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3.- El profesor Padraic Ratigan

Nota del Dr. Dawson:

Encontramos el diario del malvado profesor, por lo que será de mucha utilidad para el lector saber lo que Ratigan hacía y planeaba.

El muelle de Londres estaba tranquilo. No había viento y los pocos barcos que había en el puerto estaban atracados. Lo único que parecía perturbar esa paz eran los ratones que corrían hacia una alcantarilla; lo peculiar de estos animales era que iban a dos patas y usaban ropa, como los humanos. Esos ratones eran unos matones que trabajaban para el criminal más peligroso de Londres: su servidor, el profesor Padraic Ratigan, y estaban yendo a encontrarse conmigo.

Mi guarida estaba ubicada en las profundidades de las alcantarillas de los puertos de Londres. Mis secuaces estaban reunidos en el salón principal, que era un barril adornado como si la realeza estuviera ahí, tal como me gusta. Todos bebían y conversaban tratando de adivinar cuál sería mi nuevo plan. Desde mis inicios en la carrera criminal le ordené al capitán Doran que me informara sobre lo que mis secuaces hacían, ya que suele haber algunos seguidores a los que su lealtad hacia mí flaquea y necesitan una pequeña... ayuda para reforzarla. O, como única ocasión, trataron de revelarse contra mí y tuve que recordarles quién era yo y lo que podía hacer si se me oponían.

—¡Vamos, Doran! —insistió uno de ellos, levantando su copa hacia el mencionado—. Eres la mano derecha del profesor, debes saber qué esta planeando ahora.

El aludido estaba recargado en el marco de la entrada al salón principal a mi espera. Había regresado de su misión con el juguetero y, en cuanto los vi, le pedí a Doran que llevara a mi "huésped" a su "habitación", que en realidad era un taller y celda a la vez. Una vez que el capitán dejó a Flaversham en su "nuevo hogar", le pedí que me dejara a solas con mi invitado, a lo que él obedeció sin más, como debe ser.

En el taller-celda, Hiram Flaversham creó lo que a simple vista parecía un maniquí, pero este se movía ya que estaba conectado a unos controles que manejaba el juguetero, probando que funcionara bien. De repente un humo de cigarro le dio por detrás de la cabeza. Miró con temor sobre su hombro al responsable de su captura, o sea yo. Un gran ratón vestido como un caballero de la corte inglesa. Lo miraba con superioridad y una gran sonrisa, sujetando en una mano un porta cigarros dorado.

Yo: el malvado profesor Padraic Ratigan.

—Es un ingenioso plan ¿eh, Flaversham? —pregunté con un deje de burla abrazando por los hombros al asustado juguetero—. ¿No está orgullo de formar parte de él? ¿Mh?

Solté a Flaversham y este siguió con su trabajo.

—Creo que todo esto es... —Hiram tragó saliva— monstruoso

—¿Monstruoso? Yo lo llamaría... imaginativo. De todas maneras, espero que tenga todo listo para mañana por la noche ¿verdad? —metí una mano al bolsillo interior de mi chaleco y saqué una campana dorada—. Porque sabe lo que pasará si usted... falla

Jugueteaba con la campana ante la atenta mirada de Flaversham. El juguetero miró primero el objeto y luego a mí; de pronto el enojo lo inundó.

—¡No me importa!

Tiró con fuerza de los controles del robot y este se volvió loco. Hizo un caos en el taller volcando mesas, arrojando herramientas y estremeciéndose de un lado al otro casi golpeándonos a ambos. Poco a poco el robot perdió sus energías y por fin se detuvo, no sin antes salpicar aceite y que este cayera sobre mi hombro. Observé molesto la mancha, guardé la campana y saqué un pañuelo con el que me limpie.

—Haga lo que quiera conmigo —dijo con valentía Flaversham, acercándose a mí—. No tomare parte en este plan diabólico.

Le di una calada a mi cigarro y expulsé el humo por la nariz con la mirada clavada en mi prisionero. Al principio no tenía expresión alguna en el rostro, pero después sonreí de manera "comprensiva".

—Muy bien —dije, hundiéndome de hombros—. Si esa es su decisión, perfecto. Ahí esta la puerta —la señalé con un gesto de la mano—, puede irse.

—¿En... en serio?

—¡Desde luego!

Hiram me miró escéptico y no me fue difícil adivinar sus pensamientos: Esto era demasiado fácil, pero tampoco desaprovecharía la oportunidad. Dio los primeros pasos con cautela hacia la puerta y la mirada fija en mi persona, pero después avanzó con más confianza. Tomó la perilla y estaba por abrirlo cuando dije:

—A propósito, señor Flaversham. Me tomé la libertad de mandar traer a su hija

El juguetero me miró horrorizado. Tenía en sus manos el juguete que le construyó a su hija y le estaba dando cuerda.

