Capítulo 37: La invocación (editado)
Dylan se inclinó hacia la pared cuando oyeron los susurros. Taissa fue a salir de allí cuando Dylan tomó su brazo haciendo que se detuviera. Colocó su dedo índice sobre sus labios y en un gesto, la mandó guardar silencio. Taissa no emitió ni un sonido, haciéndole caso.
«¿Por qué?» gesticuló con los labios.
—Quiero saber cuántos son —Su susurro fue tan bajo que casi le había costado entenderlo. El chirrido de algo por el suelo los puso alerta, pero no dijeron nada al oír una voz claramente.
—Pensaba que lo dibujarías ahora, ¿qué hubiese pasado si lo hubiesen descubierto? —Taissa reconoció su timbre aunque hacía mucho que no lo había escuchado.
La respuesta que había recibido no fue más que un susurro enfadado, aunque por las pocas palabras que Taissa escuchó, entendió que le echaba la bronca por no susurrar también. Su tono autoritario les dejó clara una cosa: Al parecer, él era un mero peón en ese juego, y el verdadero culpable era el otro.
El que había estado esperando en aquella fortaleza hasta que llegase con su premio. Lo siguiente que dijo fue en un tono más alto —Asegúrate de que estamos solos.
Su voz... le resultó conocida. Y por la expresión de terror puro que Dylan mostró, no había sido la única. Dylan sabía perfectamente quién era ella. Dio un paso hacia atrás (o lo que había podido con el sitio que tenían a sus espaldas, sólo unos centímetros) chocando con la pared, y su cara de consternación no le pasó desapercibida. Un gemido de horror salió de su garganta descubriéndolos, y Taissa lo supo por el silencio que lo siguió. Dylan tapó su boca con la mano y Taissa decidió que era hora de descubrir el pastel.
Salieron del pasadizo a la sala, y lo que vio la dejó estupefacta. Una joven, de estatura baja, con el pelo castaño y ojos azules, la miraba desde el centro de la habitación. Su rostro le era tan conocido como el de Dylan, y su vestido era uno que había visto un millón de veces durante los últimos días. Escuchó a Dylan salir y ponerse a su lado con pasos temblorosos, y Alicia, presa del pánico, ocultó su cara entre sus manos.
—¿Alicia? ¿Qué está pasando? —preguntó él con incredulidad, su voz rompiéndose en el proceso.
—N-No es lo que crees —Dio un paso atrás mientras Scott se adelantaba para ponerse entre ellos.
—Fuiste tú desde el principio —afirmó Taissa a media voz. Ella la miró y aunque al principio negó repetidamente, al final cogió una bocanada de aire para levantar el mentón y dar un paso adelante.
—Lo siento. Lo siento mucho, no quería que pasara lo que pasó —dijo dando cara a lo que le hizo. Pero no le fue suficiente. Taissa pensó en cómo la había mirado al día siguiente a la cara y había hecho como si no tuviese nada que ver, peor incluso, había fingido ser su amiga.
—¿Te refieres a que casi me matan? —La última palabra la dijo tan alto que casi gritó.
—No era mi intención, algo salió mal. Ese no era mi objetivo, en absoluto —Sus delgados brazos le hicieron un movimiento a Scott para que se apartase, y él lo hizo. No había cambiado nada desde la última vez que lo había visto, con el cabello plateado y la cicatriz que recorría su rostro.
—Basta —dijo Dylan más calmado. Sus hombros estaban tensos, su mirada oscura y sus manos se esforzaban por no temblar. Pensaba en lo que pasaría, lo que le pasaría a esa pequeña niña que siempre había tenido mucho, pero no de lo que necesitaba —. Sólo te lo preguntaré una vez, ¿por qué?
—No quería herir a nadie. Sabes que no soy así —afirmó —. El libro contenía un hechizo muy poderoso.
—¿Para qué necesitas tú eso?
