Capitulo 26
Las dagas habían atravesado los escudos de Tapatino como si no existieran. Luego atacaron a Vjales, que las esquivó en el último momento, agachándose a una gran velocidad impensable en un cuerpo tan viejo. Alicates se sabía encerrada, pues el estrecho pasillo era el lugar ideal para una celada y la huida hacia la sala solo conllevaba otra emboscada. Canalizó todavía más poder a sus protecciones mágicas, extendiéndolas a sus compañeros. No para guarecerlos de las armas, sino del hechizo ígneo que conjuró al momento.
Todo el corredor delante de la cazaherejes se transformó en un cataclismo de llamas. Los escudos brillaron al bloquear el calor, consumiendo cada vez más reservas de los acumuladores. Las puertas se abrieron con fuerza, y alguna se salió de los goznes, por la presión del aire. Cuando el alicatado de los techos y pareces comenzaron a resquebrajarse, Alicates cortó el hechizo.
—¡Vigila, Vjales! —exclamó la tuerta mientras se giraba hacia la biblioteca. Tras resguardar su ojo sano con un hechizo defensor diferente a los habituales, llenó toda la sala de un deslumbrante brillo blanco puro. Confiando en que los emboscados estuvieran cegados, dio la vuelta a las estanterías usando el Don para darse una velocidad sobrehumana y atraparlos de espaldas. Ahí estaban dos hombres, con un extraño artefacto en forma de tubo en las manos, y una mujer desarmada.
Las órdenes obligaban a usar simples hechizos de desmayo en los enemigos que no tuvieran el Don, pero la tuerta conocía la ventaja de la guerra psicológica, aparte de desear venganza por lo de Tapatino, a lo que sumaba la adrenalina y la tensión de haber canalizado tanto poder. Se concentró en la cabeza de uno de los insurgentes, que estalló en una nube de sangre, huesos y sesos.
—¡¡¡Rendiros!!! —ordenó Alicates, usando todo el autocontrol que le quedaba.
El otro terrorista, recuperado de la vista, hizo caso omiso y dirigió el arma hacia la cazaherehes, que ya no dio más concesiones y lo ejecutó con una lanza de hielo.
La mujer levantó las manos y dijo:
—Estoy desarmada. —Sin bajar los brazos se agarró con dos dedos la manga de su vestido—. Soy sanadora y me declaro neutral, solo me dedicaré a curar de los heridos...
—No sé si colará —replicó la maga agarrándola del cuello—, por mucho que reclames las viejas leyes. —Su ojo sano se entrecerró en gesto calculador—. Para mí que estabas con ellos. —Dejó que la imaginación de la prisionera se concentrara en los castigos del Gremio—. Aunque tienes suerte de que tengamos un herido. Hazlo bien y tal vez te libres de esta pagando solo uno de tus dedos.
Mientras empujaba a la sanadora hacia el pasillo de entrada, la cazaherejes echó un ultimo vistazo a la sala. Los olores de una joven recién lavada salían de detrás de otra estantería, pero allí ya no había nadie...
«Chica lista», pensó. «Más te vale que sigas huyendo una vez que ya has empezado, si te atrapo cuando menos vamos a tener una buena charla tú, yo y mis alicates, pero ahora hay otros problemas».
*****
Meld intentaba recuperar el sentido con todas sus fuerzas. Veía su cuerpo desde afuera, como si fuera el de otra persona, y se gritaba: «¡¡¡Levanta, levanta, levanta!!!», sin parar.
—No lo lograrás —dijo Gaud a su derecha.
El lugar psíquico cambió, el cuerpo de la cazaherejes desapareció y ambas chicas se encontraban en un viejo círculo de piedras desgastadas, rodeadas de viejos árboles retorcidos.
—Este paraje está cerca de mi pueblo —explicó la terrorista—. Los viejos del lugar contaban antiguas historias de que allí había demonios encerrados. Yo no me las creí, pero la verdad es que ciertas noches se veían luces sobrenaturales y sonaban lastimosos lamentos. Aquí te encerraré a ti también.
—¡Pero ¿no habías desaparecido?! —exclamó la maga.
