Capitulo 29
—Cuidado, nos conducen a una trampa —dijo Alicates.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Tina
—Estos bichos, por lo normal, cazan en silencio, pero braman como locos cuando nos apartamos de esa dirección. —La tuerta señaló la entrada de unas cuevas—. Quieren que nos metamos ahí.
A Alicates la habían asignado como jefa provisional de la tríada, tras la reestructuración de los grupos por las bajas, incluida la obligada de Hosco, ya que se encontraba bajo investigación por las decisiones tomadas en Ciudad Concordia. El consejo del burgo, con el enfurecido príncipe Nogesomi a la cabeza, presentó una queja formal ante el Gremio de la Moneda y la Unión Monetaria. Kala tendría que haber asumido el liderazgo, pero como partícipe en los eventos de Concordia se había librado de permanecer en la Casa Madre solo a causa de las bajas y que la mayoría de las otras tríadas estaban dispersas y desbordadas de trabajo, así que la había puesto bajo supervisión de la tuerta, dueña de una reputación intachable ante los embajadores de la Unión, para evitar más mala publicidad.
—Pues nos volvemos y acabamos con todas esas abominaciones —sugirió la pelirroja.
—No —replicó la líder—, entraremos, aunque preparadas. Lo que haya ahí está esperando nuevas víctimas...
—Y si hay problemas tenemos a una maga salvaje a nuestro lado—dijo Sneig.
—¡A callar, novata! —ordenó Tina, para evitar que Alicates abroncara a su amiga. Gracias a los buenos informes la habían ascendido a miembro de tríada. Aprovechando que Sneig había cumplido su castigo, pasando la instrucción por segunda vez, insistió en que la asignaran con ella como aprendiza. La tuerta tenía fama de dura, así que no hubo quejas sobre favoritismos.
Meld no sabía qué hacía allí, esperaba que una vez informó de todo lo ocurrido, y aprendido, durante su cautiverio y posterior rescate le asignaran un entrenamiento especial, pero por alguna razón, que no le habían comunicado, el Consejo del Gremio había decidido que siguiera los pasos normales en los cazaherejes y continuara como discípula de Kala.
—Bueno —expuso Alicates—, entraremos en formación triángulo. Kala al frente. A la izquierda Tina y detrás de ella, Meld. Tú, trencillas. —Señaló con la barbilla a Sneig—. Me sigues a mí, pero no te quiero oír ni una palabra.
Sneig intentó disminuir de tamaño para no volver a llamar la atención de la malhumorada tuerta mientras se introducían en las cuevas. Cosa harto difícil, pues no había parado de crecer durante el último año. Aunque seguía bien proporcionada, casi le sacaba dos cabezas a Meld y un palmo y medio de ancho de hombros. Pocos chicos se le acercaban, a pesar de que no era nada fea, pues quedaban intimidados por su envergadura.
Las húmedas grutas pronto se tornaban descendentes y muy oscuras. Un insano y penetrante olor las inundaba, como a hongos podridos, añadido a la humedad dificultaban la respiración. Las galerías se estrecharon de tal manera que la formación se transformó en dos filas. Las pocas brisas que movían el espeso aire sonaban como lamentos.
Meld agarró con su mano izquierda el medallón que le había regalado Kala para tranquilizarse, como si de un amuleto se tratase. En él llevaba un mechón de pelo de Martel, que había aparecido en su bolsa de medicinas, junto con una nota indicando que era para ella y que el botiquín lo heredaba Tina. Había recuperado el collar de la mansión de Ave. Lo encontró al lado del cuchillo y el anillo que pertenecieron a su progenitora, el puñal lo tuvo que dejar en la Casa Madre. Para estudiarlo, le dijeron. En cambio el anillo, cuando vieron que era solo un acumulador, aunque muy refinado, se lo devolvieron. La chica lo llevaba en el corazón, pues se le caía en los otros dedos. A veces miraba las esmeraldas en forma de llama, preguntándose qué clase de país dejaba a los magos salvajes libres de ataduras.
