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Capítulo 9: Una bifurcación en el camino (editado)

Taissa notó cómo la zarandeaban antes de escuchar voces intercambiadas en una conversación, que en su adormilado cuerpo, no quiso prestarles atención. Cansada y casi sin poder moverse, lo único que deseaba era que hubiera silencio.

Las manos que habían estado presionándola para que se despertarse del todo la soltaron, y Taissa, tomándolo como una victoria personal, enterró más la cara en su brazo. Mas la paz no duró demasiado, pues el agua fría se estalló contra su rostro y consiguió lo que antes no habían podido, espabilarla por completo.

El primer rostro que vio fue el de Rob sobre ella, con una pequeña sonrisa ladeada. Taissa tosió sacando lo poco que había llegado hasta su garganta y él se apartó.

—Que conste que soy el tercero que intenta despertarte —dijo como si hubiese sido algo de vital importancia —. Ya sabes lo que dicen... —Taissa no continuó la frase, solo frunció más el ceño.

—A la tercera va la vencida —completó Dylan contendiendo una sonrisa. Se encogió de hombros tras su mirada de reproche —. Jordy fue el primero en intentarlo, y le golpeaste en la cara con bastante fuerza.

—No... No fue nada —Se acarició éste la mejilla derecha suavemente con la mano.

Ella los ignoró, aunque admitió sentirse un poco mal, y se levantó dignamente. Casi habían recogido todo, así que tras acabar y desayunar, volvieron a montar en los caballos. Esa vez, Dani y ella iban a la mitad del grupo, detrás de Dylan, y durante veinte minutos, el silencio fue gélido.

—¿Has hecho voto de silencio? —le preguntó, todavía mirando al frente, aunque con un tono amigable. Y Taissa supo por éste que había notado su mueca de enfado y disgusto, y como no contestó, ella continuó —. Entiendo si estás enfadada por despertarte de ese modo, pero no te lo tomes a mal, solo estaban jugando. A veces se comportan como niños.

—Me importa una mierda cómo me despertéis —dijo chasqueando la lengua, apenas consciente de lo que decía. Pero el sueño que había tenido la había levantado de mal humor: Unas altas colinas, el bullicio habitual, leer, reír, el tacto de la hierba en sus dedos... Tan bonito que cuando acabó, la puso de un humor de perros.

—Tampoco es para ponerse así.

—Lo que tú digas, princesita.

—¿Crees que no sé lo que pasa? —preguntó Dani posando sus achocolatados ojos sobre su acompañante con dureza, leyéndola como un libro abierto. Taissa vio a Dylan girarse momentáneamente, pero al ver el percal que se avecinaba volvió a poner ojos en el camino sin hacer comentario alguno —. Si es por la manera precipitada en la que salimos de la ciudad, déjame decirte que tú fuiste la que te lo buscaste —Dani había sacado provecho de lo que había sido testigo, algo que no se había esperado y que le había dolido más de lo que se habría imaginado, de lo que le habría gustado admitir. Había pensado que se podrían llevar bien, pero ya no quería tener nada que ver con ella. De su garganta salió una risa desconcertante incluso para ella —. ¿Qué tiene tanta gracia?

Su risa se apagó al momento. Su ceño se frunció y apretó los dientes con fuerza. Taissa no pudo evitar compararse con ella, pues ambas eran muy diferentes, y ella lo pudo ver claramente.

Dani, que era soldado del cuerpo externo, también era una de las pocas mujeres soldado que había en el reino, ya que desde no hacía mucho ese puesto solo había sido ocupado por hombres, por lo que requería no solo un entrenamiento exhaustivo, hasta llegar a ser el triple de buena que un hombre, sino también altos contactos para conseguir una simple oportunidad, y por otro lado ella... hija de un constructor y una costurera.

No se avergonzaba de ello, pues había quienes lo tenían peor, y sabía que sus padres se habían sacrificado por salir adelante, pero estaban hechas de manera diferente. Y cuando ese trayecto acabase, recorrerían caminos opuestos, ella sirviendo, y Dani abandonando aquella vida cuando sus padres la obligaran a contraer matrimonio.

