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Capitulo 35. (Parte 2)

Rata Artera no se consideraba muy lista, pero sí que había aprendido a salir con rapidez de los embrollos en los que se metía con su hermano Puño Nefasto, el pobre solo sabía crecer y comer, pero por lo menos le era leal. Ella se dedicaba a pensar por los dos; él a poner músculo y a cargar dando puñetazos a todo lo que se veía cuando se lo ordenaba. Pronto se dio cuenta que las promesas de Nogisomi se habían desvanecido, junto con una gran parte de sus compinches, y se encontraban en una de esas circunstancias de "sálvese quién pueda". La puñeteras magas detrás de aquel escudo mágico, que parecía eterno, se frotaban los ojos, pero la pelirroja ya se levantaba. Por una casualidad del destino, la rubia había quedado bastante cerca y seguía muy atontada. Rata Artera le dio un fuerte codazo a su hermano y le gritó:

—¡¡¡Agarra a esa zorra saltarina, es nuestra salida de esta ratonera!!!

Puño Nefasto, atrapó a la chica, levantándola sin esfuerzo de los antebrazos, aunque sin atravesar sus defensas mágicas creadas de forma semiinconsciente. Se quedó asombrado a ver que sus mano se detenía a unos cinco centímetros de la piel de la chica, más su puños eran tan grandes que aun así rodeaban el antebrazo como si se trataran de unos grilletes de carne. Su hermana, una vez se puso detrás de la moza, sí que atravesó los escudos con la daga que le habían dado antes de partir de su pronto añorada Ciudad Concordia, rozándole el cuello con el filo. Y con la punta de otra que recogió del ensangrentado suelo le amenazaba el corazón. Rata Artera respiró con fuerza un par de veces y chilló:

—¡¡¡Asquerosas "hechicerdas", dejadnos salir o mato a vuestra compañera!!!

Kala la miró con furia, más hacia ella misma que a la matona, pues no había sabido proteger a otra pupila, aunque esta ya fuera maga reconocida. Un rebana-cuellos creyó tener su oportunidad al ver que la pelirroja ponía toda su atención en otro lado y cargó apuntando al cuello con su daga. Kala, sin apartar la vista de Tina, agarró al malhechor por la muñeca del arma, atrayéndolo de un tirón delante de ella. Lo ejecutó estallándole la cabeza desde dentro. La sangre salpicó sus escudos, manchándolos.

—¡¡¡Suéltala y te perdonaré la vida!!! —le espetó a la criminal que amenazaba a Tina, mientras arrojaba a un lado el cadáver decapitado.

—¡Si la suelto, acabo como ese capullo!

—¡¡¡Os han dejado atrás!!! ¡¡¡La barrera no es nuestra!!! Si os rendís conservaréis la vida... ¡¡¡Todos los de esta sala!!!

Un gladiador mágico, vestido con un pantalón corto y una capa de plumas, se añadió a la conversación:

—Oye, cara rata.

—Mi nombre es Rata Artera.

—Los magos del Gremio suelen cumplir su palabra. Nos han dejado tirados, pero todavía podemos salir vivos de aquí...

—¿Y libres? ¡Nos mandaran a las minas!

—¡Pues negocia bien!

—¡¡¡Pues cállate y déjame pensar!!!

El rostro de la mujer cambió a una mueca de concentración. ¡¡¡La puñetera "hechicerda" pelirroja parecía dispuesta a dejar morir a su amiga antes de dejarles marchar!!! Pero también había que reflexionar que no le había matado, como a aquel rebana-cuellos... Piensa, Rata, piensa...

—Creo que puedo limpiar la otra barrera —susurró Meld.

—Mejor no dejes que se lleven al rehén —replicó Sneig de igual forma.

—Pues a la rata esa no puedo enfocarla bien.

«A mí me ocurre lo mismo», habló mentalmente Kala. «Sus protecciones deben interaccionar con las de Tina al estar en parte dentro de su escudo. Esperad y manteneros en silencio. Si yo os he oído...».

«... los otros también pueden», completó Sneig. «Meld, tranquila», rogó cogiéndole de la mano a la chica, pues notó que empezaba a jadear de forma entrecortada. «No es momento de dejar salir tu lado salvaje».

Meld soltó su mano con un gesto adusto, mas tranquilizó su respiración.

—Cara rata —dijo el gladiador emplumado.

—¡¡¡Rata Artera!!!

—¿Ya has pensado, Artera?

—Sí, estaba pensando que estas magas tienen mucha suerte. Nunca han sido esclavas, ni tener que aguantar a esos babosos de nobles. No sé que habrá visto Nogisomi en una flacucha como esta... pero si alguna vez alguna orgullosa se merecería que la rebajaran a una esclava del placer sin duda sería una maga del Gremio. Para que la usaran todos los días y...

—¡¡¡Soy una puñetera cazaherejes!!! —gritó Tina, que justo se despertó al oír la palabra "esclava". Se giró con fuerza, clavándose la punta de la daga entre las costillas, que se partió. Ella ni se dio cuenta, concentrada en sus captores. Las manos de Puño Nefasto se abrieron, impulsadas desde el escudo por una fuerza irresistible. Los dedos, entre ruidos de huesos y tendones rompiéndose, retorciéndose más abajo de las muñecas del bruto, como flores marchitas. Rata Artera se quedó boca abierta para encontrarse con la mirada de odio de Tina, sin atacar con su otra arma.