Habían elegido a su grupo, para esa misión, por estar formado solo por mujeres. Así lo exigió la reina Dríasam, a pesar que las demandas las podría haber impuesto el Gremio, pues los preocupantes informes señalaban que al norte del país, en las zonas limítrofes con el desierto, había una infestación demoniaca o, por lo menos, de seres sobrenaturales. Las desapariciones se contaban por docenas y la Casa Madre quiso mandar a una tríada a comprobarlo. Con los salvoconductos de la monarca en su poder, Alicates eligió dirigirse a la región lo antes posible, sin pasar a dar parte a la reina. En eso se parecía a Hosco: la burocracia siempre la dejaba para lo último.
Tras interrogar a algunos habitantes de los pueblos lejanos, descubrieron que las desapariciones se concentraban en una zona de colinas peladas y secas barranqueras por las que corría agua solo un par de días al año, apartada de casi cualquier ruta comercial, pero la gente la visitaba a recoger una bayas que solo crecían allí, muy apreciadas para fabricar un fuerte y alucinógeno licor.
Ya el primer día en la comarca, las atacaron una manada de bestias de seis patas, grandes mandíbulas y afiladas garras. Recordaban un poco a las hienas por el dibujo de su piel, o eso explicó Tina que las había visto en un libro. El combate duró unos pocos hechizos. Ninguna reconoció que clase de invocación era, aunque el hedor y la sangre de color amarilla les dejó claro que no pertenecían al mundo de las magas.
Por la noche, Alicates las despertó durante su guardia y les comunicó que otras abominaciones, mucho más grandes que las anteriores, las estaban rodeando. En vez de combatirlas, ordenó una retirada. Kala, usando sus dotes de exploradora, descubrió una abertura en el cerco, que como bien sabía la tuerta, luego resultó una trampa... a la que decidieron meterse de cabeza.
«Buen sitio para una emboscada», comunicó mentalmente Alicates. La galería se hacía cada vez más empinada y estrecha, así que Meld le dio la razón. Todavía se sentía culpable por los cazaherejes muertos el día de su rescate, a pesar de que Tina, Kala e incluso Alicates le explicaron que hubieran ido a por Ave de todas maneras, pues era una hereje. Por supuesto que nunca la hubieran dejado prisionera, porque el Gremio siempre cuidaba de los suyos, pero que debía de dejar de culparse. Aun así, mientras descendía por las hediondas cuevas, la moza se prometió a sí misma que en aquella misión no perdería a nadie.
Desde arriba de las cuevas llegaron los bramidos de las abominaciones. «No os preocupéis», dijo Alicates con el Don. «Son demasiado grandes para estas galerías. Solo quieren empujarnos más adentro. Hechizos de ocultación. Sneig, haz algo útil y refuerza la ocultación sobre Tina y Meld, no me fío del "no me mires" de la rubia».
El olor a podredumbre se hizo casi insoportable. Al poco vieron su origen: los restos podridos de unas enormes setas, de unos cuarenta centímetros de altos y el sombrero en forma de campana. Unos más pequeños habían nacido entre los que estaban en descomposición, eran de un color rosado que recordaba a la carne. Sneig se agachó a su lado para observarlos mejor.
«¡¡¡No los toques!!!», advirtió Tina. «Pueden ser venenosos».
«Si no los he tocado», respondió Sneig.
«Pero las esporas... ¡¡¡Mierda, las esporas!!! Poned todos los escudos en modo filtrado. Meld yo te gradúo tu escudo, que si no seguro que te asfixias».
«Tina...», dijo Kala.
«Sí, sí, las explicaciones. Las esporas pueden ser venenosas, incluso la de los champiñones pueden llegar a ahogar, cuando se crían en grandes cantidades».
«¿No llevas algún fungicida en la bolsa de yerbas?», preguntó Sneig.
«Funge ¿qué? Toma, búscalo tú: sacabas mejores notas que yo en sanación», contestó la rubia ofreciéndole el zurrón. «Será mejor que te la quedes por ahora, ya me la devolverás si nos separamos».
«Sí, aquí ahí», aclaró la aprendiza al cabo de un minuto al mismo tiempo que se recolocaba una de sus trencillas castañas. «Que cada una se eche un sorbo... hmm, mejor dos: hemos estado mucho rato expuestas y mejor no fiarse».
