8.- Pasado
Basil
Dawson, Relda y yo bajamos del lomo de Toby un par de casas antes de llegar al 221B, puesto que escuchamos a Holmes y Watson llamando al can, al irnos acercando vimos al detective y al médico de pie en el pórtico. El perro corrió hacia los humanos, y al verlo el doctor se hincó y le acarició las orejas.
—Que extraño ¿cómo se habrá salido? La puerta estaba cerrada.
—La principal —señaló Holmes, hincándose y observando a Toby—. ¿La trasera estaba cerrada?
—No lo sé
—Mh. Ahí lo tiene, Watson
—Iré a asegurarla —dijo el médico, poniéndose de pie
—¡No hay tiempo! —brincó el detective, también levantándose—. Tenemos un caso que resolver. Ahora que Toby volvió lo dejaremos en la sala de estar, así ya no saldrá de nuevo. Solo espero que, si llegan a necesitarlo de nuevo, no interfiera con nuestro caso.
—Lo dice como si alguien hubiera entrado a la casa por él —noté la preocupación del doctor Watson en su voz ante la idea de un allanamiento de morada.
—Exactamente, Watson. Pero no se preocupe, quien llegue a necesitar al perro es alguien de confianza y que vive en la casa con nosotros.
—¿Quién? ¿Un ratón? —el médico humano se rio de su propia broma, más calmado—. Porque sería la única explicación de cómo alguien pudo entrar a la casa sin que la señora Hudson se diera cuenta y sacar a Toby.
Holmes miró la calle por donde el perro vino y de nuevo me pareció que mi héroe me estaba observando. Detective y médico humano entraron al 221B junto con el can.
—¡Cielos! Eso estuvo cerca ¿cierto, Basil? —comentó Dawson, pasándose una mano por la frente, levantándose un poco el sombrero, pero no le respondí—. ¿Basil?
Tenía la mirada clavada en el porche del 221B y mi expresión era seria, lo que preocupó a mi amigo... y a ella.
—¿Basil? —me llamó Relda—. ¿Estás bien, mon cheri?
Salí de mi trance con las últimas palabras de Relda, las cuales hicieron que mis orejas adquirieran un débil tono rosado. Tosí antes de contestar:
—Sí. Estoy bien. Ya saben por dónde esta la entrada a Holmestead. Vamos.
—Pero ¿no sería más fácil entrar por uno de los pasadizos de la casa? —preguntó Watson
—Con el señor Holmes y el doctor Watson en casa es muy peligroso. Entremos a la ciudad.
Dawson no dijo nada más y me siguió. Otro muchacho estaba encargado del acceso a Holmestead supliendo a Derek mientras él se recuperaba.
Algo que nunca cambiará —y lo notó Dawson al regresar— es que los habitantes seguían sorprendiéndose sobre cómo es que nadie nos veía a Dawson y a mí salir de la cuidad sin ser vistos. Esto era porque los únicos que conocíamos los pasadizos que conectaban al 221B éramos nosotros dos y la señora Judson, aunque en este momento ahora lo sabía también cierta cantante de ópera.
Por fin llegamos al 221½ y estaba por irme directamente a mi despacho, pero mi amigo me detuvo agarrándome por la cola.
—Dawson ¿qué...?
—Antes de que se ponga a trabajar hay que atenderle esas heridas de bala
—Le agradezco por su preocupación —tiré de mi cola, liberándome del agarre de mi mejor amigo—. Pero ahora no... ¡Ay!
Sorpresivamente, Dawson me agarró de la oreja y me llevó contra mi voluntad a su viejo consultorio, y por su expresión supe —al igual que con su habitación— pensaba que habría desocupado la habitación. Abrió la puerta y no pudo evitar soltar un jadeo de asombro al ver que su consultorio estaba exactamente igual a como lo dejó.
