcasmo, sosteniendo un bate de metal sobre su hombro—. Devuélvenos a la chica, y tal vez salgamos de aquí sin romperte demasiado los huesos.

Sora levantó una ceja, sin perder su calma característica. Dio un paso al frente, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta.

??: ¿De verdad creen que esto va a terminar bien para ustedes? —preguntó, su voz baja pero cargada de peligro.

El líder de los hombres rió, claramente subestimándolo.

??: No sé quién eres, pero aquí somos mayoría. Así que te daré una última oportunidad: entréganos a la chica.

Sora esbozó una leve sonrisa, pero sus ojos seguían tan fríos y calculadores como siempre. Sacó lentamente las manos de sus bolsillos y dio un paso más hacia adelante.

Sora: Deberían haber traído más hombres. —Su voz era un susurro afilado que cortó el aire como un cuchillo.

El ambiente se tensó aún más mientras los hombres comenzaban a rodearlo, pero Sora permanecía inmóvil, como un lobo rodeado por perros. Ayame, desde el coche, observaba con el corazón latiendo descontroladamente, incapaz de apartar la mirada de la escena que se desarrollaba frente a ella.

En eso unos de los secuaces apuntaba a sora con una de las armas, mientras este parecía escéptico como si esto no de importaba.

??: Será mejor que te rindas, te superamos en numero asi que sera mejor que entregues a la chica.

Sora permaneció con esa tranquilidad de siempre donde a mira supo que había un total de 25 persona, sabía lo que tenía hacer

??: Así que por que no nos entrega a esa chica y te daremos una muerte lenta y dolorosa.

Sora: Pues pierde su tiempo- diría tranquilo viendo al líder- Por qué mientras siga aquí no la tocará.

Aquella palabra sorprendiendo mucho a Ayame no espero que un asesino estaba dispuesto a salvar su vida incluso si su clan era uno de lo más fuerte.

??: Como sea, acaba con  el- menciono a su secuaz que apuntaba con un arma a Sora quien permanecía inmune, hasta que disparo.

Todo se veía en cámara lenta hasta que de lo que podría similar sombra una katana apareció por arte de magia en la mano de sora donde en un movimiento preciso hizo que lo que estaba ahí se soprenda.

El almacén quedó en completo silencio, excepto por el eco del disparo que había sido desviado. El sonido metálico resonó cuando la katana de Sora salió a la luz, brillando con una intensidad que parecía dominar la penumbra del lugar. Su hoja delgada y perfectamente afilada parecía más un arma ceremonial que algo usado en combate, pero en sus manos era evidente que era una extensión letal de él mismo.

Ayame, desde el auto, observó la escena con los ojos muy abiertos. Había estado conteniendo el aliento desde el momento en que vio al hombre disparar. Ahora, al ver cómo Sora había desviado la bala con un movimiento tan preciso y calculado, su preocupación se mezcló con una sensación de asombro.

El hombre que había disparado dio un paso atrás, su rostro palideciendo al comprender lo que acababa de suceder.

??: ¿Cómo...? —murmuró, sin poder completar la pregunta.

El líder de los secuaces dio un gruñido de frustración, claramente molesto por la demostración de habilidad de Sora.

??: Última advertencia —gruñó, aunque su tono traicionaba un ligero temor—. Baja esa arma y dime dónde está la chica.

Sora levantó la katana con calma, el filo reflejando la escasa luz del almacén. Sus ojos azules se fijaron en el líder, tan fríos como el acero que sostenía.

Sofa: ¿Hablar? —repitió con una leve inclinación de la cabeza, su tono gélido y lleno de desdén—. ¿Con gente como tú? No, gracias.

Ayame, al escuchar esas palabras desde su escondite en el auto, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No podía negar el miedo que la situación le generaba, pero había algo en la voz de Sora, algo en su confianza inquebrantable, que le hacía sentir un pequeño atisbo de seguridad.

El líder no respondió de inmediato, claramente luchando por mantener su compostura.

??: ¡Dispárenle! —ordenó finalmente, perdiendo la paciencia.

Varios de los hombres levantaron sus armas, apuntando directamente a Sora. Pero él no se movió. Su postura seguía siendo relajada, casi despreocupada, mientras mantenía la katana en su mano derecha.

Entonces, justo antes de que el primer disparo pudiera salir, Sora se lanzó hacia adelante con una velocidad sobrehumana. En un abrir y cerrar de ojos, estaba frente al primer hombre, desarmándolo con un movimiento rápido de su katana antes de empujarle con el hombro, haciéndolo caer al suelo.

Ayame se cubrió la boca para no gritar al ver la escena. Era como si Sora estuviera en un baile mortal, cada movimiento calculado, cada ataque ejecutado con una precisión aterradora.

Los hombres comenzaron a retroceder, pero Sora no les dio tiempo de reagruparse.

Sora: Dije que no iba a hablar —murmuró mientras giraba su katana con un movimiento fluido, colocándola frente a él—. Así que ahora ustedes empezarán a escuchar.

El almacén estalló en caos mientras Sora avanzaba, enfrentándose a los secuaces uno por uno con una maestría que parecía imposible. Desde su escondite, Ayame no podía apartar los ojos de él, su miedo mezclándose con una admiración creciente.

