Capítulo 34: Un poder ancestral (editado)
—Despierta —Dylan susurró. Taissa notó cómo una mano posada encima de su brazo, estaba acariciándolo en un movimiento ascendente y descendente. Colocó un mechón de su pelo oscuro detrás de su oreja, haciéndole difícil mantener los ojos cerrados. Entreabrió uno, y sus esferas esmeraldas le devolvieron la mirada, con una pequeña sonrisa decorando su rostro. Taissa apretó los labios, ocultando bien el hecho de que casi la había hecho sonreír, aunque no supo por qué —. Tenemos algo que hacer.
—¿Qué? —le preguntó Taissa desconcertada, su rostro coloreándose de un sutil rosa. Mientras se incorporaba, Dylan se levantó de donde estaba sentado en la cama, y se dirigió al perchero, de donde cogió una bata y se la lanzó, aterrizando en su regazo.
—Vístete —Señaló con un gesto el baúl sobre el que se hallaban una serie de prendas de ropa —. Te espero en la terraza con el desayuno —Taissa asintió estirándose como un gato.
Taissa salió de la cama y dejó a un lado de la enorme cama la bata. Se puso de pie con un bostezo prolongado, sin taparse la boca ni siquiera y estirando los brazos hacia arriba. Caminó descalza unos pasos hasta el baúl situado a los pies de la cama y cogió la primera prenda. Era una camisa azul oscuro de seda, suave al tacto y cosido a relieve el escudo de la familia de Icylands. Olía a limpio, notó con su nariz enterrada en la tela. Las puertas se abrieron después de que hubiesen tocado y Serena apareció a través de éstas.
—Lord Dylan me ha avisado de que te habías despertado, ¿necesitas que te ayude a vestirte? —Sin embargo, antes de que pueda decir algo, añadió —, y lo siento por no estar aquí para hacerlo yo misma, pero he estado preparando la salita y la terraza.
—Está bien, gracias, Serena. Me puedo encargar yo —Ella asintió, marchándose después de que la despidiera.
Cuando las puertas se cerraron detrás de ella, Taissa se sacó el camisón de encima, y dejó que la camisa le acariciara mi piel, comprobando que es la talla adecuada. Los hombros, las mangas y el largo se adaptaban a su cuerpo a la perfección, y Taissa se fijó que los botones negros llevaban grabada una "I". Los pantalones negros también le quedaban bien, pues sus piernas lo llenaban. Observándolos se dio cuenta de que había engordado, a pesar de lo mucho que había pasado en aquella travesía. Después de todo, no le había faltado ningún plato de comida. Se puso las botas negras que le llegaban por debajo de la rodilla, y se asomó al espejo. A parte de su rostro ojeroso, que hacía tiempo que formaba parte de ella, se veía bien. Se hizo una trenza sencilla y salió a la salita.
La luz del sol llegó a cada parte de su rostro haciendo que entrecerrara los ojos. Pestañeó varias veces para acostumbrarse a la iluminada salita y se encontró con figuras inesperadas, ya que Rob y Jordy acompañaban a Dylan.
Mantenían una conversación animada mientras comían.
—No sé por qué no me has avisado antes —decía Rob. Dylan suspiró como si no fuera la primera vez que se lo decía.
—Rob deja de quejarte, no habíamos venido a por eso —respondió. Taissa se sentó junto a Jordy enfrente de los otros dos, seguida por la mirada de Dylan. Taissa se frotó los ojos antes de dar los buenos días.
En la mesa habían servido una serie de alimentos con una pinta deliciosa, lo que hizo que se le abriera el estómago rápidamente. Los demás ya habían comenzado a desayunar, con platos ocupados con delicias o simples migajas ya. En las jarras los líquidos de distintos colores hacían que las jarras de cristal tuvieran pequeñas gotas que caían a la mesa encharcando el mantel a su alrededor. El viento agitaba los diminutos mechones de su frente y Taissa agradeció haberse hecho una trenza, que caía azabache hasta la mitad de su espalda.
—¿A qué viene esto? —preguntó cogiendo un vaso de agua y llevándolo a sus labios —. No es que me desagrade vuestra compañía, chicos.
Jordy sonrió con complicidad, y Rob se encogió de hombros, queriendo no hablar, aunque sabía algo.
—Bueno, aunque mañana sea el baile, todavía tenemos que hacer algo —Taissa arqueó las cejas —. No tiene que ver con eso, pero deberíamos ir antes.
