Capítulo 23: Ataque (editado)
Sin que se dieran cuenta, las horas pasaron y de repente, la temperatura descendió, y la nieve empezó a caer. Ahora, mientras el paisaje se llenaba poco a poco de blanco, era cuando realmente Taissa pensó que el invierno había llegado. En Corona no nevaba todos los años, sin embargo a ella le gustaba cuando lo hacía. Había algo en su interior que hacía que Taissa esperara siempre la primera nevada llena de ilusión.
Ambos empezaron a tiritar suavemente, pero como ninguno quería moverse, Dylan los cubrió con su chaqueta y siguieron hablando.
—Jamás he visto a alguien más obsesionado con las manzanas de caramelo —rió.
—Están ricas —respondió ella.
—No, créeme, estaba obsesionada. Quería que su fiesta de cumpleaños número 11 fuera temática de manzanas de caramelo. Creo que ni ella tenía muy claro lo que quería. Y encima se enfadó cuando le dije que era una tonta.
—¡Normal!
—¡¿Normal?! Pero es que sí que lo era. Cuando tenía diez años, le pidió a mi padre que dejara que Ryn, su caballo, compartiera habitación con ella —Taissa rompió en risas —. Pero si le quería más que a mí.
—Supongo que desistió.
—Claro.
—Y seguro que no lo quería más que a ti —Él sonrió.
—Lloró durante tres días cuando se enteró de que solo éramos medio hermanos. Era pequeña.
—Ohhh-
—Y luego lo usaba para meterse conmigo. Si hacía algo mal, decía que esa parte del adn no lo tenía ella.
—¿Ella sabía lo de tu madre? —preguntó Taissa. Él negó —. ¿Y lo que eres?
—Sí, supongo que como lo supo desde tan joven nunca le importó.
Taissa no creyó que fuera por eso.
Miró hacia abajo, hacia sus pies, y se lamentó no haberla conocido. Sonaba como una persona divertida. Sólo había tenido 13 años, y cuando pensaba en todas las cosas que ella misma quería hacer antes de morir, en todos los países a los que quería ir y a todas las personas a las que quería conocer, la tristeza la inundaba, porque ella tendría todas esas oportunidades, y todos los que habían muerto demasiado pronto, no.
Taissa aún tenía sueños bastantes razonables que quería cumplir, aunque no quisiera admitirlo, e incluso aunque antes veía al matrimonio como una escapatoria, ahora era diferente. Cuando derrocaran al rey de las tierras sin magia, que estaba segura de que lo harían, habría una vida para ella, más de lo que había sido esa, y sueños que antes no se atrevía a imaginar, ahora lo hacía.
Taissa se levantó después de una hora, ya que le dolía el trasero de estar en el suelo, se sentó en la barandilla y siguió escuchando y hablando. Poco a poco Dylan había dejado el tema de su hermana, y había empezado a hablar de su casa, de su padre y su madrastra, y su expresión ya no parecía lamentable. Así que cuando la invitó a hablar de la suya, Taissa también acabó yéndose por las ramas, y le habló de Sam, y de Mark, y Dylan se quedó estupefacto al escuchar que se hubiese casado con él sin quererlo un ápice.
—La gente maldiciendo el tener que casarse en contra de su voluntad sin amor de por medio, y tú lo harías voluntariamente —comentó negando.
—Tú no lo entiendes porque eres un niño rico.
—No sigas con eso. Lo que pasa... —comenzó con una sonrisa. Sin embargo, su voz se apagó y se acercó a Taissa, a una distancia de milímetros sin acabar la frase. Tomó un mechón de su pelo pasmado —. Azul, es azul —Taissa recogió el mechón, y lo miró. Era cierto. Aunque no era un mechón entero, más bien parte de él, un conjunto no demasiado notable de hebras azules (turquesas, índigo, ultramarino) entrelazadas con negras. Pero algo desvió su atención hacia abajo, algo que la hizo inclinarse por el balcón rápidamente.
—¿Qué pasa? —Dylan se giró hacia donde ella miraba y Taissa señaló a un hombre en el jardín. Lo veía perfectamente llevando una antorcha en la mano, aunque seguramente no fuera por su cara iluminada por el fuego, ya que estaba demasiado lejos, sino por sus capacidades feéricas —. No lo veo, ¿quién es? —preguntó, y al estar tan oscuro, a Taissa no le extrañó. Será pasada la una o las dos de la madrugada.
