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Capitulo 1

            —Hoy como examen final fabricaréis un veraz —explicó el viejo profesor Polaz—. Cada vez que en el futuro hagáis uno consumiréis casi la totalidad de vuestra energía mágica. Hoy, casi seguro, cometeréis algún error y gastaréis de más. Así que espero que todos tengáis vuestro acumulador bien lleno. En cuanto la acabéis, esperar, que luego recitaremos todos juntos el juramento a la Unión Monetaria y al Gremio de la Moneda. Y estoy seguro que estaremos todos para la ceremonia, ya que si no nunca os habríamos dejado presentaros a la prueba. Así que manos a la obra, con tranquilidad y los nervios calmados. Ahora me pondré a repartir los materiales. Ya sé que a muchos os parece que vuestras habilidades se malgastan haciendo esta labor —continuó mientras los niños iban pasando de uno en uno a recoger los ingredientes—, mas debo recordaros lo importante que es mantener estable la moneda, el valor lo cambia la gente al intentar cubrir sus necesidades, no debe fluctuar artificialmente por el capricho de los gobernantes o la insana avaricia de unos pocos...

Meld dejó de escucharlo y se puso a trabajar. Pesó y remidió las porciones de cada metal que comprendían la aleación de los veraces: ocho décimas partes de oro; casi dos de plata; y las trazas de cobre, níquel y la más importante, aunque menor, de magnitium: el extraño metal con el que se hacían los acumuladores de energía mágica. Cuando se encontró segura que eran las correctas miró al profesor buscando aprobación. Tuvo la suerte de que había terminado su discurso, pues si no se habría ganado una buen rapapolvo. Polaz se acercó y afirmó con la cabeza. La adolescente tomó un crisol y metió dentro los materiales con mucho cuidado. Tras ponerse unos guantes gruesos, se dirigió al horno, donde metió el recipiente sujetándolo con unas largas tenazas.

Se dio cuenta que desconocía cual dibujo conmemorativo tocaba grabar en la cara de la moneda para la ocasión. Debería haber prestado atención a la última parte de la disertación del profesor. Tendría que averiguarlo con rapidez, pues los metales muy pronto se fundirían y habría que verterlos en el molde. A punto de rendirse y preguntarle al viejo, recordó que Kala le había enseñado una vez la moneda que ella hizo el día de su examen final. Lo llevaba a todas partes en una bolsa colgada del cuello. El veraz de la graduación siempre se daba al nuevo mago como recuerdo, ya aceptado como tal por la hermandad. Tenía dos cruces, ya que era el lado invariable, con el escudo gremial dando autenticidad a la moneda. El símbolo consistía en una simple balanza de mano, sujetada por una figura envuelta en una capa y el rostro oculto bajo una capucha, supuestamente un mago. Advirtió que Polaz la miraba, aquello debía ser otra prueba, una más de las casi innumerables que había soportado mientras estudiaba, y que el profesor había omitido la información a todos los alumnos. Cogió dos moldes iguales, los puso a cada lado de la horma en forma de moneda y se dirigió a una de las prensas. Si se sorprendió de su acierto él no lo demostró. La chica colocó con gran cuidado el conjunto y solo quitó el molde superior cuando se aseguró de que se encontraba bien sujeto. Sacó el crisol del horno y vertió con gran lentitud el contenido en la horma. Esperó a que el material se enfriara un poco antes de taparlo, rehaciendo la matriz y reajustando la prensa. Había llegado el momento de cargar la moneda, el proceso que la hacía casi infalsificable.

