Capítulo 4
Con la libreta sobre el regazo y el bolígrafo en la boca, Emanuel Villa batallaba contra la frustración del bloqueo de escritor, si es que él, como un novato en ese oficio podía considerarse uno. Ahí sentado en una banca de madera, bajo la gentil sombra de un roble, el muchacho de 18 años trataba de encontrar una trama interesante para su próximo cuento. Estaba escribiendo un libro compuesto por una serie de cuentos fantásticos, aquel que luchaba por escribir apenas era el tercero.
Por suerte aquella parte de Villa Cristal era poco transitada y le proporcionaba la tranquilidad necesaria, pero sencillamente no se le ocurría nada para comenzar a escribir. Por un momento se detuvo a observar la carretera, las casas con sus bonitos techos coloridos, la tienda de disfraces «Malkin Horror» y las hojas secas que se elevaban con pereza gracias a la suave brisa mañanera. Nada. Ni siquiera la pesada cotidianidad de un pueblo tranquilo conseguía traerle una buena historia.
Emanuel se había inscrito en la universidad, y aunque el proceso podía tardar varios meses, no estaba dispuesto a dejar todo para último momento, así que su prioridad era terminar aquel libro antes de comenzar las clases. Varios minutos pasaron, en los que su mirada perdida se afanaba en la carretera, con una mano sosteniendo su mentón, y la otra con el bolígrafo dándose golpecitos en la mejilla. De pronto notó un sutil destello en medio de la calle, algo que hubiese pasado desapercibido, de no ser por que a continuación se produjo algo increíble: una fisura en el aire, como si fuera una tela que se desgarraba lentamente. Emanuel vio con los ojos abiertos de par en par, como de esa fisura emergía una mano con dedos largos y huesudos, luego un brazo cubierto con una manga de color morado. El espacio alrededor de aquella fisura ahora parecía una pantalla de vidrio que iba quebrándose a medida que aquella figura salía a nuestra realidad. Finalmente el agujero se hizo tan grande, que permitió que la figura ataviada con una túnica saliera por completo.
Emanuel se ocultó detrás del árbol y observó al recién llegado. Parecía salido de algún cuento de fantasía, como los que él escribía, con un gorro de mago, barba plateada y ojos aguerridos, que observaban los alrededores con profunda curiosidad. El hombre parecía inofensivo, pero el chico decidió seguir escondido detrás del roble. Las personas que por ahí pasaban lo veían como a un vagabundo, o quizás un alcohólico perdido, ignorando por completo que había salido de la nada. En general nadie parecía prestarle atención. El hombre comenzó a caminar torpemente y luego se detuvo frente a la tienda de disfraces. Ahí observó un disfraz de mago, con chistera, traje negro y guantes blancos. Emanuel fue testigo de como en un abrir y cerrar de ojos el hombre con aspecto de hechicero cambió su apariencia. Parecía muchísimo más joven, con barba negra y recortada. Su túnica morada fue sustituida por un traje negro parecido al que exhibía el escaparate; su gorro ahora era una chistera y una capa roja fue añadida. A continuación el muchacho observó que de la manga sacó una baraja de cartas y luego las lanzó al aire, como proyectiles en todas las direcciones. Todo aquello que las cartas tocaran se transformó de inmediato.
Emanuel entró en pánico y salió de su escondite a toda velocidad. El mago se percató de su huida y entonces le lanzó una de sus cartas. Pero antes de ser alcanzado, una especie de escudo de energía se elevó delante de él. Quien lo había creado era una mujer de pelo rubio con vestido negro.
-¡Entra en esa puerta y no mires atrás! -dijo la mujer y Emanuel vio una puerta dorada, sin bisagras que la sostuvieran a una pared invisible. Tal como se lo ordenó la mujer rubia, se dirigió a la puerta como una exhalación y se sumergió en una negrura completa...
... Korrina y Shelby llegaron a una habitación circular y de color azul oscuro. Como todas las habitaciones de la ASM, la estancia estaba iluminada con grandes orbes de luz que flotaban en el aire. Había una mesa grande y entorno a ella y ligeramente encorvados, se hallaban Magnolia y el doctor Rendell. Ambos tenían el rostro crispado y serio.
