Capitulo 22
—Pedir prestamos sin control no solo arruina las haciendas —continuaba su discurso Ave de la Noche—, sino también al país. Y lo peor es pagarlo envileciendo la moneda.
—Si otra cosa no me dices... —respondió Meld.
—Entonces, ¿por qué el Gremio regala dinero a los gobernantes de la Union Monetaria. En las coronaciones, por ejemplo? ¿Eso no sería envilecerla al bajar su valor al haber más en circulación?
—Varias razones: Reponer los veraces destruidos al utilizar su energía y... hmm... como una especie de pago por los servicios que deben prestar a la Unión Monetaria.
—¿Solo se te ocurren dos? ¿Y una es casi un soborno?
—Y la costumbre.
—Ese argumento no lo acepto.
—Ya, tú que amas tanto el cambio.
Warnä, sin perder su aura solemne, chasqueo la lengua con desaprobación mientras decía no con el dedo índice y exclamó:
—¡Punto para la tía!
Lo absurdo de la situación arrancó a la chica unas carcajadas, pues cada vez disfrutaba de aquellos duelos de ingenio con su pariente. Al final, también le había cogido el gusto a la lectura, ampliando su educación más mundana, y su estancia era casi agradable. Sospechaba que en los alimentos había drogas para tranquilizarla y ayudar al collar de magnitium a dejarla sin poder. Siempre que pasaba más de una comida sin acabar más de la mitad entraba un monje silencioso para obligarla a terminársela. No se le escapaba la ironía de cuando era una niña no le daban el sustento suficiente y ahora la forzaran a comer más de lo que deseaba.
Sentía que estaba desarrollando tolerancia, mas siempre que hacía la digestión Gaud aprovechaba para aparecerse, sobre todo si se echaba la siesta o acostaba pronto. No la atacaba como antes, tratando de imponer su psique, pero se dedicaba a narrarle las desgracias sufridas por el pueblo de Getrale, haciendo hincapié en los detalles más escabrosos. Otras veces le contaba cosas sobre su hermana Flordemiel, ofreciéndole un trato a cambio de su silencio temporal: que pasara lo que pasara no tomaría venganza sobre ella. La cazaherejes se lo tomó como que la personalidad de Gaud se iba diluyendo.
—Ya que reconoces nuestro parentesco —dijo Meld al terminar de reír—. Cuéntame más cosas sobre tu prima: mi madre.
—Hoy no —replicó Ave—, pero pronto te contaré cosas de casa y como crecimos tu madre y yo. En mi próxima visita.
—Te tomo la palabra. ¿Y sobre ese ritual que me enlazó con uno de tus carceleros mudos? Lo siento incluso cuando va a esa casa que está a kilómetro y medio.
—¿Cómo sabes a qué distancia está la casa? El vinculo no debería ser tan rápido... —La moza se encogió de hombros—. Te lo explicaré más adelante. Te comunico que el vinculo es necesario, no solo para evitar que intentes escapar, sino para asegurar tu subsistencia.
—No me voy a suicidar.
—Ese es solo uno de los abundantes peligros de los que te debe proteger.
—¿Qué peligros?
—Peligros que no dejarían dormir a una jovencita. No te preocupes, el collar que llevas puesto te esconde a la mayoría de ellos.
—¡Qué bien! Si al final me habrás hecho un favor y todo al capturarme... Supongo que también me oculta a los magos del Gremio.
—Tranquila que no oculta el sarcasmo. ¿Han descubierto en el Gremio un nuevo hechizo para detectarlo?
Meld rio de nuevo. Su tía comenzaba a caerle bien, a pesar de ser una asesina cuanto menos, por mucho que la líder terrorista lo racionalizara. Al principio, solo aguantaba las conversaciones para obtener información sobre Ave, luego sobre su progenitora, ahora incluso se divertía con ellas. Le había pasado igual con los libros, al principio solo buscaba pistas y al final disfrutaba de las lecturas por sí mismas. No podía achacarlo en exclusiva a las drogas, pues sentía una verdadera afinidad con Warnä... y no solo por su parentesco y las promesas de aclarar su lugar de procedencia.
—Si supieran tus gustos por las infusiones y los vestidos ya te habrían seguido el rastro—replicó la cazaherejes. Intuyó un gesto de humor detrás de la máscara así que se atrevió a preguntar—: ¿Quién es mi padre? ¿Está vivo? ¿Por qué ni lo has nombrado?
—Es algo... muy complicado de contar y hoy no tenemos ya tiempo. ¡De verdad! Todo el lío sociopolítico le encantaría, por lo que me has contado, a tu amiga Tina. Basta decir que a tu madre se le permitió volver antes que a sus primos a las Islas Doradas y se vio envuelta en varias luchas de poder, traiciones, rebeliones y en un matrimonio trágico. Para tu tranquilidad: tus padres se amaban. Bueno, no exactamente, mas se tenían cierto cariño cómplice y fuiste una hija deseada. —Meld no replicó, aunque mantuvo la expresión curiosa—. Ha sido una buena charla... lástima que tenga unas obligaciones ineludibles.