Meld tuvo que obligarse a tomar el segundo trago, aquél brebaje sabía a cuerno requemado. Las demás cazaherejes también pusieron cara de asco. Mientras continuaban bajando el número de hongos aumentó, con círculos cada vez más amplios y más poblados. Extraños ecos les llegaban desde las profundidades mezclados con lo que parecían voces humanas, aunque ininteligibles. Después de pasar una pequeña abertura, en la incluso Meld se tuvo que agachar, entraron en una alta y ancha galería, de sentido perpendicular a la que dejaban. Alicates no lo dudó y ordenó la dirección descendente. Las setas se multiplicaron, llegando a cubrir las paredes y el techo. En el suelo había tantas que no se podía dar un paso sin pisar alguna. Las voces se hicieron más audibles, aunque plagadas de extrañas sílabas.
«¡¡¡Por los pechos borrachos de Kalata!!!», blasfemó la pelirroja tras girar una esquina algo más tarde.
«¿Qué ocurre?», preguntó la tuerta.
«Tenéis que verlo».
Las cazaherejes siguieron el camino de su compañera. A unos diez metros de ella, se encontraba un hombre de rodillas, con las manos y cabeza mirando al techo, como si rezara. Su piel estaba cubierta de hongos, en especial la cabeza, incluso los ojos. De su boca salía un impío salmo:
—Te alabamos, Phiorbhnoh-Abe-Mugakh. Te adoramos, Phiorbhnoh-Abe-Mugakh. Te glorificamos, Phiorbhnoh-Abe-Mugakh. Pronto tu divino manto nos cubrirá del todo y seremos parte plena de ti, Phiorbhnoh-Abe-Mugakh. Que nuestra carne sea la tuya y con ella extiendas tu gloria. Te alabamos...
El orante repitió la plegaría tres veces, incansable. Kala se dispuso a ejecutarlo, pero Alicates se lo impidió diciéndole con el Don: «No nos ve y no parece muy peligroso, mas podría llamar la atención. Mejor sigamos avanzando y ya limpiaremos después».
«Esperemos que nosotras no acabemos así», rogó Tina una vez reanudada la marcha.
«Me gusta esta chica», replicó la tuerta. «Siempre tan alegre y nunca dice una palabra de más».
La rubia captó la ironía y no habló más. Pronto se encontraron con más infectados rezando. Todos repetían las mismas palabras que el primero y al unisono. La caverna confluyó con otra todavía más amplia. En esta ocasión, Kala no esperó más órdenes y se dirigió hacia abajo. Los orantes cada vez se veían más cubiertos de setas, incluso alguno había perdido sus rasgos humanos, pero entre los hongos mantenían una abertura por la cual continuaba sonando la letanía.
«¿Quién es ese phior lo que sea?», preguntó Meld.
«Tina nos ilustrará», contestó Alicates. A ver que la chica permanecía callada, continuó: «Otro de esos bichos extraplanares que se creen dioses. Creo que lo llaman también la podredumbre reptante».
«Ahm, sí, no reconocí el nombre: las transcripciones de semejante trabalenguas son difíciles», dijo la rubia. «Se manifiesta a través de la materia en descomposición o de seres que se alimentan de ella».
«Y esta vez se ha encaprichado con las setas, no creo que haya conseguido traer a nuestro mundo más que una parte minúscula de su cuerpo, pero seguro que será algo asqueroso. Hay que destruir esa parte que es el centro de esta infestación, aunque habrá aumentando de tamaño con tanta seta. Lo que más le afecta es el fuego, así que arrasarlo todo cuando dé la orden».
«Ya lo sabías cuando habías visto al primer infectado».
«Sí, hay que examinar a las aprendizas».
«¿Y las otras abominaciones?», preguntó Tina una vez superada la vergüenza.
«Las que matamos son otra invocación. Las grandes son cazadoras, pero les gusta la comida medio podrida, así que pueden ser poseídas por la podredumbre reptante. El hereje que ha llamado a semejante ente incontrolable está más loco que el resto de sus congéneres... pero se ha pensado mucho el plan para hacerla crecer muy rápido. Así que cuidado: puede haber alguna sorpresa».
Meld pensó, mas no quiso preguntar, sobre el porqué Alicates no había dado la información hasta ahora. Le recordaba un poco las maneras de su tía. Durante su cautiverio su comportamiento, y algo de su filosofía, habían cambiado, aunque todavía no se lo había contado a nadie. Había aprendido a callarse y a esperar antes de actuar... para luego darlo todo una vez tomada la decisión. Vehemente, pero meditada.... o cabalgar los impulsos, se decía a sí misma.
