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Prólogo

LONDRES, 2024

Si alguien les preguntara "¿qué distingue a Londres?" ¿Ustedes qué responderían?—preguntó la guía a los visitantes.

Adultos, adolescentes y niños levantaron la mano. Los pequeños eran los mas emocionado y entre gritos decían «¡El Big Ben! ¡El Palacio de Buckingham! ¡La reina Isabel!, ¡el rey Carlos III! ¡El ojo de Londres!», entre otros.

—¡Muy bien! —felicitó la guía a los niños—. Ahora, si les preguntaran sobre la literatura ¿qué responderían?

Esta vez fueron más las manos levantadas de adolescentes y adultos que de los niños. Los jóvenes fueron quienes primero contestaron y, al igual que los niños, gritaron sus respuestas. «¡Harry Potter! ¡Alicia en el país de las maravillas! ¡Orgullo y Prejuicio!  ¡El retrato de Dorian Gray! ¡Sherlock Holmes!»

—¡Eso! —exclamó la guía, emocionada—. Ese último es de quien nos interesa hablar en este momento.

—Claro, porque nos encontramos en el Museo de Sherlock Holmes, ¡da! —exclamó un adolescente, que tenía toda la pinta de ser el payaso de la clase en su escuela.

En efecto, las personas que se encontraban en el museo no eran turistas, en realidad eran dos grupos de estudiantes de la misma escuela. Eran del último año de primaria y del último año de secundaria, acompañados por sus maestros, que visitaban el museo del más famoso detective de la literatura inglesa como su último paseo escolar.

—Sí, es cierto —confirmó la guía del museo—. Aunque me decepcionaron un poco sus respuestas porque sonaron como cualquier turistas que visita Londres por primera vez —los maestros les lanzaron miradas severas a sus alumnos a la vez que estos bajaron la mirada apenados—. No obstante, siempre es bueno ver rostros jóvenes interesados...

—Obligados —tosió la palabra el mismo chico comediante.

Algunos adolescentes afirmaron lo dicho siendo de inmediato callados con un severo "¡silencio!" de sus maestros. La guía ignoró eso; no era el primer payaso de la clase con el que debía lidiar en estos paseos escolares. Ella sonrió y comenzó el recorrido, explicando los orígenes del detective con su creador, el escritor y médico Sir Arthur Conan Doyle. Cómo fue que el doctor Doyle creó a su famoso personaje en sus momentos de óseo ante la escasa clientela en su consultorio, como poco a poco se hizo famoso, su decisión de matar al personaje después de hartarse de escribir sobre él y como lo revivió después de la presión social por acabar con Holmes dándole, por fin, un final ya estando el detective en una edad avanzada.

—Tan grande es la popularidad de Sherlock Holmes que, no solo por eso se debe la existencia de este museo —explicó la guía, extendiendo los brazos abarcando el lugar—, sino a las cientos de adaptaciones cinematográficas y televisivas que ha tenido.

Eso último hizo que los niños y los adolescentes comentaran entre sí, emocionados, cuál de las adaptaciones de Holmes conocían y cuál les parecía mejor. Hablando de películas, desde las clásicas interpretadas por Basil Rathbone hasta la mas recientes interpretadas por Robert Downey Jr. En televisión, la versión anime de Sherlock Holmes dirigida por Hayao Miyazaki y Kyosuke Mikuriya. Y la reciente serie, Sherlock, siendo el personaje interpretado por Benedict Cumberbatch.

Los maestros pusieron orden a sus alumnos, de nuevo. La guía puso atención a todo lo que los jóvenes visitantes mencionaban, a pesar de que las palabras se escuchaban amontonadas y difíciles de comprender.

—Todas son buenas respuestas —caminó por el museo—. Pero ¿sabían que existe una versión ratón del detective?

Esa pregunta llamó la atención de todos los visitantes, incluido el chico comediante, quien precisamente preguntó:

—¿En serio? ¿Un Sherlock Holmes ratón? Y yo que creía que un perro en la versión anime ya era ridículo

Los demás visitantes ignoraron su comentario. Los pequeños levantaban la mano, incluso dando saltitos, para llamar la atención de la guía. La joven le dio la palabra a una pequeña de cabello castaño con un gran moño rojo adornando su cabello.

—Disculpe ¿y quién es ese detective ratón?

La guía iba a responderle, pero fue interrumpida por el chico comediante.

—Sí, ajá. Como sea. ¿Podemos seguir con esto? Algunos queremos irnos a casa

El maestro lo reprendió a lo que el chico se mostró indiferente, pero su expresión cambió a una de enfado cuando su profesor le dijo que si seguía con esa mala actitud reprobaría su clase de literatura ya que le recordó que debían hacer un reporte sobre la visita, y al ser su último año no podía dejar que eso pasara, así que a regañadientes se quedó callado y siguió el recorrido.

Exploraron los cuatro pisos del museo: la tienda de regalos en la planta baja, el segundo piso dónde se encontraba el estudio donde Holmes atendía a sus clientes y resolvía sus casos, y el dormitorio de Holmes. En el tercer piso las habitaciones de la señora Hudson y del doctor Watson.