Solo tenía que concentrarse en las minúsculas partículas de magnitium y proyectar el poder de su interior como cuando llenaba el acumulador. Fue lo primero que le enseñaron casi nada más llegar al gremio, pues los profesores preferían que los alumnos aprendieran a usar la magia con las reservas de energía muy bajas, así se evitaban muchos desastres. Saturar de poder tan poca cantidad de magnitium hacía que solo se pudiera descargar una vez, consumiéndose el metal en el proceso, pero como ya nadie usaba el poder de las monedas salvo en caso de gran necesidad se prefería que fueran lo más difícil de falsificar posible. Se obviaba el nacimiento de los veraces como divisa: el gremio de hechiceros daba fe grabando su sello que realmente el objeto contenía la carga mágica que un miembro de la hermandad producía en un día, siendo devueltos para recargarlos una vez gastados. Tras pasar el visto bueno hizo trabajar a la prensa. Se sintió un poco decepcionada cuando el tornillo llegó al tope: nada delataba que el proceso se había acabado. Cogió la matriz y la llevó a la mesa.

Una mirada de desaprobación le impidió conjurar frio para poder retirar los moldes y tocar la moneda: el cambio brusco de temperatura podría debilitar la aleación. Así que mientras esperaba su mente comenzó a divagar.

Pensó en lo bien que vivía ahora en comparación de cuando los bisuteros la obligaban a trabajar todos los días, golpeándola a cada momento, incluso aunque hubiera fabricado diez monedas. Sus rescatadores la habían medio adoptado y se alojaba en su casa. Las costumbres del gremio le habían sorprendido al principio. Los magos casi siempre iban en misión en tríos, y estos compartían techo, cada uno tenía un piso a su disposición con otro para las zonas comunes. Aunque muchos si no estaban en misión ni se veían. Pocos de los aprendices, si no eran hijos de algún miembro de un trío, vivían fuera de los dormitorios comunales del colegio. Meld había despertado algunas envidias y reticencias entre sus compañeros, pero acostumbrada al maltrato de su niñez lidió con facilidad con ellas. Además, si hubieran conocido lo estricto que era Hosco... siempre obligándola a estudiar o hacer ejercicio, e impedía que Kala y Martel la malcriaran. Mas si te la ganabas daba mucha confianza, pues pronto la dejó dormir en la casa incluso cuando ellos se encontraban de viaje al comprobar que se desenvolvía sola. A ninguno le apasionaba barrer y menos cocinar, así que ella tenía que realizar las labores domésticas; un pequeño pago para tanto que le habían dado. Le habría gustado que se encontraran presentes en su graduación, pero sus obligaciones les habían mandado muy lejos.

—¡Meld! —exclamó Polaz—. ¿Otra vez soñando despierta? Te he llamado varias veces. Ya puedes comprobar la moneda.

La niña abrió el molde con rapidez y admiró su obra: ¡estaba perfecta! Las machaconas repeticiones en clase habían servido para algo. Se volvió para enseñársela al profesor que la examinó y remiró hasta estar satisfecho. Polaz le devolvió la moneda, le colocó al hombro una banda con los colores del gremio y la mandó a esperar. Para pasar el rato comenzó a observar a la multitud que poco a poco se congregaba para asistir al juramento. Tres figuras destacaban pues llevaban puestas las capuchas, cosa rara en la Casa Madre. Se fijó en sus manos, dos de ellos las tenían marcadas de heridas graves ya curadas. A pesar de que Martel se mantenía casi incólume gracias a sus conocimientos de modificación del propio cuerpo, los llamaban el trío de las cicatrices, ya que Hosco y Kala se encontraban plagados de ellas. Eran bastante famosos en el gremio por haber acabado con varios de los peores demonistas y falsificadores, a cambio de quedar muy lastimados varias veces. ¿Habrían vuelto en secreto para darle una sorpresa? La joven maga, azuzada por la curiosidad, no se pudo contener y creó una ráfaga de viento para retirar las capuchas, con escaso éxito.

—¡Meld! —gritó Polaz—. ¡¿Qué te he dicho de usar los poderes sin permiso?! Como veo que te aburres, hazme cincuenta flexiones... ¡y ni se te ocurra ayudarte con la magia!