—¿O... Olivia?

—¡Oh, que hermoso nombre! —dejé el juguete sobre la mesa, ya transformado en bailarina, y empezó a bailar por toda la mesa, la única que el robot no derribó—. Y pues... me apenaría mucho si... alguna infortunada desgracia le ocurriera

—Usted... usted... ¡no se atrevería!

Le lancé una aterradora mirada a pesar de estar sonriendo. Tomé a la bailaría con una mano y la aplasté con fuerza haciendo que su cabeza se desprendiera. Miré con "pesar" la muñeca rota y después al atemorizado juguetero.

—¡Termine, Flaversham!

Hiram se estremeció. Al parecer había escuchado rumores respecto a los atroces crímenes que había cometido, incluso en el extranjero, pero ¿en verdad sería capaz de hacerle daño a una niña inocente? Pues...

Mi prisionero no estaba dispuesto a averiguarlo con la vida de su hija, así que derrotado fue hacia el robot y empezó a repararlo. Miré con satisfacción al juguetero, no fue difícil hacer que trabaje para mí de manera voluntaria. Salí del taller-celda dando un fuerte portazo y por la pequeña ventana con barrotes vi temblar a mi "invitado". Retiré el cigarro de su porta cigarros, lo pisé hasta apagarlo y guardé el porta cigarros.

—¡Oh, como me gusta ser malo!

—Con años de práctica no es para menos

Me volví con una sonrisa hacia mi segundo al mando, el capitán Doran.

—Pues... precisamente con esos años de experiencia fue como descubrí que me encanta ser malvado. —le respondí con una gran sonrisa. ¡En serio, amaba mi papel de villano!

—Eso y por otras razones ¿cierto? —añadió Doran, arqueando una ceja.

Mi sonrisa desapareció y le lancé una mirada de advertencia a mi segundo, a lo que el capitán solo se hundió de hombros.

—A veces abusas de tu suerte, Doran

—Solo era un comentario, profesor

—Como sea —saqué de mi bolsillo una hoja de papel algo arrugado. Busqué a mi alrededor hasta encontrar a mi segundo secuaz mas o menos competente, después de Doran, claro esta. El murciélago, estaba dormido colgado boca arriba—. Fidget —este no respondió. Eso me molestó, me acerqué a él y me paré junto a su oreja—. ¡FIDGET! —El murciélago se despertó de golpe y ante el susto cayó al suelo de cabeza—. Listo y alerta como siempre —le tendí la hoja—. Aquí está la lista. Ya sabes qué hacer ¡y no cometas errores! Todavía tienes un error que enmendar y espero que esto lo haga.

—Eh... ¡sí, sí, sí! No habrá errores —respondió rápido Fidget

La lista decía:

Herramientas

Mecanismos

Niña Flaversham

Uniformes

—¡Veta ya, Fidget! —ordené con un fuerte grito.

—¡Sí, sí, sí! ¡Ya me voy! ¡Ya me voy! ¡Ya me voy! ¡Ya me voy!

El murciégalo guardó de prisa la lista y se fue corriendo a cumplir su encargo. Me froté las sienes intentando calmarme; debía admitir que Fidget era eficiente la mayoría de las veces, pero en otras era un completo desastre, no por nada se rompió un ala y perdió una pierna siendo reemplazada por una pata de palo.

Más tranquilo, regresé mi atención hacia Doran.

—Ve a buscar a la mocosa Flaversham. Solo esperemos que ningún policía creyera su historia y, por ende, no la ayudara

—De ser así sólo habría un lugar en el mundo a donde pudo haber ido a pedir socorro. Tomando en cuenta que sus tías lo conocen y ellas pudieron hablarle de él

—Es lo que más me preocupa, así que asegúrate de que ese entrometido no esté en esto. De ser así... sabes quien puede mantenerlo ocupado

El capitán hizo un gesto afirmativo con la cabeza acompañado de una sonrisa burlona, entendiendo perfectamente de quien estaba hablando, y se fue por el mismo camino por el se fue Fidget.

Entré al salón principal siendo recibido por aplausos y ovaciones de mi secuaces. Me senté en mi trono, les sonreí a todos y levantando ambas manos pedí silencio.