—Para curarme. Dylan, no he salido de esta casa en años, casi desde que nací. Las paredes empiezan a enclaustrarme aquí, me hacen sentir encerrada. La única vez que puedo salir es para ir al pueblo, y no suele ser más de una hora al mes —Debió ver la expresión confusa de Taissa, porque explicó —. El tiempo que estuve contigo, con Dani y con Céline fue privilegiado. Tenía una excusa de peso para ir y no podían encerrarme, pero mírame, debajo de este maquillaje, sigo pareciendo enferma, porque estoy enferma. Ni siquiera sé qué me está matando, pero el doctor dijo que no lograría cumplir los veinte, ni siquiera los diecisiete si salía al mundo.
Su expresión de sufrimiento parecía real, y si ella no sabía por qué se moría, Taissa tenía una ligera idea del motivo. Su madre, o más bien lo que era. Pero aunque parecía enferma, aunque estaba muy delgada, con brazos sin un gramo de grasa o músculo, aunque desde que la había conocido tenía semicírculos oscuros bajo los ojos que parecían permanentes... Taissa no se lo podía creer, es decir, ¿de verdad? ¿Sólo por ser mestiza, porque sus padres no eran exactamente iguales? No era para nada justo, incluso para ella.
—Eso no es posible —dijo Dylan consternado —. Tus padres-
—Mis padres no lo saben. El mes pasado fui al doctor de la ciudad porque ya no podía ni dormir, y los tónicos cada vez eran más inefectivos para la jaqueca. Y me lo dijo, y yo... yo no pude decir nada. No sabía cómo.
—Podemos buscar ayuda —dijo Dylan extendiendo su mano hacia ella, y Taissa vio el momento en el que ella lo rechazó con los ojos antes de hacerlo realmente, aún temblándole el labio, y no por el frío.
—No —Dylan observó el círculo de magia, dibujado con algo que no distinguió. Estaba debajo del piano, el cual habían movido unos metros. Scott le dio el grimorio y ella lo abrió por donde estaba marcado.
Taissa se movió para impedirle recitar el hechizo, sabiendo que tenía que detenerla, pero Scott le bloqueó el paso. Era demasiado para ella, demasiado alto, demasiado grande, demasiado fuerte, y Taissa se sorprendió y alegró cuando desde detrás de ella apareció Dylan, saliendo del estado de shock, y le dio un puñetazo en la mandíbula. Aunque no lo suficiente efectivo como para dejarle fuera de combate.
Taissa escuchó a Alicia empezar a recitar el hechizo. Dylan la empujó a un lado y le dijo —Ve a por ella.
Taissa esquivó un golpe de Scott, casi tropezando consigo misma, y fue rápidamente a por Alicia mientras Dylan se encargaba de él. Demasiado tarde se dio cuenta de que lo que recitaba no era lo esperado, pues una pared transparente se alzó entre ellas, rodeándola y alejándola de Taissa. Sus puños chocaron contra la nada varias veces, y Taissa oyó en sus intentos frustrados la pelea que tenía lugar a unos metros, ahora con espadas, y que Dylan intentaba alejar lo máximo posible de ellas.
Scott alzó la espada, pero fue detenida por la de Dylan, que podía mantenerla lejos fácilmente, unos mandobles hicieron que el acero chirriaran llenando la sala de aquel sonido metálico. Taissa dejó de prestarles atención, y se fijó en Alicia, que se veía incluso más niña. Su cara, sin rasgos todavía muy marcados, sus grandes ojos, y sus pequeñas manos que intentaban sostener ese gran libro. Se notaba que le pesaba. Aunque una parte de ella sentía rencor, otra solo veía a una niña intentando resolver problemas de adultos. Su arrepentimiento era verdadero, lo sabía simplemente mirando su expresión cuando sus miradas se encontraron. Por fin entendía que estuviese tanto encima de ella.
Taissa comprendió que no podría romper la barrera así, no siendo tan malditamente mortal. Sin una pizca de duda, mientras ella convocaba a la criatura, Taissa se quitó el colgante y lo arrojó al suelo en un segundo.
Sin embargo, esa vez fue diferente, ya no fue suave y lentamente. No, esa vez se sentía como si una piel que estuviera debajo de la suya quisiera salir, bruscamente, sin piedad. Como si se quisiera deshacer de la actual y dar paso a la nueva, más ágil, más ligera, más veloz, más fuerte, mejor en todos los sentidos. Dolorosamente empezó a cambiar, sus orejas se volvieron tan afiladas como sus colmillos, su cuerpo se alargó un poco, haciéndose unos centímetros más alta, y su vista se agudizó. Todo se veía mucho más detallado de esa forma.