—¿En serio también pensó que me desharía de su consultorio? —dije soltándome del agarre de Dawson y me sobé la oreja—. Es lo mismo que con su dormitorio: sabía que volvería
Las orejas del médico se sonrosaron a la vez que se pasaba la mano por la nuca apenado. Por su expresión se notaba que, en verdad, nunca había tenido un amigo como su servidor... por lo que conocía mis artimañas; me aproveché de su vergüenza y traté de escabullirme, pero me atrapó justo a tiempo, agarrándome del cuello de la capa Inverness, y me metió a arrastras al consultorio.
—Se nota que si no fuera por mí no se cuidaría como se debe —comentó el médico, sacando los necesario para atender mis heridas de bala—. Aunque de ser cierto me sorprende el que siga con vida, a la vez de, obviamente, alegrarme.
—La señora Judson ha hecho ese trabajo —contesté quitándome la ropa de la cintura para arriba
La herida del brazo fue algo superficial por lo que no requirió puntadas, pero la del hombro fue mas complicado porque la bala se quedó incrustada; era un milagro que aún pudiera mover el brazo y levantarlo.
En cuanto Dawson terminó de curarme, tomé mi ropa y me dirigí, casi corriendo, hacia la salida. Abrí la puerta y choqué con algo. Bajé la mirada y mis orejas se pusieron rojas al ver que era Relda. ¡Demonios! Cuando estoy tan concentrado en mi trabajo no pienso en otra cosa, por lo que olvidé por completo que ella seguía aquí. Nos alejamos y vi que sus orejas enrojecían (seguramente mas que las mías) y se cubrió el rostro con ambas manos al verme semidesnudo.
—¿E... estás mejor? —preguntó ella
—S... sí —¡Odio lo que esta mujer provoca en mí! Carraspeé, tratando de mantener la compostura—. Si me disculpa, Mademoiselle, debo trabajar —pase junto a ella, colocándome la camisa
—¿Necesitas ayuda?
—No, gracias
Me detuve, terminado de abotonarme la camisa, pero no me volví a mirarla. Iba ponerme el chaleco cuando sentí sus brazos abrazar mi cintura y su rostro recostado en mi espalda.
—Lamento mucho haber desaparecido así de Bengistan —se disculpó—, y por no intentar contactarte en estos tres años.
No respondí y tampoco me moví. ¡Demonios! Desde su regreso a Londres ¿por qué reaparecer en mi vida en el preciso momento en que estoy trabajando en un caso que involucra a Ratigan? Sigo sin estar seguro de lo que siento por Relda y lo que ella siente por mí, pero no es el momento para perder el tiempo con sentimentalismos.
Con delicadeza aparté sus brazos de mi cintura y caminé rápido a mi despacho. Tenía una pista que analizar.
—¿Cómo va, Basil? —preguntó Dawson, entrando a mi despacho
—Por desgracia no he hecho nada ya que tuve que preparar el equipo primero —respondí colocando los últimos recipientes con químicos en mi escritorio
—Todo esto lo tiene en la sala de estar ¿por qué no fue ahí a trabajar?
—Los casos relacionados con Ratigan deben investigarse con la mayor concentración posible. Esa habitación esta llena de distracciones, un ejemplo la puerta; alguien puede llegar y no estoy para recibir a clientes o agentes de Scotland Yard
—O... porque no quiere tener cerca a cierta cantante de ópera, que volvió a su vida como se fue
Gracias a mi sólido autocontrol no derramé ningún químico y me abstuve de fulminar con la mirada a Dawson. Además de los métodos de investigación, otra cosa que aprendí de Sherlock Holmes es a encerrar mis emociones, en especial hacia las mujeres, aunque he de admitir que con Relda era difícil hacerlo. Saqué la lista y mi lupa de mis bolsillos, me acerqué a la lámpara de gas que tenía más cerca e inspeccioné la hoja.
—Mh... en verdad puedo deducir muy poco. —dije pasando la lupa por el papel con precisión, mostrando el mas mínimo detalle que podría servirnos como pista—. Claramente fue escrita con una pluma de punto muy grueso que... salpicó dos veces —guardé la lupa mientras cerraba los ojos, concentrándome en la textura y el peso del papel haciéndolo aletear suavemente sobre mi mano derecha—. El papel es de... sencilla manufactura mongólica, sin ninguna marca. Y ha sido tocado, si mucho no me equivoco —olfateé el papel y después lo sujeté de una esquina con los dedos pulgar e indice a la vez que miraba a Dawson— por un murciélago que estuvo bebiendo "Delicia Ratonil" —al ver su expresión confusa, expliqué—. Un brandy barato que sirven en las tabernas vulgares.
