
Capitulo 9
Meld paró con el escudo mágico, que controlaba con la mano izquierda, a un grigarto a la carga, haciéndolo rebotar para después precipitarse por el abismo que los rodeaba. Con la derecha, creó una lanza hecha de relámpagos que arrojó hacia una de las lechuzas gigantes que atacaban en picado. Se volvió hacia Keru y le dijo:
—Defiende el puente, yo me encargo los voladores.
Se encontraban en una pequeña isla, adornada con estatuas de la diosa Kalata con el pelo pintado de rojo, que flotaba en la oscuridad. Se unía, mediante un largo puente construido a base de huesos, con un castillo de murallas ciclópeas. Encima de la entrada a la fortificación, se encontraba Gaud la Suicida, vestida de noche y fuego, con sus trenzas adornadas por calaveras de recién nacido. Ordenaba cargar, una y otra vez, a sus heterogéneas mesnadas: a las lechuzas y los grigartos se sumaban monjes silenciosos, bisuteros, niñas moneda, la mayoría demonios catalogados en los manuales cazaherejes y algún que otro horror más...
Los dos magos aguantaban envite tras envite. Sus caras mostraban felicidad en vez de preocupación. Meld estaba maravillada con lo mucho que había mejorado su novio. El repertorio de hechizos que manejaban y la precisión con que los utilizaban eran impresionantes. Se colocaron espalda con espalda y se echaron a reír, desafiando al universo entero.
Gaud se enfureció, arrebató el cuerno de mando al abanderado que estaba a su lado y sopló con fuerza. Sonó música de estilo bisutero, a un volumen ensordecedor. De la oscuridad infinita, surgió una enorme masa de sangre y carne. Una gigantesca amalgama de cuerpos, mezclados sin ningún sentido, pertenecientes a todas las criaturas que se habían despeñado al vacío sin fin. Gaud saltó encima de ella, soltando una hórrida carcajada. Se agarró de una pierna y de un tentáculo, que se habían recolocado para servirle de bridas, y se lanzó a la carga dando un ininteligible grito de guerra.
Los magos lanzaron infinidad de poderosos hechizos hacia la colosal abominación, que continuó avanzando a pesar de las enormes heridas que sufría. Meld lo paró con un enorme escudo mágico. Partes de la isla y la mayoría de las estatuas se resquebrajaron por la fuerza del golpe. El muro taumatúrgico se amplió, envolviendo en su totalidad al inverosímil ente. Gaud rugió de ira y obligó a su montura a intentar romper su prisión. Keru comenzó a cederle sus acumuladores a su novia, pues tenía los suyos agotados. Ella se concentraba cada vez más, aumentando el grosor del escudo. Se consumió la última carga y la abominación no desistía. Los escudos comenzaron a agrietarse. Los enamorados se miraron con tristeza.
—Lo siento, Meld —dijo el chico—, no queda más remedio. Por favor, no me olvides. Hasta siempre.
Keru se llevó la mano al corazón y se lo arrancó, ofreciéndoselo todavía latiendo a Meld como si fuera un presente. Cuando ella lo aceptó se transformó en un acumulador, aunque continuaba palpitando y conservando el color rojo. El chico le sonrió por última vez antes de caer de rodillas y fenecer.
Ahora ella poseía la reserva de poder más grande de la historia. Con lágrimas en los ojos, primero reforzó de nuevo los escudos. Luego comprimió poco a poco la esfera y a su contenido mientras Gaud chillaba de odio sin parar. Los gritos continuaron incluso cuando la bola se había reducido al tamaño de una sandía... luego a una manzana, después a una cereza... hasta que al final desapareció, dejando todo en silencio.
Y entonces... Meld se despertó.
Una Gaud menos imponente que en el sueño la miraba con rabia, pero pronto cambió la expresión a una de franca alegría y dijo:
—Felicidades, Meld, me has vuelto a ganar la partida. Esta noche jugaremos la revancha.
Después se giró y dirigió hacia las letrinas. La hechicera la siguió, con la intención de darle una buena réplica, mas detrás de la puerta solo se encontró con un maloliente retrete y unas moscas zumbando. Maldiciendo, volvió al catre y se tumbó. Las pesadillas arreciaban cada vez más y su simbolismo no se le escapaba: la personalidad de la chica y la suya luchaban en el plano inconsciente; ¿su cuerpo era el premio de la vencedora?
Perdió las ganas de dormir. Se levantó y se dispuso a lavarse la cara. Desde su queja le proporcionaban un cubo de agua todos los días, aparte de la necesaria para beber. Los carceleros silenciosos debían haber entrado mientras soñaba, pues ya habían reemplazado el balde y a su lado dejado algo más: un vestido rojo con bordados en blanco, acompañado de una escueta nota sin firmar: Deseo que sea de tu agrado. Hoy tendremos la charla que te prometí. Espero que las dos disfrutemos de una agradable velada.
—¡Vaya condescendiente de la peor especie está hecha! —gritó Meld a las paredes al acabar de leer—. ¿Se cree la poderosa señora que invita a la niña pobre?