-Rápido, acérquense -dijo Magnolia en cuanto notó la presencia de Korrina y Shelby.
-¿Qué sabemos de la criatura? -preguntó con seriedad Shelby.
-Nuestros agentes dicen que parece un hechicero común y corriente -contestó Magnolia y a continuación conjuró una ilusión, dónde se veía una esfera de color azul y otras más pequeñas a su alrededor que levitaban sobre la superficie plana de la mesa -. Excepto que ha transformado el pueblo entero en una aldea medieval utilizando lo que parece ser una baraja de cartas mágicas.
-En la antigüedad existió una raza de magos que podían controlar la magia a través de cartas -comentó Shelby -. ¿Será posible que sea uno de ellos?
--No uno de ellos, pero sí una creación de esa bruja a partir de magia proveniente de dicha raza de magos -afirmó Magnolia.
A continuación se oyó al doctor Rendell carraspear, por lo que Magnolia suavizó su expresión.
-El señor Flick quiere explicarles algo -dijo Magnolia.
-Eh, sí... Bueno. Lo que están viendo ahora -dijo y señaló las bolas de luz que Magnolia había creado -, es una representación de todas las realidades. La nuestra se encuentra en medio, la más grande. Cómo ven, de ella emergen pequeños hilos de luz, que según nuestras investigaciones, es lo que atrae a los monstruos a nuestra realidad. Como un imán atrae al metal, o como la luz a los insectos.
A medida que Rendell Flick hablaba, Magnolia ilustraba su explicación, alterando las bolas de luz para que pareciera que las más pequeñas se pegaban a la más grande. Mientras tanto, Korrina recordó las pulsaciones que lanzaba la libreta de los monstruos, y entonces comprendió lo bien acertada que estaba la teoría del doctor Flick. Sin embargo, eso no era lo importante en ese momento, por lo que inmediatamente después de la exposición del doctor, Magnolia ordenó a un grupo de hechiceros, los cuales eran denominados El escuadrón del fuego, que se dirigieran de inmediato al pueblo a detener al monstruo. Shelby también se dirigió junto a Korrina al lugar de los acontecimientos.
Cuando llegaron, lo primero que Korrina vio fue que, en efecto, Villa Cristal ya no era el pueblo que ella conocía. Las calles de piedra y las casas medievales daban fe de ello. El lugar donde hasta hace un par de minutos se hallaba Malkin Horror, ahora era ocupado por un enorme y soberbio castillo... ¡Hecho de naipes! O al menos sus paredes daban el aspecto de estar hechas de cientos de miles de naipes. Un foso de agua verde lo rodeaba, y dos guardias con lanzas y armaduras custodiaban la entrada.
Korrina no daba crédito a lo que veía. Todo parecía tan surrealista. Incluso le hizo recordar a La reina de corazones de Alicia en el país de las maravillas. A su lado, Shelby aferraba el pesado libro de símbolos contra su pecho. Detrás de ellas El escuadrón del fuego se preparaba para su ataque. Los seis miembros prendieron fuego a sus puños y arremetieron contra la fachada del castillo, lanzando bolas de fuego. Los enormes guardias ( debían medir más de tres metros) se les fueron encima, dando tumbos y agitando sus lanzas, produciendo silbidos al cortar el aire.
-¡Corre! -gritó Shelby, haciéndose a un lado, mientras los otros hechiceros le hacían frente a los guardias.
Ambas corrieron con ímpetu hacia la entrada del castillo, ahora que estaba sin vigilancia.
-La criatura tiene un símbolo en alguna parte de su cuerpo -jadeó Shelby, mientras la distancia que la separaba del castillo se acortaba -. Hay que encontrarlo para saber qué conjuro usar y devolverlo a la libreta.
Korrina no dijo nada. Un fugaz vistazo a través de su hombro le informó que los guardias se habían enzarzado en una batalla con unas enormes bestias hechas de fuego: leones, zorros y hasta un fénix.