—Es el del pelo blanco y la cicatriz, el que me compró el libro. Vamos.
—¿Qué? No, voy yo, tú no puedes ir así vestida.
—Claro que sí, por si no te has dado cuenta, resulta que puedo ver en la oscuridad y para un ataque sorpresa, me necesitas. Vamos, antes de que se marche —Él emitió un quejido de molestia.
—Vale —resopló, y miró de reojo a los que seguían bebiendo y hablando —. Muy bien, simplemente digamos que estás cansada.
—¿Se lo creerán? Podríamos decir que vas borracho. O podríamos pedirles ayuda.
—¿Pedirles ayuda? Está aquí, y no sabemos si lo están protegiendo. De momento no podemos decirles nada, y pedirles ayuda a Rob, a Dani o a cualquiera sería sospechoso.
—Está bien.
—Y no vamos a decir que estoy borracho —Taissa rió. Dylan abrió las puertas del balcón, y cuando entraron a la sala, se convirtieron en el centro de atención.
—Creo que es hora de que me vaya a la cama —comentó Taissa con una sonrisa cansada y un bostezo fingido.
—Hemos tenido un viaje largo y agotador, y no está acostumbrada. Iré a acompañarla —siguió Dylan.
—¿Queréis que os acompañe? —preguntó lord Henry divertido. Taissa se fijó bien en sus rostros y pudo ver que ninguno pensaba que dijeran la verdad, pero tampoco los miraban de manera sospechosa. Lo que se pensaban, se dio cuenta Taissa, era que probablemente fueran a continuar esa velada en alguna de sus alcobas. Taissa se sintió enrojecer. Incluso Rob los miraba así.
—No... no hace falta —le dijo cohibida, medio centrada en él, y la otra mitad de su cerebro gritando en su cabeza, queriendo morirse de vergüenza.
—Está bien, divertíos —Las cejas de Taissa se arquearon, lady Maellhy le dio un codazo a su marido y Dylan abrió la boca sorprendido.
—¡Tío Henry!
—Perdón, hombre. Era una broma —Todos sabían que no lo había sido.
—Buenas noches, que tengas buenos sueños —comentó con una sonrisa dulce lady Meahlly.
—Igualmente.
En cuanto salieron de la sala, y cerraron las puertas, Taissa se encogió y se tapó la cara con las manos.
—Por dios, pensaban-
—No le des demasiadas vueltas —le recomendó.
—Lo intentaré.
Dylan empezó a correr tirando de Taissa tras él, los pasillos empezaron a quedarse unos detrás de otros, y Taissa tuvo que parar para recobrar el aliento y descalzarse. Los pies la mataban, pero a parte de un pequeño gemido de dolor, Taissa no se quejó.
Salieron por las puertas del servicio y se adentraron en el jardín. Taissa sintió sus pies empaparse con la nieve y llenarse de tierra mojada. Apretó la mandíbula y no dejó que Dylan lo notara.
Dando vueltas sobre sí mismos, inspeccionando cada parte del jardín, Taissa escuchó a Dylan maldecir.
—¿Qué hacemos? —preguntó Taissa girando sobre sus pies, buscándolo en la oscuridad por todos lados.
—Nada —repuso con un tono molesto —, volvamos adentro.
—¿Qué? ¡No! Estaba aquí hace nada —Taissa dio un paso para alejarse de él cuando Dylan la agarró del brazo.
—Pero ya no lo está —Y continuó mirando primero hacia los bajos mojados de su vestido y luego a la mano que sujetaba sus zapatos —. Y estás descalza en medio del invierno, y llenándote de barro y nieve. Si no quieres tener que bañarte a las cuatro de la mañana, o que te de una hipotermia, te aconsejo que vayas ya —Aunque no quiso hacerle caso, sabía que tenía razón. Sus dedos ya empezaban a parecer cubitos de hielo a pesar de las medias.
Dylan deshizo su agarre, y volvieron al palacio. Caminaron hasta la habitación de Taissa y el silencio fue suficiente para saber que ninguno estaba satisfecho con cómo había terminado esa velada. Una vez en la puerta, Taissa murmuró —Podría haber seguido un poco más —Él sonrió con un suspiro poniendo los ojos en blanco.