El camino parecía interminable. Los orantes más infectados por fin estaban callados, pero su cabeza se había unido a las manos, formando el sombrero de una seta y su cuerpo el pie, que todavía conservaba la ropa que vestían cuando todavía eran humanos. Estos hongos supuraban una filamentos fosforescente por las láminas que deberían soltar esporas, que se iban flotando siguiendo el sentido descendente de la galería.
«Y aquí tenemos lo que alimenta a la podredumbre reptante», dijo Alicates.
«¿Cómo lo sabes?», preguntó la curiosa Tina.
Por respuesta, la tuerta aumentó los escudos mágicos en la zona de sus manos y agarró uno de los filamentos y luego lo aplasto juntando las palmas y frotándolas.
—Te adoramos, Phiorbhnoh-Abe-Mugakh —pareció sonar de entre las manos de Alicates.
«¿Lo habéis oído?», inquirió la líder de las cazaherejes. «Típico de estos seres que se creen dioses. No les basta el sufrimiento para alimentarse: también desean adoración... aunque sea forzada. Atentas, hay que hacerle pagar a esa repugnante abominación todo el dolor y muerte que ha causado».
«Los odias, ¿verdad?», dijo Meld.
«¿A estos putos demonios? ¡Pues claro! Pero todavía odio más a los mierdas que los invocan. Muchos en la Casa Madre creen que es porque perdí un ojo. ¡No!, lo di para acabar con uno de esos malditos. A veces, como ahora, si hay mucha energía demoniaca en el ambiente, vuelvo a ver por el ojo cegado».
«¿Y que ves?».
«Vacías promesas y placeres repulsivos. Su tentación me da fuerzas en vez de restármelas.... No os asustéis de mí, jovencitas, que lo veo en vuestras caras... ¡Todavía no he sacado los alicates! ¡Je, je, je!».
Meld no encontró la gracia a la broma, pero desistió de comentarlo. Gracias a su tía, había conocido lo que era una persona al borde de la locura, que se agarraba a la cordura a base de un constante esfuerzo... uno muy doloroso y solitario. Su corazón se llenó de tristeza, pues sospechaba que algún día acabaría de la misma forma.
Un poco más abajo, la temperatura aumentó. En las paredes aparecieron claros libres de setas, donde habían dibujado aberrantes símbolos con a saber qué repugnantes y viscosas sustancias. Casi siempre debajo de otro: una concha en espiral como la de las caracolas, hecha de seres vivos a medio pudrir; de la que salían nueve tentáculos, cada uno de un color, rodeando a la concha con una especie de círculos concéntricos. Debajo de algunos, había el cadáver de algún animal lleno de larvas de insecto que lo devoraban: una impía ofrenda que los hongos respetaban.
«¡Cuidado! ¡Nos acercamos!», advirtió Alicates. «No hay duda de que ese es su emblema».
Las magas intensificaron sus escudos sin detener su avance. La galería se transformó en una sala casi esférica, de unos diez metros de radio, a la que llegaban más corredores por todas partes. En la parte más alejada, se veía una vez más el sacrílego símbolo, de unos cinco metros de ancho, hecho de huesos de diferentes animales y personas. A sus pies se amontonaban más sacrificios, varios de niños, y alrededor de ellos más orantes y gigantescas setas. Los filamentos fosforescentes que salían de los hongos más grandes, chocaban contra el repulsivo altar, desapareciendo en un pequeño estallido que recordaba a las pompas de jabón.
Las cazaherejes tenían claro que aquello era el final del camino, pero el terrible ente que esperaban encontrarse no estaba en el lugar. Otearon por todas partes con ayuda del Don, sin conseguir resultados.
«¿Qué hacemos ahora?», inquirió Tina mirando a su líder.
«Pues llamar su atención», replicó Alicates para después lanzar un hechizo de fuego sobre el símbolo de huesos. Pronto quedó envuelto en sobrenaturales llamas verde azuladas. Las hechiceras esperan a que estallara con sus escudos preparados, mas no lo hizo, sino que implosionó como si se plegara sobre sí mismo, hasta desaparecer, dejando tras él unos pocos restos óseos ardiendo. Las aprendizas y Tina se giraron hacia la tuerta, con cara de querer hacerle unas cuantas preguntas. Ella levantó el índice, indicando silencio y que esperasen, a la vez que ordenaba: «Ojos avizores: estará por llegar. Subid los escudos».