—Dylan quiere buscar algo —explicó Jordy de manera elocuente —. Un antiquísimo grimorio escondido en estas tierras.
Los ojos de Taissa se giraron hacia Dylan sorprendida y él asintió. Parecía mentira que quisiera ponerse a buscar algo así en esos momentos, con lo que se les venía encima y sabiendo qué era lo que tenían que encontrar en realidad mañana, nada más y nada menos que otro grimorio. El que ella misma había robado.
—Han pasado muchas cosas, y ya que estamos aquí, me gustaría hacerlo. Igualmente, la información puede no ser del todo verídica. Así que puede que no encontremos nada.
—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? —le advirtió inclinándose hacia él en voz baja, alerta por cualquiera que nos pudiera oír. Sin embargo, las habitaciones estaban despejadas, tanto la de la salita como la de su dormitorio, y el jardín, la gran manta verde que se extendía por debajo, estaba lejos y vacía de gente. Parecían estar solos. Y por si eso no les pareciera suficiente, el viento acallaba cualquier voz que estuviera a unos metros.
—Lo sé. Igualmente no te voy a obligar a acompañarnos, pero siempre estaríamos mejor contigo —Eso había sido un golpe bajo con todas las letras —. ¿Por favor?
Taissa suspiró derrotada indicándole que había ganado.
—Está bien, ¿cuándo nos vamos? —Él sonrió y su sonrisa no le dio buena espina, por muy encantadora que pareciera en la superficie.
—Pues cuando la señorita haya acabado de desayunar.
—¡¿Ya?! —Se encogió de hombros.
—No tendremos ningún motivo para quedarnos una vez acabe el baile, así que hay que hacerlo ya.
Taissa frunció el ceño. Icylands era su segunda casa, suficiente para ser motivo para quedarse. Dylan sabía que nadie se atrevería a echarlo una vez acabado el baile, sino de hecho, todo lo contrario, lo animarían a quedarse un poco más, sin embargo Dylan no quería quedarse por más tiempo, no porque no disfrutara de estar allí sino porque desde el principio había sido solo una parada en el camino. Después de todo, todavía había mucho que hacer, que conspirar.
Taissa observó la espalda de Dylan mientras entraban a las caballerizas tras desayunar, a pesar de que conocía tanto de él para haberse conocido hacía no tanto, sentía que nunca sabía lo que tenía en la cabeza. Taissa apartó la mirada sorprendida cuando se dio cuenta de lo fija que la había tenido cuando Dani los saludó con unos caballos ya preparados.
Taissa puso un pie en el estribo y se impulsó sobre la montura para sentarse sobre un purasangre negro; acarició su lomo y éste relinchó de satisfacción; parecía que se llevarían bien en este corto periodo de tiempo. Dylan se había montado en uno marrón, como Rob y Dani, y Jordy montaba uno blanco.
Giró su montura para mirarles y les dijo —Ha llegado la hora de entrar en acción.
Cabalgaron por la llanura siguiendo el paso de Dylan, a la cabeza del grupo junto a Rob.
Notando la ausencia de Chris, que no se le había visto por ningún lado, Taissa se preguntó la razón por la que estaba allí. A diferencia de él, tanto ella como Jordy no eran guerreros, aunque al menos él era curandero y aportaría algo de ser necesario. Ni siquiera podía utilizar su magia, inutilizada por ese colgante. Aunque no era que supiera cómo controlarla.
Dylan se detuvo, y los demás con él. De la alforja sacó un mapa, que desdobló y miró con atención máxima, luego alzó la vista hacia ellos.
—Se supone que no debe estar muy lejos —explicó con palabras exentas de verdadera confianza. Rob se acercó y le arrebató el mapa, cerciorándose.
—Así es, cruzar la llanura, pasando la linde del bosque... y la cueva.
—Y la cueva —repitió Dylan asintiendo. Rob le devolvió el mapa, que Dylan volvió a guardar en su sitio, y luego emprendió de nuevo la marcha, Taissa acelerando el paso para colocarse a su lado.
—¿Qué tanta información tienes? —le preguntó cuando le alcanzó.
—No demasiada. Simplemente este mapa y unas instrucciones —le contestó.
—¿Instrucciones? —Él asintió.
—Te lo explicaré cuando lleguemos.