Era lo que no les gustaba de las mujeres soldado, que tanto trabajo duro y entrenamiento tenían una fecha de caducidad muy temprana, y sin darse cuenta, eran ellas mismas las que la ponían.

—Yo me lo busqué. Es lo que has dicho, ¿no? —Su voz sonó ronca cuando habló.

—Taissa, yo-

—Tú qué sabrás.

—Sé tanto de ti como tú sabes de mí —Su ceño fruncido la trajo sin cuidado, al igual que su indignación. Que se mostraba en aumento.

—Vamos, puedo adivinarlo fácilmente —Apretó más las manos en las riendas hasta que sus nudillos se volvieron blancos y casi le dolieron —. Sólo eres una niña mimada e ignorante de lo que la carencia te hace.

—Tú no sabes de todas las cosas que se puede carecer...

—Lo que tú digas —Taissa decidió evitar seguir con una conversación que no llevaría a ninguna parte, y Dani optó por lo mismo. Y aún así, sintió las miradas a sus espaldas fijas en ella, en ambas, pero las ignoró.

Continuaron el camino calladas y con los labios en una fina línea, ni siquiera los demás les dijeron una palabra, conscientes de su mal humor. Cosa que no Taissa no agradeció, pues una pequeña conversación podría haberla ayudado a distraerse.

Aunque fuese un poco.

Y fue en ese momento, con sus hombros caídos, culpándose a sí misma (aunque en parte también a Dani, ya que tenía ira para dar y regalar) que se dio cuenta de que tomaban otro camino. Aunque le habían informado de que tomarían el rodeo para no atravesar el bosque susurrante, ese camino por el que Dylan los había guiado los alejaba todavía más de su destino.

—¿A dónde vamos? —preguntó en voz alta Taissa.

—A donde se suponía que íbamos a ir antes de que te nos unieras —comentó Dylan ignorando la pelea que al no estar sordo había escuchado —. No te mentí esa noche cuando dije que iba a partir —Sin embargo, aquella noche había sido hacía días.

—Pero tenemos que seguir la pista —razonó ella subiendo el ritmo de su caballo para colocarse a su lado, rompiendo la formación. Dylan la miró.

—Y lo haremos —concluyó —, después.

—Pero las órdenes son-

—Taissa, entiendo lo que significa para ti atrapar a ese hombre, pero vamos a desviarnos quieras o no —Taissa agrandó los ojos. Se dio cuenta de que no tenía ninguna otra opción. Volvió a la formación y cerró la boca.

No sabía qué hacer. No sabía cuáles eran las prioridades de Dylan o del resto del equipo, pero el resto de su vida dependía de llevar a ese hombre ante la justicia. Si escapaba, si el maldito grimorio desaparecía para siempre, no estaba segura de que algo pudiera salvarla.

Sin embargo, no estaba tampoco segura de que pudiera largarse e intentar llevar a cabo la misión por sí sola, o si no la atraparían antes. Solo sabía que no podía permitirse perder más tiempo. Aquel hombre ya les sacaba días de ventaja.

Se marcharía esa noche, encontraría el momento perfecto y por lo menos, no darían con ella hasta después de unas horas, pero quizá para entonces no pudiesen dar media vuelta. Si es que no la pillaban antes de poder poner distancia entre ellos.

Siguieron aquel camino por el que se fueron adentrando en aquel bosque de abedules, en la zona noroeste del marquesado de Corona. Los árboles se mecían con el viento, y los músculos se le empezaron a entumecer. Y no solo era por su escasa práctica a través de los años, sino que de pensar en siquiera intentarlo había hecho que se tensara, aunque gracias a dios, nadie la conocía lo suficiente para notarlo.

Para cuando por fin pudo calmar los nervios, no más de una hora después, el pueblo se alzaba ya más cerca de lo que había imaginado. Taissa casi cruzó los dedos. Si iban a quedarse en el pueblo, tal vez se hospedarían bajo techo, y de ser así, sería más sencillo escaparse. Taissa supuso que el tatuaje no la detendría, no mientras sus intenciones no fueran en contra de lo que había pactado.