En el cuarto piso, donde se exponían las figuras de cera, los estudiantes se impresionaron ante lo reales que se veían. La guía nunca se cansaba de ver las expresiones de asombro de los niños y adolescentes, sobretodo porque se demostraba que no habían visitado el museo de Sherlock Holmes a pesar de vivir en Londres, lo cual tampoco era de extrañar; el hecho de vivir en la ciudad no hacía obligatorio visitar sus lugares emblemáticos.

Mientras seguían en la exhibición de las figuras de cera, la guía vigilaba que los niños no tocaran nada y los jóvenes no usaran sus teléfonos celulares con flash. Fue entonces que se dio cuenta de que el chico-payaso de la clase estaba cerca de la salida haciendo algo en su libreta. Por el modo en que movía el lápiz la guía supuso que estaría dibujando. Cuando vio al chico hacerse a un lado para dejar pasar a otro visitante aprovechó la oportunidad y vio sobre su hombro la libreta: era un dibujo de Sherlock Holmes ¿con orejas de ratón?

—Vaya, vaya. Parece ser que alguien se interesó en la versión ratón de Holmes —dijo la guía con una risita burlona

El chico se sobresaltó. Con un leve rubor de vergüenza cerró la libreta y trató de actuar como si nada. La guía negó con la cabeza ante su actuar infantil. Le puso en una mano en su hombro y le dijo:

—El paseo te contará para tus clases ¿cierto?

—¿Y?

—¿No te gustaría obtener puntos extras más allá de lo visto en el museo?

—De acuerdo... ¿cómo hago eso?

—Regresa en la tarde y te hablaré sobre este Sherlock Holmes ratón ¿de acuerdo?

—¿Cómo me dará puntos extras una versión ratón de ese detective? Para eso me sería suficiente el anime donde es un perro.

—Ya verás

La guía le guiñó un ojo, como si lo que hiciera fuera ultra secreto. Llamó al resto del grupo y los llevó a la tienda de souvenirs, la última parte del recorrido.

El chico estaba de pie ante la entrada del museo de Sherlock Holmes.

Esto era una locura, es cierto que quería esos puntos extras para su clase, ya que era de las que peor le iba, pero ¿cómo una variante del famoso detective iba a ayudarlo? ¿Solo porque estaba inspirado en Holmes? Esperaba que esa guía no le estuviera tomando el pelo.

—Oye, niño ¿vas a entrar o qué? Bloqueas el paso —dijo el guardia del museo

El chico se disculpó y por fin entró.

—Me alegra ver que viniste —dijo la guía en cuando vio al chico—. Aunque esto también me dice que te ha de ir muy mal en literatura y necesitas con urgencia esos puntos extras

—¡No se burle que fue usted quien me dijo que viniera! —exclamó el chico ganándose unas miradas de molestia de parte de los visitantes las cuales él ignoró

La guía se rio y le dijo al chico que la siguiera.

—A propósito ¿cómo te llamas? —preguntó la guía—. ¿O prefieres que te llame "chico" todo el tiempo?

—Mi nombre es Alan. ¿Y el suyo?

—Olivia

—¿A dónde vamos, señorita Olivia? Porque lo que quería mostrarme bien pudimos verlos en la mañana.

—Porque esto es algo ajeno al museo

—¿Qué?

—Durante un tiempo he intentado convencer al encargado del museo de exhibir todo lo que la obra de Sir Arthur Conan Doyle ha inspirado, mas allá de las adaptaciones cinematográficas y televisivas que mencionamos en la mañana. Aunque no lo creas, también ha tenido esa influencia en la literatura y es ahí donde entra este Sherlock Holmes ratón.

—¿De veras?

—Sí. Y precisamente este Holmes ratón es, en realidad, el personaje principal de una saga de libros infantiles.

—Es una broma ¿verdad?

—No

Mientras hablaban, Olivia guió a Alan al segundo piso, a la exhibición de la sala de estar. El chico pensó que solo pasarían de largo, pero para su sorpresa lo llevó a una puerta que estaba muy bien escondida entre el salón y la habitación de Holmes. La guía abrió la puerta y entró. Alan miró detrás de él sorprendiéndose de que no hubiera más visitantes en el museo, ni siquiera algún empleado.

—¿Vienes o qué? —preguntó Olivia, asomando la cabeza por la puerta y sobresaltando a Alan—. Tranquilo, no tienes que actuar tan paranoico.

—Cualquiera lo estaría si de repente no viera más personas en el lugar.

—Son de esos días en que no hay mucha actividad y todos se quedan abajo a la espera de algún visitante. Si eso ya tranquilizó tu conciencia, entra de una vez —y metió la cabeza en la misteriosa habitación

Para ser honesto, eso no lo tranquilizó ni un poco.

«¿En qué vine a meterme?» se lamentó para sí mismo.

Respiró hondo para darse valor y por fin entró.