—No te preocupes, todavía no ha acabado —Taissa se cruzó de brazos poniéndose de morros y Dylan esbozó una sonrisa —. Hasta mañana, y descansa.
—Tú también —contestó pensando en el baño que no le molestaría darse.
Dylan dio un paso atrás y se giró mientras ella giraba el picaporte. Taissa abrió la puerta mientras recorría con sus ojos su ancha espalda mientras se alejaba. Desvió la mirada y entró, cerrando la puerta tras ella. Estaba cansada.
Taissa chocó contra la puerta de roble al asustarse cuando vio las dos figuras. Había olvidado a Anna y a Serena, que estaban esperándola. No hizo falta ni que les dijese nada para que al verla se pusieran manos a la obra.
Taissa dejó caer los tacones en el suelo y ellas no tardaron mucho en ayudarla, incluso menos que la primera vez. Serena se puso a quitarle el vestido, y cuando le quitó el corsé, Taissa tomó una bocanada de aire.
—Uff, mucho mejor.
—Taissa —la llamó Serena detrás de ella, y Taissa le respondió con un «¿Hmn?». Su voz había sonado divertida —, ¿con quién has vuelto?
—¡Sé por dónde vas y no ha cambiado nada de lo que te dije! —Ella rió justo cuando Anna volvió de terminar con la bañera.
—Deja de incordiar a la señorita.
—No te preocupes.
Sólo con el blusón y las medias puestas entró en el baño, seguida por Anna, que mandó a Serena a la cama, la pobre ya cayéndose del sueño.
—Ya te dije que podía hacerlo yo sola, Anna —dijo empezando ya con una guerra con la que no había contado.
—No se preocupe, seré de lo más discreta, apenas me notaréis —Eso a Taissa le traía sin cuidado.
—Ya lo sé. Pero igualmente... —dijo suspirando. Anna también suspiró —. Por lo menos dejame desvestirme del todo sola —Ella asintió, y Taissa así lo hizo. Al día siguiente, cuando ya tuviera más fuerzas para discutir, le dejaría claro que no necesitaba su ayuda en esos ámbitos. Taissa fue a entrar en la bañera cuando escuchó un golpe en el dormitorio, como un jarrón rompiéndose contra el suelo —. ¡¿Qué ha sido eso?! —preguntó en voz alta. Taissa se tapó y antes de que pudiera asomarse, Anna apareció en la puerta.
—Un jarrón que se me ha caído, disculpe —Parecía nerviosa. Taissa imaginó que se sentiría avergonzada, aunque no era a ella a quien debería pedir disculpas.
—Da igual —le dijo —. ¿Lo has recogido? No vaya ser que nos cortemos.
—Ahora voy, señorita —Anna salió del baño unos segundos, y ella los aprovechó para meterse en la bañera. Las burbujas seguían apareciendo cuando ella regresó. A Taissa le alegró que algo sin importancia la ayudase a esconderse un poco de su mirada sorprendida —. Oh, ya se ha metido en la bañera.
—Sí.
—Está bien.
—Y aunque sé que me quejo mucho y no te dejo hacer tu trabajo, voy a aguantarme un poco y dejarte que me ayudes. La espalda y tal —Ella asintió cogiendo una pastilla de jabón. Se colocó detrás de Taissa y ella se encogió cuando notó el roce en su piel.
—Milady, me extraña que no os hayan atendido así con anterioridad. He escuchado que solo los hijos de mercaderes y nobles pueden entrar en la guardia, y pensaba que aunque los mercaderes no sean de la nobleza, harían lo mismo que ellos —Taissa pensó una respuesta lo suficientemente convincente.
—Bueno... realmente soy un caso excepcional.
—Ya veo. Sé que habéis buscado libros sobre los seres feéricos que vivían aquí —Taissa frunció el ceño y asintió insegura.
—Bueno, no exactamente, pero sí.
—¿Sabíais que aquí vivían una jauría de sátiros?
—¿Sátiros? —Escuchó un «Ajá» por detrás.
—Tenían un pequeño territorio en este ducado. Y cada vez que una joven cruzaba sus fronteras, no dudaban en atacarla y violarla.
—¿Por qué hacían eso? —preguntó.