Mientras se acercaban, Taissa comprobó que el pueblo, de hecho, era más grande de lo que pensaba y también más pintoresco. Las casas, pequeñas y hogareñas, estaban llenas de enredaderas y flores que subían por las paredes dándoles algo de color y un encanto propio. La vista hizo que un recuerdo llegase a su mente.

Recordaba haber pasado con cuatro años por un pequeño pueblo de elfos saliendo de Aurea, en la zona más rural, aunque ya había estado mucho tiempo despoblado. Por lo menos esos, que estaban demasiado a la vista. Taissa supuso que poco después lo habrían echado abajo. Aún así, ese en lo que más se le parecía era en la forma en la que las flores y las coloridas plantas de todos lados se mezclaban con las viviendas, casi camuflándolas entre el verdor.

Sin embargo, Taissa lo notó. El ambiente la oprimía. Las calles estaban desiertas, las ventanas y las puertas cerradas, y pequeños ojos se asomaban entre las grietas y en los agujeros, curiosos y temerosos.

—¿Taissa? —preguntó Dylan, quien se había girado al notar que ella se había quedado inmóvil.

—Lo siento —murmuró, golpeando el costado de su caballo con su talón y volviendo a retomar la marcha. Con una mirada preocupada, Dylan la revisó, pero Taissa lo ignoró justo antes de que un hombre saliera de uno de los edificios y los alcanzara a medio camino.

Vestía de cuero negro, o por lo menos lo vislumbró entre la larga capa que lo tapaba como una crisálida. La mitad inferior de su rostro estaba cubierto por un pañuelo y sus botas apenas emitieron un sonido cuando llegó hasta ellos. Taissa solo vio sus ojos castaños sobre una piel aceitunada suavemente.

—¿Qué has descubierto? —le preguntó Dylan.

—Algo alentador, pero no bueno —afirmó. Repasó a los demás, y frunció el ceño cuando vio a Taissa montando al lado de Dani. Y éste, en vez de preguntarle a Dylan, le echó una mirada a Dani, como preguntándole por la nueva compañía, pero ella negó —. Dejad los caballos y entremos.

Nadie se negó. Se acercaron a la taberna y a cambio de un par de monedas, guardaron los caballos en el establo del establecimiento, que estaba vacío salvo por el mozo que había salido a atenderlos. Taissa se bajó del caballo y gruñó de dolor, apenas podía moverse. Entraron por la puerta principal y un silencio sobrecogedor hizo que se sintieran en una de esas leyendas de monstruos aterradores y pueblos fantasma.

No había ni una sola conversación ya que no había ni un alma que la empezara.

Subieron por unas escaleras y en el segundo piso, el nuevo desconocido abrió una de las puertas, una habitación que supuso que éste había alquilado. La habitación era austera, aunque todo en aquel lugar lo parecía. Cuanto más tiempo pasaba ahí, más segura estaba de que debía largarse, aunque sus razones ya no eran parte de su razonamiento, sino de la animadversión que le producía.

El hombre esperó a que todos entraran antes de cerrar la puerta, no sin antes echarle otra mirada confusa. Dylan se quedó apoyado en la chimenea apagada, Jordy ojeó por la ventana llena de mugre, Dani se sentó en la cama cruzando los tobillos poniéndose cómoda y Rob y ella se quedaron apoyados en la pared. Realmente, todos parecían muy cómodos con la presencia de ese hombre, y supuso que debían conocerlo lo suficiente para no estar siquiera alerta. Aunque debía admitir que eran mayoría.

El desconocido se quitó la capa, dejándola en el perchero, y se bajó el pañuelo de la cara. Taissa vio una clara expresión de alivio en un rostro en cuyo mentón se asomaba una barba de un par de días. Taissa reconoció que era atractivo. Tenía una complexión musculosa y supuso que debía de estar cerca de la treintena.

Un par de hachas que llevaba en vainas a su espalda llamó su atención cuando centellearon bajo la luz, y recordó que Rob le había descrito a alguien que usaba esas armas, aunque no recordaba su nombre.

—¿Quién es? —preguntó haciendo un gesto hacia Taissa.