—Amigos míos. Estamos a punto de emprender el más odioso. El más perverso y diabólico proyecto de mi ilustre carrera. El más vil de los crímenes, un crimen que rebosa infamia —Mis secuaces aplaudieron con más fuerza. Tomé un periódico que estaba sobre la mesa, junto a mi trono, y se lo mostré—. Mañana por la noche nuestra amada reina Virginia celebrará sus sesenta años de reinado. Y... con la entusiasta ayuda de nuestro buen amigo, el señor Flaversham —agarré un encendedor de la mesa, lo encendí y acerqué la flama a la imagen de la reina—, les prometo que va a ser una noche inolvidable —quemé la imagen. Solté una risa maligna que hizo estremecer a mi secuaces. Me levanté, tiré el periódico al suelo y lo pisé con fuerza—. ¡Su última noche! Y la primera en que yo seré ¡el supremo gobernante de todo el reino ratonil!

Mis secuaces vitorearon con más fuerza.

Los observe a todos, uno por uno. La mayoría eran ratones que conocí a lo largo de mi carrera criminal en Londres, otros los conocí en el extranjero y eran viejos seguidores de criminales con quienes me alié en ese momento, pero al ser detenidos y capturados por las autoridades de dicho país, siendo auxiliados por ese detective de segunda, viajaron a Londres a pedirme ayuda a cambio de su lealtad. Los años pasaban y a pesar de que cada día era la mente criminal más poderosa, no solo de Reino Unido, sino del mundo, ese maldito entrometido también se convertía en el gran ratón detective, tanto que incluso los oficiales extranjeros le pedían ayuda.

Pero esta vez no. Esta vez mis planes se cumplirían, me convertiría en rey y mi primera orden sería eliminar a mi némesis, de una vez por todas.

Chasqueé los dedos y una luz blanca me iluminó. Caminé entre mis secuaces, uno de ellos me entregó mi sombrero de copa, el cual hice girar sobre mis brazos, como si de una pelota se tratara, y me lo puse. Otro secuaz me entregó mi bastón dorado. Di un giró agarrando mi capa y reí perversamente.

Comencé a cantar:

Hubo genios que crearon maravillas mundiales

Y otros que estaban en los titulares

Hubo quien construyó monumentos sin par

Que a los londinenses los hacen llorar

Pero hay un genio mayor, malo, perverso y mejor

Allá en el pasado, delitos menores

Pero ahora mayores serán

Y aún más crueles, feos, perversos

De mi gran mente saldrán


Eso es cierto, muy cierto

Peores serán que a inocentes robar

¡Tú! del crimen el rey serás

Por Ratigan, por Ratigan

El gran rey es él

Por Ratigan, por Ratigan

El delincuente más cruel

Mis matones retrocedieron dejándome a mí como el centro de atención —como debe ser— sentado junto a un arpa. La iluminación se volvió azul mientras tocaba.

—Gracias, gracias. Pero no todo ha sido vida y dulzura. He tenido momentos infortunados ¡gracias a ese miserable detective de segunda: Basil de la Calle Baker! — Dirigí mi mirada a un muñeco ratón vestido con un traje de detective pinchado con alfileres. Mis secuaces lo abuchearon—. ¡Durante años ese despreciable entrometido ha entorpecido mis planes! ¡Y no he tenido ni un momento de paz mental!

—¡Aw!

La iluminación se volvió roja.

—Pero... todo eso ya pasó. Esta vez ¡nada! Ni siquiera Basil frustrará mi plan. ¡Todos se humillarán ante mí!

Por Ratigan, por Ratigan

Amor que nos mata

Por Ratigan, por Ratigan

El delincuente más cruel

Me paré en el centro del salón y la luz blanca me iluminó de nuevo. Observé mi entorno, deteniendo de vez en cuando mi atención en los tesoros y trofeos que acumulé en esos años de crimen. Estaba orgulloso de todos mis planes, a pesar de la incesante intervención de mi némesis. Uno de mi matones se acercó a mí con una copa de champaña y me la entregó.

Estafar y manipular,

Obstruir el tiempo y volverme un mito,

Impulsos oscuros y diabólicos me guían,

Regalo cruel e inusual que hay dentro de mí

¡Iluminan e inspiran mi gran genio criminal!


¡Imaginen esto!

Llevan civiles, uno por uno, al río Támesis

Echándolos al agua solo por diversión

Qué privilegio, mi vista desde el puente

Todos ellos balanceándose y hundiéndose

Pero ahora de esta trama sin igual que ha surgido

¡Algo mucho más antinatural ha de nacer!


Por Ratigan, por Ratigan

Amor que nos mata

Por Ratigan, por Ratigan

El delincuente más... ¡rata!

El silencio apareció abruptamente. Le había dado un trago a mi champaña y al escuchar eso la escupí. Los matones miraban preocupados al compañero que había dicho la palabra prohibida. Bartolomé estaba en una esquina del salón, totalmente ebrio, tarareando la canción sin percatarse de su entorno. Estaba temblando de pies a cabeza intentando contener mi ira. Mostrando mi enfado fui hacia el inepto que soltó esa palabra.