Rob miró de reojo a Dylan, con el ceño fruncido. No se explicaba cómo se había enterado de aquel grimorio que Dylan quería esa misma mañana, y tampoco entendía por qué Dylan no quería decirle de dónde provenía su fuente.
Siguió dándole vueltas hasta preguntarse si habría más cosas que desconociera, y las razones por las que Dylan las mantuviera en secreto. Para cuando llegaron al lugar, Rob estuvo a punto de perder los estribos, pero Jordy lo sujetó del brazo con fuerza. No sabía cómo lo había notado pero lo miraba fijamente, advirtiéndole. Rob podía ser muy impulsivo a veces.
Se deshizo de su agarre y respiró hondamente, poniendo su atención en la cara de la montaña que tenían a su lado, sin ninguna entrada a la vista hacia su interior, sin ninguna cueva a la que entrar.
Jordy también se fijó en la paciencia que iba perdiendo Taissa, ya que por muy despacio que recorrieran la montaña, no era como si la entrada fuese a aparecer por arte de magia ante ellos. Ni siquiera cuando habían hecho el recorrido de arriba a abajo dos veces. Jordy suspiró cuando vio que Taissa llegaba a su límite, tirando de las riendas de su caballo para que se detuviera y diera media vuelta para encarar a Dylan, que iba un paso por detrás de ella.
—Las instrucciones, por favor —le pidió —. Nos estamos alejando y no hay nada.
Él puso una mueca de disgusto e indecisión, pero igualmente dijo —La cueva se mostraría ante hadas, ante alguien con su sangre corriendo por sus venas. Está encantada para que nadie la encuentre, pero pensé...
—Genial —dice Rob —, y yo buscando para nada —Jordy hizo también una mueca, sabiendo que Dylan había cometido un error al no habérselo contado, avivando el enfado de Rob. Taissa comprendió que no podrían hacer nada por mucho que mirasen, y conociendo a Rob, eso le creaba una impotencia que se le atragantaba.
Taissa todavía era novata en eso de la magia, las hadas... y un encantamiento era algo todavía más nuevo que cualquiera de esas cosas. Pero creyó comprenderlo.
—No es suficiente —argumentó atrayendo las miradas de todos. Porque aunque no sabía nada de eso, tenía la intuición de que si seguían así, no iban a conseguir nada.
—¿Qué? —preguntó Dani.
—Dylan tiene un conjuro que le impide... ya sabéis. Y yo tengo esto —dijo tomando el colgante que colgaba de su cuello de una cadena de plata que sujetaba una piedra, roja como la sangre, que sellaba cualquier atisbo de magia en su cuerpo. La apretó contra sus dedos, variando las opciones. No sabía para qué necesitaban el grimorio, ni el uso que podrían darle, o que Dylan podría darle, pero si lo necesitaba sería por algo, y allí no estaba haciendo nada aparte de coger polvo. Necesitaba volver a su hábitat, un sitio con magia, ya que sabía cómo se sentía, a pesar de ser en realidad un objeto inanimado. Sin vida, sin emociones, y a pesar de eso, no podía evitar la sensación de que lo sentía palpitar, muy cerca.
Y que la estaba llamando. La magia la llamaba.
—¿Y qué deberíamos hacer? —preguntó Dani.
—Ya lo sabes, lo sabéis todos, y esa es la razón por la que me has pedido que venga —le dijo a Dylan con una sonrisa ladina pero cansada. Él suspiró encogiéndose de hombros, como si solo hubiese sido su última opción.
Taissa colocó la trenza sobre su hombro y buscó con las manos el cierre de la cadena detrás de su cuello, mientras el nerviosismo por lo que iba a hacer la obligaba a morderse el labio, y a tantear a ciegas con manos torpes. Cuando por fin dio con él, lo desabrochó, y casi al instante empezó a notar cómo la magia se escapaba de ella, como si fuese una botija con un agujero en el fondo, que se ensanchaba cuanto más tiempo dejaba escapar el agua, o en esa ocasión, la magia. Resultaba gracioso que los dos resultasen esenciales para la supervivencia, ya que una hada acostumbrada desde el momento en el que nacía a la magia y que se la arrebataban siendo adulto podía tener consecuencias nefastas. Sin embargo, no era su caso.