Al llegar a la gran puerta, ésta se desplazó a un lado y dio lugar a un extenso pasillo, cuyas baldosas tenían diseños de tréboles, rombos y corazones rojos y blancos. Korrina se dejó llevar por la impresión y, como por inercia, avanzó uno, dos, tres pasos. No supo contarlos, pero se le adelantó a Shelby, quien se había quedado rezagada, jadeando y con su grueso volumen de Simbología mágica. Antes de poder advertirle, una barrera semi transparente se elevó delante de la mujer y envolvió todo el castillo en una cúpula. Korrina se percató muy tarde de su error y corrió desesperada hacia la barrera.
-¿Qué está pasando?
-Tranquilízate, Korrina. La bolsa que llevas colgada contiene muchos objetos, aunque no lo parezca -dijo Shelby, al mismo tiempo que miraba a Korrina fijamente a través de la cúpula -. Cuando consideres que sea necesario, busca dentro de ella y obtendrás lo que necesitas. Confía en mí, la bolsa nunca falla.
Antes de poder responder, Korrina sintió cómo el piso comenzó a moverse, como una banda transportadora. Ella cayó de bruces y fue arrastrada sin piedad hacia el interior del castillo. Shelby, en un acto de ira y desesperación, comenzó a golpear la barrera de luz y a vociferar maldiciones contra el monstruo que yacía dentro de aquel surrealista castillo.
Korrina trató en vano de aferrarse a cualquier objeto, y antes de chocar contra unas puertas dobles, éstas se abrieron de par en par, permitiendo a la muchacha ingresar a una gran habitación roja. La luz se filtraba entre los ventanales de coloridos cristales. Había una alfombra roja que llegaba hasta un trono, donde descansaba un ser con capa y chistera. Varias armaduras bordeaban la pasarela, con sus lanzas listas para atacar, aunque Korrina intuyó que esas estaban más muertas que cualquier otra cosa.
-¡Vaya, vaya! -graznó el mago desde su trono -. Finalmente alguien se ha dignado a visitarme. Tengo que decir que los habitantes de este pueblo han sido tan maleducados. Todos huyendo despavoridos a través de esas vulgares puertas doradas... Y yo que solo quería platicar con ellos.
El sujeto soltó una estridente carcajada, que se elevó por toda la estancia, dejando tras de sí un eco.
Korrina abrió la bolsa y rebuscó en su interior. No parecía haber nada más a excepción de la libreta que Shelby le había dado. De pronto sus dedos rozaron un objeto redondo y de metal. Lo sustrajo y comprobó que era un pequeño reloj de bolsillo de un verde neón intenso, con una cadenita que se le enroscó en la muñeca y se hizo invisible. La muchacha miró, estupefacta, como también el reloj desaparecía... No. Se hacía invisible también. Ella sentía el gélido metal en la palma de su mano.
-Acércate, pequeña. No te haré daño -dijo el mago, y se levantó de su asiento.
-Debes volver a la libreta -consiguió decir Korrina, sintiéndose patética después.
-Lo haré, nada me gustaría más. Necesito que me ayudes, por favor. -El mago sonrió, como lo hacen los mentirosos cuando saben que la víctima está a punto de caer en sus garras.
Korrina avanzó hacia él, con pasos vacilantes. Cerró su puño izquierdo, preparada para prender una llamarada si era necesario. El mago levantó sus manos, demostrando que estaba indefenso. Ya estando más cerca, Korrina comenzó a buscar frenéticamente el símbolo en su cuerpo. No tenía ni idea de cual era, y eso le añadía más dificultad al asunto. No obstante, Shelby le había explicado previamente que, ella sabría reconocer el símbolo al verlo. Como algo que solo la misma Korrina pudiera ver y los demás no.
El mago sonrió nuevamente, esta vez parecía sincero, y fue suficiente para que Korrina se dejara llevar. Luego le estrechó la mano y se presentó:
-Mucho gusto, soy...Bueno, acabo de ser liberado, y mi antigua dueña no me nombró de ninguna manera. Nos veía como simples herramientas, a mí y a los otros. -Parecía indignado, dolido. Pero era una fachada, como luego descubrió Korrina.
-¿Dónde está tu símbolo? -preguntó Korrina. A pesar del encanto del mago, ella no confiaba del todo en él. Al menos había una parte de ella que quería acabar aquello lo antes posible.