—Mh, asombroso
—Oh, no tanto doctor, aún no sé cuál es la taberna. —dije, tomando mi microscopio—. Tal vez una inspección más detallada nos lo dirá.
Coloqué la lista en la platina, observé por el ocular y enfoqué la lente. Moví el papel lentamente esperando encontrar otra pista... ¡Ajá! Hallé unos puntos negros, los cuales no eran de tinta, sino de otra sustancia.
—Polvo de carbón. Y es del tipo que se usa en lámparas de alcantarilla.
Escuché a Dawson caminar detrás de mí, seguramente para ver mis descubrimientos. Por lo general lo dejaría, pero el tiempo apremiaba y debía hacerle un último análisis a la lista.
Retiré el papel del microscopio, la coloqué bajo un mechero Bunsen, avivé la llama y esta le quemó un agujero en el centro, que poco a poco iba agrandándose. Antes de que se consumiera por completo lo coloqué rápido en un mortero y terminé de despedazarlo, dejándolo en una capa de polvo, la cual después vertí en un vaso de precipitado con químico, que al contacto con las cenizas paso de amarillo a azul. Experimenté con la hoja hasta que por fin tuve un resultado.
—¡Ajá!
—Basil, ¿qué...?
—Mi viejo amigo —abracé a Dawson por los hombros, acercándolo a mi experimento para que lo viera—, esta reacción solamente es producida por un papel demasiado saturado de destilación de cloruro sódico
El experimento tomó un tono azul blancuzco. Dawson se acercó al vaso y se dio cuenta de lo que quise decir.
—¿Agua salada? ¡Cielos!
Corrí hacia dónde guardaba los mapas y me puse a buscar el del río Támesis, mientras tanto le dije a Dawson.
—Eso prueba, sin lugar a dudas, que esa lista provenía de la sección poniente del río
Encontré el mapa y use las flechas, que también disparaba en el despacho, para clavar el mapa en la pared.
—¡Ay, es extraordinario, Basil!
—No, no. Elemental, mi querido Dawson —tomé otra flecha y revisé el mapa—. Debemos buscar una taberna vulgar en el único punto —encontré la ubicación y clavé con fuerza la flecha en el lugar— donde la alcantarilla desemboca en la sección poniente del río. —revise la hora en mi reloj de bolsillo y solté un bufido—. Demonios, esas tabernas abren en la noche. Habrá que esperar unas horas antes de poder ir a ese lugar.
—Podríamos aprovechar ese tiempo para verificar el lugar —sugirió Dawson
—No es necesario, amigo mío. Aunque usted no lo crea durante estos años he recorrido todo Londres, incluso esos lugares de mala muerte, por lo que estoy cien por ciento seguro de que en esa parte del río se encuentra la taberna que buscamos.
—Entonces ¿mientras qué hacemos?
De pronto tocaron la puerta. Pensada que era la señora Judson e iba a pedirle que se retirara, pero al abrirla me encontré cara a cara con Relda. Nos miramos por unos segundos hasta que hablé:
—¿Necesita algo, Mademoiselle Relda?
—La señora Judson me pidió que les dijera que el té esta listo
—Dawson, adelántese. Yo todavía tengo trabajo por hacer
—¿Está seguro, Basil? Sabes que no debe...
—¡Dawson, haga lo que le digo, por favor!
Mi amigo y la cantante me miraron sorprendidos por mi brusca reacción. Dawson no dijo nada más y se retiró de mi despacho. Relda me miró y por un momento me pareció que quería decirme algo, pero se arrepintió y se marchó.
Cerré la puerta con llave y recargué mi frente en la madera.
Demonios. Demonios. ¡Demonios!
Tranquilo, Basil. Debes mantener la calma y la mente fría. No dejes salir tus emociones porque sino estarás vulnerable. Recuerda que las personas se aprovechan de eso.