Cuando finalizó el castigo los encapuchados se habían marchado. Esperó a que el resto de los aprendices pasaran la prueba. Tal como había predicho el maestro todos la superaron, aunque hubo alguno que tuvo que repetir el proceso. Los estudiantes formaron por filas para atender al discurso del profesor:

—¡Aprendices, hoy os damos la bienvenida al gremio! —La pequeña multitud que se había congregado para celebrar la ocasión rompió en aplausos—. A partir de hoy seréis miembros de pleno derecho, con sus privilegios... y sus obligaciones. ¡Perteneceréis a la Hermandad de Magos! ¡Hasta después de muertos! —Una ovación le interrumpió de nuevo—. Así es, cuando fenezcáis vuestros nombres serán grabados en los muros de piedra del salón de la biblioteca, para que las nuevas generaciones os recuerden. Pero antes debéis certificar vuestra voluntad como mandan las tradiciones.

A la señal, los adolescentes declamaron el sencillo juramento al unísono mientras sujetaban la banda que portaban con el pulgar e índice de la mano derecha:

—Prometo en total libertad, ante los dioses y ante los miembros de la hermandad, que seguiré los códigos del Gremio y haré cumplir sus leyes y guardar los pactos de la Unión Monetaria.

Al acabar el público comenzó a vitorear y se acercó a felicitar a los neófitos. Meld confirmó sus sospechas: Hosco, Kala y Martel la levantaron del suelo del fuerte y efusivo abrazo, con tanta alegría que casi superaba la suya.

—El discurso todavía no ha acabado —reclamó Polaz la atención amplificando su voz con ayuda de la magia—. Aunque ya las habéis aprendido en clase es mi deber recordaros cuales son vuestras obligaciones —continuó una vez los chavales formaron de nuevo—. Aparte de fabricar monedas también nos ocupamos de los malvados que la envilecen, sea cual sea su posición social. Habéis estudiado historia y sabéis que pasa cuando se devalúa, hacen al rico pobre y al pobre paupérrimo. Es obligación de aquel que pertenece a la hermandad capturar a estos defraudadores. ¡No lo olvidéis nunca!

El profesor hizo una pausa dramática antes de continuar:

—Pero no solo nos dedicamos a perseguir a los falsificadores. Un grupo selecto se dedica a impedir que magos descarriados hagan daño a la población. En realidad el Gremio nació para esa función, aunque en los días actuales la mayor parte de nuestras obligaciones sean con la moneda. No es ningún secreto aunque prefiramos no difundirlo: la inmensa mayoría de los herejes o de los falsificadores poseen el Don. Son nuestros hermanos los que en mayor medida atentan contra las enseñanzas. Hay un dicho: se necesita a un zorro para cazar a otro zorro. Luego daré una lista de nombres de los escogidos para que aprendan el oficio de caza magos. No tenéis por qué aceptar, mas recordar que es uno de los mayores honores para alguien que pertenece a la hermandad.

»También nos dedicamos a la venganza, nadie que haya hecho daño a un miembro del Gremio o a uno de sus familiares puede dormir tranquilo. Es una de las pocas veces que podemos usar nuestros poderes para acabar con delincuentes comunes. Aunque prefiramos que sean los hombres y mujeres que ya poseen experiencia en combate los que se dediquen a ello cualquier miembro está obligado a ayudar a otro a tal fin. Daré otra lista: los seleccionados para diplomáticos y futuros expertos en leyes. Siempre hay que ayudar a la justicia normal en estos casos antes de ponernos a lanzar fuego y destrucción. También se les respeta dentro de la cofradía.

»Por ultimo, los no seleccionados para estos dos grupos no os apenéis. El Gremio sin los miembros normales, los que fabrican la moneda, investigan nuevos hechizos, recargan los objetos para los combatientes, enseñan a las nuevas generaciones... sin ellos no existiría el Gremio. Pero aquellos que no se encuentren conformes y tengan otras inquietudes no dudéis en comunicárselo a vuestros tutores, que siempre se puede volver a sopesar. Bueno empezaré por los "abogados": Alejo Tresojos, Alentia Verdejardín, Atul Negranoche...