El mago de inmediato sacó una baraja de cartas de su manga y comenzó a mezclarlas como todo un experto. Una vez hecho eso, le mostró la baraja completa a Korrina, y al instante identificó el símbolo. Se trataba del símbolo del infinito, hecho con trazos rojo intenso. Era como el as de las cartas normales.
Casi eufórica, Korrina trató de tomar la carta, pero el mago se lo impidió y alejó la baraja.
-No, pequeña. Hagámoslo un poco más entretenido. No quiero irme sin haberme divertido un poco.
Korrina suspiró con cierta frustración y recelo, pero aceptó las condiciones del mago. A continuación comenzó a mezclar las cartas nuevamente y le se las mostró, ésta vez solo la parte de atrás.
-Elije una.
Korrina eligió una carta al azar y se la mostró al mago. Él sonrió y tomó la carta entre sus huesudos dedos.
-¡Que tengas buen viaje! -dijo y le lanzó la carta a la chica.
Korrina a penas tuvo tiempo de reaccionar, cuando un torbellino de luces la engulló. Notó que el suelo bajo sus pies había desaparecido, y al instante se encontraba cayendo en un vacío sin fin aparente. Trató de gritar, pero cualquier sonido fue sofocado por el fragor del tornado.
Como si de repente el suelo se hubiese abierto un agujero negro, Korrina iba en caída libre, con el viento alborotando su cabello y sus gritos siendo tragados por un zumbido ensordecedor.
No supo cuánto tiempo pasó, para ella fue una eternidad, pero en realidad solo habían transcurrido un par de segundos. Su caída fue frenada por un montículo de nieve, en el que se hundió casi por completo. Antes de ser plenamente consciente de su entorno, el frío la golpeó de forma despiadada, como el mortal ataque de mil dagas clavadas al mismo tiempo. Salió de la nieve y notó que era de noche. Recorrió el lugar con la mirada y vislumbró una hermosa casa de madera, de cuya chimenea todavía salía humo. Había un granero y con la poca luz que arrojaba una bombilla en el porche de la casa, Korrina vio un hombre salir, con lo que parecía ser un pico colgado en el hombro. Estaba demasiado alejada de él, por lo que únicamente notó que iba bien abrigado, a excepción de ella, que sentía que se congelaba.
Por suerte para ella, el reloj de bolsillo refulgió en su mano y le mostró unos números: 03.31.1922. Korrina no comprendió del todo qué significaban aquellos dígitos, pero intuyó que era alguna fecha, probablemente la fecha donde la había enviado aquel mago tramposo. De todos modos, no tuvo tiempo de seguir cavilando, pues el reloj brilló tanto que tuvo que cerrar los ojos, momento dónde nuevamente sus pies se despegaron del suelo y fue arrastrada al presente. Al llegar a la sala del mago, Korrina se tambaleó un poco y vio al sujeto sentado en su trono. Al advertir la presencia de la chica, se puso de pie y su expresión de serenidad fue sustituida por una de sorpresa e ira.
-Tal parece que no soy el único que tiene trucos bajo la manga.
-Regresarás ahora mismo a la libreta, sin trucos -dijo Korrina, mientras aún sentía escalofrío.
-Hablando de eso, ¿Dónde está la libreta? -susurró el mago y comenzó a acercarse a la chica.
-No la tengo yo, pero eso no te importa. -Korrina transformó sus puños en dos bolas de fuego, no estando dispuesta a ser atrapada con la guardia baja.
El mago sonrió, pero Korrina pudo notar un atisbo de ira tras ese rostro aparentemente sereno. Al parecer, una niña de trece años estaba frenando sus planes.
-Tienes agallas, niña -afirmó el mago, al tiempo que avanzaba hacia ella y extraía nuevamente su baraja.
Korrina también avanzaba hacia él, con una determinación que hasta entonces se había manifestado. El miedo fue sustituido por un frenesí de adrenalina, recorriendo cada rincón de su cuerpo y alimentando sus ganas de transformar a aquel personaje en un dibujo semi borrado, sepultado bajo decenas de páginas polvorientas y conjuros antiguos.