Con el colgante en su mano, notando como todavía no permitía que su magia se escapase del todo, vio cómo Dylan extendía su brazo hacia ella, abriendo la mano para que le diera el colgante. Taissa lo hizo, y al haber sido un proceso lento, su cambio no resultó doloroso o incómodo, sino como si estuviese quitándose la ropa. Y sus pupilas se dilataron, las sintió hacerlo, pero no por la luz ni por nada parecido, sino por la sensación que se había multiplicado mil veces ahora, de que estaba siendo llamada. Como si algo estuviese pidiendo su presencia a gritos. Giró la cabeza a la derecha, hacia donde lo sentía llamarla, y sin querer hacerlo, vio las expresiones de Jordy, Rob y Dani.
Dani apretaba las riendas con mucha fuerza, con tanta que tiene las manos blancas, seguramente quedándose con la marca de la cuerda, y aún así sonreía, como los demás. Taissa también sonrió, y ella pareció relajarse. Rob se llevó dos dedos a la boca y silbó con una sonrisa ladeada.
Sin embargo, antes de que pudiera decirle algo, la llamada se intensificó. Y sus ojos se dirigieron hacia atrás de ellos.
—¿Por ahí? —preguntó Dylan. Taissa asintió empezando a trotar.
Dos minutos fueron los que tardaron en llegar, y aunque al principio la ilusión se mantuvo incluso con su renovada vista, segundos después sus ojos la descartaron como si fuese una chapuza. Bajó de su montura, como hicieron los demás imitándola, y tomando las manos de Dylan y Dani, los cuales cogieron las de Jordy y Rob, puso un pie dentro de la cueva junto a ellos, un tanto escépticos. Rob cerró los ojos con fuerza, esperando sentir el golpe contra la roca, pero no sintió nada. Cuando abrió los ojos, estaba oscuro, pero no tardó en volver a ver luz pues los puños de Taissa comenzaron a arder, segundos después de que les soltara las manos.
—¡Wow! —exclamó sorprendida.
—¿Cómo lo has hecho? —preguntó Rob.
—Ni idea —Él la miró fascinado y divertido —. Lo peor es que no sé cómo pararlo.
—Tranquila —dijo Dylan —, en cuanto el colgante vuelva a tu cuello, se apagarán. Ahora, alumbranos por favor.
—En fin... —Aún así, Taissa hizo justo eso.
Taissa maldijo la ilusión, pues era la que, proyectada sobre la entrada de la cueva como un muro, hacía que la luz no entrara en ella, sin embargo, su fuego, tan azul como el de aquella vez, era suficiente para que vieran a un par de metros.
Taissa caminó unos pasos hacia el interior, trastabillando al sentirse mareada. Era el fuego que se extendía por sus brazos, no porque la estuviera agotando, sino el olor que seguro que estaba en su imaginación a carne quemada y calcinada. Sintió una arcada y tuvo que apoyarse en una pared cuando la visión se le emborronó.
"Apagaos, apagaos, apagaos".
Solo podía ver la visión de aquel guardia sobre el suelo con la piel ennegrecida.
—¿Estás bien? —preguntó Dylan acariciándole la espalda haciendo que le cosquilleara. Ella lo miró, a esos profundos ojos verdes y asintió.
—Perfectamente —Se apoyó con la mano a una de las paredes y siguió avanzando. Dos metros más adelante, lo que vieron los dejó sin habla.
Lo primero fue un cuerpo, un puñado de huesos vestidos con una armadura ya oxidada y una capa roja que caía y se extendía por su regazo, medio recostado en la pared derecha. A pesar de que el cadáver llevaba ahí mucho tiempo, Taissa no pudo evitar sentir una conexión. Tal vez, porque había sido el responsable de poner ese encantamiento, y porque era su magia la que había estado gritando su nombre, un nombre que aunque sentía suyo no había logrado discernir.
Taissa se acuclilló ante él para ver el emblema que condecoraba su coraza. Era un círculo, la mitad izquierda con rayos solares sobresaliendo de él y la mitad derecha con una luna creciente en su interior. Sol y luna, luz y oscuridad, la corte luminosa y la corte oscura. Un soldado hada de las cortes unificadas que en sus últimos momentos había utilizado la fuerza que le quedaba para proteger aquel lugar y ocultar lo que llevaba con él, lo que había ido a buscar.
—¿Habéis encontrado lo que veníais a buscar? —Taissa giró su cuerpo 180º con sus puños ardiendo, localizando la fuente de esa voz. Los demás se asustaron con sus bruscos movimientos.
