Capitulo 13
Al principio de la noche las pesadillas de Meld consistían en extraños juegos de ajedrez, con demonios, falsificadores y mucha gente que conocía como figuras, que se movían siguiendo reglas ocultas a la lógica. Cuando la partida acababa, si bien ella no sabía el motivo ni quién la había ganado, los malos sueños perdían su locura barroca y ganaban en realismo, mas continuaban terroríficos. Sus recuerdos en el campamento de bisuteros se mezclaba con los de miseria y guerra de Gaud. Los soldados fedalistrenses reemplazaban a las abominaciones y el hambre, las violaciones, vejaciones y el resto de la cara menos gloriosa de la guerra sustituían a la destrucción mágica y demoniaca. A veces, en lugar de Meld, la niña obligada a falsificar era Flordemiel, la hermana de la terrorista suicida; otras veía a Tina, que aunque la golpeaban seguía recitando la lista de monedas propias de todos los países miembros de la Unión Monetaria mientras fabricaba falsos veraces.
Cada día se despertaba empapada de sudor y muy cansada, sin atreverse a volver a dormir. La celda, como Ave de la Noche había prometido, se encontraba adecentada: una pila para lavarse, un espejo donde arreglarse, una mesa y silla tanto para comer como leer, y una estantería para guardar los libros, que trataban de filosofía e historia. Meld pensó que Tina habría hecho una comparativa de ediciones para conocer más cosas de Ave, pues parecía que pertenecían a su colección privada, sobre todo lugares en los que hubiera estado más tiempo. En cambio ella no encontró más que una dispar colección, que abarcaba casi cualquier periodo, lugar, autor o tema: desde la cronología de las guerras mágicas, a la ética del comercio, pasando por la evolución de las instituciones gubernativas en algún viejo imperio. Meld los leía solo para no quedarse a solas con Gaud y sus pensamientos. Si había alguna razón por la que Ave los había escogido, se le escapaba.
También había un armario lleno de vestidos. Ella hubiera preferido unos ropajes más al estilo cazaherejes, cómodos y funcionales, pero por lo menos no eran tan complicados de poner y llevar como el de la charla con su captora.
Además le habían proporcionado un cepillo y útiles para el pelo, aunque nada útil como herramienta para quitarse el collar o fabricar un arma. Por las mañanas tenía la compulsión de peinarse; no podía hacer otra cosa hasta que terminaba. Recordaba el comienzo y el resultado final, no los pasos que había dado. Era la única lucha que Gaud vencía, no volviendo a aparecer en el resto del día hasta la noche, mas Meld sentía que en algunos momentos leía algún párrafo dos veces a pesar de haberlo comprendido a la primera.
Entró uno de los carceleros silenciosos, que le entregó un sobre sellado con lacre, En su interior había una escueta misiva, informándole con una pulcra y fina caligrafía que Ave de la Noche la visitaría en unas horas. Casi parecía la invitación para un baile de la alta sociedad. Meld se preguntó que clase de persona era capaz de montar una brutal red terrorista y luego perder el tiempo en inútiles muestras de refinamiento.
Habían ampliado el agujero de ventilación, en la parte de la pared más cercana al techo, para que entrara más luz y facilitarle la lectura, pues no le suministraban velas. Por el hueco entraba bastante aire: la chica agradeció que había pasado lo peor del invierno y la primavera se encontraba ya cerca. Por la ventana podía seguir el sol, hasta media tarde, y calcular con un poco de tosquedad la hora. Intentó matar la espera con un libro, en cambio no paraba de divagar sobre qué quería Ave de ella con tanta charla. La enmascarada llegó a la cita puntual, como siempre vestida de forma elegante, usando el gris y el negro. Después de saludar, se disculpó:
—Siento haber tardado tantos días, demasiados frentes que atender.
—Ah, el exceso de celo en planificar asesinatos... —replicó la moza.
—Meld, te falta mucho para dominar el arte del sarcasmo. —Ave sacó de una cesta un pequeño mantel bordado con el que cubrió la mesa y dispuso encima dos copas de exquisito vidrio labrado, una botella de vino dulce y un plato con pastas de miel—. Nada de té ni café. He pensado que tenías que catar esto: le encantaba a una prima mía.
—¿Le encantaba? —preguntó la cazaherejes una vez se sentó.
—Sí, la pobrecita murió hace casi diecisiete años.
—¿Luchando por la libertad? ¿Secuestrada por algún noble libidinoso?
—En realidad algo mucho más oscuro y cruel. Bueno, el otro día hablamos de Mariana. La razón por las que sus ideas se imparten en la Casa Madre es por resaltar los peligros de envilecimiento de la moneda, incluso que pueden acarrear la muerte del regente... —«Con qué tranquilidad cambia de tema», pensó la joven. «Parece que le encanta dar clase»—. Aunque el Gremio no sigue a Mariana, sí que persigue la adulteración monetaria. Es gracias en parte a esta teoría por lo que puede sancionar falsificadores... aparte de proteger su producto, el veraz, pues que a un sanador que no le funcione la carga puede ocasionar una muerte.
—El Gremio existe mucho antes de los pactos de la Unión Monetaria, que reguló el derecho, y la obligación, a perseguir falsificadores.
—¿Y los magos herejes?
—Eso fue al finalizar las guerras mágicas: el Abrazo de la Paz de los Tres Montes.
—Pero muchos países se han creado después de ese tratado, al que no se adhieren como al de la Unión, incluso así el Gremio persigue a los magos renegados, aunque sean de lugares muy lejanos y con leyes más viejas que las del Abrazo.
—¿Cómo tú? ¿Cuán lejos está tu casa?
—Rápida como un relámpago. ¿Conoces la antigua lengua?
—Muy pocas palabras.