—¿Que soy... QUÉ? —Inocentemente, Bartolomé hipó a causa de su borrachera—. ¡¿Cómo me llamaste?!

Bartolomé iba a responder, pero tres de sus compañeros corrieron hacia él, dos de ellos cubriéndole la boca con la mano y el otro parándose ante mí.

—¡No supo lo que dijo, profesor! —dijo el matón que me encaraba

—Eh... ¡sí! Es que se le trabó la lengua —dijo el matón de la izquierda, que seguía tapándole la boca a su ebrio compañero.

De un rápido y fuerte movimiento, ignorando a mis secuaces, agarré a Bartolomé del cuello de su suéter y lo levanté sin problemas.

—¡YO NO SOY UNA RATA!

—¡Claro que no! Es un ratón —aseguró de prisa el matón de la derecha.

—¡Sí, en verdad es un ratón! —afirmó el matón de enfrente

—Ah... ¡sí! —concordó el matón de la izquierda—. Un gran ratón...

—¡SILENCIO! —arrastré a Bartolomé hasta la salida del salón. En la puerta, me volví hacia ellos, agarré con furia mi cola, grisácea como mi pelaje, y se las mostré a estos—. ¿Ven esto? ¿VEN ESTO? ¡¿ACASO ESTO LES PARECE LA COLA DE UNA RATA?! ¿¡O ALGUNA OTRA PARTE DE MI SER?!

Mis secuaces negaron con temor. Estaban tan asustados de mí que de haberme prestado más atención, habrían notado que en la base de la cola, al momento de tirar de esta, pareciera que estaba cosida a mi pantalón. Suerte que eran unos ignorantes incultos.

Una vez "aclarado" el tema, lancé a Bartolomé fuera del barril donde estábamos celebrando. Bartolomé rodó y sacudió la cabeza mientras se sentaba. Me encontraba de pie en la entrada y miraba con "tristeza" al ratón ebrio.

—¡Oh, mi querido Bartolomé! ¡Temo que has logrado molestarme! —dije bajando las escaleras y acercándome a él—. ¿Sabes qué les pasa a los que osan molestarme?

Saqué la campana del bolsillo de mi chaleco, haciendo que el terror de mis secuaces aumentara. La toqué y mis hombres jadearon aterrorizados mirando hacia el callejón, por donde se acercaba una sombra: una enorme gata gorda —quise decir, robusta—, de nombre Felicia, se acercaba al ebrio Bartolomé.

Debido a su borrachera, Bartolomé no se percataba del peligro que corría y siguió cantando mientras Felicia se le acercaba por detrás. La gata recogió a Bartolomé y lo acercó a sus fauces abiertas. Los matones cerraron los ojos mientras que yo encendía un cigarro y lo disfrutaba.

Se escuchó un ruido de tragar junto con el maullido de la gata. Dos de los matones se quitaron los sombreros y el tercero se secó una lágrima. Apagué el cigarro, arrullé a mi gata y le limpié la boca con un pañuelo.

—Tsk, tsk, tsk, tsk, tsk ¡Oh Felicia! Mi pimpollo, mi primor. ¿Disfrutaste ese pequeño bocadillo! Ha, ha.

Felicia eructó en mi cara antes de responder.

—Estaba bebiendo ¿cierto? Solo espero no emborracharme por comerme a este ratón. Pero no importa, siempre y cuando sigas alimentándome así.

—Dalo por hecho, tesoro mío

Felicia me agradeció de nuevo por el "bocadillo" y regresó a su escondite. Guardé el pañuelo y me pavoneé hacia mis aterrorizados matones.

—Espero que no habrá más interrupciones —los matones regresaron al barril. Me aclaré la garganta y abracé a dos de mis secuaces sujetándoles las mejillas—. ¡Y ahora, sigan cantando!

Sabía que cantar era lo último que mis hombres tenían en mente por hacer mientras se acurrucan asustados entre ellos. Pero cuando volví a sacar la campana, jadearon aterrados y reanudaron el canto.

Es malo, muy malo

Nadie lo duda, tú eres el peor

¡Tú! Serás siempre el gran señor

Por Ratigan, por Ratigan

El gran rey es él

Por Ratigan, por Ratigan

¡El delincuente más cruel!

Los matones ofrecieron un último brindis rompiendo sus copas, mientras que yo terminaba el resto de mi champaña y sonreía.

Sí. Este era mi plan más importante de todos y nada ni nadie, mucho menos el detective de segunda, lo arruinaría.



Busqué la letra de la canción eliminada y la añadí a mi historia haciendo su traducción y adaptación. Espero que les guste.


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