—Se llama Taissa, y básicamente es la razón por la que tenemos que ocuparnos de esto rápido. Tenemos otra misión, y no me gusta dónde parece dirigirse —Taissa frunció el ceño. No sabía a qué se refería con eso.

—No lo pienses así, es la excusa perfecta —increpó Dani.

—Lo que sea, ¿podemos centrarnos? Este lugar no me gusta, ¿dónde está la gente? —preguntó Rob

—Encerrados en casa —explicó él —. He investigado un poco, pero la gente no es muy colaboradora. Dicen que han habido 4 muertos y que hay 26 personas enfermas —respondió —Y en el pueblo son poco más de 200 personas. Todo en el plazo de dos semanas.

—Pinta mal —comentó Jordy con la vista fuera.

—¿Pero son los síntomas? —El hombre asintió, y Dyan pareció más contento de lo posible tras las terribles noticias —. Buen trabajo, Chris.

—¿Qué hacemos? —preguntó Dani.

—Rob, vuelve a Corona y no te marches sin un médico, y que ella no se enteren —empezó a ordenar. Rob asintió aceptando su parte, sabiendo que al ser el más rápido era lo más inteligente —. Intenta no tardar. Los demás asistiremos al pueblo tomando todas las medidas de seguridad necesarias. Todas. Y cuando Rob haya regresado y hayamos acabado, nos marcharemos —A esto último miró a Taissa, sabiendo que estaba en contra, pero pensando que se limitaría a escucharle y hacer caso.

—¿Cuándo será eso? —preguntó Taissa.

—Unos días, no muchos —afirmó, Taissa asintió, como aceptándolo —. Jordy, baja con Taissa a ver si nos pueden traer algo de comer en un par de horas —Este se separó de la ventana.

—¿Algo en específico? —preguntó mientras compartían una mirada, pero Taissa no era estúpida, sabía que había sido para deshacerse de ella mientras hablaban.

—No.

—Os acompaño —dijo Rob —, y me voy ya —Jordy asintió.

Los tres se marcharon y Chris por fin pudo preguntar —Ahora de verdad, ¿quién diablos es?

—Aún no estoy totalmente seguro, pero lo oficial es que robó y vendió un grimorio y que nos toca pagar el pato —respondió Dylan—. Helene también parece quererla para algo, por lo que no me fío del todo.

—¿Y qué se supone que vamos a investigar con ella en medio? —preguntó Dani molesta. Dylan suspiró.

—Bueno, es una epidemia, no me parece tan raro que nos involucremos. Mientras solo sepa eso estamos a salvo —Dani sin embargo no parecía convencida, y Chris tampoco.

—Vayamos a la casa del alcalde —sugirió éste —. No me he presentado todavía y en algún momento tendremos que anunciar nuestra llegada. No creo que sea de ayuda tenerlo en nuestra contra.

—Tiene razón —afirmó Dani de brazos cruzados —. Además, seguro que nos acoge —Dylan accedió.

Chris se volvió a ocultar entre sus capas de ropa y recomendó a los otros dos que hicieran lo mismo. Bajaron y Dylan vio a Taissa esperar con la espalda apoyada en la barra con mirada aburrida mientras observaba el establecimiento, aunque Dylan dudaba que fuera a encontrar algo interesante. El hombre que hablaba con Jordy asintió y los tres se acercaron.

—Vamos a presentarnos al alcalde —les dijo Dylan.

—Oh, sí, podría usar su biblioteca para buscar más información —dijo Jordy —, y me vendría bien otro par de manos cualificadas, la verdad.

—No vamos a eso, Jordy —habló Dani con una tenue sonrisa.

—Tomad —Dylan les ofreció dos pañuelos. Uno de seda verde, que Taissa reconoció, y otro negro, que parecía algo viejo. Taissa apretó los labios y tomó el verde. Reconocía las puntadas a la perfección, unas que ella misma había aprendido a hacer de niña, pero que no había querido practicar. Dylan se lo debía de haber comprado a su madre en algún momento. Ambos se lo pusieron y salieron de la posada.