Meld se obligó a tomarse con calma la espera. Sabía que con su fama de revoltosa no la elegirían para ninguna labor de responsabilidad. Bueno la vida en casa de sus padres adoptivos, ahora que su trabajo sería hacer una moneda al día, le dejaría mucho tiempo libre. Podría leer todo lo que quisiera, sin las restricciones de sus profesores y tutores por culpa de los estudios. Se acostaría tarde, pasando largos ratos observando las estrellas y... Un codo golpeando con suavidad las costillas la sacó de sus fantasías. El compañero de al lado le señalaba con el índice una fila de muchachos que se había formado a la derecha de Polaz. ¿Habían dicho su nombre? Se dirigió a una fila, donde los alumnos cambiaban su banda de graduación por otra blanca con ribetes dorados: los que representaban a Zulan, el dios de la ley. La joven profesora que le había dado las clases de historia hizo una mueca de alarma al verla. Le indicó que esperara y miró un papel, tras dar un suspiro de alivio la guio a otro grupo más pequeño que se estaba formando.

Allí le dieron una capa azul oscuro con capucha, de corte similar a la portada por sus tutores el día que la rescataron. Comprobó la talla mientras acudían los últimos nombrados. Sin despedirse y con pocos volviéndose a mirar atrás partieron acompañados por Polaz.

Anduvieron unos cuatro kilómetros a unas instalaciones del Gremio alejada de los edificios principales. Un trío de guardias custodiaba la entrada de la valla que las rodeabas. No les pidieron ni santo y seña ni documentos al ver quienes eran, limitándose a saludar con simpleza. El camino serpenteaba por una tierra en baldío salpicada de bajos bosquecillos y rastros de grandes fuegos, contrastando con los limpios y cuidados terrenos del gremio que Meld siempre había conocido. Pronto llegaron a un patio de arena en vez de piedra rodeados por unas simples barracas fabricados con troncos casi sin tratar. Parecía más un cuartel que la pequeña ciudad en que consistía la casa madre de la Hermandad.

Polaz les hizo formar de nuevo en filas y presentó a las tres figuras que les esperaban:

—Este año hemos escogido como instructores a uno de los tríos con más misiones contra los demonistas, incluso derrotaron a un Demonio Mayor sin ayuda, son Martel, Kala y el jefe del equipo: Hosco.

«Vaya, no habían vuelto solo para darme una sorpresa», pensó Meld.

—Bueno, niños —dijo Hosco adelantándose y cortando los aplausos apenas se iniciaban— vuestros antiguos profesores ya os han enseñado lo básico para utilizar el poder. Habéis aprendido a proyectarlo, a transferirlo al acumulador y luego recolectarlo. Sabéis usarlo para curar, aumentar vuestros sentidos o fuerzas, e incluso los más avanzados controláis el fuego y el agua. También os han enseñado a fabricar monedas. —El último comentario sacó una sonrisa de la audiencia—. En esta clase os adiestraremos en otras cosas... ¡aquí aprenderéis a matar y destruir! Veo que ya no os parece tan divertido. Y eso os lo puedo asegurar, durante el curso no lo vais a disfrutar.

»Algunos os habéis puesto guapos para la ceremonia de graduación. Pues lo lleváis mal, ya que la ropa de gimnasia os la traerán en un par de días... por cierto, no sé para que os han dado las capas, todavía no os habéis ganado el derecho a usarlas, así que dejarlas en el suelo que ya las recogeréis luego. Ahora iremos a comprobar lo mal que centráis vuestro poder en objetivos lejanos. Lo que llamamos campo de tiro está a dos kilómetros hacia el sur y como ya hemos perdido medio día tendremos que ir corriendo. ¡Ojo os quedéis atrás! Y os advierto que nada de ayudaros con el Don, como no tengáis reservas para la prueba haréis ejercicio hasta vomitar. ¡¿Ha quedado claro?! ¡Gritad más que no os oigo! ¿¡Qué os lo habéis gastado todo para la moneda!? ¡Martel os repartirá acumuladores! ¡Deprisa! ¡¿Ya estáis todos?! ¡En marcha!