A pesar de las protestas, la chica se cambió de ropa. No estaba acostumbrada a vestir falda y las varias capas de ropa interior le parecieron absurdas. Menos mal que alguien las había colocado en el orden correcto. Cuando acabó la puerta de la celda se abrió y entraron los dos carceleros. Uno portaba un espejo, en cuyo reflejo se arregló la prisionera.
—Parezco una muñeca de niña rica —dijo Meld a terminar.
Los guardianes no respondieron, pero le prestaron un cepillo de pelo. La chica no tenía ni idea de peinarse a juego con los ropajes. Se planteó acabar con la pantomima y arrancarse aquellos trapos caros. Al final, la curiosidad por conocer que quería Ave de la Noche le pudo e intentó replicar uno de los peinados que había visto en el baile de la cosecha, con escaso éxito.
—¡Serás ceporra! —dijo Gaud a su espalda—. Trae que te ayudo, tienes que estar presentable para mi señora. —Meld dudaba qué le irritaba más, si la idolatría de la terrorista por su líder o que pensara que le iba a dejar el control de su cuerpo por algo tan nimio—. No seas terca, recuerda que si yo lo sé, tú también. Unas buenas trenzas dobles, unidas a su mitad en una. —La maga siguió los consejos con torpeza. Teniendo que repetir una de las trenzas—. Te quedaría mejor si te dejaras el pelo más largo. —La cazaherejes soltó un bufido—. Ahora sujeta bien todo... Vaya, solo hay cordones, nada de alfileres o un buen coletero de bronce... ni una diadema de madera.
—Claro —contestó Meld en voz alta—, nada que pueda servir como un arma.
Los carceleros la ignoraron, como siempre. Cuando terminó, se fueron llevándose el espejo con ellos. Volvieron al cabo de un par de horas, barrieron por primera vez el suelo desde que la cazaherejes estaba en la celda, que se apartó todo lo posible para no mancharse, sentándose en el jergón. Luego colocaron en la celda una alfombra, una mesa, un par de sillas y un candelabro de varios brazos. Encendieron las velas y, cuando entró Ave de la Noche, se retiraron, cerrando la puerta al salir.
Meld se levantó y se cogió la falda por los extremos, haciendo una pinza del pulgar con el indice y el corazón, la estiró para realizar una reverencia, imitando con torpeza a las nobles fedalistrenses, y dijo:
—Bienvenida a mi humilde morada, mi señora.
Ave de la Noche replicó el saludo con mucha más gracia.
—Gracias por recibirme, Meld.
—Esa máscara que lleva, ¿es nueva?
—¿Cómo lo sabes?
La cazaherejes bajó la mirada y permaneció callada. Intentó buscar alguna excusa coherente, aunque no se le ocurrió ninguna sí que cayó en cuenta de otra cosa:
—Claro, la otra debe de tener carga mágica.
—¿Qué te ha llevado a esa conclusión? —Meld volvió a quedarse en silencio—. Hmm, disculpa mis modales. Mejor seguimos sentadas a la mesa.
El vestido de Ave no habría desentonado en el baile de la cosecha, aunque volvía a ser negro y gris. Necesitó varias complicadas maniobras para amoldarlo a la silla. En cuanto la moza la emuló, uno de los carceleros apareció con una tetera, dos tazas y un azucarero, los depositó en la mesa y las dejó otra vez solas.
—¿Cómo lo hacen? —preguntó la chica.
—¿El qué? —replicó la enmascarada mientras servía la bebida, con un elegante gesto.
—Aparecer justo cuando es el momento.
—No es justo, Meld. Yo te he hecho dos preguntas y no me has respondido a ninguna.
«Así que va a ser un toma y daca», pensó la adolescente. «Mejor contesto, al fin y al cabo ella ya lo sabe».
—Conoces mi nombre, así que también sabrás de mi condición. No te confías y prefieres no traer nada mágico a mi presencia.
—Muy bien. ¿Azúcar? Yo le echaría poco, si te excedes ocultas los matices, pero sin algo de dulce el amargor se apodera de tu paladar.
—Tú tampoco has contestado.
—Uno de ellos está vinculado a mí y siente cuando lo necesito. Otro a ti, así que no intentes nada raro. —La enmascarada echó una cucharada de azúcar en el té, como si la información que acababa de soltar fuera de lo más normal—. Toma, pruébalo.
—¿Vínculos? —preguntó la chica sin tocar la taza.
—Ya charlaremos sobre eso otro día; hoy querría hablar de otro tema. Prueba el té ante de que se enfríe.
—Prefiero otras cosas antes que el puñetero té.
—Veo que en los cazaherejes siguen sin enseñar modales. ¿Qué quieres? ¿Café?
—Olvida las infusiones. Me tienes aquí encerrada como si fuera una criminal, sin luz y teniendo que oler la mierda.