-Volverás a la libreta ahora -dijo Korrina y sin previo aviso lanzó una bola de fuego, que se precipitó hacia el mago como una bala de cañón.
El hombre de la chistera extrajo una carta con una precisión pasmosa y efectuó el contraataque, frenando la bola de fuego en el aire y convirtiéndola en una diminuta brasa que cayó al piso, titilando suavemente. Soltó un carcajada burlona y envío todas sus cartas al aire, que empezaron a revolotear entorno a Korrina, como un enfurecido enjambre de abejas. La muchacha logró materializar un escudo azul en el preciso instante en que una de esas endemoniadas cartas se dirigía hacia ella, como un dardo hacia una diana.
Al chocar la carta contra el escudo, se produjo un fugaz destello que cegó momentáneamente a Korrina, momento que aprovechó el mago para tomar ventaja. Otra de sus cartas, que parecía tener vida propia, descendió a toda velocidad, reduciéndose a un simple borrón escarlata. El objeto dio de lleno en la espalda de la chica, quien se vio sumergida nuevamente en aquel tornado de colores, que luego dio lugar a una espesa oscuridad.
Korrina tocó suelo. Sus fosas nasales se llenaron de un olor a gasolina y a humo. Oyó sirenas por todos lados, y cuando su visión se aclaró, logró ver la fachada de dos edificios idénticos. Gruesas columnas de humo salían y se elevaban hacia el cielo. Vio un par de taxis amarillos achatados por escombros, gente gritando y helicópteros sobrevolando la escena. Tan confundida estaba que no se dio cuenta de que un camión de bomberos estuvo apunto de arrollarla. Fue la acción inmediata de un bombero que le salvó la vida. Se abalanzó sobre ella y la apartó del camino.
Korrina conocía vagamente aquella escena. La había visto un par de años atrás en los noticieros. Pero no era capaz de asimilar si era un ilusión o no.
-¿Te encuentras bien? -dijo el bombero. Su rostro estaba cubierto por hollín y polvo.
Korrina no respondió. En cambio observó el reloj que nuevamente se hacía visible y, como la vez anterior, le mostró unos dígitos: 11.09.2001. Sin duda, era el mismo desastre que había hecho historia a nivel mundial en 2001.
El reloj mágico arrastró a Korrina al presente de nuevo, dejando tras de sí a Nueva York y a las Torres gemelas ardiendo en llamas. Al llegar, el mago se hallaba de pie frente a los ventanales, con su figura que se recortaba contra esa explosión de colores y cristales.
-Veo que eres muy necia, niñita -murmuró el hombre, mientras sus largos dedos como ramas se entrelazaban detrás de su espalda. Con su postura firme, daba la sensación de ser un maestro de orquesta, listo para el espectáculo.
Korrina prendió fuego a sus puños nuevamente. El mago sin darse la vuelta intuyó lo que la chica hizo, y con un ligero movimiento de mano hizo aparecer su baraja mágica. Korrina se preparó para el ataque, sin embargo, el hechicero no lanzó sus cartas hacia ella, si no al ejército de armaduras que flanqueaban la alfombra roja. Al instante las estructuras de metal cobraron vida, entre chirridos metálicos y gemidos al rozar.
-A ver cómo sales de esto, pequeña -dijo el mago, dándose la vuelta y echándose a reír cómo un desquiciado.
Las armaduras se le fueron encima a Korrina, blandiendo sus espadas en el aire. La primera recibió una llamarada en la cabeza, la cual se fundió al contacto con el fuego. Korrina hizo gala de movimientos felinos que hasta entonces desconocía, esquivando los lentos golpes que le lanzaban y arremetiendo con potentes bolas de fuego que dejaban fuera de combate a los soldados metálicos del mago. A la última armadura viviente le derritió las piernas, para posteriormente volarle la cabeza de un golpe en llamas, cayendo estrepitosamente al piso, uniéndose a la gran pila de extremidades de acero a medio fundir.