Llegaron a una explanada acabada en una colina cortada que hacía de muro. Unos muñecos de paja estaban dispuestos en fila cada tres metros.

No les dejaron recuperar el aliento les hicieron ponerse a cada uno enfrente de los blancos.

—Antes de empezar, niños. Mejor dicho: antes de empezar, reclutas —aclaró Hosco—. Aquí Kala, Marten y yo somos vuestros dioses, por lo menos hasta que acabéis el entrenamiento. Haréis todo lo que se os diga en todo momento, pero sobre todo cuando estemos usando magia ofensiva. No queremos piernas cortadas ni ojos arrancados, aunque de las costillas rotas haremos la vista gorda. Os habréis dado cuenta que Polaz ya no está, así que sois míos. Ahora fijaos en lo que hace la jefa.

La maga pelirroja conjuró fuego en su puño derecho, que lanzó a un maniquí haciendo el movimiento de un puñetazo, que explotó. Creó agua en su palma izquierda que mandó a otro muñeco, congelándolo cuando lo alcanzó. Derribó a otro usando el viento y aplastó a un último con ayuda de una roca que desgajó de la colina. Todo ello en menos de un minuto.

—Espectacular, ¿verdad? —inquirió Hosco a los bocaabiertos chicos—, pues ahora no vais a hacer nada de eso.

Le hizo una gesto a la flaca hechicera que señaló con el indice a la cabeza del muñeco congelado haciendo que se iluminara un círculo del tamaño de una moneda.

—Esto lo habéis hecho ya —continuó el instructor—, proyectar un poco de vuestro Don sobre un blanco. Ahora vais a aprender a hacerlo rápido y casi sin pensar ni concentración. Con un poco de luz bastará. Yo os diré la parte del cuerpo y antes de contar hasta diez la quiero iluminada. Empecemos... ¡Cabeza! ¡Mano! ¡Torso! ¡Pierna! ¡Pierna izquierda!... —fue enumerando cada veinte segundos mientras andaba por detrás de los chicos.

Meld ya había realizado ejercicios parecidos tanto en las clases normales como en las privadas que había recibido de Kala. Siempre era la primera en acabar y nunca fallaba. Una amplia sonrisa anunciaba lo mucho que disfrutaba con aquel ejercicio.

—¿Con que a la pequeñaja se le da bien apuntar? —dijo Hosco con tono de burla desde detrás. Ella odiaba que la llamaran así y el instructor lo sabía—. Pues que lo sepa la nena, ahora tendrá que dar en dos blancos y cada fallo me hará una serie de ejercicios. ¡Cabeza y pierna! ¿No estaba atenta la pequeñaja? Empecemos con cuarenta abdominales. Y el resto, el próximo que falle la acompañará. Esto lo tendríais que tener bien aprendido.

Cuando iba por el sexto ciclo de sentadillas la chica se dio cuenta de que en aquellos días no recibiría ningún trato de favor por parte de su familia adoptiva. Y más cuando la instrucción comenzó en serio...

Las semanas pasaron, la dureza en los entrenamientos se incrementó. A los pocos días ya les hacían luchar entre los alumnos de una forma que la profesora de defensa personal hubiera gritado alarmada. Protegidos por Kala o Martel los reclutas se lanzaban toda clase de hechizos, aunque la armadura mágica no amortiguaba del todo los golpes. Cosa que aprovechó Martel, uno de los mejores curadores de la hermandad, para que los reclutas repasaran los primeros auxilios.

Todas las noches, antes de que los mandaran a dormir en un frio barracón, les contaban historias sobre demonios y herejes. Les ayudaba a memorizar pistas a buscar, nombres de diablos y costumbres de otros países de un modo divertido. También les recordaba que pasaría si fracasaran, pues siempre daban multitud de detalles escabrosos. Meld se extrañó de que ningún niño quisiera retirarse. Ella ya había pasado por cosas peores pero la mayoría se había criado en el gremio. Cayó en cuenta de que por eso la habían escogido, más que por habilidad porque ya había evidenciado que podía superar el dolor. Entonces recordó que todos los chicos habían demostrado un aguante especial durante los cursos.