—Yo te tendría en mi cuartel—contestó Ave mirándola a los ojos. La chica se percató en que los de la mujer eran de un extraño color, entre gris y azul—. Pero como has deducido debo tenerte lejos de cualquier fuente mágica. Lo siento. Daré instrucciones de que adecenten un poco el lugar.
—¿No te fías del collar?
—La precaución nunca está de más. Ahora prueba el té, por favor.
Meld, indomable, se lo bebió de un trago. Su fuerte sabor le saturó el paladar y se tuvo que esforzar en no hacer una mueca de asco. Ave, impasible, dio un pequeño sorbo con refinados ademanes.
—Tiene un gusto... exótico. ¿Te lo traen de tu ciudad natal? —preguntó la moza.
—Tranquila, no hace falta que me sonsaques información. Ya sabrás más sobre mí y... Pero hoy quiero que comprendas lo que hago aquí.
—¿Malgastar gigantescas reservas de magia en una lucha sin sentido? ¿O ser una cruel asesina que manda niños a la muerte mientras toma el té?
—¡No insultes a mi señora! —exclamó Gaud. «Vaya, con lo bien que estabas en callada», le contestó Meld mentalmente. —Cierra tu bocaza y escucha, es un gran honor estar frente a ella. «Yo no necesito idolatrar a una maga renegada con las manos manchadas de tanta sangre inocente». —Lucha por nosotros. «Lucha por ella misma». —Sigues sin tener idea de nada. «Tú sí que...¡Para!», ordenó la cazaherejes al darse cuenta de que Ave había dejado de hablar y la observaba con fijeza.
—¿Qué te ocurre, Meld? Me estás preocupando —dijo cuando vio que la chica le volvía a prestar atención.
—No es nada... me pican un poco las enaguas.
—Hmm... Te estaba preguntado si todavía en la Casa Madre se estudian las ideas de Mariana.
—Claro...
—¿Te acuerdas de ellas?
—No creía que me habías capturado para examinarme de filosofía.
—Está vez un poquito más de azúcar y a sorbitos, ya verás que cambio —dijo la enmascarada mientras rellenaba las tazas—. Dame el capricho, por favor.
—A ver cómo era... Escribió un libro: "Sobre el rey la institución real". Consideraba el tiranicidio como un derecho natural de las personas. Cualquier ciudadano puede con justicia asesinar a aquel rey que se convierta en tirano por imponer impuestos a los ciudadanos sin su consentimiento, expropiarles injustamente su propiedad o impedir que se reúna un parlamento electo.
—¿Y qué es el rey Taisgoe de Fedalistre sino un tirano? Invade el país vecino, cambia su parlamento, sube las tasas a su gente y se queda con las minas de Getrale.
—Sí, pero esa filosofía es para la gente normal, los magos no debemos entrometernos. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad...
—Meld, lo repites como una cotorra, como te han enseñado en el Gremio. ¿No dicen sus reglas que los hechiceros podemos intervenir en caso de fragante delito?
—Pero el Gremio tiene que ser neutral, sin intervenir en política. Aparte que aquí el rey es la ley. Si vamos decidiendo cuando intervenir o no en asuntos internos de los países, ¿en qué momento pararíamos? ¿Qué pasaría si los magos eligieran facción? Y si encima eligieran bandos opuestos, ¿qué, otra vez las guerras mágicas del pasado?
—La no intervención ya es en cierto modo elegir una facción. ¿Sabes que sus nobles tienen un burdel privado a base de niños y niñas?
—Aunque podría estar de acuerdo en mucho de lo que dices, tus métodos son horribles e inhumanos. He visto lo que has conseguido con ellos: una espiral de violencia sin sentido, torturas y asesinatos... Por ambos bandos.
—Hay que acabar con ese rey y sus nobles, han hecho cosas todavía más horribles.
—¿Cómo invocar un demonio?
—Eso era una simple distracción, y yo no quería.
—¿No querías?
—¡¡¡No quería!!! —gritó mientras daba una fuerte palmada en la mesa.
«¿Sus ojos acaban de brillar en color purpura?», penso Meld. «Hmm, debe haber sido el reflejo de las velas».
—Aun así matáis a más gente que el rey —dijo la chica, tras unos instantes de silencio, al ver que Ave volvía a tomar un sorbo de té con gestos tranquilos.
—Eso te lo tengo que agradecer a ti y a los de tu triada. El plan era perfecto... Un momento... —Ave se quedó callada, como si escuchara algo—. Bueno, dejémoslo por hoy que se hace tarde y tengo que hacer otros asuntos. Te traerán algún libro para que no te aburras hasta que tengamos nuestra siguiente charla. —La enmascarada se levantó de la silla—. ¿Quieres el resto del té?
—No me gusta el puñetero té.
—Ya traeré otra cosa pues. Hasta pronto.
—Adiós.
Nota sobre el filósofo Mariana: Su nombre completo es Juan de Mariana y existió de verdad. Aunque a lo mejor no casa mucho con la ambientación, he decidido no inventarme un nombre para no "apropiarme" de sus ideas y dejar claro que simplemente expongo las suyas.
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