—¿Qué pasa? —preguntó Rob, buscando lo que fuera que le hubiera hecho ponerse pálida.
Era un fae, alto y de pelo rojo que le llegaba por encima de los hombros, con todas esas características que lo hacían ser un hada, con una juventud atemporal. Sus ojos brillaban como fuego azul y él sonrió divertido.
—¿Acaso os he asustado? —Caminó con pasos gráciles, de gato, pero Taissa se dio cuenta de que era la única que le veía aproximarse a ellos desde el fondo de la cueva. Llevaba una armadura por vestiduras, y de hecho, llevaba la misma que el cadáver.
—¿Quién eres? —Dylan se giró hacia el punto al que miraba, estrechando los ojos tratando de captar lo que pasaba, pero por mucho que lo intentara, no lo consiguió.
—¿Os atrevéis a referiros a mí de esa manera? No estáis a la altura de un príncipe fae, inclinad vuestra cabeza si queréis conservarla... o eso me gustaría decir —Taissa lo miró aturdida y confusa, y él suspiró de manera teatral —. Soy apuesto, ¿no es cierto?
—¿Disculpa?
—Una pena que después de tantos años sólo haya quedado eso de mí —Él miró detrás de Taissa, se miró a sí mismo, comprendió.
—¿Qué está pasando, Taissa? —preguntó Jordy.
—Es el soldado —explicó —. Su espíritu está aquí.
—No seáis boba, niña —dijo riendo —. Lo que véis ante vos no es más que los resquicios de magia que dejé aquí para proteger el lugar.
—¿Vas a atacarnos? —Dylan tomó la empuñadura de su espada cuando preguntó, alerta. Sin embargo, él negó —. ¿Entonces?
—No hará falta.
—¿De qué hablas? —Él sonrió encogiéndose de hombros, con un aire despreocupado.
—¿Va a atacarnos? —preguntó Dylan. Taissa negó con duda, no fiandose ni un pelo del hada.
—No creo que pueda, se ha pasado los últimos años consumiendo su magia en ocultar la cueva —Dylan se relajó, pero todavía había algo que a Taissa le inquietaba. Si decía que iban a morir, ¿por qué sentía que había estado llamándola?
—Entonces busquemos el grimorio —argumentó Dani, y Taissa asintió. Intensificó a duras penas las llamas de sus manos, que alumbraron mejor la cavidad rocosa.
—¿Por qué los ayudáis? —Su pregunta la tomó por sorpresa —. Porque perdimos, ¿no es cierto? —Taissa asintió, incapaz de mirarlo a los ojos.
—Perdimos.
—¿E-están todos muertos? —El miedo se palpaba fácilmente en su voz. Preocupado por su gente, seguramente por su familia.
—No todos —Sus ojos deslumbraron un segundo con esperanza.
—Si... si os están obligando, puedo usar lo que queda de mí para matar a uno de ellos, por lo menos —Taissa lo miró sorprendida —. Sólo tenéis que pedirlo, dama oscura.
—No me están obligando —Taissa vio su decepción —, pero estamos en el mismo bando.
—No lo creo. Humanos... —Sus palabras se tiñeron de disgusto.
—Nos están ayudando, están con nosotros.
—Pídele que nos diga dónde está el grimorio —le pidió Dylan volviendo a su lado.
—¿Osáis que este mortal os hable así? —le preguntó mirándolo mal —. Repugnante.
—No es... sólo es mitad humano.
—Agh, un mestizo —añadió con una mirada resentida y asqueada —. No os dejéis engañar, dama oscura, todos son iguales.
—¿Por qué continúas llamándome así? —contestó cansada.
—Porque pertenecéis a la corte oscura, ¿no es así? —Taissa lo miró con curiosidad.
—Las cortes unificadas, quieres decir —Él puso los ojos en blanco, y ella añadió —. ¿Por qué lo piensas?
—Vuestro cabello, tiene un color típico de la corte oscura. Mi cuñada lo tenía de ese color, de hecho, aunque más claro —Porque debajo de ese tinte negro, aún podía verse un brillo azul —. Y dejad esa palabrería, "cortes unificadas". Antes de que cualquiera de vosotros hubieseis nacido, yo ya había luchado en cientos de batallas contra ellos.
—Igualmente, de veras estamos del mismo bando.