La habitación estaba a oscuras, teniendo como única fuente de luz el pasillo, y eso hizo que su desconfianza aumentara. De repente escuchó la puerta cerrarse detrás de él, asustándolo. Genial, estaba en una oscuridad total. Iba a sacar su celular para usar la linterna cuando una luz se encendió iluminando toda la habitación.

Alan vio varios libros, anotaciones e ilustraciones guardadas en vitrinas con rótulos que indicaban el nombre de la obra, autor y fecha. De los libros reconoció una novela: Arsène Lupin contra Herlock Sholmès. Recordaba haberlo visto en la biblioteca de su escuela al buscar los libros de Conan Doyle cuando estudiaron sus obras y les avisaron de la visita al museo.

—Aquí están las obras que nos interesan, Alan

El chico se volvió hacia dónde escuchó a la guía. Olivia estaba al fondo de la habitación junto a una vitrina que exponían ocho libros en los cuales tenían en su portada a un par de ratones, uno de los cuales vestía como Sherlock Holmes. Alan se acercó a la vitrina, dándose cuenta que a pesar de ser las mismas obras literarias estaban agrupados en dos; a la izquierda había cinco libros con los años "1958 a 1982" y a la derecha tres libros con los años "2018 a 2020". Leyó los títulos de las portadas de la sección de la izquierda: Basil of Baker Street, Basil and the Cave of Cats, Basil in Mexico, Basil in the Wild West y Basil and the Lost Colony. Después leyó los de la sección derecha: Basil and the Big Cheese Cook-Off, Basil and the Royal Dare y Basil and the Library Ghost.

—No... puede... ser —murmuró asombrado Alan—. Esto es...

—Este es el Sherlock Holmes versión ratón: Basil of Baker Street o Basil de la Calle Baker

—Pero ¿cómo...?

—Basil de la Calle Baker es el nombre del protagonista de la saga infantil escrita por Eve Titus e ilustrada por Paul Galdone. —explicó Olivia—. Las historias, claramente, se centran en el detective Basil de la Calle Baker y su biógrafo personal y amigo, el doctor David Q. Dawson, la versión ratón del doctor John H. Watson. Juntos resuelven los muchos crímenes y casos del mundo de los ratones. Ambos viven en Holmestead, una comunidad de ratones construida en el sótano del 221B Baker Street, donde Sherlock Holmes es inquilino.

—Holmes y Watson. Eso significa que Moriarty...

—También tiene una contraparte ratón: El profesor Padraic Ratigan. El coronel Sebastian Moran aquí es el capitán Doran. Irene Adler es Mademoiselle Relda. E incluso la casera, la señora Hudson, tiene su contraparte ratón.

—¡No inventes!

—Sí, pero este no es tan original como los demás. Su nombre solo cambia una letra. Aquí es señora Judson

—Que original —Olivia rio, ya que opinaba lo mismo que él—. Es increíble ¿por qué casi nadie los conoce?

—La verdad yo también me hago la misma pregunta de por qué casi nadie la conoce —admitió Olivia—. Supongo que se debe a que no tuvo suficiente publicidad o algo parecido, porque la autora escribió sobre otro ratón, en este caso francés, llamado Anatole.

—¿En serio? —la guía asintió. Alan puso atención en las portadas encontrándose con el nombre de la autora—. Eve Titus —leyó en voz alta. Revisó los libros del lado derecho y descubrió que junto al nombre de Titus había otro—. Cathy Hapka. ¿Por qué los libros que están del lado derecho tienen dos autoras y los de la izquierda no?

—Porque, originalmente, la saga de Basil de la Calle Baker lo escribió Eve Titus, que son los cinco libros del lado izquierdo de la vitrina. Los de la derecha los continuó Cathy Hapka y por eso aparecen los nombres de ambas en las portadas.

—Vaya —puso de nuevo atención en las portadas dándose cuenta de otro cambio—. Las ilustraciones son diferentes

—Eso es porque también los ilustradores las hicieron dos personas. Los cinco libros escritos por Titus los ilustró Paul Galdone y los escritos por Hapka los ilustró David Mottram.

—Wow —se apartó de la vitrina y le sonrió a Olivia—. Esto de verdad me ayudará a conseguir esos puntos extras. ¿Podrías contarme más sobre Basil, por favor? Estas ocho obras se ven increíbles.

—Nueve, en realidad

—¿Qué? ¿Nueve? —Alan revisó las vitrinas tratando de encontrar el libro que le faltaba, pero no vio ninguno—. Debe haber un error, solo veo ocho libros

—Es cierto, pero ¿quién dice que no existe una novena historia?

—¿Acaso se trata de un borrador que nunca se publicó?

—O una historia que casi nadie conoce... ni siquiera las autoras

—Oye, eso es imposible. Ellas escribieron sobre Basil ¿cómo puede existir una novena historia sin que, al menos, Hapka lo sepa?

—¿Quieres escuchar esa historia?

—Obvio que sí

—Pues... digamos que esta es la versión de Basil de El problema final

—No inventes

—Escucha con atención

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