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Capítulo 27: El principio del fin (editado)

Aunque el criado se lo dijo a Dylan, la urgencia en su voz hizo que Taissa no abandonara su lado. Caminaron por los pasillos hasta que llegaron a la parte antigua, en donde las paredes eran de piedra sin pulir, y sólo había pequeñas rendijas que hacían de ventanas.

—Espero que sea importante. Ahora iba a continuar con la búsqueda de la bestia.

—Es sobre eso, milord —El sirviente cogió una de las antorchas de las paredes y comenzaron a bajar por unas escaleras —. Ha sido encontrado, allí os llevo.

—¿Qué? Tendrías que haberlo dicho antes —Dylan la miró, con todavía una oscuridad entre ambos que no disipaba el deslumbrar del fuego. Los ojos de Taissa se veían brillantes, llenos de determinación —. Vuelve, te avisaré de lo que encontremos.

Ante sus palabras, Taissa encuadró sus hombros, alzó la barbilla y dijo —No soy ninguna niña a la que debas proteger. Así que me quedaré aquí, gracias —La voz no le había salido tan convincente como esperaba, pero era suficiente para llegar a su meta. Se adelantó a él e incitó al sirviente a continuar la marcha. Él miró a Dylan durante un instante, y éste asintió con un suspiro.

Taissa intentó que sus piernas no temblaran mientras pensaba en que el sirviente nunca había dicho cómo lo habían encontrado, si aún estaba vivo.

Cuando llegaron al final de la escalera los esperaba una puerta abierta. Unos antiguos símbolos estaban grabados en relieve, y representaban tanto al hombre como a los seres feéricos. Un árbol representante de la vida humana, de su continua descendencia, brotando en miles de ramas. Y serpientes, representantes de los seres feéricos, enfrascados en las ramas para acabar con éstas, como si fuesen una enfermedad. Aunque Taissa no tuvo tiempo de pensar en eso.

Lo que la esperaba allí dentro era algo con lo que no había parado de tener pesadillas, por lo que intentó que no se notase lo mucho que le oprimía el pecho. Cruzó los brazos intentando que no se le escapase ningún temblor, aunque sin estar apoyada en la pared temía que fuera a tropezar y caer por las escaleras por culpa de sus piernas tambaleantes.

Taissa se preguntó a dónde se dirigían. Al igual que Dylan (con su ceño fruncido) había pensado que estaría en el bosque, huyendo medio muerto de una muerte segura. No que lo encontrarían allí dentro, a solo unos metros de la habitación de Dylan. Había estado tan cerca todo este tiempo, que Taissa mordió su labio inferior del terror al pensar en lo que podrían haber estado expuestos de nuevo. Ella o cualquier persona que tuviese la mala suerte para pasar cerca y ser atrapada.

En cuanto dio un paso, el olor a putrefacción llegó a donde estaban, haciendo que diese un paso hacia atrás y que tapase su nariz con la mano. Era nauseabundo, y la hizo querer no saber qué lo producía, aunque ya podía imaginarselo.

La habitación era en realidad una cripta. Un lugar tétrico y oscuro a pesar de la luz de las antorchas. Había una estatua de una diosa antiguamente venerada a la que reconoció en uno de los extremos, de pelo rizado, y vestida con ropajes ligeros, aunque lo que siempre le había llamado la atención era las partes de su cuerpo despojadas de carne o piel, donde sólo había hueso, aquella vez era su rostro, una calavera que parecía mirar a la oscuridad, solo con cuencas oscuras.

En su base se podía leer «Deja que te guíe, hijo de Dioses, a tu salvación».

La diosa Tarhem había solido darle miedo de pequeña, y aunque en ese momento ya no, le seguía pareciendo un monstruo más que un dios. También vio nombres sobre los ataúdes, que no recordaría en unas horas o incluso en unos minutos.

Fue al otro lado de la pared donde lo vio apoyado sobre las inscripciones, indudablemente muerto y manchado por su propia sangre. Siempre había creído que todo el mundo se debía ver tranquilo desde la muerte, al ser el descanso eterno, pero él no se veía así. Sus ojos abiertos, contemplaban asustados a la nada y su boca hacía parecer que fuese a gritar.

Delante de él había pintado un círculo de magia, y por el olor, entremezclado, Taissa podía jurar que la pintura, negra contra el suelo, era en realidad sangre, aunque con toda la que había sobre el cadáver, no estaba segura. Dentro del círculo había dibujada una estrella de doce puntas, y en él, diferentes símbolos que desconocía.

—Así que un sátiro —dijo Dylan mirando sus piernas peludas y claramente de animal.

—No exactamente —respondió Taissa, haciendo que los hombres que ya había en la sala la miraran. Dylan arqueó las cejas —. Tiene aspecto de sátiro, pero tenía ojos violetas hipnotizadores —Uno de los hombres, acuclillado junto a la bestia y vestido con una bata blanca, tomó una antorcha de otro para comprobarlo —. Además, también tenía la habilidad de un cambiaformas.

—¿Un cambiaformas? ¿De qué tipo? —preguntó otro.

—Del tipo que se puede hacer pasar por mi doncella.

