2. Apertura
Zarparon hacia su destino desde el puerto de Mondstadt. Su pequeño barco no era muy espacioso, pero para ellas estaba perfecto. Habían traído unas provisiones regaladas por el tutor de Qiqi, el Doctor Baizhu quien, sabiendo que irían a hacer un viaje largo, le mando a pedir una comida especial que no se pudriera y solo necesitara calentarse. No era nada del otro mundo: unos panqueques, unas cuantas raciones de tofú, algo de carne de Mora, unas sopas de pasta y unos chocolates. Aquello no era del agrado de todo el grupo, sin embargo, agradecieron el gran detalle de Qiqi, pues llevarse solo frituras era absurdo; excepto para Diona.
El viaje no les tomó mucho, pues en solo un par de semanas habían llegado a una zona donde la temperatura era más baja de lo habitual y en el que los icebergs y la nieve eran la norma de los viajes marítimos. El frío de aquellas regiones les hizo ponerse unos abrigos comprados por Dori antes del viaje y que empezaran a tomar chocolate caliente para apalear las quejas, las cuales, para sorpresa de Kusanali, eran mínimas: a Qiqi parecía no importarle mucho, Sayu tiritaba pero eso solo le daba excusas para enrollarse en cobijas y dormir, Diona estaba normal y Dori luchaba por no congelarse, pues incluso con todos los abrigos del mundo, el haber crecido en un clima tropical no le había preparado para aquellas inclemencias.
En un par de días lograron llegar al acantilado, sitio donde, después de un par de maniobras, dejaron encallado su barco y se prepararon para salir al exterior con abrigos, zapatos especiales y algunas mochilas.
—¿No se lo llevará la marea? —pregunto Diona mientras señalaba al barco.
—No lo creo —respondió Kusanali— No se ve que haya marea alta.
—¿Y ahora qué sigue? —preguntó Sayu.
—Seguir a Kusanali —respondió Dori con confianza.
Todo el grupo comenzó a moverse tras ella en fila.
—¿Confías mucho en Kusanali? —le preguntó Sayu a Dori con la intención de hacer plática y no sentirse nerviosa.
—Ella sabe hacer planes, sé que todo saldrá bien con ella al mando incluso tratándose de algo tan improbable como esto; además de que Kusanali también tiene sus motivos.
—¿Cómo cuales?
—Ella sabe de buena fuente que Klee tenía en su poder un arma de destrucción masiva muy poderosa; y si eso cae en manos de los Fatui, el mundo terminará tal y como hace quinientos años.
—¿Y crees que ese fue el motivo por el que la secuestraron?
—Me parece más que obvio.
El grupo avanzó a través de aquel mundo congelado y sin vida. Las nevadas eran benevolentes con ellas, aunque retrasaban al grupo por la poca visión, pero esto también les jugó a su favor, pudiendo esquivar con suma facilidad a las pocas patrullas que encontraban, logrando llegar al cabo de un rato a las afueras de un edificio tétrico, antiguo, completamente negro y adornado con unas macabras gárgolas en el techo.
No había casi nadie patrullando los alrededores, haciendo que el ambiente estuviera demasiado tranquilo. Esa desconfianza en el entorno hizo que Kusanali le pidiera al grupo que se escondieran entre los arbustos y no revelaran su posición por ningún motivo. Una vez llegaron a al agujero en la pared, entraron una por una en el recinto: primero Kusanali, después Dori, Sayu y Qiqi. Diona estaba a punto de cruzar, pero empezó a escuchar una serie de ruidos metálicos acercándose poco a poco. Volteó hacia lo que intuyó era la entrada principal, alcanzando a ver un enorme carruaje de metal que se detuvo enfrente de una gran puerta de metal.
Kusanali salió al encuentro con Diona, pues le empezó a preocupar que tardara tanto.
—¿Qué ocurre? —le preguntó.
Diona señaló con el dedo a aquel carruaje, Kusanali volteo al principio con indiferencia, pero sus ojos se abrieron como platos cuando vio quien se bajó del vehículo: una mujer alta, elegante, portando un engaño fatui y una mirada cruel.
Un grupo numeroso fue al encuentro con la mujer
—Señorita Arlecchino...
Trato de decir uno de los fatuis, pero fui interrumpido.