—Mi señora me advirtió que en cuanto pudieras la traicionarías. —Los ropajes de campesina de Gaud se transformaron en unos muy parecidos a los que vestía Ave de la Noche—. Solo me había escondido para vigilarte mejor.
Los vestidos de Meld también cambiaron, a unos harapos como los que le daban cuando era esclava de los bisuteros, y con ellos llegaron la sensación de impotencia y el sufrimiento de la niñez. Por lo que veía, su enemiga había aprendido un par de trucos nuevos.
—Me robaste mis recuerdos —dijo Gaud— para ir a por mi gente. Ahora yo conozco todos los tuyos y los volveré en tu contra.
De las piedras comenzaron a salir unos hilos de humo color ceniza, que poco a poco se juntó formando unas siluetas que se convirtieron en fantasmas sin abandonar los tonos grisáceos: las chicas que no pudo rescatar, con sangre entre las piernas; su novio Keru, lleno de cosidos pues acabó hecho pedazos; los híbridos grigartos, con sus plumas erizadas; soldados, campesinos y tanta otra gente que Meld había visto fallecer en los últimos tiempos, todos con heridas que recordaban su muerte. Los espectros la rodearon y se dispusieron a atacarla, ella intentó usar la magia, mas como en el mundo real, no pudo canalizar nada de poder.
—Si muero, tú lo harás conmigo —informó la hechicera.
—¡¡¡Por Flordemiel y Getrale!!! —replicó su antagonista.
Los fantasmas comenzaron a cerrar el círculo poco a poco. Meld se preguntó el por qué no podía vivir en paz con aquella chiflada, no como le había contado su tía que su madre vivía con sus huéspedes. Habían llegado a un trato, rememoró, aunque ellos querían vivir, no como esta fanática. Y tú, ¿quieres vivir o solo recibir un castigo, que es lo que representan estos espectros? Son los recuerdos de tus fracasos y tu dolor, pero debes aceptarlo. Al fin y al cabo es tu mente.
—A ti te quería —le dijo a Keru, luego se volvió a las chicas—: y a vosotras os intenté rescatar. Fracasé y moristeis, pero lo intenté.... tanto que me volví una salvaje. —Los tres fantasmas se quedaron quietos, luego se giró hacia los grigartos—. Vosotros solo sois unos bichos que os trajeron a este mundo como un capricho y os utilizaron sin vuestro permiso, también siento haberos destruido. Y a todos —explicó al resto de espectros—, no sé si podría haberos salvado, mas tengo que aceptar mi papel, y no puedo inmiscuirme en asuntos mundanos. Aun así, también me pesan vuestras muertes.
Los fantasmas se volvieron humo de nuevo y luego este también desapareció.
—Muy bonito, pero yo a ti no te perdono —espetó Gaud. No había acabado de hablar cuando cargó hacia Meld. Se le arrojó encima y la tiró al suelo, poniéndose encima y comenzando a estrangularla. Los ojos de la terrorista reflejaban odio y locura, los de la maga sorpresa.
La cazaherejes lanzó un golpe al cuello con el puño, como le habían enseñado en la instrucción, pero su adversaria ni lo sintió. Gaud apretó los dientes presa del frenesí, dejando que la saliva corriera por las comisuras y cayera en la cara de Meld. «¿Voy a morir así?», pensó la hechicera mientras sentía que se ahogaba. Entonces recordó la cara de desaprobación de Kala cuando un aprendiz preguntó por qué aprendían lucha cuerpo a cuerpo si ya tenían el Don. Con ambas palmas impactó en los oídos de Gaud, para marearla, aprovechó el segundo que relajó la presa para conseguir alejarla a base de patadas. Dio media voltereta, se puso en pie y chilló:
—¡¡¡Esta es mi cabeza, maldita chiflada!!!
Entonces convocó los recuerdos de toda la buena gente que le había ayudado: Kala, Hosco y Martel, sus padres adoptivos; Tina, Sneig y los demás de su promoción, que la habían consolado por la perdida de Keru; el Maestre Ardite, que se había arriesgado por salvar a un inocente y adoraba cuando le llevaba la comida; y cada vez más personas que habían tenido algún momento amable con ella.