Lord Henry, con la nariz tapada por un pañuelo, rompió el silencio —Es sangre, ¿cierto? —Pasó un dedo por el círculo, pero al mirarlo, comprobaron que la sangre ya estaba seca.

—Eso parece —contestó Dylan. Luego se agachó y preguntó —. ¿Te has dado cuenta? Doce puntas, una por cada hora desde la media mañana hasta la hora de las brujas.

—Sí, parece claro. Ha sido obra humana, una hechizo de sangre para materializar esto —contestó con asco.

—Espera tío Henry, tal vez la bestia no fuese el objetivo.

—¿Por qué lo dices? —preguntó.

—Las líneas se ven temblorosas y el círculo parece mal construido. También los símbolos parecen mal posicionados.

—¿Qué estás queriendo decir?

—Sabes que estudié algo de círculos mágicos, pues mira —Taissa miró sin comprender lo que señalaba en el círculo —. Se usa, sí. Pero sólo los profesionales, y éste no lo parece. Además, éste símbolo —dijo señalando uno que parece casi una "A" invertida —, está mal escrito.

—¿A dónde quieres llegar? —preguntó su tío.

—Creo que fue un novato que se equivocó en todo lo que podía equivocarse.

—¿Y la sangre? ¿Por qué? —preguntó el hombre que estaba elegantemente vestido.

—Es un requisito para los humanos, quienes no poseemos magia —Sin embargo, en los oídos de Taissa, su "poseemos" sonaba ridículamente falso. Esperaba que sólo fuera ella, al saber su secreto —, y supongo que eligió la cripta porque no suele estar muy concurrida.

—Eso no quiere decir que no sea peligroso.

—Justo al revés, señor. Eso lo hace incluso más peligroso, ya que no sabe que está haciendo.

—Pero no será tan idiota como para volverlo a intentar.

—Claro que sí —dijo Dylan seriamente —. Es un novato que tiene un objetivo y que no ha cumplido, y seguramente estará lo suficientemente desesperado para recurrir a la magia. Además, no ha devuelto el libro ni lo ha tirado.

—¿Por qué iba a hacer una de esas cosas? —preguntó lord Henry.

—Porque pensaría que íbamos a registrar todos los dormitorios, que lo haremos, y no es bueno tener la prueba del delito en tus manos. Sin embargo, la biblioteca ha sido inspeccionada y no hay rastro de él, igual que los alrededores y las basuras. Nada.

—¿Cómo lo sabías? ¿Que era humano el culpable? —preguntó Taissa. Él la miró.

—¿Cuántas veces has visto un sátiro (o lo que sea) tan cerca de la civilización, o peor, dentro de un palacio? —Taissa frunció el ceño sabiendo la respuesta que esperaba escuchar —. Exacto. La noche en la que pasó eso, se me ocurrió que quizás alguien lo hubiese traído, así que cuando te dormiste, bajé un momento a pedirles a los bibliotecarios que me dijeran si faltaba algún libro de la sección prohibida.

—¿Por qué no nos lo dijiste? —preguntó su tío. Él lo miró.

—Porque esa cosa seguía suelta, y primero teníamos que atraparla. No era momento de ponernos a desconfiar los unos de los otros.

—Algo de razón tiene —comentó el hombre elegantemente vestido —. ¿Y qué? ¿Qué te dijeron?

—No detectaron que hubiese desaparecido ningún ejemplar de la sección prohibida, así que llegué a la conclusión de que estaban utilizando el grimorio que nos ha traído hasta aquí.

—Tienes un plan, ¿cierto? —dijo lord Henry y Dylan sonrió con ese tipo de sonrisa que le hacía ver más seguro de sí mismo que todos los demás juntos. Un tipo de sonrisa que les hacía fácilmente confiar en él, en todo lo que decía, aunque fuera ilógico o demasiado idílico.

—Así es, pero tío Henry tienes que empezar a decirnos la verdad. ¿Quién es ese hombre? Sé que sabes quién es —Él suspiró.

—Sí, pero esperaba que estuvieses equivocado. Se llama Jordan Scott, tiene treinta y un años, y es un soldado que llegó a nosotros hace poco menos de tres años. Lo encontró Meahlly cuando todavía era cazarrecompensas, herido y abatido después de haber ido a por uno de sus objetivos. Se quedó aquí sanando y luego le ofrecí trabajo —Dylan suspiró.

—¿Y desde hace cuánto que no lo ves?

—Le vi el día de antes de que llegárais y poco después de que me contaras por qué estás aquí. Lo encaré, pero me dijo que sí que había ido a Corona a por unos recados para Meahlly, pero que eso fue todo.

—¿Sabes dónde está ahora? —Él negó —. Entonces le preguntaré a tía Meahlly.

—Espera —dijo lord Henry —, ¿cuál es tu plan?

—Lo sabrás en su momento, pero ahora sólo quiero que mi equipo se entere, para que no haya filtraciones.

—Lo entiendo —Dylan asintió y tomó a Taissa de la mano, sorprendiéndola. Sus ojos recorrieron la línea de su mano a su abrazo, y ascendiendo, hasta que sus ojos encontraron los de él.

—Vamos —Y con sus manos entrelazadas, salieron de la cripta, subieron las escaleras y la luz los iluminó con todo su brillo.

Al parecer era la hora de que comenzase el principio del fin.

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