—En vista de vuestra incompetencia, nuestra Gran Tsaritsa me ha mandado por respuestas, y el tiempo se acaba. A partir de hoy y con orden de efecto inmediato, yo misma me encargaré de la prisionera notable; es tiempo de conocer la manera en la que una simple niña pudo trasformar todo un lago ella sola.
Diona y Kusanali entraron por la grieta para reencontrarse con el resto del grupo. Sin embargo, Kusanali se veía muy preocupada, pues sus planes no habían contemplado la llegada de una de los Once.
—Esto no se va a poder —dijo derrotada.
—¿De qué hablas? —pregunto Sayu.
—Arlecchino está aquí —admitió Kusanali con miedo— y eso trae muchas complicaciones: hay más patrullas, más seguridad y lo más probable es que Klee ya no va a estar en su celda, si no en manos de los Once. Nuestras posibilidades de éxito se han reducido considerablemente. Hay que volver y trazar un nuevo plan.
El grupo se sobresaltó al escuchar eso último.
—¡No podemos irnos! —afirmó Diona—: Klee cuenta con nosotros.
—Además ni siquiera hemos empezado —dijo Sayu— ¿Cómo sabes si nuestro plan no funcionará?
—Pero... ¿qué será de nosotras si fallamos? —pregunto Kusanali con una voz temblorosa.
—¿Y qué será de Klee si nos vamos? —intervino Qiqi por primera vez— ¿Y si ya no está aquí cuando volvamos?
Hubo un silencio en el grupo. Todas miraban a Kusanali con un rostro suplicante, pero ella aún seguía indecisa.
—Con el debido respeto —empezó a decir Dori— pero nosotras seguimos, estés o no.
Kusanali suspiró y por fin tomó una decisión.
—Diona —empezó a decir—, admiro la lealtad que le tienes a tu amiga. Me quedaré con ustedes y que sea lo que el destino quiera; pero eso sí: si vamos a hacer esto, necesitaremos un artilugio extra, que esperaba no necesitar, pero las cosas han cambiado.
Kusanali sacó de entre su ropa una pequeña caja de madera y la abrió. Dentro había varios broches para cabello los cuales tenían forma de flores de loto blancas.
—¿Qué es eso? —preguntó Diona con curiosidad.
—Son unos dispositivos que utilizamos en Sumeru —explicó Kusanali—, se llaman "Terminales Akasha", pero estos que tengo aquí son especiales.
—¿Y eso porqué? —preguntó Sayu con asombro.
Kusanali se rasco la cabeza.
—¿Cómo les explico? —se preguntó a si misma antes de empezar a hablar—. En Sumeru las Terminales Akasha están conectadas a una red única que permite compartir el conocimiento entre personas desde lejos, pero solo funcionan allá.
» Sin embargo, los que tengo aquí son distintos, pues funcionan en cualquier nación y cuentan con su propia red, aislados de la red única...
Hubo un momento de silencio donde Diona, Sayu y Qiqi trataron de entender las palabras de Kusanali.
—¿Entonces estos broches nos permitirán hablar entre nosotras sin estar juntas? —preguntó Sayu pensativa.
—Sí, eso mismo —confirmó Dori.
Kusanali empezó a ponerle las terminales a cada una de sus compañeras en su oreja derecha. Ella se colocó una terminal distinta: un poco más grande y con forma de girasol.
—¿Y porqué tu terminal es distinta? —preguntó Diona.
—Es la Terminal Principal —explicó Kusanali—: es la que permite que las otras funcionen y me da la posibilidad de silenciarlas y de poder hablar por separado con quienes yo escoja para que no sea tanto caos tenerlas que escuchar a todas a la vez.
—¿Y cómo funciona?
—Es fácil —explicó Dori—: solo mantengan su dedo encima de la terminal y hablen. —Dori se alejó un poco e hizo lo que dijo—: Hola chicas, esto es una prueba.
Diona y Sayu se sobresaltaron al oír la voz de Dori tan cerca estando ella tan lejos. Qiqi solo se asombró un poco.
—Solo les pido un favor —dijo Kusanali—: no griten, o nos quedaremos sordas.
Todas aceptaron.
—¿Y ahora qué? —preguntó Sayu.
—Por ahora, seguiremos el plan original —dijo Kusanali mientras le entregaba labolsa con polvo a Sayu—: cuando la sala de control esté libre, me avisas a través del terminal y seguiremos con la siguiente parte.
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