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Capítulo 26: Paseo (editado)

Taissa despertó, se giró, ocultó su cara en la almohada y deseó dormir más. No era que hubiese dormido mucho aquella noche, ya fuera por las pesadillas o porque había tenido el sueño tan ligero que el mínimo ruido la despertaba y no conseguía dormirse hasta por lo menos media hora después que le daba tiempo de sobra para pensar.

Pensar en lo mucho que extrañaba a su madre, a Sam, incluso a sus amigos de clase con los que de vez en cuando quedaba. Extrañaba su ciudad, en la que se había criado y en la que no le hubiese pasado una cosa como esa. Intentó no pensarlo, pero empezaba a entender el porqué los humanos habían querido destruir la magia. Entendía su miedo, lo sentía en su cuerpo. Pero ella no era humana, sólo vestía su piel.

Apartó el brazo de Alicia, que parecía estar tieso contra ella e intentó quitar su pierna debajo de la de otra, aunque bajo las mantas, Taissa no logró descifrar de quién era.

Se levantó por fin, y abrió el armario. Taissa arqueó las cejas al vislumbrar tanto ropa de hombre como de mujer en él. Al parecer alguien le había traído algo de ropa suya y había mantenido la de Dylan también. Casi parecía como si se estuvieran mudando juntos a la misma alcoba.

Taissa no buscó ningún vestido, no le apetecía tener que ponerse uno, así que tomó una de las camisas de Dylan y unos pantalones. Sentía la necesidad de salir de ahí, de tomar algo de aire fresco, de alejarse de esas paredes.

Andó hacia el baño y se quedó varios minutos mirando la puerta cerrada. Tomó una honda respiración y obligó sus pies a moverse. En cuanto tuvo un pie dentro sintió un leve mareo, pero se apoyó contra la pared y esperó a que se le pasase. Segundos después volvía a adentrarse más. Se apoyó contra el lavabo y se contempló en el espejo.

Su aspecto no se parecía al que había tenido cuando había llegado. Aunque las ojeras no eran tan profundas y los moratones empezaban a sanar parcialmente, se seguía sintiendo bastante deplorable.

Abrió el grifo de la bañera y esperó a que ésta se llenase. Se quitó el camisón, dejándolo en el suelo, y metió un pie dentro del agua, comprobando la temperatura. Era perfecta. A diferencia de la primera vez, en apenas quince minutos ya había salido y se había puesto una bata.

Echó un vistazo hacia la cama y esbozó una sonrisa al comprobar que seguían durmiendo. Dani en una posición normal, con el pelo enmarañado y la boca medio abierta, Alicia como si toda la cama le perteneciese, espatarrada de piernas y brazos, Grainne con solo la cabeza fuera de las mantas y Verónica era un bulto bajo éstas. Taissa le preocupó que no pudiese respirar.

Deshizo el nudo del cinturón del albornoz y lo dejó caer. Los pantalones de Dylan le estaban enormes, como era de esperar, pero tomó un cinturón y haciéndole un agujero más con un cuchillo que habían utilizado en la cena, logró abrocharlo para que se le ciñera a la cintura. La camisa también le estaba grande, pero se remangó las mangas y se metió lo que le sobraba de largo por dentro de los pantalones.

Taissa contuvo una risa, ya que debía verse ridícula. Buscó algo con lo que calzarse y luego de una minuciosa búsqueda, encontró unas botas de montar. Eran de su talla, así que imaginó que alguien se las había llevado. No solo creyó al verlas que eran lo más bonito que se pondría en toda su vida, sino que le sentaban como un guante. Eran de cuero negro, más oscuras que su cabello.

Taissa abrió la puerta cuidadosamente mirando a las chicas para no despertarlas, y cuando cerró de nuevo la puerta tras ella, tan sigilosamente como pudo, casi le dio un infarto al observar a Dylan desayunando en la salita.

Vio cómo el reflejo de la luz a través de la cristalera que daba a la terraza iluminaba su silueta, y no pudo evitar fijarse en la incipiente barba que le oscurecía el mentón, al no haber tenido tiempo de afeitarse por estar tan ocupado, y que hacía que se le encogiera un poco el corazón, sin saber muy bien por qué. Aún parecía moldeado por los Dioses.

Estaba sentado en una silla cerca de la chimenea, con una mesa llena de bollería, tostadas, y zumos delante. Taissa contempló cómo se comía un bollo con azúcar con tranquilidad mientras ojeaba el periódico semanal.

Cuando por fin se percató de su presencia dijo —Buenos días, dormilona —Palmeó el sillón que estaba a su lado mientras repasaba con la mirada lo que llevaba puesto —. Desayuna a mi lado.

—Gracias, pero no tengo hambre.

—No importa, Taissa. Por lo menos come algo si no quieres desmayarte encima del caballo.

—¿Cómo sabes que iba a montar? —preguntó. Él se encogió de hombros.