Aunque pensó que a veces los instructores les forzaban en demasía. Sobre todo cuando les tocó estar un mes sueltos por los bosques sin comida y viendo solo a sus profesores cada mañana para que cedieran todo su poder diario a los acumuladores. Les sirvió para que confiaran unos en otros y limaran sus diferencias, aunque costó alguna que otra pelea. Una vez que terminaron el entrenamiento habían dejado gran parte de sus diferencias atrás y creado una camaradería especial. Mas no fue lo peor...

Lo peor llegó cuando les enseñaron a matar.

Meld se miró en el espejo. Tardó en reconocerse. El entrenamiento y el final de la pubertad la habían cambiado. Las curvas de mujer asomaban y también había fortalecido los músculos, aunque su cara se había perfilado y vuelto más angulosa. La capa azul oscuro era nueva y de mayor tallaje, de la vieja solo quedaba un trozo con el que se hizo un colgante donde guardaba la moneda de la graduación. Una cicatriz surcaba su ceja izquierda, los buenos cuidados de Martel salvaron el ojo, pero su fallo en bloquear aquel hechizo le dejaría el recuerdo permanente. No le importaba, le daba un aire de madurez y de interés.

Cuántas cosas habían cambiado... Solitaria gran parte de su vida, ahora tenía amigos, o mejor dicho, hermanos del combate: el pecoso Jamir, la regordeta Amma, el bajito y fuerte Moslo, la espigada Lotiana... hasta Droño, que no logró pasar las pruebas finales presa de una depresión nerviosa de la que nunca se recuperaría del todo. Siempre sería miembro de la hermandad a pesar de que nunca saldría de misión. Una hermandad dentro de otra más grande que era el Gremio de la Moneda.

—¿Ahora te has vuelto una presumida? —preguntó Kala desde la puerta—. Venga, cuanto antes acabemos la ceremonia antes empezaremos la fiesta.

—¿Ahora volvemos a ser amigas?

—¡Meld!

—Sí, ya sé que no podía haber favoritismos... ni que podías mostrar blandura. Pero ha sido casi un año sin hablarme si no era para darme lecciones o ordenes. Ni siquiera me dijiste nada durante el descanso de dos días. Martel me trajo un regalo por mi cumpleaños. —La chica señaló el coletero de bronce que llevaba puesto—. De Hosco me lo esperaba, pero no de ti.

—¿Te crees que no ha sido duro para mí también? Odio ser instructora. No me gusta nada putear a unos mocosos. Tu mejor que nadie sabes que es necesario. ¿Has pensado lo que pasaría si los demás hubieran visto que...?

—Déjalo, Kala —interrumpió la joven—. Ha sido la frustración la que ha hablado. Ahora ya está todo perdonado.

Después de un sentido abrazo se dirigieron al edificio central, pero no al Gran Salón de las Ceremonias, pues el rito de paso para los magos de combate se hacía en una pequeña capilla, tan vieja que ni se recordaba a qué dios estaba consagrada. Los nuevos reclutas se presentaban ante el Maestre de Batalla, retirándose la capucha al llegar su puesto de la fila ante el altar. Allí les daban un juego de acumuladores, ya cargados. No había pompa, ni grandes discursos. Después salieron al aire libre, a unas mesas bien cargadas de vino y viandas, donde todo el mundo brindó. Al cuarto brindis el Maestre empezó a dar los despachos, cada dos reclutas acompañarían a una triada para la última parte de su formación. Meld se sorprendió de que la mandaran con su familia adoptiva.

—¡Bueno—le gritó la maga pelirroja al oído mientras le golpeaba con ánimo el hombro—, al final si que ha habido un poco de favoritismo! Te vienes con nosotros. Y nos acompañará ese zagal tan apuesto con el que te besaste en el permiso. ¿Te crees que no te íbamos a espiar desde lejos?

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