—Taissa —la llamó Jordy, ella se giró para mirarlo —. El bulto bajo su capa —Taissa se fijó y sonrió. Parecía claramente un libro, por su forma y tamaño.
Se llenó de determinación antes de dar los pasos que le faltaban para llegar al cuerpo, y escuchó al fae comentar desde detrás de ella con un suspiro —Si hubiese muerto en nuestras tierras mi cuerpo seguiría en perfectas condiciones, que lamentables las circunstancias. Podría haber sido llorado por quienes antaño me amaban... pero no, todo por culpa de los estúpidos humanos.
—Cállate —le contestó antes de tomar la tela roja entre mis dedos y apartarla. Una sacudida de polvo se levantó y Taissa tosió, provocando risas en el príncipe fae. Se dio cuenta de que los demás estaban a su espalda, expectantes, y a través de sus ojos llorosos por la tierra y el polvo, descubrió el grimorio, viejo y mal cuidado por obvias razones.
—Bueno, fue un placer hablar con alguien después de tanto... —se despidió obviamente el hada, dejándole claro que pensaba que iba a morir cuando extendió sus manos —. En cuanto hayas tocado el grimorio mi magia desaparecerá, y yo, por fin podré marcharme. Con suerte, llevándome a una traidora conmigo —Sin embargo, cuando las manos de Taissa tocaron la cubierta, no sintió más que un cosquilleo, uno que había sido tan efímero que apenas le dio reconocimiento. Torció la cabeza hacia el fae, con expresión claramente arrogante. «Ja, mira lo que he hecho», quiso transmitirle. Pero en su rostro sólo hubo una expresión de sorpresa, y luego de reconocimiento, y una sonrisa de alivio se extendió dándole mejor aspecto. Su cuerpo, incorpóreo, empezó a desvanecerse, como él había dicho que haría. Se miró un segundo las manos, viendo lo mismo que ella y decoró su rostro con una sonrisa más amplia y de semi felicidad.
—Cogedla —le indicó señalando una espada tirada al lado de su cuerpo.
—¿Por qué?
—¿Qué dice? —preguntó Dylan.
—Que tome la espada —Él se acuclilló y la sacó de la vaina. Seguramente, el tiempo que llevaba allí era la razón por la que cuando alumbraron la espada vieron que la hoja estaba negra, pues Taissa se dio cuenta de que no estaba hecha de acero —. Plata.
—Quedaosla —le aconsejó —. Con el tiempo, el acero empezará a dañaros —Taissa le miró confusa —. Aleación de hierro.
Dylan se la dio y la larga espada brilló con esplendor.
—¿Por qué? —Él negó, sin darle respuestas.
—Recordadlo para cuando lleguéis a casa —dijo cuando casi se había desvanecido. La luz empezó a entrar desde la entrada de la cueva, haciéndoles saber que el encantamiento que la mantenía oculta, se estaba desvaneciendo con él —. Mi nombre es Arian, príncipe de la corte luminosa y hermano del rey —Su voz fallaba en las últimas palabras —, quiero que le digáis a ese bastardo, si sigue vivo, que lo intenté y que no me arrepien-
Su voz se desvaneció con él antes de terminar de hablar, y Taissa no supo por qué, pero su corazón se encogió en su pecho. No entendía por qué le había dado ese mensaje, pero no tenía ninguna duda en que lo recordaría. Había muerto intentando proteger aquellas tierras que en ese momento le parecían tan lejanas y a su gente, y ahora por fin podría descansar de una buena vez de su misión y estar en paz.
Taissa miró el cadáver del príncipe fae. El príncipe Arian, de quien su padre siempre le había hablado con cariño. Él había sido de sus relatos favoritos porque siempre lo había visto como un ser grácil lleno de arte a quien admiraba. Alguien que amaba más estar con su pueblo que con los nobles... Nunca vio el lado del soldado, el que había hecho que muriese en tierras extranjeras.
Una mano se posó sobre su hombro de manera suave, y Taissa se giró exaltada. Dylan la miraba con ojos preocupados.
—¿Se ha ido? —Ella asintió. Notaba su cuerpo temblar ligeramente, de lo que también se dio cuenta él. Bajó la mano de su hombro, y apretó la mano de Taissa. Ella lo miró, intentando decirle que estaba bien —. ¿Nos vamos nosotros?
—Sí, marchémonos —contestó antes de ponerse el colgante sellador y volver a parecer humana.
A ser algo que no era.
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