—Sí, preparar y planear tanta masacre consume mucho tiempo. Hasta pronto, tía.
—Gracias por tu compresión. Nos vemos pronto. «A ti también, Gaud», añadió usando el Don.
*****
Ave se dirigió a la mansión campestre que usaba como cuartel general. Por el camino repasó las palabras que iba a decir, pues tenía una visita para ella muy especial: la pobre chica que Serpenós mantuvo como rehén. La recibió en la biblioteca, pues lucía más acogedora que la sala de reuniones utilizada para recibir a los jefes de la insurgencia. Había dispuesto, en el rincón con más luz natural, unas sillas y mesa sencillas acompañadas de un juego de tazas, platos con dulces y una tetera llena de una infusión de tila con un leve añadido procedente de su botica particular, ya que sospechaba que la muchacha necesitaría relajarse.
Cuando llamaron a la puerta, Warnä se permitió el pequeño capricho de abrirla con el Don: quería impresionar a las visitas a la vez que darle un toque cercano y personal. Primero pasaron los dos hombres que habían escoltado a la joven, que entró detrás acompañada de una sanadora. La chica se veía demacrada, con profundas ojeras y la mirada sumisa, aunque sonrió al ver como la hechicera se levantaba de la silla y les saludaba:
—Bienvenidos, valientes luchadores por la libertad. Mi casa es vuestra.
Todos hicieron una pequeña reverencia, excepto la muchacha, que se acercó hasta Ave de la noche, se arrodilló a sus pies, se agarró a la falda con las manos con la cabeza gacha y se echó a llorar mientras decía:
—Mi señora, es un gran honor.
—Levántate, pequeña —rogó la maga sujetándola por las manos y ayudándola a incorporarse—. El honor es mío. —Sacó un pañuelo negro de seda y encajes que ofreció a la chica—. Toma, sécate esas lágrimas. —Esperó a que se acabara de limpiar antes de preguntar—: ¿Cómo te llamas, guerrera de la luz?
—Mi señora me abruma —contestó la chica al cabo de unos instantes—. Mi nombre es Flor de Manzano, pero todo el mundo me llama Pinta, por las pecas, es mi sobrenombre de guerra.
La joven no llegaba a los veinte, de pelo castaño claro y ojos crema, se la veía desgastada antes de tiempo y con la tez curtida por el trabajo y la vida en el exterior. Las abundantes pecas que salpicaban su cara no llegaban a afearla.
—Bien, sentémonos todos. Pinta, a mi lado, por favor.
Warnä sirvió la infusión mientras se enteraba que los apodos de la escolta eran Pincho y Muela, los hombres, y Vendas, la sanadora. Se había extendido con rapidez la costumbre de adoptar un alias en cuanto entrabas en algún grupo de la insurgencia, como reconociendo el abandono de la antigua vida y transformándose en algo parecido a soldados, además de medida de protección para las familias gracias al anonimato.
—Vendas —solicitó la hechicera—, ¿cómo se encuentra Pinta?
—Físicamente casi está curada de todas sus heridas. —La forma que pronunció "físicamente" indicó a la maga que las secuelas de la moza, al menos en su mayoría, eran de índole psicológica—. Solo necesita descanso y buena comida.
—Muchas gracias. Aunque de verdad, las gracias os las tengo que dar a los cuatro, por todo lo que habéis luchado a favor de Getrable y la libertad. En especial a Pinta, que ha podido volver con nosotros tras una muy dura misión.
Los cuatro aceptaron orgullosos el reconocimiento, pero la chica rompió a llorar de nuevo. Ave le cogió la mano con las dos suyas para tranquilizarla y pidió que las dejaran solas. Esperó a que saliera el último de los escoltas y se cerrara la puerta para preguntar:
—Pinta, ¿quieres hablar de lo que ha pasado? —La moza negó con la cabeza—. Mejor primero nos tomamos otra infusión. —La maga sirvió con elegancia, esperó a que su invitada se la tomara para llenársela otra vez—. Bebe, te sentará bien. —Consiguió que se tomara cinco tazas.
—Lo siento, mi señora, pero ya no me cabe más.
Ave, buscando ganar tiempo hasta que la bebida hiciera su efecto tranquilizante, se fijó que unos trazos negros asomaban por la manga corta de la blusa que vestía la joven y solicitó señalando el brazo:
—¿Me enseñas el tatuaje?