—Llevas varios días aquí encerrada y llevas botas de montar, además de ropa varias tallas más grandes y que juraría que es mía —Taissa esperó que el ardor que sintió no significara que acababa de sonrojarse.

—Eh, sí. Perdón, no había más que vestidos en el armario —explicó —. Lo demás era tuyo.

—Da igual, aunque podrías haber pedido algo de ropa de montar. Estarías más cómoda que con eso —Taissa se sentó a su lado —. Por cierto, ¿siguen durmiendo?

—Ajá —contestó asintiendo —. Y, ¿qué tal fue ayer? ¿Lo habéis encontrado? —Dylan se tensó durante un segundo, luego negó.

—Pero no pierdas la esperanza —Taissa asintió sin mucha determinación.

—¿Cómo está Chris? —preguntó recordando lo que le había dicho Dani ayer.

—Bien, ¿por qué? ¿Qué pasa con Chris? —Taissa se sorprendió al darse cuenta que al parecer no era la única que no se había dado cuenta de su condición, así que, respetando sus deseos, prefirió no desvelar nada.

—Olvídalo —Dylan la miró con una ceja arqueada y le pasó uno de los bollos mientras que con el otro brazo le echaba zumo de manzana en un vaso —. Gracias, pero puedo hacerlo yo —Él se encogió de hombros.

—No parecía que fueses a hacerlo.

—Es que no me has dado tiempo —Le dio un mordisco y se llevó la grata sorpresa de encontrar chocolate dentro. Era delicioso, y no algo que pudiese comer todos los días, debido a su alto precio. Cuando miró a Dylan, lo encontró sonriendo, con una mano en su mentón observándola, apoyado en la mesa.

—Aunque voy a volver al bosque todavía tengo tiempo, ¿quieres que te acompañe a montar? Después de todo, sólo había vuelto para ver cómo estabas —Sus palabras hicieron que tanto sus mejillas como sus orejas ardiesen. Y aunque no estaba muy segura de poder mirarlo en ese instante a los ojos, su sugerencia no le pareció mala idea. Por lo menos, era mejor que estar sola, así que asintió.

—Está bien —Y añadió —. ¿Cuánto tiempo tienes?

—Máximo hora y media. A decir verdad te has levantado temprano —Taissa se encogió de hombros.

—Creo que es la costumbre.

Tras el ligero desayuno, se dirigieron hacia los establos. Cruzaron los pasillos y vieron cómo los sirvientes se inclinaban por su presencia, aunque Dylan no le diera mucha importancia, apenas inclinando la cabeza o ni siquiera eso.

Taissa se sentía libre volviendo a usar pantalones, aunque se preguntó durante cuánto tiempo tendría la oportunidad de seguir llevando esos ostentosos vestidos. No era algo que le habría gustado usar todos los días, pero por una vez no le importaba cómo la hacían sentir.

—Tal vez deberías haber dejado una nota —Tras el «¿Hmn?» de Taissa, Dylan dijo —. A las chicas, se preguntarán dónde estás.

—No te preocupes, alguien les dirá que nos ha visto juntos. De hecho al parecer hay rumores —Él la miró con el ceño fruncido y ella negó riendo —. Por cierto, la nota me ha recordado algo.

—¿El qué? —Salieron del palacio, y Taissa se sorprendió de lo tranquilo que estaba todo. Ni siquiera había alguien en los establos.

—¿Puedo escribir una carta a mi madre? —Vio cómo Dylan se lo planteaba mientras le pasaba las cosas para ensillar su caballo.

—Sí, puedes decirle dónde estás y cómo estás, pero-

—No soy tonta, sé que no tengo que decir nada sobre nuestra verdadera misión —lo cortó en un susurro.

—Sólo me aseguraba —Cuando ensilló su caballo, la ayudó a terminar con el suyo.

Dylan ajustó mejor las correas y puso todo recto, asegurándose de cada pequeña cosa. El tamborileo de los dedos de Taissa sobre la silla de montar le hizo poner los ojos en blanco mientras susurraba, más para sí mismo que para ella, «La próxima vez dejaré que se caiga», lo que la hizo esbozar una sonrisa.

Apoyó un pie en el estribo y sujetándose, se dio impulso hasta que se encontró sentada sobre la montura. Al girar la cabeza vio que Dylan también estaba preparado, así que ambos se dirigieron a campo abierto. Al principio montaron a paso suave, admirando el paisaje que Taissa no se había permitido admirar desde que habían llegado, siempre dentro del palacio, y que Dylan ya tenía muy visto. Dylan aumentó la velocidad, y con el viento haciendo que entrecerraran los ojos, Taissa lo imitó, haciendo que ambos acabaran al final galopando.

—¡Dylan! —gritó para que pudiera escucharla. Iba delante de ella unos metros, en una posición reclinada hacia delante, y con el trasero levemente levantado de la silla (como ella) y haciendo que su montura diese su máximo potencial. Taissa esperó que no fuera el que fuera a usar luego, porque ya estaría agotado. Él giró su cabeza para mirarla curioso, y Taissa le gritó —. ¡Detente, quiero hablar contigo! —Dylan asintió, empezando a bajar la velocidad. No llegaron a detenerse, pero ya no parecía que estuvieran en una carrera para ver quién era el más rápido.