Tomaron los caballos, y en diez minutos habían llegado. Dani silbó en cuanto se encontraron casi en las puertas, ya que ninguno tuvo ningún problema en reconocer la casa cuando vieron una gran construcción de madera con varios pisos, triplicando el tamaño de las que la circundaba. La casa tenía un establo adosado, no era muy grande, pero Dylan supuso que tenía el suficiente espacio para que todos los caballos cupiesen.

A través de las cristaleras, sucias y descuidadas, de la parte trasera de la casa, Jordy vislumbró un par de cuerpos tumbados en el suelo, y el movimiento de personas de un lado para otro. Desmontó a las puertas del establo, cediendo las riendas a un mozo, y sin decir nada, dio la vuelta al establo hacia las puertas traseras, que debían de haber conectado en algún momento con un jardín, que en ese momento era inexistente, ya que a pocos metros empezaba el bosque.

Dylan siguió a Jordy con rapidez cuando notó su ausencia con un gruñido de impaciencia. Jordy tiró del pomo hacia abajo, pero tuvo que empujar con su hombro la puerta para que esta se abriera. Las bisagras estaban oxidadas.

Al parecer, la gran casa se había construido en tiempos mejores, seguramente cuando el alcalde había tenido la posibilidad de extraer parte de las subvenciones de la administración del marquesado hacia su propio bolsillo, pero en ese momento, a Dylan le pareció que el pueblo llevaba un tiempo en decadencia, e imaginó que las subvenciones se habrían detenido hacía ya bastante. Sin embargo, lo que Dylan también vio fue el tablado de madera que había al otro lado de la casa, y el ruido de martillos y otras herramientas llenando el aire, el único sonido que había.

Todos vieron cómo lo que se suponía que había sido un gran salón de baile se había convertido en una enfermería.

—Dios, habría sido mejor la posada. Voy a conseguirnos unas cuantas habitaciones —comentó Dani sintiendo el aire emponzoñado. Dylan asintió agradecido, tapándose mejor la parte baja del rostro con el pañuelo.

—¿Puedes encargarte de cortar los caminos hacia el pueblo? —le pidió Dylan a Chris, que pareció aliviado de poder marcharse.

—Por supuesto.

Tanto Dani como Chris dieron marcha atrás y se alejaron hablando entre ellos. Dani se abrazó a sí misma, más por la incómoda atmósfera que por el frío, mientras ojeaba las casas a los lados de la calle, pero aún así Chris le ofreció su gruesa capa, que ella rechazó sin demasiada gentileza. Por la forma en la que se hablaban, se notaba que había cierta confianza entre ellos, la suficiente para no cuidar sus palabras del otro. Por lo que, al contrario de lo que Dani pensaba, la mayoría de los gestos de Chris no eran de cortesía, sino de sincero interés.

Taissa siguió a Jordy junto a Dylan mientras el médico miraba con el ceño fruncido hacia el par de pacientes que había, colocados en unos camastros uno al lado del otro. Detrás de ella, un mayordomo los seguía, balbuceando algo, pero como Jordy iba tan deprisa, no tenían tiempo para despistarse en nada más que en seguirlo.

Habían despejado la sala, quitado todos los muebles, o tapado los que eran demasiado latosos como para apartarlos. Abrieron las puertas del pasillo, y Jordy caminó sin paciencia abriendo puertas y recorriendo todavía más caminos, hasta que por fin encontró lo que andaba buscando. Jordy abrió la puerta y entraron en una cocina muy bien equipada, con fogones tan relucientes que parecían nuevos.

La cocina no estaba vacía. Dos sirvientas y un mayordomo los miraron con extrañeza cuando entraron como un huracán. Las sirvientas estaban acabando de preparar unas tartas de manzana, y les agregaban una espiral de nata, y el mayordomo tiraba a la basura los desperdicios.

Jordy se dirigió hacia la mesa, y sin mirarlos, dijo —Anda y traiga un par de sillas, buen hombre. Y que sean altas, por favor —añadió. El hombre, que al parecer Jordy se había adjudicado ya como ayudante, lo miró con extrañeza. Y solo se marchó accediendo a su pedido cuando Dylan lo miró seriamente. Jordy se quitó la gran bolsa que llevaba, instando a Taissa a que hiciera lo mismo, ya que ella le había llevado otras dos de sus bolsas, ninguna tan pesada como la que él llevaba.