Pinta se subió la manga hasta el hombro, descubriendo el dibujo imborrable de una lechuza, muy parecida a la de los pasquines que la insurgencia distribuía. Warnä se conmovió ante aquella muestra de devoción, pues era una condena a muerte si la descubrían los soldados de Fedalistre. Al lado de la rapaz había las marcas de un fuerte mordisco. La sanadora había hecho un buen trabajo, pero todavía se notaban las marcas blancas de la piel nueva, con cada diente perceptible de forma individual. La maga recorrió con el dedo indice la cicatriz, descubriendo otras muy parecidas por todo el brazo. Observó que las pupilas de su invitada se habían dilatado, señal de que las hierbas comenzaban a influir en su ánimo, y preguntó:
—Fue él, ¿verdad? —La chica asintió con los ojos humedecidos, pero sin llegar a llorar—. Cuéntamelo, es bueno que te lo saques de dentro.
—Me obligaba a mirar como me mordía al mismo tiempo que abusaba de mí. También me cortaba con sus poderes y lamía la sangre. Cuando acababa siempre me daba un tortazo. Me dejaba sin atar, pero cada vez que pensaba en escapar, se volvía y me sonreía con crueldad... entonces me hacía algo doloroso antes de desnudarme y...
Pinta no pudo aguantar más: las lágrimas recorrieron su rostro. Ave la abrazó mientras le susurraba que ahora estaba a salvo y ya había pasado todo. Cuando la chica se calmó, le explicó:
—No te preocupes... no tendrás que sufrir más. Te daremos una dote para que te retires y montes un negocio. Yo te protegeré... puedo tocarte la mente y hacer que esos recuerdos duelan menos.
—¡No! —exclamó la moza, alejándose de la maga.
—¿Por qué no? —inquirió Warnä sorprendida.
—Porque no quiero olvidar. Venganza es lo que deseo. Muerte a ese cerdo sádico es lo que mi corazón ansía. Y muerte a esos malditos fedalistrenses que han destrozado nuestro país. Los pasquines que nos leían en el bosque, los que reproducían las palabras de mi señora, siempre hablaban de los sacrificios necesarios para el cambio y la libertad. Todavía tengo una vida que sacrificar y una satisfacción que recibir. No puedo quedarme atrás después de que casi acabáramos con el rey Taisgoe y aun así mi gente sigue sufriendo.
Ave casi no pudo contener la emoción. A pesar de las sustancias tranquilizadoras, Pinta había hablado con pasión e ira. Una vez más le dolió el no haber mandado asesinar al monarca de Fedalistre a los monjes silenciosos, pero sus aliados sobrenaturales habían rechazado el plan, insistiendo que el ansiado cambio debía conseguirlo la gente normal con sus acciones y sufrimientos. A Warnä le extrañaba que en Ciudad Concordia pudieran utilizar a los monjes silenciosos, al contrario que en Getrale, mas sus aliados nunca le habían mentido y, por ahora, siempre habían acertado en sus designios. La chica la miraba expectante, así que le dijo:
—Muy bien, volverás a primera fila, pero ahora debes descansar. De todas maneras piensa a ver si te gustaría que te mandáramos a alguna misión por el extranjero y así conocerías algo de mundo.
—De acuerdo, lo haré. ¿Puedo preguntarle una cosa?
—Adelante.
—Ese lunático hablaba como si la conociera. Incluso alguna vez cuando... cuando me usaba me llamaba Ave, lechuza y otras cosas...
—¿Astris y Warnä?
—Sí. Entonces, lo conoce.
—Es alguien de mi pasado: un hombre malvado y ruin que quiere sacar tajada de nuestra lucha. Si alguna vez está a nuestro alcance, te prometo que haremos todo lo posible por destruirlo antes de que haga daño a más jovencitas como tú.
—Mi señora... —La muchacha se quedó callada a mitad de frase.
—¿Qué? Habla con libertad
—Le brillan los ojos de una manera rara.
—Perdona, es la furia contra las injusticias... Quiero usar todo mi poder para aplastar a ese gusano. —Ave respiró profundo—. Serías tan amable de ir con los otros, nos reuniremos de nuevo para la cena.
—A sus órdenes, mi señora.
La maga esperó a que Pinta abandonara la sala. Sérpenos había conseguido su objetivo al torturar a la chica, la quería rabiosa para ver si hacía alguna tontería, como ir en su búsqueda. La furia que sentía no era solo la suya, sino la mística que le habían regalado en aquella isla perdida. Se quitó la máscara y recitó solemne, como si realizara un ritual: «Ya no soy una ladrona de poder, soy Ave de la Noche». Colocándose la careta de nuevo y calmándose, pero sabiendo que si la oportunidad se le pusiera delante, no dudaría un momento en vengar a todas las víctimas de su pariente de la forma más horrible posible.
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