Me alejé de la puerta y saqué de una de las repisas más alta y alejada del despacho una caja mediana de madera. En ella estaban guardadas recuerdos de mis mejores días en la universidad de Ratcliffe.
En los primeros años de universidad, antes de conocer a Dawson, yo era un joven reservado ya que al tener un alto coeficiente intelectual muchos de mis compañeros pensaban que era arrogante y nadie quería hablar conmigo, mucho menos ser mi amigo. Así que siempre estaba solo, leyendo en los jardines de la universidad o estudiando hasta altas horas de la noche en la biblioteca. Era una vida solitaria, pero no me quejaba; de hecho, mi mente brillante llamó la atención de un nuevo catedrático que llego unas semanas antes de que terminaba mi primer año: el profesor Padraic Ratigan.
Solté una maldición a la vez que arrojaba sin cuidado la caja sobre el escritorio, donde no tenía mi equipo de química. Seguía sintiendo una opresión en mi pecho cada vez que esos recuerdos volvían a mi mente. En ese entonces creí que había encontrado a alguien igual a mí, intelectualmente hablando, que me entendía y podíamos usar nuestros conocimientos para ayudar a los demás, incluso en la justicia.
En una repisa abajo de donde estaba la caja se encontraban mi violín y flauta de repuesto. Estaba tan alterado por los recuerdos que para estos casos usaba la música para relajarme. Sin embargo, para esta ocasión usaría el violín ya que mi respiración estaba algo agitada y un instrumento de aire no sería una excelente elección, así que usaría el de cuerda.
Nota:
Al leer el diario de Ratigan he de admitir que me sorprendió descubrir que yo no era el único que los recuerdos de Ratcliffe le seguían rondando por la cabeza. Y, al igual que yo, para sacar las emociones (en mi caso, que interfieren en el trabajo), el profesor —como el ególatra que es— compuso una canción respecto a nuestra rivalidad.
Supongo que saber lo que Ratigan pensaba en ese entonces, junto con los míos, ayudarán al lector a comprender cómo fue que todo ocurrió.
O al menos eso espero.
Empecé a tocar y en mi mente me vino la imagen de Ratigan tocando el arpa. Incluso podía escuchar el sonido del instrumento en mi cabeza:
BASIL: Siempre fui diferente a los demás
gracias a mi gran intelecto.
Mientras que los niños de mi edad
salían a jugar al parque,
yo prefería enterrar mi cabeza en los libros
y por lo mismo elegí su compañía.
RATIGAN: La vida es un camino de experiencias,
sin importar si han de ser buenas o malas.
Por desgracia para mí,
yo solo he tenido malas,
gracias a mi real ser.
BASIL: Al crecer pensé que mi intelecto
me ayudaría a socializar,
pero nunca encontré a alguien
que me igualara.
Las relaciones sociales son más importantes
que la inteligencia.
RATIGAN: La apariencia importa más que el intelecto,
la sociedad se mueve con la vanidad,
haciendo que roedores como yo
nunca seamos vistos igual
BASIL Y RATIGAN: Toda mi vida pensé que estaría solo,
sin alguien que me comprendiera...
hasta que él apareció.
BASIL: A diferencia de mis compañeros
que solo iban a la escuela a crear conexiones,
yo ingresé ansioso por ampliar mis conocimientos.
RATIGAN: Un largo caminó atravesé,
en el proceso ocultando mi verdadero ser,
hasta que por fin encontré un lugar
que apreciaba mi genio
y volverme alguien importante
BASIL: Como primera impresión,
su gran complexión no me atrajo.
Pero al escucharlo hablar,
supe que por fin encontré a ese igual de mente brillante
RATIGAN: Jóvenes mentes listas para ser moldeadas,
y por lo mismo de fácil manipulación.
Pero entre mis espectadores uno resaltó,
al ser el único que en verdad me escuchaba,
encantado por mis conocimientos.
BASIL Y RATIGAN: Nuestro intelecto fue lo que nos unió,
investigando y mejorando la ciencia.
Haciendo que creciera entre nosotros
una gran admiración y respecto por el otro.
BASIL: ¡Por fin alguien que me entendía!
Una gran genio que me acogió
y expandió mis conocimientos.
RATIGAN: ¡Al fin una brillante mente a mi nivel!
Coronada en juventud y de fácil influencia.
Hallé a alguien digno
que me ayudará a llevar a cabo mis planes.
BASIL: Lástima que mi soledad nubló mi juicio,
el profesor que admiraba resultó ser alguien desagradable.
No por descubrir su verdadera naturaleza,
sino porque me usaba como una herramienta.
RATIGAN: Mi error fue subestimarlo por ser un estudiante,
ya que resultó ser más brillante de lo que pensé.
Eso me llenó de orgullo y creí que me seguiría sin más,
pero su juicio le hizo rechazar mi oferta
al ver lo que pensaba hacer con la sociedad que siempre me despreció.
BASIL Y RATIGAN: ¡Ser una rata era el gran secreto!
BASIL: La discriminación lo llenó de odio,
el cual intentó infectarme.
Sin embargo, no caeré,
ya que mi desgracia no es igual a la suya.
RATIGAN: ¿Cómo es que no lo ve?
¡Nadie aprecia a los genios como nosotros!
Si ambos unimos nuestras mentes
¡dominaremos el mundo de los ratones!
BASIL Y RATIGAN : Aquí nuestros camino se separaron.
Uno sigue la justicia y el otro el crimen.
Ahora en adelante enemigo seremos,
pero el respeto y admiración no mueren.
Toqué las últimas notas de mi violín con fuerza. Mis manos temblaban y mi respiración era agitada. Cualquiera que no sea músico —o al menos que no toque un instrumento— nunca entendería lo liberador que podría llegar a ser la música.
Bajé mi violín y lo guardé en su estuche. En ese momento tocaron a la puerta y di permiso de entrar.
—¿Se siente mejor, Basil? —preguntó Dawson
Sonreí para mis adentros, sabía que al haber tocado con tanta intensidad esta se escucharía casi por toda la casa, y al no ser la primera vez que hacía algo así a mi amigo no le pareció extraño.
—Un poco —respondí, cerrando el estuche.
Dejé el violín en su lugar y empecé a guardar los recuerdos de Ratcliffe. Mi amigo se acercó a ver las cosas y recogió una de las fotografías, conociendo a Dawson el que tomara esa fotografía no fue al azar: era la que nos tomamos una semana después de conocernos y le costó exactamente ese tiempo para hacerme sentir mejor después de lo ocurrido con Ratigan. Yo estaba reacio a hablar con alguien ya que creía que volverían a engañarme, ilusionándome con que desearan mi compañía y me entendieran, pero Dawson me demostró lo contrario.
A partir de ese momento nos volvimos mejores amigos
Gracias al cielo que ese alumno de medicina, David Q. Dawson, me tendió una mano amiga. Mano que sigue ofreciéndome incluso cuando estuvimos dos años separados.
—Gracias. Por todo, Dawson
Mi amigo me miró confundido al principio, pero después de mirar de reojo la fotografía que tenía en sus manos me sonrió.
—Gracias a usted, Basil
Dawson regresó la fotografía a la caja. Se volvió hacia mí y me tendió su mano. Yo la miré unos segundos y, con una sonrisa, se la estreché. Con ese gesto vino a mi memoria el día que nos conocimos.
Estaba oculto detrás de unos arbustos atrapado en mi miseria. Había descubierto que mi mentor, el profesor Padraic Ratigan, estaba investigando métodos de control y sumisión en contra del reino debido a que la sociedad lo discriminaba por ser una rata. Tenía un gran intelecto (parecido al mío), pero eso no fue suficiente para complacer a la sociedad y por eso el profesor tuvo que ocultar su verdadera naturaleza y alegar que su gran tamaño era por la genética de su familia.
Desde que llegó a Ratcliffe me atrajo su inteligencia y los trabajos de investigación que realizó. Pensé que por fin había encontrado a alguien que me entendía y así fue. Pero con el tiempo, recordando a detalle sus investigaciones, descubrí que todo era un malévolo y retorcido plan de venganza. Pude reunir evidencia y mostrarla al rector y autoridades; sin embargo, cuando llegamos a su despacho para arrestarlo Ratigan ya se había escapado dejándome una nota.
Lamentarás el haberte vuelto contra mí.
Y cuando creía que las cosas no podían ponerse peor, la noticia de Ratigan se extendió pro todo el campus y los alumnos me evitaban. Más de lo usual.
Por eso ahora mismo estaba escondido ya que no toleraba las miradas de odio —estudiantes y catedráticos— hacia mí.
No obstante, eso no impidió que un estudiantes de medicina me encontrara. Al principio traté de ignorarlo cuando me habló, pero este chico era insistente; tanto que, sin invitación, se sentó junto a mí.
Intentaba hablar conmigo, pero yo estaba dispuesto a cerrarme a todos para no salir lastimado de nuevo, así que recogí mi portafolio y dejé en el arbusto al estudiante de medicina, que se sorprendió cuando deduje quien era.
Desde entonces intentó acercarse a mí, hablarme y ser amable conmigo ¡pero yo no quería! No quería que volvieran a engañarme, así que después de clases, cuando se me acercó le grité exigiéndole que me dejara solo y me fui sin dejarle responderme. Creí que con eso al fin se rendiría, pero fue todo lo contrario. Estaba en el laboratorio haciendo algunas investigaciones y este sujeto apareció de nuevo. Que testarudo. Lo ignoré y seguí con mi trabajo. Iba a tomar un vaso de precipitado, pero él lo tomó antes que yo y se apartó unos pasos de mí, dijo que me lo devolvería solo si lo escuchaba. A regañadientes acepté.
—Sé que estas heridos por lo ocurrido con el profesor Ratigan, pero eso no quiere decir que tengas que cerrarte a los demás. Incluso las mentes más brillantes cometen errores y son gracias a estos que hacen grandes descubrimientos. La verdad... desde que escuché sobre ti, tu gran intelecto y observación, quería conocerte, pero no sabía como hacerlo; creía que al no tener el mismo coeficiente intelectual que tú no me tomarías enserio y me ignorarías. —me tendió el vaso de precipitado y yo lo tomé—. Hasta las mentes brillantes merecen tener amigos ¿no crees?
Me quede sin palabras. ¿Esto era real? ¿Alguien en verdad quería ser mi amigo? El chico interpretó mal mi silencio, ya que sus orejas bajaron a la vez que una expresión triste surcaba su rostro. Dio media vuelta para irse, pero lo detuve con mi voz:
—Gracias
Él se volvió hacia mí con una sonrisa y me tendió su mano.
—Me llamo David Q. Dawson. ¿Y tú?
—Basil Holmwood —le respondí estrechándole la mano
Al salir de clases nos topamos con un chico que estaba probando su nueva cámara fotografía y fue cuando a Dawson se le ocurrió la idea de tomarnos una fotografía. Como desconocía que era lo común entre las personas que se acababan de volver amigos, accedí.
Esa noche, cuando regresábamos a nuestra comunidad —le sorprendió a Dawson descubrir que todo este tiempo vivíamos en el mismo lugar y nunca nos habíamos visto— pasamos por la Calle Baker y alcancé a escuchar la conversación que estaban teniendo los habitantes humanos del 221B. Curioso, subí a la ventana, seguido por mi preocupado amigo, y vi a quien de inmediato se convertiría en mi héroe y nuevo modelo a seguir: Sherlock Holmes, el gran detective.
La canción fue la parte más difícil y por lo mismo quedó un poco larga. Espero que les guste.
En los libros no dice nada sobre su pasado ni de cómo comenzó su rivalidad, así que los leí lo más detallado posible para hacerme una idea y poder plasmarlo en la historia.
Por lo mismo de que en los ocho libros nunca se menciona el apellido de Basil, sino que siempre se refieren a él como «Basil de la Calle Baker» se me ocurrió darle un apellido que se pareciera un poco a Holmes.
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