Se formaron nuevos fantasmas, pero esta vez eran la gente de Meld. Agarraron a Gaud y se la llevaron a la oscuridad mientras la insurgente prometía a gritos venganza.
—Sí, ya nos veremos —contestó la hechicera. Y en aquel momento recuperó el sentido.
*****
Cuando se encontraban a un kilómetro y medio de la mansión, Cazarratones pidió un alto, ya que le pareció ver algo raro en el linde de la floresta. Tina lo sopesó durante un momento, pues aunque fuera de Zulan, la rama diplomática del Gremio, el chico conocía la zona y sus bosques.
—Vayamos a investigar —susurró la rubia una vez se decidió.
—¿Seguro? —preguntó Humma—. Nos han ordenado ir a la mansión.
—Eso también es una casa —explicó Lotiana.
—Yo solo veo árboles.
—Confía en ella —pidió Bucles—, posee una gran visión con el Don.
—Y las órdenes son que investigar las zonas libres de peligro. Y seguro que no quieres estar ahí —dijo Tina señalando a las sobrenaturales luces que brillaban en los alrededores de la mansión. Humma puso cara de que prefería algo más de acción, pero al no replicar la rubia ordenó—: ¡En marcha!
Se acercaron con lentitud y mucha precaución. El edificio resultó ser una pequeña cabaña de madera construida entre los árboles. Tina hizo señas para que el resto rodeara el edificio, pidiendo a Cazarratones que se quedara quieto, y avanzó hacia la entrada. Por la puerta abierta salió una cautelosa joven vestida con caros ropajes, aunque con el pelo enmarañado. La rubia, siguiendo las instrucciones conjuró un hechizo de desmayo sobre la chica. El objetivo solo se tambaleó, sin llegar a caer, y gritó:
—¡¿Eso es todo lo que tenéis, desustanciados?! ¡Cuando me entrenaban me daban mejores descargas para despertarme por la mañana!
—¿Meld? —inquirió Tina al reconocer la voz. Se dirigió corriendo hacia ella y ordenó—: ¡No la ataquéis! ¡Es Meld!
—¿Tina? —preguntó la maga salvaje.
Las dos mozas se fundieron en un fuerte abrazo, echándose a llorar de felicidad. Bucles rompió el momento preguntando:
—Jefa, ¿y si es un truco?
—A ti te voy a dar trucos cuando me quite el collar —contestó Meld sin soltar a su amiga—. Aunque no necesito de la magia para mandarte al suelo como hacía en la instrucción, siempre has sido muy malo en el cuerpo a cuerpo.
—¿Collar? —inquirió Tina.
La hechicera salvaje tuvo que explicar que el artefacto cortaba su conexión con el Don, impidiéndole canalizar. Tras un breve interrogatorio con preguntas que solo un cazaherejes de su promoción podía conocer, todos se convencieron que era ella, así que intentaron quitarle el artilugio. Se resistió a la magia y a los golpes, hasta que Cazarratones sacó un cuchillo de caza y rompió los cierres. Meld sonrió al sentir que sus poderes volvían a ella, mientras se rascaba el cuello con ganas. Tina le contó emocionada como les habían dejado la importante misión de encontrarla, mas la morena no le hizo mucho caso, pues su atención se dirigía al espectáculo de luces al lado de la mansión. Al final la interrumpió diciendo:
—Ya me lo contarás todo luego, ahora voy a por mi tía.
—¿Tía?
—Larga historia... Dadme todos los acumuladores que podáis. Luego coged al tipo que he dejado atado en la cabaña e iros lejos. No lo matéis o me mataréis a mí. También os lo explicaré más tarde. Sobre todo no mandéis ningún mensaje usando el Don, Ave de la Noche se enteraría y le quiero dar una buena sorpresa. —Se quedó pensativa un momento y añadió—: Y recoged los libros, seguro que en la biblioteca de la Casa Madre les encontraran utilidad.
Ni Humma se atrevió a replicar al ver la furia en la mirada de Meld.
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