Los orantes llenos de hongos dejaron de rezar y se levantaron con lentitud; girándose hacia ellas. El montón de cuerpos sacrificados brilló con una enfermiza luz verde amarillenta. Las larvas que de ellos se alimentaban crecieron a mucha velocidad, transformándose en asquerosos insectos de seis alas y una enorme trompa, tan grandes como puños. Muchas de las setas más voluminosas explotaron, lanzando esporas del tamaño de una canica, que hacían impresionantes agujeros allá donde impactaban.
El combate fue rápido, pero sucio y brutal. Al cabo de poco rato solo quedaban en pie las cazaherejes, rodeadas de cenizas y trozos de hongo a medio quemar. Se hizo un tenso silencio. Alicates, sin dejar de mirar al lugar donde antes estaba el altar, levantó de nuevo el dedo y dijo: «Eso solo era para ganar tiempo. Todavía no hemos vencido».
Unos instantes después el lugar tembló como si hubiera un terremoto. De todas partes se oyó una poderosa y ajena voz, que no podía pertenecer al mundo de las magas: ¡¡¿Quién ha matado a mis niños?!!
Alicates respondió con una carcajada casi tan sonora como la voz, mientras mantenía el equilibrio sobre el suelo tambaleante.
—¡¡¿Tú?!!
—¡¡¡Yo!!! —replicó la tuerta, riéndose de nuevo.
Alguna piedra se desprendió del techo. Los temblores aumentaron hasta que el suelo se agrietó en muchos lugares. Las grietas se ensancharon hasta que nueve tentáculos de más de un metro de diámetro surgieron de las más grandes. Cada uno estaba compuesto de una cosa distinta: de moscas, escarabajos, légamo, turba, pus... Todos atacaron a las cazaherejes.
Meld simplemente confió en sus barreras mágicas, pues no se atrevió a esquivar con movimientos rápidos usando el Don como hacían sus compañeras. Lo más seguro es que acabara chocando contra las paredes al no controlar todavía el consumo de poder al canalizar, dándole igual protegerse contra el impacto de la pared que de los tentáculos. Se cebaron con ella uno hecho de hongos y otro de huesos corrompidos. Los escudos brillaron con fuerza, mientras la parte de los tentáculos que chocaba con ellos se desintegraba en polvo, más estos parecían interminables.
Al resto de las cazaherejes no les iba mucho mejor, ya que por mucho que esquivaran y machacaran los gigantescos zarcillos nauseabundos, estos se retiraban para volver al cabo de unos instantes como si no hubiera pasado nada. Al cabo de un tiempo los acumuladores de las magas comenzaban a agotarse, al revés de los tentáculos que cada vez parecían más anchos y furiosos. Meld escuchó con el corazón en un puño como sus compañeras le comunicaban la reserva de poder que les quedaba: a la mitad, a un cuarto, a medio cuarto... Ella llevaba más debido a su condición de salvaje, pero pensó que se le terminaría antes que los chorros de inmundicia que las atacaban y que la solución pasaba por dejarse llevar canalizando sin control, así que gritó: ¡¡¡Idos!!! ¡¡¡Yo acabaré con él!!!
—¡¡¡No te abandonaré otra vez!!! —contestó Kala.
—¡¡¡Ni yo tampoco!!! —chilló Tina.
—¡¡¡Callaos las dos!!! ¡¡¡Retirada!!! —ordenó Alicates—. ¡¡¡Es la única solución!!! ¡¡¡Yo saldré la última!!! ¡¡¡Danos cinco minutos, Meld, y luego aniquílalo!!!
La chica se concentró en extender sus escudos hasta el hueco por donde salían los tentáculos para darle tiempo a que se alejaran, calculando que aguantar esos cinco minutos le iba a dejar con muy poco poder para el poderoso hechizo que quería realizar. «Tres minutos más», le rogó la tuerta. «Nos están retrasando las setas y los poseídos».
Meld apretó los dientes y siguió centrada en sus barreras mágicas. ¿Le durarían las reservas? Entonces recordó la advertencia de Warnä: "Aprenderás a obtener el poder de otros seres". Pero ¿cómo?