—Detente —ordenó torpemente. Aunque Alicia la vio en su verdadero ser, su expresión no mostró ninguna reacción de sorpresa. No más que una ligera arqueación de cejas.
Su ser ya empezaba a tomar forma, una mujer, esbelta y grácil hecha de cenizas. Taissa puso sus manos en la cúpula invisible y poco a poco sintió que su poder hacía que el de Alicia se resquebrajase. Alicia temió y Taissa no la culpó, pues al igual que ella, era nueva en eso, y no sabía como hacer el escudo más grueso y poderoso. El escudo se rompió en pedazos que cayeron como cristal.
Taissa se miró las manos con sorpresa, no le había llevado mucho esfuerzo, supuso que por la magia que se había estado acumulando en su interior. Sin que ya nada pudiera detenerla se acercó a Alicia, mientras ella daba un paso atrás. No podía alejarse mucho del círculo si quería que funcionase. Pero antes de que pudiera verlo, ya tenía su mano en su garganta, sus largas uñas clavándose en la piel de Alicia. Sólo quería asustarla lo suficiente para acabar con todo rápidamente, e idear un plan para que no acabara muerta. Tenía que recibir un castigo, por lo que le había hecho pasar a Taissa y por lo que podría haberle pasado a alguien más, pero ese no es la muerte.
—Suficiente —declaró. Su voz dejó de salir, y en un descuido por prestar atención a lo que pasaba aquí, Dylan le asestó un corte a Scott. Como Alicia había dejado de recitar el hechizo, la mujer de ceniza se había desmoronado dejando una gran montaña.
—¡¿Cómo pudiste meterle en la cabeza esas ideas a una chiquilla de quince años?! —Dylan se colocó encima de Scott dispuesto a clavarle la espada en el pecho, y Taissa soltó el cuello de Alicia que cayó al suelo. El grimorio cayó en su regazo, aunque ya no era ningún peligro.
—¡No fue él! ¡Yo fui la que lo convenció! —soltó Alicia tras un ataque de tos cubriendo su garganta. Su voz había salido áspera, y todavía le costaba respirar con normalidad.
—¡¿De dónde supiste del grimorio?! —gritó Dylan.
—Hace menos de un mes vino la duquesa de Forest y hablando de libros, lo mencionó. Dijo que había un hechizo que curaba todas las enfermedades, y que era una pena que estuviese prohibido usarlo.
—¿Qué? —preguntó Dylan apenas consciente de lo que significan esas palabras. Sin embargo, no hubo respuesta, pues la puerta empezó a sonar con estruendo. Le dio un puñetazo a Scott que lo dejó inconsciente, y del suelo recogió el colgante que devolvió al cuello de Taissa antes de que derribaran la puerta.
Pero antes de que su cuerpo volviera a cambiar de nuevo y a ocultar su verdadero ser, en medio de ese proceso, algo atrajo la mirada de Taissa.
La montaña de cenizas tembló. Dylan no quiso creerlo cuando contempló cómo una mujer se alzaba entre las cenizas, desnuda, con el pelo rubio arena hacia atrás. Se apartó de las cenizas que había en el suelo saliendo del círculo de magia e inspeccionando a su alrededor con los ojos entrecerrados en rejillas. Taissa creyó que eran de color bronce oscuro pero cuando la vio y éstos se agrandaron, Taissa los vio perfectamente, sus iris eran rojos, y sin embargo, parecían encajar tan bien en ella, que no le parecían extraños.
Taissa dio un paso atrás sorprendida. Aquella chica, aquella criatura, se había arrodillado ante ella. Taissa no pudo evitar mirarla fijamente, como todos en la habitación. Preciosa, salvaje, sin ningún sutil sonrojo por su desnudez plena.
Dijo, inclinando la cabeza hacia abajo —Alteza.
El pestillo cedió y los soldados entraron en la habitación. Taissa volvía a ser humana, y a la vez, sintió cómo el tatuaje en espiral desaparecía de su piel.
Ellos tenían el libro y habían encontrado al culpable.
Y Taissa sólo tenía más preguntas.
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