—Pero aun así conocías el término "meld", con el que cambiaste el nombre.
—¿Cómo sabes eso?
—Recuerda dónde oíste la palabra.
—Ni idea.
—Haz un esfuerzo... ¿no se la oirías al que te enseñó a falsificar?
—¿Maaguld? ¡¡¡Lo conocías, sucia demente!!!
—¡¡¡No insultes a mi señora!!! —rugió Gaud. «¿Otra vez tú? ¿Y con lo mismo?», replicó Meld con el pensamiento. «Creía que por hoy me había librado de ti». —Malas noticias, sigo aquí contigo. Jamás te librarás de mí. «En cuanto me quite el collar te daré descanso, aunque me quede medio tonta». —No tienes ni idea de cómo cumplir la amenaza. «Te juro que aun así lo intentaré si no te callas de una puñetera vez». —A lo mejor así vuelvo a mi cuerpo. «¿Ahora quién tiene esperanzas vanas?».
—¡¡¡Meld!!! —chilló Ave para llamar la atención. La chica se dio cuenta que debería haber intentado llamar su atención varias veces—. ¿Con quién hablas con tu mente? Es imposible que puedas mandar un mensaje con el collar puesto.
—Con nadie —contestó la chica al cabo de unos momentos.
—Meld, te encontrabas tan furiosa que movías los labios, aunque no pronunciabas palabra. —La moza guardó silencio—. Bueno, te dejaré con tus secretos. Yo también tengo los míos... pero te estaba contando uno: puedes llamarme Warnä.
—Que supongo que significará lechuza.
—Veo que has recuperado la lengua... También significa búho, en la antigua habla no se hace distinción entre ambos animales.
—Bonita lección. Pero sigo sin saber qué gárgaras quieres de mí ni el motivo por el que cuentas todo esto. —La chica tomó un bocado de una de las pastas que había en la mesa—. ¡Puaj!, no me extraña que esa prima tuya se muriera si comía estos dulces tan empalagosos... —Probó el vino—. ¡Puaj, aun peor!
—Sí, ahora te ríes. —Los ojos de Ave brillaron de un color purpura detrás de la máscara. Esta vez la cazaherejes estaba segura de haberlo visto, pues el reflejo iba y venía durante gran parte del discurso de su captora—. Pero eres una salvaje. Ya verás como lo que hay dentro de ti te hace desear usar cada vez más magia. En tu mirada noto que ya ha comenzado. Llegará un momento en que ansíes la libertad y la paz que da el canalizar el Don. Poco a poco querrás más... y no te saciará, pues pide más y más cantidad. Lo buscarás en cualquier sitio, incluso aprenderás a absorberla de la gente. —La mujer se había levantado de la silla y apretaba con fuerza los puños—. No pongas esa cara como si no fuera contigo. ¡Sí, la sacarás de dónde puedas, de las personas o de seres de otros planos! No solo demonios, sino cualquier cosa o ser que tenga magia. No te creas que son rituales demoniacos: el Gremio mantiene el engaño y nos equipara a herejes. Mejor no preguntes en la Casa Madre, sino donde se retiran los cazaherejes... y cuando te cuenten sus historias harás lo que sea para poder controlarlo, pero ya será tarde... —Warnä perdió la furia de repente y se derrumbó en la silla. Se tragó su copa de un trago, la volvió a llenar y repitió la operación—. Lo siento, Meld, no quería contártelo todo de golpe.
—¿Y por qué me lo quieres contar?
—Porque tienes la misma maldición que tu madre... y que yo.
—¡Mentira! Tú no conociste a mi madre.
—Sí que lo hice. Te aseguro que a ella sí que le gustaban las pastas y el vino, por eso creí que a ti también te agradarían. —La chica abrió mucho los ojos, pero permaneció callada—. Tú y yo somos familia... compartimos la misma sangre y la misma condena... aunque hay maneras de sobrellevarla y ser útil al mundo.
—No me lo creo, demasiada casualidad. ¿Dónde estabas... pariente! ¿Qué hacías cuando era una esclava, cuando todos los días me vejaban por unas míseras monedas?
—Intenté buscarte, pero Sérpenos te había escondido muy bien.
—¿Quién es Sérpenos?
—Otro pariente tuyo... y mío. No querrás conocerle.
—¿Más mentiras? ¿Más excusas?
La joven se encontraba ya al borde de las lágrimas.
—Meld, ¿cómo te podría convencer?
La moza se quedó meditando unos instantes antes de responder:
—¡Quítate la máscara y enséñame tu verdadero rostro! —Para Ave fue el turno de quedarse sin palabras—. ¿Cómo quieres que confíe en alguien que me esconde su cara?
—Pero ¡si esta es la verdadera! —replicó Warnä mientras se señalaba el disfraz—. O mejor dicho, esta es mi verdadera identidad. Es un ritual que no conocéis a este lado del desierto, es parte de la ayuda para controlar la maldición...
—Disculpa, pero me importa un bledo tu rituales exóticos de identidad...
—Está bien —contestó quitándose la máscara.
Meld se quedó boquiabierta: el rosto que veía era muy parecido al suyo, aunque más hermoso... si una horrenda y profunda cicatriz no cruzara su ojo derecho, casi desde el nacimiento del pelo hasta el labio superior; la visión se había salvado por muy poco.
—¿Satisfecha? —preguntó Warnä.
La chica contestó asintiendo con la cabeza. La mujer volvió a colocarse la máscara y al ver lo emocionada que estaba la joven, le agarró una mano con firmeza sin que hubiera rechazo, hasta que se calmó un poco. Entonces Ave se levantó y dijo:
—Demasiadas emociones por hoy, Meld, mejor hablamos otro día.
—Hasta pronto —replicó la aludida con voz muy débil cuando ya se abría la puerta de la celda.
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