El almacén se llenó de caos y el eco ensordecedor de los disparos resonó en el aire. Sora se movía como una sombra, sus pasos eran rápidos y calculados, su figura apenas perceptible para los atacantes que intentaban alcanzarlo con sus armas.

Mientras avanzaba hacia el cuarto hombre, éste lanzó un derechazo con toda su fuerza, pero Sora, con una elegancia fluida, se agachó a tiempo, dejando que el golpe pasara sobre su cabeza. Sin perder el ritmo, utilizó el giro de su eje para esquivar hacia el lado contrario, quedando directamente detrás de su oponente. Un instante después, su katana atravesó la espalda del hombre con una precisión letal, asegurándose de que no tuviera tiempo de reaccionar.

Antes de que pudiera liberar la hoja, los demás hombres comenzaron a disparar en su dirección. Sin dudarlo, Sora utilizó el cuerpo de su enemigo caído como un escudo improvisado, bloqueando los proyectiles mientras calculaba su siguiente movimiento.

El sonido de las balas perforando el cuerpo resonó en el almacén, pero Sora permaneció imperturbable. Cuando escuchó el característico clic de las armas que necesitaban recargarse, aprovechó el momento. Con un movimiento rápido, dejó caer el cuerpo y, de las fundas ocultas bajo su ropa, sacó dos pistolas automáticas.

Los atacantes apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de que Sora comenzara a disparar con una precisión impecable. Cada bala encontraba su objetivo, desarmando y neutralizando a los hombres con una eficiencia aterradora.

A pesar del número de enemigos, Sora mantenía la calma, avanzando con pasos firmes y movimientos fluidos. Cambiaba entre sus pistolas y su katana con una destreza casi inhumana, combinando disparos y cortes en un ritmo mortal que reducía las filas de sus enemigos rápidamente.

Desde su escondite en el auto, Ayame observaba todo con una mezcla de terror y asombro. Nunca había visto algo así, y la precisión letal de Sora le hacía preguntarse si realmente era humano.

El último hombre intentó retroceder, el miedo evidente en sus ojos mientras disparaba al azar en un intento desesperado de defenderse. Pero Sora, con su rostro imperturbable y su mirada fría, desvió los disparos con su katana antes de disparar una bala precisa que desarmó al hombre, dejándolo de rodillas.

El silencio cayó sobre el almacén, roto solo por el sonido de los pasos de Sora mientras se acercaba al último hombre. Con las pistolas aún en mano, lo miró fijamente.

Sora: Espero que hayan aprendido la lección —dijo con voz baja pero gélida, guardando lentamente las armas en sus fundas mientras el último atacante temblaba de miedo.

El líder temblaba, incapaz de procesar cómo había llegado a ese punto. Frente a él estaba Sora, un asesino cuya reputación infundía terror incluso entre los más peligrosos. Los rumores de aquel joven imbatible, frío como el acero, se materializaban ante sus ojos.

Sora caminaba lentamente, sus pasos resonaban en el almacén vacío, cargados de una autoridad que hacía imposible que el líder escapara. Cada paso hacia él era una sentencia.

Sora: ¿Quién te envió? —preguntó con una voz carente de emoción, pero que contenía una fuerza que exigía la verdad.

El líder sabía que no había salida. Tragó saliva y, entre temblores, respondió:

??: ¡K-Kaito! Fue Kaito quien nos contrató… Nos ordenó traerla… viva.

Sora inclinó ligeramente la cabeza, como si confirmara algo. Su mirada, fría y analítica, se mantuvo fija en el hombre por unos segundos. Luego, sin más, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida.

El líder observó cómo aquel chico, quien había destrozado a su equipo con una precisión aterradora, le daba la espalda. Su mente, impulsada por la desesperación y el orgullo herido, se centró en el arma caída cerca de él. Con un movimiento rápido, la tomó, levantándola con un grito de rabia.

??: ¡No te irás tan fácilmente!

El sonido del metal cortando el aire fue lo único que el líder escuchó antes de sentir un dolor intenso en el pecho. Miró hacia abajo, con los ojos desorbitados, para encontrar la katana de Sora atravesándolo de lado a lado.

Sora, sin cambiar su expresión, se había dado la vuelta en un movimiento fluido, lanzando la espada con una precisión impecable. Observó cómo el líder se tambaleaba, intentando mantenerse de pie, mientras un hilo de sangre le corría por la comisura de los labios.

Sora: La desesperación siempre los hace predecibles —murmuró caminando hacia el cuerpo tambaleante del líder.

El hombre cayó de rodillas, intentando hablar, pero las palabras se ahogaban en su garganta. Sora recuperó su katana con un movimiento limpio, mientras el cuerpo del líder se desplomaba sin vida al suelo.

Guardando su espada, Sora se dirigió al auto donde Ayame lo esperaba, su rostro pálido y lleno de preocupación. A pesar del miedo en sus ojos, algo en su mirada mostraba una pequeña chispa de confianza en aquel asesino que acababa de salvarla.

Continuará.......

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