—¡A ti si que voy a dar esclava y uso! —gritó la hechicera, agarrando a la rebana-cuellos de la mandíbula y levantándola del suelo. Esta se defendió clavando la daga en el brazo de Tina, que ni lo notó. Con un gesto brusco, le arrancó la quijada, dejando que Rata Artera cayera al suelo. Dónde la remató, golpeándola en la cabeza con su propia mandíbula, hasta que se convirtió en una masa irreconocible.

Tal demostración acabó con las pocas ganas de resistencia que pudieran quedar entre los esbirros del príncipe que se rindieron en masa, arrojando sus armas. Kala aprovechó para llevar, entre susurros tranquilizadores, a Tina al otro lado de la barrera de Meld y pronto organizó para que se ataran unos a otros.

Una vez al otro lado, Meld abrazó a su novia, la hizo sentar y le pidió que no hablara. Luego le exigió a Sneig:

—¡¡Cúrala!!

La aprendiza no contestó: su mirada indicaba que se temía lo peor. Aun así, se puso a atender a Tina con rapidez.

—Bah, no os preocupéis, peores cortes he tenido —explicó sacándose la daga que todavía llevaba clavada en el antebrazo, con la adrenalina todavía en su sangre.

—Mejor mantente quieta, por favor —rogó Sneig—. ¡Y no hables!

—Eso es imposible —intentó bromear Meld, pero las lágrimas ya corrían por su cara.

—¿Qué os pasa? Solo son unos cortes de cuchillo...

—Tina, llevas un trozo clavado entre las costillas —dijo Sneig—. Y no se deja sacarlo... Son dagas mágicas y...

La chica también se echó a llorar. Tina la miró sentada mientras comprendía la herida podía ser mortal.

—Sneig —dijo Meld— vete a ayudar a Kala. Ya me encargo yo de cuidar a Tina.

—No, todavía puedo...

—No, no puedes... déjame quedarme con ella...

Una vez que su compañera se alejó, Meld abrazó a su novia y le dijo al oído:

—Tranquila, mi tía me explicó una cosa que hacemos las magas salvajes... lo voy a intentar contigo... A ti no te perderé.

—No quiero morir —contestó Tina.

—No lo harás del todo... estaremos juntas para siempre.

—¿Seguro que saldrá bien?

—Ya lo he hecho una vez... ahora concéntrate en mí y dámelo todo... como hace un par de noches...

Sin romper el abrazo, Meld se concentró en Tina. Quiso guardar toda ella, hasta el recuerdo más insignificante, la más mínima esencia. No la iba a perder como a Keru, Martel y a tantos otros compañeros. Almacenó dentro de sí misma la sonrisa de ella, sus ojos, todos los extravagantes datos que atesoraba, sus meteduras de pata, como bajaba la cara cuando se avergonzaba, la forma que atosigaba con su verborrea vehemente... Más, no se podía dejar nada: como siempre se encontraba dispuesta a ayudar, su piedad, su ternura cuando la besó, su respiración cuando dormían juntas, lo graciosa que estaba cuando se emborrachaba, los relatos de grandes batallas narrando de forma exhaustiva hasta la más mínima táctica, como siempre se le descolocaba un mechón por mucho que se peinara... Más, Meld, busca más...Siguió absorbiendo un buen rato a pesar de que ya no quedaba nada de Tina en su flaco cuerpo rubio, que comenzó a arrugarse.

—¿Que has hecho? —preguntó Sneig.

—Espero que salvarla —contestó Meld.

*****

Meld tenía la cabeza en otro sitio, aunque se mantenía vigilante. Dos docenas de prisioneros se apretujaban al otro lado de su poderosa barrera mágica. Alguno se quejaba de que se encontraban demasiado apretados o de que tenía sed. Ella no les oía, pues buscaba por su mente cualquier atisbo de que Tina.

Sus otras dos compañeras la habían dejado allí mientras iban a buscar refuerzos para el traslado de los prisioneros. No se acordaba de la conversación en la que Kala le había dado las instrucciones, aunque sí de la mirada de extrañeza con la que le obsequiaba Sneig cada vez que se giraba hacia ella, como si quisiera preguntarle algo, pero no se atreviera. La pelirroja le hizo prometer que no se vengaría masacrando a los prisioneros. Meld le explicó que no todo estaba perdido, así que todavía no lo haría. Kala pensó que estaba en estado de shock por lo inusual de la respuesta, pero vio que era sincera y tras mucha insistencia por parte de su pupila de que todo iría bien, al final marcharon.

«¡Tina! ¡Tina!», llamaba Meld, una y otra vez. «Tienes que estar ahí dentro». Al cabo de una hora, la moza estaba a punto de desesperarse: había fracasado. Llorando, recordó todos los libros que le había prometido enseñar Tina y que ahora ya nunca los vería. Acabaría tan sola como Warnä, se temía.

«Tranquila tonta, los leeremos», oyó en su cabeza.

¿Habría sido su imaginación? No, debería ser ella, pero no la veía.«¿Dónde estas?», preguntó.

«¿Dónde va a ser, tonta? En la biblioteca», contestó Tina, sonando ya mucho más real.

Meld sonrió, no podría ser de otra forma, ya se había creado una biblioteca antes que una imagen de su cuerpo.

«Voy hacia allí». Pensó que Tina todavía no se habría acostumbrado a su nueva condición, así que le dijo para ayudarla a encontrarla:«Ábreme la puerta».

«Voy... pero me tienes que contar una cosa».

«¿El qué quieres que te cuente?».

«¿Quién es esa Gaud? Me está poniendo de los nervios».

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