—Disculpen, ¿quiénes son? ¿qué... qué están haciendo? No pueden estar aquí —añadió una de las sirvientas al ver cómo se instalaban en una de las grandes mesas vacías.

—Capitán Dylan de Ullers —se presentó él —. Vamos a hacer uso de todo lo que necesitemos, así que les pediría que no estorben al Sr. Campbell y nosotros intentaremos no molestarlas.

Ellas se miraron entre sí, y con un gesto de cabeza una de ellas se fue. Seguramente a avisar a su señor de lo que estaba pasando. Sin embargo, Jordy, ajeno a todo aquello, tomó una de las bolsas que Taissa había dejado sobre la mesa, y hurgó en ella con sus alargados dedos, sacando cantidad de hierbas, plantas, flores, frascos y viales que dejó sobre la mesa.

Cuando el hombre volvió con las sillas, Jordy aún estaba sacando y metiendo cosas en la segunda bolsa, aunque parecía haber perdido la paciencia. La sirvienta los miraba medio confundida, medio fastidiada. Jordy se pasó las manos por el oscuro cabello y resopló, ya dándose por vencido. Cuando se giró para mirarlos, sus azules ojos se vieron sorprendidos cuando se encontraron con todas las penetrantes miradas dirigidas a él.

—No tenemos damiana.

—¿Da... Damiana? ¿Es una mujer? —preguntó Taissa ganándose una mala mirada.

—¡Claro que no! Damiana, la planta —La firmeza en su voz hizo que Taissa se preguntase si había sido la única que no lo había entendido, pero al mirar a su lado, vio a Dylan con su misma expresión.

—No todos tenemos estudios en hierbas medicinales —La voz de Dylan se escuchó tras un suspiro.

Mientras ordenaba todo sobre la mesa, por el modo en el que miraba los objetos y decidía qué poner, en qué lugar o qué volver a meter, dijo —Aunque es cierto que puede tener efectos alucinógenos o incluso laxantes, trata los problemas respiratorios, lo que es obvio que tienen. También son útiles para problemas gastrointestinales, lo que nunca viene mal.

—Lo entendemos Jordy, ¿en dónde podemos conseguir eso? —preguntó Dylan acercándose para ayudarle.

—En estas tierras no crece, aunque para nuestra suerte, podemos conseguirlo en un boticario, de cualquier pueblo o ciudad. Es bastante común más al norte y los mercaderes los venden a montones. Además es barato.

Dylan asintió, pensando en el próximo movimiento. El brillo en sus ojos verdes se encendió tan de repente y tan rápido como luego se apagó. Frunció el ceño con una mirada concentrada, y aunque Taissa creyó que estaría perdido en sus pensamientos, se dio cuenta de que sus ojos se enfocaban en ella.

Taissa desvió la mirada, sintiéndose pequeña por el simple hecho de que Dylan le estaba prestando atención, ya que había estado un tanto distante, aunque tampoco era que le extrañara. Cruzándose de brazos, Taissa quiso dejar de notar los remordimientos. Sabía que había estado arisca con Dani, y quería disculparse con ella, aunque solo fuese para que todo volviese un poco a la "normalidad", sin embargo, no sabía cómo, y no podía concentrarse en buscar una solución si además iba a traicionarlos más tarde. Taissa estuvo a punto de maldecir, rogando por un respiro.

—Estoy seguro de que hay un boticario en el pueblo —Los ojos de Dylan se desviaron a Jordy —. Irás allí, mientras yo me encargo de esto, y Taissa te acompañará.

Jordy alzó una ceja.

—Dylan, sabes que te aprecio, pero cada uno tenemos nuestros papeles por algo, así que, ¿por qué no cambiamos de lugar y vas tú con ella? —preguntó con una suave sonrisa. Dylan hizo una mueca.

—Puede que tengas razón —Pero mientras pasaba los ojos distraídamente por la cocina, buscando algo, o a alguien, Taissa notó que no quería dejarlo solo.

