Capitulo 15
Era la quinta reunión con un líder regional en lo que llevaban de mes. Todos la querían cara a cara y todos expresaban las mismas inquietudes:
—Mi señora —dijo el hombre—. Nuestros luchadores por la libertad están preocupados con los rumores de que invocamos demonios.
Ave se lo quedó mirando. El rostro de su interlocutor mostraba las heridas y sufrimientos de haber combatido en inferioridad de condiciones. Escondía sus cicatrices no del todo curadas debajo de una barba castaña, repleta de canas producidas por los nervios. Le habían nombrado jefe sus propios seguidores, pues siempre había dado ejemplo de valentía y compromiso, incluso mandando a su hijo único a una misión suicida. La hechicera no quería mentirle, pues su liderazgo desde el principio se había basado en la confianza, sin promesas vanas ni medias verdades ni ocultar el alto coste.
¿Quién habría extendido el rumor? Estaba segura de que por desgracia no había sobrevivido ninguno de sus secuaces excepto alguno de los monjes silenciosos. Maldito Anciano que Habla y maldita presión de sus amos, que necesitaban pruebas del poder manejado por la chica...
El hombre continuaba esperando con paciencia la respuesta.
—No invocamos, pero en el templo había uno encerrado hace mucho tiempo. Fueron los propios magos quienes lo convocaron al matar a los nuestros con tanta rapidez y usando el Don—«Tras haberlo preparado nosotros», pensó la hechicera—. No se volverá a repetir. —«O tendré que buscarme nuevos aliados, no puedo traicionar a estas gentes»—. Sabes que nunca os miento.
—Algunos pensarán que elegimos ese templo sabiendo que era muy posible que se rompieran las ataduras del demonio.
—Solo los más despiertos... como tú. Reconozco que entraba en mis cálculos que si nuestros hombres fallaban podíamos tener otra posibilidad con la abominación. Al final cumplimos parte de nuestros objetivos. Tranquiliza a tu gente, pues reitero mi promesa que nunca más utilizaremos esos métodos.
—Lo dejaré en que lo convocaron los propios cazaherejes cuando se lo cuente al resto de mi grupo.
—Muchas gracias por tu comprensión. Si me lo permites, quisiera hablar de otra cosa.
—Dígame, mi señora.
«Nunca abandonan el "mi señora"», reflexionó Ave de la Noche. «En su corazón he reemplazado a su rey huido».
—Debéis dejad las torturas a no ser que queráis información. O por lo menos que no sean tan crueles. Nos perjudica y perdemos apoyos en muchos lados.
—Mi gente tiene demasiado odio y dolor que devolver a esos fedalistrenses, aunque veré que puedo hacer. ¿Algo más, mi señora?
—No, podéis retiraros. Antes de iros recoged cinco lanzadores que hemos fabricado para vosotros.
—Muchas gracias, mi señora. Esas ballestas mágicas son espectaculares, atraviesan las armaduras como si fueran de papel. ¡Por la libertad! —gritó al final, dándose un golpe en el pecho con el puño.
—Por la libertad —replicó ella haciendo el mismo gesto, pero más lento y suave.
Cuando el jefe insurgente salió por la puerta se dirigió a su mesa de trabajo, pues tenía que reemplazar los cinco lanzadores que había obsequiado. No era ni media mañana y ya tenía una buena jaqueca, así que antes de ponerse a trabajar se preparó una infusión.
—Sleiwos —oyó como la llamaban a mitad de un sorbo desde la bola de magnitium.
«Mierda, el dolor de cabeza va empeorar», pensó Ave.
—Sé que estás ahí —insistió la esfera.
La hechicera cogió el artefacto, se lo acercó a la boca y exclamó:
—¡Que te den!
—Pero, florecilla, ¡con lo refinada que has sido siempre! —dijo Sérpenos.
—¿Qué quieres?
—Contarte una cosilla que te interesa.
—No voy a negociar contigo.
—No te costará nada.
—No hay nada gratis con la serpiente.
—¡Déjame hablar, maldita llorona! Es sobre tú sobrina, esa que dices no haber capturado.
Ave prefirió guardar silencio.
—No te enfurruñes, florecilla... todavía —continuó el hechicero al cabo de unos instantes—. Ha llegado a mis oídos que la chica sigue los pasos de su madre a toda velocidad...
—¿Ya ha intentado matarte?
—¡Qué graciosa! Me refiero que ha absorbido una mente.
—¿De quién?
—Ahora sí que estás interesada, ¿eh, florecilla? ¿Qué me das por saberlo? —Ella no entró en el juego y de nuevo permaneció callada—. Vaaale, te he prometido que era gratis... esta vez solo. Se la devoró a una de tus niñas moneda, una tal Gaud. Ya que la tienes le podías preguntar, me interesa el grado de unión que tenga con esa nueva amiga con la que comparte la cabeza.
—Algún día me tienes que contar como consigues convencer a tanta gente para que trabaje para ti.
—Sé lo que mueve el corazón de los hombres, aunque no cambies de tema. ¿La tienes o no? Ya sabes que yo controlo ese tipo de situaciones.
—¡La última vez que me dijiste algo parecido casi pierdo un ojo!
Ave apagó el artefacto sin despedirse. Sospechaba que su pariente solo quería alargar la conversación para localizarla. Por lo menos le había dado la respuesta de porqué Meld se quedaba abstraída en medio de sus charlas. Recordó a Gaudhjom, como a todos los adolescentes con algo de Don que se presentaban voluntarios delante de ella, pidiendo ser los siguientes en realizar un atentado suicida. Se había impuesto a sí misma jamás olvidar a aquellos que lo dieran todo en aquella lucha. Se acordaba de su cara llena de devoción y decisión, sus ojos brillando de fe en ella y en lo justo de la contienda, de sus últimas palabras rogándole que cuidara de su hermana pequeña... Si lo que decía Sérpenos era cierto, tal vez tuviera una aliada que le ayudara a convencer a su sobrina, siempre y cuando no acabara loca primero.
Cogió el otro artefacto comunicador y se dispuso a conversar con el Anciano que Habla antes de que le martilleara el cráneo exigiendo un informe.
—Sacerdote en jefe —dijo a la esfera—, el Entrometido se ha vuelto a poner en contacto conmigo.
—Has tardado mucho desde la última vez, los señores no están contentos.
—Tu misión es vigilar los atajos y a los monjes, no a mí. Dile a tus amos que la chica ya absorbido una mente.
—¿Eso cambia tus planes?
—Por ahora no, pero creía que a tus amos les gustará saberlo. ¿Cómo van nuestros asuntos en Ciudad Concordia?
—Los hermanos van a atacar esta noche a uno de los mayores traficantes de niños, en su casa, y liberar a los esclavos más prometedores.
—Estupendo, espero con ganas el resultado.
—Los hermanos no fallaran, Ave de la Noche.
—Eso espero. Adiós.
La hechicera dejó de canalizar energía al artefacto. Se sentó en una silla y se frotó los parpados sin quitarse la máscara del todo. La jaqueca continuaba aumentando y todavía tenía que fabricar los lanzadores e ir a la charla con Meld...
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