Jeon Jungkook cruzó los brazos y se apoyó en el respaldo del sillón, sin sacarme los ojos de encima.

—Número uno: nada de chofer. Yo conduciré.

—De acuerdo.

—Número dos: no más amenazas de despido.

Jungkook suspiró y asintió.

—Número tres: todas las mañanas quiero mi café caliente y beberlo sin interrupción.

Me miró asombrado y asintió.

—¿Es todo?

—No. Número cuatro: tendrás que aprender a manejar un arma y defensa personal. Yo mismo te instruiré.

—¿Estás loco? Para eso estás tú.

—Eventualmente, puede no ser  suficiente. Tienes que poder defenderte.

—¡No, no y no!

Me paré de mi asiento, le di la espalda y le dije:

—Entonces, no hay nada más que hablar. Que tengas un buen día,  mi jefe se contactará contigo.

Me dirigía a la puerta  cuando el grito furioso de Jeon Jungkook perforó mis oídos. Luego un jarrón pasó volando sobre mi cabeza para hacerse añicos contra la puerta.

De un salto llegué donde el estaba tomándolo furioso de los hombros y acerqué mi rostro al suyo.

—¡Lo tomas o lo dejas! No soportaré berrinches de niño malcriado.

Nuestras respiraciones se mezclaban y su perfume inundaba mis sentidos.
Noté como poco a poco empezó a controlarse, volviendo a su yo frío y distante.

—Sueltame —dijo con su voz acerada.

—¡No! Hasta que tomes una decisión y me la digas de manera educada.

—De acuerdo—. Masculló entre dientes —Si algo sale mal, tú serás el único responsable.

Lo solté rápidamente. Su contacto ya me empezaba a quemar. Él se arregló la chaqueta arrugada en sus hombros.

¡Mierda me olvidé con la furia de su hombro lesionado!

—Siempre me hago responsable. Lo espero en la sala para irnos a la empresa. Y toma dos analgésicos.

Salí de la oficina.

Éste chico no iba a intimidarme,  yo era el adulto.