El grito de Anubis
Cuando volví en mí, realmente no sabía lo que había ocurrido.
Era la noche de Halloween y mi amigo y yo habíamos tenido la idea de irnos de la fiesta. Estábamos en Egipto, lugar de los dioses y eso se veía en cada disfraz. Salimos corriendo del lugar, impulsados por la emoción, atravesando la calle sin saber siquiera a dónde íbamos. Pasamos por una verja, en la parte superior decía: "Paraíso occidental", y fue cuando a lo lejos vimos una luz que se posaba encima de algún objeto desconocido. Corriendo para allá, seducidos por la curiosidad, era una máscara, simulaba la cabeza del Dios Anubis.
La tomé entre mis manos y de repente un rayo cayó del cielo, tan fuerte que le había dado luz a todo el lugar. En aquel momento pude descubrir que estábamos en un cementerio.
—Vámonos de aquí Claudio —Me dijo Martín con la voz entrecortada.
Pero no pude evitar usar la máscara. Cuando la coloqué en mi rostro, sentimos un grito que nos hizo correr.
Corrimos, brincamos, saltamos entre las tumbas, aún teníamos la sensación de que alguien nos venía siguiendo. A cada paso que daba los sentía, como las garras y el aullido de algo nos venía alcanzando. Comencé a notar una sensación extraña, por mi mente pasaban imágenes de dioses, funerales y de muchas personas arreglando a muertos y a vivos para ser momificados. Volvimos a sentir un grito, uno que está vez nos mantuvo paralizados. Todo se desvaneció.
Volví a abrir los ojos, está vez me encontraba en unos aposentos en ruinas y por más que quería no podía mencionar palabra alguna, solo estaba consciente de algo, llevaba puesta la máscara de Anubis.
—Ve hacia él y mátalo —dijo una voz a mi oído.
Sin saber la razón no pude girar la cabeza hacia atrás, solamente sentí unas garras que encajaban sus uñas en mi piel y una perturbadora voz que me decía que, si no era él, seria yo.
Sin pensar cogí un puñal, uno grande y me acerqué a una mesa, allí estaba Martín. Ahora entendía aquellas palabras, tenía que matarlo. Martin rogaba por su vida, como un animal que sabía que moriría. Pude sentir como mis manos, lejos de mi control, cortaban y apuñalaban cada trozo de su ser, adoraba sus gritos de ayuda y súplica, podía decir que me alimentaban. Cuando terminé otros limpiaron el cuerpo mientras lo convertían en mi obra de arte, una momia.
«Estamos hechos para matar», oía una y otra vez esa voz en mi cabeza. Aún con el puñal en la mano, vi de momento como varios jaguares se acercaron a mí.
—Ahora te toca traerme carne fresca, es Halloween quiero más sangre.
Él era mi Dios y por alguna razón inexplicable, yo su siervo e iría en busca de nuevas víctimas.
—Hey, mira al dios Anubis, que chulo —dijo un supuesto Hermes, preguntando de una manera jocosa si lo mataría.
Le susurré al oído, sonreí y lo llevé camino al cementerio.
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