—Soy todo oídos —dijo recuperando la respiración.

—Solo es curiosidad, pero es que he visto el armario, y me preguntaba por qué está mi ropa ahí —Él suspiró.

—La trajeron esta mañana, cuando seguías durmiendo —Era una buena aclaración, pero no respondía a su pregunta —. Supongo que tía Meahlly o tía Meredith lo ordenaron. Como no parecía que fueses a tomar otros aposentos, y yo he estado ocupado y tampoco lo he hecho... Imagino que lo han hecho esperando que al final alguno se fuera.

—Y-ya veo, lo siento.

—No te preocupes, puedo tomar otros aposentos si lo veo necesario —Las cejas se arquearon, sin entender lo que él entendía por necesario —. Además solo quedan un par de días para el baile de máscaras y podremos marcharnos.

—¿Un par de días? ¿Cuántos?

—Una semana. También he encontrado pistas sobre el hombre de la cicatriz.

—Oh dios mío, se me había olvidado completamente. Lo siento —Él negó, restándole importancia —. ¿Qué has encontrado?

—No demasiado, pero he llegado a una conclusión evidente —Taissa hizo un gesto para que continuase —. Cuando he preguntado, todos han parecido estar nerviosos, y han negado conocerlo con demasiado ímpetu. Cuando le pregunté a mi tío Henry si le conocía, él se puso a la defensiva.

—No lo veo ilógico, parecería que le estás inculpando.

—Tú no lo conoces. Esa no sería su reacción si lo conociera, que lo hace, él se hubiese reído en mi cara. Y lo sé porque ya pasó una vez —Un suspiro abandonó sus labios mortificados.

—¿En serio? ¿qué pasa contigo? —preguntó Taissa con una sonrisa.

—No fue mi culpa —lo negó intentando justificarse.

—Lo que tú digas —Dylan no pudo aguantar su sonrisa.

—Que no. Agh, mira, te explico. Fue hace unos tres años —comenzó, y Taissa no pudo evitar imaginarse a un Dylan de 19 años, aún siendo mayor que ella en ese momento —. Perseguíamos a unos ladrones hasta la frontera con Icylands, y cuándo no los encontré por ningún lugar del condado, le pregunté a mi tío si les estaba resguardando. Él se rió en mi cara y dijo «Claro que sí. Deja que te los presente, ya nos hemos hecho amigos» —explicó intentando imitar la voz de su tío que le hizo reír suavemente —. Resulta que me guió hasta los calabozos, en donde los había tenido desde hacía dos días, cuando los habían capturado.

—Quedaste como un tonto.

—Quedé como un tonto y como un mal sobrino por no confiar en él —especificó —. Son buena gente. Además, como no aceptan muy hospitalariamente a quienes no son de la familia, y mantienen una posición neutra, ni tienen ansias de poder, tampoco tienen una gran habilidad para mentir.

—¿De verdad? —Dylan asintió —. ¿Tú no pasaste parte de tu infancia y juventud con ellos?

—Sí, pero no todo se pega.

Taissa rio antes de preguntar —¿Oye, cómo sabes que conoce al hombre de la cicatriz?

—Lo vimos bajo el balcón, en los jardines de palacio. Mi tío, aparte de no estar ciego, sabe quién entra y quién sale de sus territorios perfectamente —Sonrió y dijo —. Cambiando de tema, creo que deberías montar más mientras estamos aquí. No te oxides.

—¿Eh? Pero si soy bastante buena. De hecho, íbamos empatados.

—No lo decía por eso, aunque no sea verdad —Esbozó una sonrisa —. Es que luego te va a doler todo. Por si no lo recuerdas, ya te pasó.

—¿Y aunque te diste cuenta de mi sufrimiento, no decidiste parar un poco para descansar? —Él se encogió de hombros riendo. Taissa le dio un golpe en el brazo y luego se dio a la fuga, volviendo a galopar a toda velocidad.

Ninguno supo cuándo se había vuelto una carrera, pero los dos estaban determinados a ganar. Tampoco sabían cuál era la meta, así que cuando ya se acercó la hora de que Dylan se marchara, hicieron un último sprint a las cuadras convirtiéndolo en el tramo final de la carrera. Taissa dio un aullido de alegría cuando llegó antes que él.

Se giró para mirarlo con una amplia sonrisa y solo pudo contemplar la suya antes de que se echara a reír, poco detrás de ella.

Sin embargo, apenas unos segundos después, los sirvientes se acercaron corriendo y exaltados. Parecían nerviosos, temblorosos y cansados cuando por fin se encontraron.

Uno de ellos dijo sin aliento —Milord, es una emergencia. Tiene que acompañarnos.

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