En esos momentos los ataques se detuvieron y el repugnante extraplanar que se creía un dios le habló:
—¡¡Veo que eres una hija de la Casa de la Llama Verde!!
—¿Cómo dices? —replicó la cazaherejes.
—¡¡No te hagas la tonta, muchacha, el anillo te delata!!
Meld bajó su mirada a la joya que había pertenecido a su madre y el símbolo que portaba. Las esmeraldas talladas en forma de una flama relucieron a sus ojos durante un segundo. Ella contestó:
—¿Qué importa eso?
—¡¡He hecho pactos con gente de tu Casa... y siempre los he honrado!!
—¿Qué clase de pactos? —La chica aprovechó para replegar sus escudos un poco, ahora que no la atacaban, aunque los mantuvo alrededor de ella.
—¡¡Te daré más poder del que jamás has pensado!!
—¿A cambio? —La moza se acordó de la historia que le había contado Ave el día que le enseño el cuchillo y el anillo: a aquellos entes les encantaba hablar y conseguir nuevos peones en su insaciable búsqueda de poder.
—¡¡Te concederé reservas ilimitadas de magia!! ¡¡Sé que a los de tu Casa aman canalizar sin fin!! ¡¡Te daré a mis hijos para que puedas consumirlos y con su esencia extiendas mi gloria... y la tuya!! ¡¡Llenaremos este plano con tus obras!! ¡¡Te dejaré los humanos que quieras para que sean tus esclavos!! ¡¡Continentes te reconocerán como su emperatriz!! ¡¡Yo me quedaré con aquellos que no te adoren o a los que desees castigar!!
—¿Cómo adsorberé la energía?
—¡¡¿Todavía no has aprendido?!! ¡¡Los tuyos siempre me convocaban conociendo la forma!!
—Veo que tus promesas son vanas, solo te quieres aprovechar de una pobre chica.
—¡¡Tú brillas como ellos, así que has debido realizar el cambio como ellos!! ¡¡Ya sabes cómo!! ¡¡O nunca lo sabrás!
Los recuerdos de Meld se dirigieron al día que se volvió maga salvaje y como antes de canalizar sin control sintió como atraía para ella todo el poder que había en el ambiente. Se intentó concentrar y entonces pensó que había sido gracias a la ira. No sería lo más conveniente volverse a dejar llevar por la furia: desconocía los límites y las consecuencias finales. De repente, cayó en cuenta de que ahora no podía controlar la cantidad que podía canalizar... no podía a la baja.
—¡Ya lo tengo! —exclamó la moza. Se concentró en la energía dispersa a su alrededor y pudo canalizarla hacia los acumuladores. Sonrió: aquello había sido demasiado fácil.
—¡¡Veo que ya quieres más!! ¡¡¿Aceptas el trato?!!
—No, pero...
—¡¡¿Pero?!!
—¡Muchas gracias por tu ayuda!
—¡¡Te destruiré, pequeña cosa!! ¡¡No te burles de mí!! ¡¡Te doy la última oportunidad!!
«Creo que ya estamos a distancia segura», informó Alicates.«Siento la tardanza».
«¡¡¡VALE!!!», replicó Meld. Luego, en voz alta, dijo:
—¿Sabes lo que diría Hosco en estos momentos?
—¡¡¿Quién es Hosco?!!
—Diría: ¡¡¡Tira a cascarla!!!
La cazaherejes canalizo hacia el suelo chorros de energía mágica pura, mientras absorbía el poder de las setas y los poseídos a su espalda. Sintió un escalofrío cuando pasaba a través de ella, pues sin duda se encontraba contaminada con la esencia de la aberración extraplanar, pero era el momento de eliminar la parte que estaba en su mundo, así que no hizo caso a su malestar y dejó que el placer de canalizar la poseyera.
—¡¡¡NOOOO!!! ¡¡¡ME VENGARÉ, PEQUEÑA COSA!!! ¡¡¡TE ENCONTRARÉ Y TE DEVORARÉ LENTAMENTE!!! ¡¡¡VOLVERÉ A ESTE PLANO!!! ¡¡¡SIEMPRE LO HAGO!!!—chilló Phiorbhnoh-Abe-Mugakh.
—Desaparece, so cansino —replicó Meld con un poco de baba en la comisura de los labios, ampliando su sonrisa hasta que se transformó en una inquietante mueca.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro