5.- Mademoiselle Relda
BASIL
La falta de descanso en largos periodos por fin estaba mostrando sus consecuencias. Lo que tengo ante mí no puede ser más que una alucinación.
Tres años.
Tres años largos años sin saber nada de ella.
La última vez que la vi fue cuando Ratigan se convirtió en el rey de Bengistan y la tenía como prisionera obligándola a cantar para él. Después de destronar al profesor, ella desapareció. Se fue. No supimos nada más de Relda ni después de embarcarnos a la isla de Kataarh a descubrir el misterio de los gatos en miniatura.
¿Y de la nada aparece en mi casa? ¿En medio de mi despacho?
Por lo general oculto mis emociones, pero cuando se trata de Relda me vuelvo —inconscientemente— un libro abierto ante ella, y se notó porque la cantante de ópera se rio de mí, se acercó y cerró mi boca empujando hacia arriba mi mandíbula con un dedo.
—A mí también me da mucho gusto verte, Basil —dijo Relda. Acomodó los papeles que tenía en sus brazos y los dejó con cuidado sobre mi escritorio—. No sé si alegrarme o preocuparme por que sigues teniendo el mal hábito de tener hecho un desastre tu área de trabajo. —no respondí, por lo que ella añadió—: Deberías tomar lo que te traje antes de que se enfríe —y Mademoiselle siguió ordenando con calma.
Como si no hubiera desaparecido de la faz de la tierra por tres malditos años.
Molesto por su actitud tranquila, me levanté, la tomé del brazo y la hice volverse hacia mí haciendo que los papeles que tenía en las manos se cayeran.
—¿A qué estás jugando, Relda?
—Yo... no sé de...
—¡Por Júpiter, Relda! ¡No finjas demencia! —la solté y me aparté unos pasos de ella—. La última vez que te vi fue en Bengistan y Ratigan te tenía como prisionera. Cuando lo arrestamos iba a ver si estabas bien, pero ¡ya no estabas! ¡Y no supe nada más de ti desde entonces!
Relda se quedó en silencio. Apartó la mirada de mí unos segundos y después me miró con una sonrisa despreocupada. ¡Por el amor de...! ¿Qué tiene en la cabeza esta mujer?
—Tranquilo, Basil —dijo Relda—. Como puedes ver —dio un lento giro sobre sí misma— estoy completamente bien.
La observé fijamente. Seguía igual que esa última vez en Bengistan. Era una pequeña belleza: su pelaje estaba salpicado de oro, al igual que sus ojos y cuando la escuchas cantar pareciera que esta también era dorada.
Respiré hondo para calmarme. Seguía sin comprender cómo es que ella era la única que podía alternarme, ya sea de una buena o mala manera.
—Escucha, Relda. Este pequeño reencuentro tendrá que esperar —le di la espalda y me puse a revisar los papeles del caso de Flaversham, que seguían en el piso, más que nada para no tener que mirarla—. Anoche me llegó un caso muy importante...
—¿Qué tiene de interesante la desaparición de un juguetero?
La miré sobre mi hombro con una ceja arqueada. Vaya, al parecer ha estado en Londres por bastante tiempo porque si alguien apenas llega a un lugar, revisar las noticias locales no es lo primero que uno haría. No obstante, por un segundo me pareció ver nerviosismo reflejado por lo que dijo, pero este desapareció y me dijo con una sonrisa:
—Está bien, lo admito. Regresé a Londres hace casi una semana. Discúlpame por no buscarte antes, Basil.
—Pero ¿cómo sabes...?
—Por favor, sabes que las noticias aquí vuelan rápido.
Puse mis ojos en blanco y regresé a mi trabajo. Escuché a Relda hacer algo detrás de mí, pero no voltee, tenía cosas más importantes que atender. De repente una taza de té fue colocada sobre los papeles, miré a mi izquierda encontrándome a Relda sonriéndome.
—Necesitas comer algo, súper detective
—No, gracias —aparte con cuidado la taza y seguí con mi trabajo.
Relda iba a decirme algo, pero fue interrumpía por alguien que irrumpió en mi despacho sin tocar.
—Sabía que estarías aquí... —Dawson se detuvo de golpe al ver que no estaba solo y al igual que yo no pudo ocultar su asombro al ver quien estaba conmigo—. Santo cielos ¿Mademoiselle Relda?
—Bonjour, docteur Dawson
—¡Dios mío! ¡Relda! —mi amigo y la cantante se abrazaron felices por el reencuentro.
Yo, por mi parte, volví a poner los ojos en blanco; recogí la taza de té y me puse de pie. Les di la espalda, dejando a un lado la taza y seguí trabajando.
—Válgame Dios. Nos tenías muy preocupado, querida. No te hemos visto desde hace años.
—Tres, para ser exactos —contesté sin mirarlos
—Y se nota que usted estuvo fuera de Londres por dos años, docteur —comentó Relda
—¡Oh! Veo que Basil...
—¿Cómo sabes que Dawson estuvo fuera del país por dos años? —pregunté, ahora sí volviéndome hacia ellos—. Dices que llevas en la cuidad "casi" una semana e incluso para ti no es tiempo suficiente para conocer todas las noticias; a menos que solo investigaras los que a ti te interesan.
—En efecto, cher —afirmó Relda—. Las únicas noticias interesantes que los periódicos tienen es sobre el "Sherlock Holmes del mundo de los ratones". Y de los espectáculos , obviamente.
No me estaba agradando la conversación, sin mencionar que me daba mala espina esta repentina aparición de la famosa cantante de ópera, Mademoiselle Relda. Dawson debió notarlo porque enseguida invitó a la dama a acompañarnos a desayunar y ponernos al día, a lo cual ella aceptó encantada y se volvió hacia mí pidiéndome que los acompañara. Estaba por negarme cuando Relda me tomó de la mano y me llevó al comedor sin más. Al pasar junto a Dawson me pareció ver de reojo que mi amigo se reía de mí.
Tal como pasó con mi amigo, la señora Judson también se alegró mucho (aunque yo diría que demasiado) de ver a Relda. La única que no parecía impresionada con ella era Olivia.
—Soy Mademoiselle Relda, una cantante de ópera. Mucho gusto en conocerte, pequeña.
—Un placer conocerla. Yo me llamo Olivia Flaversham —se presentó la niña
—Flaversham. Entonces eres la hija del juguetero desaparecido y eso explica porque Basil esta tan ocupado
Le lancé una mirada desaprobatoria a Relda. Ese tipo de comentarios esperaría que se lo hiciera a un adulto, no a una niña. No obstante, al ver que las lágrimas amenazaban con salir de los ojos de Olivia, la cantante de inmediato se disculpó por su falta de tacto, excusándose de que no estaba acostumbrada a tratar con niños, y sacando ventaja de su inocencia infantil la pequeña la perdonó de inmediato.
Más razones para sospechar de Relda.
Me acostumbre tanto al silencio en las comidas (las que recordaba tomar cuando estaba con poco trabajo), que me incomodó hasta cierto punto la conversación. Aunque una ventaja de esto era que al escuchar todo lo que Relda compartía me permitiría deducir qué le sucedió en estos tres años de ausencia: Como era de esperarse de una cantante profesional hizo una gira por el mundo, pero sin importar lo que ella compartiera no lograba descubrir cómo fue que se marchó de Bengistan sin dejar rastro.
—Me parece interesante que después de "casi" una semana precisamente hoy decidieras sorprendernos con tu visita, Relda —comenté sin más.
—Al parecer alguien está molesto porque no lo tengo como mi mayor prioridad —respondió ella con un deje de burla en su voz
—Sabes que no lo digo por eso
—Lo sé, pero es divertido molestarte, Basil
No pude evitar soltar un resoplido por eso. Esa mujer no había cambiado en absoluto. Me levanté, dejando más de la mitad de mi desayuno intacto.
—Si nos disculpa, Mademoiselle Relda, el doctor Dawson y yo tenemos un caso que resolver.
—En ese caso, les ayudaré
—¡De ninguna manera! —di una fuerte palmada a la mesa, sobresaltando a los presentes—. Con todo respeto, Mademoiselle, pero este caso no le concierne. Además de que no es asunto de mujeres...
—¡Por el amor de Dios! ¿Vas a empezar con eso? —replicó Relda, poniéndose de pie también—. Sabes que puedo ayudar
—¡Claro! Como en el caso de La Colonia Perdida y La Cueva de los Gatos. Por cierto, hablando de la primera, esa vez también te había pedido que no nos siguieras y aun así lo hiciste poniéndote en peligro
—¡Pero no me pasó nada!
—Y no me arriesgaré a que suceda —al darme cuenta de lo que dije, carraspee para disimular mi actuar—. Si quiere ayudar, Mademoiselle Relda, puede quedarse aquí a cuidar a la señorita Flaversham
—No soy niñera ni institutriz
—¡Y yo quiero ir con ustedes! —saltó de inmediato Olivia—. ¡Quiero ayudar a encontrar a mi padre!
—Claro que no. No es asunto de damas ni de niñas. Dawson, prepárese pasa salir, amigo mío
Salí del comedor ignorando las quejas y reclamos de ambas mujeres. ¿Por qué esa insistencia de involucrarse en donde no las llaman y que no les corresponde? Fui a mi habitación a cambiarme. Una vez listo regresé a la sala de estar encontrándome solo con Dawson. Vaya, al final sí me escucharon esas dos. Bien. Tomé mi capa Inverness y cervadora de la armadura que tenía de adorno y le dije a Dawson que entraríamos a la residencia del señor Holmes a buscar a Toby.
—¿Qué hace en casa ese perro?—preguntó curioso Dawson mientras caminábamos por el pasadizo oculto—. La única vez que escuché de él fue cuando Holmes y Watson recordaban el caso de El signo de los cuatro, el cual ese can les ayudó ¿Acaso Holmes esta en un caso, igual que nosotros?
—Elemental, mi querido Dawson —confirmé con una sonrisa—. Y al parecer es uno complicado porque Toby ha permanecido en casa por varios días, aunque no lo utiliza seguido. Así que esperemos que Holmes y Watson hayan salido y dejado al perro.
Llegamos a la salida del pasadizo. Abrí con cuidado y en ese momento se escuchó la voz de mismísimo Sherlock Holmes:
—Observo que hay bastante música alemana en el programa. Es reflexiva y yo quiero reflexionar
El detective caminó hacia la salida, colocándose su sombrero de copa y gabardina, confirmando que saldría, pero por placer.
—Pero Holmes, esa música es demasiado aburrida —protestó el doctor Watson, siguiendo a su amigo
—¡Vamos! —exclamó mi héroe, abriendo la puerta principal y saliendo del 221B
—¡Oh, qué mala suerte! —lamentó el doctor Watson, cerrando la puerta detrás de él.
Esperé unos segundos por si alguno de los dos regresaba a la casa. No lo hicieron. Salí del pasadizo seguido por Dawson. No importaba cuantas veces entrara al 221B siempre me impresionaba, tomando en cuenta que en esta parte de la casa el señor Holmes atendía a sus clientes y yo lo escuchaba hablar con Watson sobre sus métodos y logros.
Atravesamos la sala de estar y salimos al vestíbulo. Despejado. Ni siquiera estaba la señora Hudson y eso era una ventaja más para nosotros.
—¿Toby? —llamé al perro. Nada, así que lo intenté de nuevo con más fuerza—. ¡Toby! —de nuevo sin respuesta.
—No esta aquí —comentó Dawson
—Parece ser que me equivoqué —admití, mirando por todo el vestíbulo. La sala de estar y el vestíbulo eran los únicos lugares que Toby tenía permitido deambular.
—Eso es raro en ti —dijo Dawson—. Tal vez este...
—¡Basil!
Dawson y yo entramos de nuevo a la sala de estar, pero al hacerlo chocamos contra algo grande y peludo. Caímos de espaldas y miraron sobre nosotros a un enorme perro de largo pelo, con orejas colgantes, mitad spaniel y sabueso, de colores castaño y blanco, y de andares torpes.
—¡Toby! —exclamamos emocionados Dawson y yo al ver al perro
—¡Sabía que vendrías a visitarme pronto! —ladró emocionado el can, dando saltos de emoción. De pronto se percató de la presencia de mi amigo—. ¡Doctor Dawson! ¡Que alegría volver a verlo! ¿Cuándo regresó? ¿Qué tal estuvo su viaje?
—¡Wow! ¡Tranquilo, amigo! —dijo Dawson a la vez que nos poníamos de pie—. Apenas regresé anoche y le traje un nuevo caso a Basil
—¿En serio? ¡Genial! ¿De qué se trata? ¿Puedo ayudar?
—De hecho, a eso venimos —respondí. Metí la mano en mi bolsillo y saqué un pedazo de tela de un abrigo de marinero. Durante el forcejeo con el capitán Doran por el arma logré arrancar un trozo de su chaqueta sin que él se diera cuenta–. Toby, vamos a nuestro asunto y después nos...
Al levantar la mirada hacia Toby vi que el can ya no estaba ante nosotros, sino que daba vueltas por la sala de estar olfateando el lugar. De pronto se detuvo ante un reposapiés. Dawson y yo nos acercamos a ver y vi un par de piernas que asomaban detrás de los flecos del mueble. Un par eran largas y las otras pequeñas, y supe de inmediato quienes eran. Me pellizqué el puente de la nariz molesto.
—Muy bien, señoritas. Ambas salgan, ahora
Relda apartó los flecos de reposapiés, y ella y Olivia salieron de su escondite. Al ver al perro la niña sonrió enternecida.
—Hola, Toby —saludó la niña, dandole unas palmaditas al perro en la nariz
—¡Hola! —respondió el can y le dio una olfateada a Olivia—. ¿Quién eres tú? Nunca te había visto por aquí. ¡Eres muy pequeñita! ¡También hueles muy dulce!
—Eso es porque traje algunos bollos de queso de la señora Judson. ¿Quieres probar uno?
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!
Olivia sacó dicho pan y se lo ofreció a Toby, el can se lo comió de un lengüetazo.
Esto era increíble ¡esas dos nos siguieron a Dawson y a mí cuando les dije explícitamente que esto no es asunto de mujeres ni niñas. Caminé con firmeza hacia ellas parándome entre Toby y las mujeres.
—Les dije claramente que...
—¿Y en verdad crees que te vamos a escuchar? —preguntó sarcásticamente Relda, colocando sus brazos en jarra—. Puedo ayudarte y Olivia también. Además, ella me dijo que el capitán Doran vino anoche y trató de llevársela. ¿En verdad crees que estará a salvo en tu casa mientras ustedes dos no estén? En cuanto Doran sepa de su ausencia vendrá de nuevo por Olivia y esta vez le será más fácil secuestrarla.
¡Demonios! No encontraba fallas en su argumento. Y odiaba admitir que tenía razón; Doran podría saber que vamos tras él y en un descuido mío podría regresar a Holmestead por Olivia y estaríamos más lejos de desbaratar los malvados planes de Ratigan. Solté un suspiro de resignación y les di la espalda a ellas quedando de frente a Toby.
—Bien, Toby. Este es el caso: el padre de la pequeña, que es un juguetero, fue secuestrado por los secuaces del profesor Ratigan: el capitán Doran y Fidget —al escuchar esos nombres, el perro gruñó enfadado. Saqué el pedazo de tela y se lo acerque a su hocico—. Necesito que encuentres a este criminal de inmediato.
Toby olfateó la tela, luego olfateo el aire y por último aulló. Tenía el rastro de Doran. Fui por su correa y la coloqué en la placa.
—¡Muy bien! —me volví hacia la niña—. Señorita Flaversham, vamos a encontrar a su padre —volvió mi atención hacia el perro—. ¡Toby! —el can hizo una pose de "puntero", listo para correr tras el rastro de Doran—. ¡Al ataque! —En seguida Toby corrió hacia la salida llevándome con él—. ¡Uy! ¡Uh! ¡Uh! ¡Vamos tras él! —exclamé riendo a carcajadas—. ¡Yoinks! ¡Tally-ho!
Los demás corrieron detrás de nosotros. Logré subir al lomo de Toby y detenerlo antes de salir por la puerta trasera de la casa. Bajé del lomo del perro y entre Dawson y yo subimos a Relda y a Olivia. Subió Dawson al lomo del can mientras que yo trepaba la puerta hasta la manija, la abrí y todos salieron. Con ayuda de la correa cerré la puerta, subí al lomo de Toby y, ahora sí, fuimos tras la pista del capitán Doran.
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