El mago observó la batalla todo el tiempo, sin mover ni un solo músculo. Al terminar, miró boquiabierto a su pelotón de soldados de metal destruidos. Explotó en un arranque de ira y envío todas sus cartas hacia la chica, excepto una, la Carta Infinito, la que contenía el símbolo para enviarlo de vuelta a la libreta. Las cartas se precipitaron hacia Korrina, como una parvada de colibríes enloquecidos. La muchacha proyecto su escudo inmediatamente. Mientras forcejeaba por mantener su velo mágico protector, siendo acuchillado por las cartas, que se desvanecían al contacto, notó que el reloj que se le había enroscado en la muñeca se soltaba de su mano, anclado aún por la cadenilla, que se hizo más larga, transformándose en una especie de látigo verde neón.
Cuando todas las cartas desaparecieron, el mago se lanzó con furia hacia Korrina, lanzando haces de luz hacia ella, destruyendo su escudo, lo que creó una onda expansiva que lanzó a la muchacha por los aires. El reloj brilló con más fuerza y Korrina a penas tuvo tiempo de ponerse en pie, cuando un fuerte impulso en el brazo la obligó a atacar, utilizando el artefacto como un arma. Los rayos de luz del hechicero fueron interceptados por el látigo verde. Korrina lo hizo girar y creó un nuevo escudo que frenó los ataques del mago.
El hombre se mostró débil durante una fracción de segundo, momento que Korrina aprovechó para encadenarlo con el reloj.
-¡Suéltame, insolente! -gimió el hechicero, debatiéndose contra la cadena verde que lo aprisionaba.
-Dame la carta del símbolo -dijo Korrina, mientras sus ojos flameaban de furia.
--Jamás -contestó el mago, entonces la cadena apretó su cuerpo con más fuerza, como una boa que pretende asfixiar a su presa.
Korrina siguió aferrando la cadenita del reloj, al mismo tiempo que ésta se enroscaba furiosamente alrededor del mago.
-Entrégame la carta ahora mismo.
-No. -La cadena continúo apretando, mientras el áspero rostro del mago se contraía de dolor. Y eso no era todo, pues el hombre volvía a adquirir el aspecto de un anciano, con su pelo plateado y su frondosa barba. En poco tiempo solo era un manojo de piel arrugada que se afanaba a la vida -Está bien, te daré la carta.
De la manga se sacó la carta, de un rojo brillante, con el símbolo del infinito resplandeciente a la vista, y la envío hacia Korrina. Ella la tomó con su mano, sintiendo un profundo dolor que le quemaba la palma derecha. Donde anteriormente se había hecho el corte con la navaja para usar su sangre y liberar a los monstruos, ahora se dibujaba el símbolo del infinito, surcado de luz y sangre.
Korrina no lo sabía, pero ahora el mago estaba bajo sus órdenes. De todos modos no conocía el conjuro para enviar al hechicero a la libreta, y Shelby tenía el libro de los símbolos.
-Levanta la cúpula y déjalos entrar -ordenó Korrina.
El mago levantó una mano arrugada y huesuda, con un destello de luz azul. El castillo se fue desmoronando lentamente, naipe por naipe, hasta que solo quedó la tienda Malkin horror. Korrina oyó un ruido de pasos que se dirigían hacia ella. De entre maniquíes con disfraces, surgió Shelby con su pesado libro y todos los miembros de la Legión del Fuego. Casi todos tenían rasguños en el rostro y en los brazos, pero nada grave, dando a entender que los guardias se habían llevado la peor parte.
-¡Korrina! ¿Te encuentras bien?-dijo Shelby, deteniéndose en seco al ver al mago reducido por una cadena verde -Lo conseguiste.
-Tengo el símbolo, el infinito. ¿Cuál es el conjuro?
Shelby se apresuró a buscar rápidamente entre las amarillentas páginas de su libro, hasta que dio con el conjuro ligado al símbolo del infinito. Se lo recitó a Korrina y ésta lo repitió. La libreta salió volando de su bolsa anaranjada y se abrió en el aire. Al mismo tiempo el símbolo en la palma de la mano de Korrina refulgió con más fuerza y un poderoso destello salió disparado hacia el mago, transformándolo en un chorro de luz que la libreta se tragó. El hechicero se había ido. Korrina vio que la herida de su palma desaparecía y luego sintió un fuerte mareo.
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