Sus ojos volaron hacia él y su boca se abrió levemente para sugerir un cambio, pero no dijo nada. No creía que fueran a dejarla encargarse sola de comprar lo que necesitaban, pero éste dijo —Mejor quédate con él, y yo voy solo —le dijo directamente a Taissa.

—P-pero yo no sé-

—Ahora vuelvo —dijo Dylan sin dejar espacio a quejas. Taissa vio cómo cruzaba las puertas de la cocina con el ceño fruncido. No creía que fuese buena idea dejarla allí, cuando jamás había hecho algo parecido salvo una vez, y las cosas no habían acabado bien.

Taissa miraba hacia abajo cuando Jordy habló —Ahora que lo pienso— Su voz sonó de repente, haciendo que casi pegase un bote —, antes no me he presentado. Me llamo Jordy, Jordy Campbell. Discúlpame, no suelo ser muy diestro en socializar... No se me dan bien las personas en general —añadió. Su sincero comentario la hizo sonreír.

—Yo soy Taissa, Taissa Owens, y que tenga una única amiga creo que dice lo mismo de mí —Jordy le devolvió la sonrisa.

—Pues no lo pareces, pero realmente quería preguntarte algo.

—Dispare —contestó con algo de duda.

—¿Tu aurum es nativo? —Había sido una pregunta inocente, seguramente para dar conversación. Ella suspiró de alivio.

—Bueno, mi padre me enseñó. En realidad, nací en Aurea y estuvimos viviendo allí hasta que tenía cuatro años. Pensó que me vendría bien mejorarlo y no olvidarlo —Sus ojos brillaron y las comisuras de sus labios se estiraron hacia arriba un poco más —. Además, él también era de allí, aunque mi madre no. Ella era de Corona, por eso nos mudamos aquí.

—Yo también soy de Aurea, ¿sabes? De un pequeño pueblo en la costa este —Le echó un vistazo, sólo para comprobar que tuviese un par de rasgos típicos. Pelo oscuro y ojos claros. Taissa supuso que con todo lo que había pasado no se había fijado —. Supongo que no lo conocerás, se llama Heikaiv.

—No, la verdad —Él hizo un aspaviento, restándole importancia. Taissa se preguntó si alguna vez se habían cruzado él y su padre, lo que entraba en las posibilidades, ya que sus edades no eran muy dispares. Incluso podría hacerse pasar por él, por su pelo oscuro (aunque ya canoso) y ojos azules. Aunque esos ojos no tenían el mismo tono que los suyos, o no habría hecho que él los mirara con detenimiento, como si fuera otra cosa que estudiar.

Las puertas se volvieron a abrir, pero era la sirvienta de nuevo, la que se había ido minutos antes. Paseó la vista por las cocinas, y dijo —El alcalde requiere la presencia de vuestro capitán.

—Por supuesto, no lo haré esperar más —respondió éste apareciendo detrás de la mujer. Volvió a mirar a Jordy y a Taissa —. ¿Estás seguro de que os puedo dejar solos? —les preguntó con las cejas alzadas, como si se estuviera asegurando de que se comportarían.

Cuando Taissa fue a decirle que sí, Jordy en cambio demandó —Llévate a Taissa —Ésta lo miró confundida. Había pensado que habían hecho buenas migas —, voy a empezar a examinar a los pacientes y no la necesito. Y tampoco quiero que ninguno os quedéis mucho en la zona de los enfermos si puedo evitarlo. Además, tengo la buena ayuda de... de él, ¿verdad? —El mayordomo asintió.

—Me llamo Paolo, por cierto —Jordy apenas le hizo caso, como si no fuera un dato de utilidad. La sirvienta se acercó a sus compañeras y tomó las dos bandejas.

—Jordy... —se quejó Dylan.

—¡Oh! Y también, quiero a todos los infectados aquí. Por supuesto pondremos un toque de queda —continuó Jordy —, a partir de las ocho nadie fuera de su casa, de efecto inmediato, y hoy, de ocho a nueve... a diez, quiero que trasladen a los enfermos. ¿Entendido? —Dylan asintió, un tanto sorprendido.

Entonces carraspeó, quitándose esa expresión anonadada de la cara —Como tú veas.

—Pues andando, que es gerundio.

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