—Eran seres salvajes. Siempre estaban erectos como producto de una maldición ya hace mucho olvidada, pero respetaban las reglas humanas y el que no lo hacía, según sus actos, era castigado o ejecutado. Ellos no se metían en tierras humanas y los humanos no se metían en sus tierras —La pastilla de jabón dejó la espalda y pasó por su hombro —. Así estaban en paz. Sin embargo, a los seres humanos les dio igual y los aniquilaron. Los que quedaron se tuvieron que esconder en la oscuridad hasta que acabaron muriendo.
—V-vaya —contestó sin saber qué decir. No quería pensar que podría ser una espía, pero si daba un paso en falso y resultaba serlo, sería nefasto. Además, ni siquiera la conocía realmente. La pastilla bajó por su clavícula hasta su pecho por debajo del agua, aunque le había dicho que solo le frotase la espalda —. Pero seguro que al lord le mereció la pena.
Y algo ocurrió. La pastilla salió hacia la superficie cuando ella la soltó, y Taissa sintió un ramalazo de dolor intenso debajo del pecho derecho. Taissa gritó y del agua salió un chorro rojo que se entremezcló con ésta. Sacó el cuerpo a la superficie lo suficiente para ver un corte profundo. Un gemido de dolor salió de su boca y unas lágrimas se le escaparon.
Taissa sintió cómo era arrastrada hacia abajo de nuevo por unas manos grandes y bronceadas con una fina línea de pelo en ellas. Y cuando giró la cabeza, vio una cosa horrible vestida con la ropa de su ayuda de cámara. La ropa se había roto cuando el verdadero cuerpo había sido expuesto, y un ser alto, fuerte, con ojos violetas hipnotizantes y cuernos de cabra lo vestía.
El ser movió las manos de los hombros de Taissa a su cuello, y sin que pudiera hacer nada por su fuerza, lo presionó. El aire dejó de llegarle rápidamente y la asfixia hizo que se pusiera histérica. Taissa intentó convocar su magia para librarse de él, pero no fue capaz, era como si al no ser capaz de respirar ni de mantener la concentración, su magia se hubiera esfumado. Y por mucho que le arañase e hincase las uñas, sus manos se quedaron fijas en el cuello.
Taissa lo miró directamente a los ojos, y se rindió ante su brillo entregándole su vida, solo por poder verlos aquellos segundos finales. Dejó de patalear y dejó también caer sus manos al agua, y cuando la derecha tocó el fondo, Taissa sintió el arañazo que un trozo de vidrio o de porcelana le había provocado, despertándola del trance.
Así que, antes de que la pudiera hipnotizar de nuevo, dejarla inconsciente y que la matase, tomó el trozo y se lo clavó en una de las manos. Su alarido de dolor resonó en sus tímpanos, pero por lo menos deshizo su agarre.
Taissa se levantó corriendo mareada y con la visión nublada, sin embargo, cuando se giró hacia la puerta, la criatura se tiró encima de ella. Su cuello chocó contra la bañera y su cuerpo la aplastó. Taissa volvió a intentar usar su magia, pero una vez más, temblaba demasiado y estaba demasiado asustada para concentrarse, y nada apareció.
Entonces, cuando sólo deseaba que la matase rápidamente, algo lo arrancó lejos de ella. Lo tomó por el cuello de la camisa y lo lanzó con una fuerza imposible a la pared, la cual se agrietó y rompió. Cuando se aseguró de que la cosa estuviera inconsciente o muerta (no lo sabía), el hombre, al cual no podía ver bien por las lágrimas que le emborronaban la visión, la tomó en brazos.
La sacó del baño y de la habitación, y la llevó a la de al lado para dejarla en la cama. Pero cuando fue a rogarle que no se fuese, vio que sólo iba a cerrar las puertas. Tomó una sábana y tapó su desnudez con ella. Al acercarse, Taissa notó que al igual que a ella, a él también le costaba respirar. Sabía quién era, aunque lo viese borroso. Taissa creyó que siempre podría reconocerlo.
—¿Estás bien? —Taissa se desmoronó y lloró sin poder evitarlo. Estaba harta de llorar. Él la levantó de su posición fetal, y la abrazó —. Lo siento, tendría que haber llegado antes. Lo siento —Ella sólo se dejó abrazar hasta que se quedó dormida en su hombro.
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