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13.- El adiós

Basil

Un ladrido se escuchó a los lejos haciendo que apartara la mirada del cadáver de Ratigan. Todos volteamos hacia el origen y vimos a un sabueso corriendo hacia nosotros.

—¡Toby! —exclamé al reconocerlo

El perro se detuvo y me sorprendió verlo preocupado.

—¡Santos cielos, Basil! ¿Qué pasó? —preguntó asustando en cuanto me vio, su olfato le advirtió sobre cómo me encontraba, ya que no me saludó con un lengüetazo como suele hacerlo—. ¿Estás...? —Toby levantó al cabeza y olfateó el aire, se volvió hacia donde estaba el cuerpo del profesor y el perro soltó un ladrido de asombro—. ¿Ese es...?

—Así es, Toby —respondí, parándome junto a él—. Es el profesor Padraic Ratigan. Al fin fue derrotado

—¡Por todos los cielos! ¡Por eso estas así! ¿Cómo fue que pasó?

—Te lo contaremos todo en Holmestead

—Al único lugar a dónde irán todos ustedes es al Palacio de Buckingham. La reina quiere verlos

Un momento, alguien venía con Toby. El can se recostó y todos vimos que en su lomo traía al inspector Vole y algunos de sus oficiales. El inspector bajó y se nos acercó.

—En nombre de la ley, Basil, ¿qué demonios...? ¡Por Scotland Yard! —Vole y sus policías se quedaron en shock al verme gravemente herido—. Basil... ¿está bien? ¿Qué le ocurrió? ¿Qué pasó con Ratigan?

—Bueno, terminé así gracias al profesor. Y él, se encuentra por allá

Señalé donde se encontraba su cuerpo, y Vole y sus oficiales se impactaron al verlo. El primero en reaccionar fue el inspector y llamó la atención de su gente aclarándose la garganta.

—Davis, Jones y Wilde, encárguense del cadáver de Ratigan. Llévenlo a la morgue...

—No es una buena idea, lo mejor será que nos lo llevemos. —le sugerí al inspector

—¿Disculpa? No llevaré el cadáver del peor criminal de la historia al Palacio de Buckingham

—Es comprensible, pero sus oficiales no tienen cómo transportarlo y a estas horas de la noche un gato podía atacarlos y devorarlo ya que el olor llamaría su atención. Hablando de gatos ¿qué sucedió con Felicia? —le pregunté a Toby.

—¡Ah! Creo que la perseguí por todo el palacio porque al final fuimos a parar a la Perrera de la Guardia Real. Gracias a que me enseñaste a leer yo supe dónde estábamos y esa obesa gata no, y fue por eso que saltó el muro pensando que estaba a salvo.

Lo peor que le puso suceder a Felicia fue acabar con algunos rasguños y mordidas al haber entrado en un lugar peligroso para los felinos, los guardias que estuvieran en turno la sacarían de ahí y se la llevarían a un refugio de animales. Una cárcel improvisada para ella.

Vole y sus oficiales estaban en silencio, sospecho que procesando mi razonamiento respecto a llevar el cuerpo de Ratigan como una "ofrenda" para los gatos callejeros. Jackson tuvo las agallas de reconocer que yo tenía razón ganándose una mirada enfadada de su superior. El inspector se pasó una mano por el rostro antes de aceptar a regañadientes lo dicho. Envió a tres oficiales por hojas caídas y con estas envolvieron el cuerpo de Ratigan, instruidos por Dawson. Era obvia la causa de muerte, pero como en toda escena del crimen donde hay un deceso, el cuerpo debe permanecer lo más intacto posible para hacerle la debida autopsia.

Toby se recostó de nuevo y todos subimos a su lomo. El trayecto fue silencioso, no se dijo ni una palabra y lo único que se escuchaba eran los pasos del can, aunque la tensión se podía sentir en el aire.

Llegamos al Palacio de Buckingham y fuimos recibidos por dos Guardias Reales. Al igual que Vole y los policías, los soldados se sorprendieron y preocuparon al verme; no obstante, como la reina quería vernos de inmediato no tuvimos más opción que seguirlos hacia el Salón del Trono; para malestar de Dawson mi sanción tendría que esperar. Entramos e igualmente su majestad se impactó al ver mi condición.

—¡Dios santo! ¡Señor Basil ¿qué le ocurrió?! —preguntó la reina Virginia

—El resultado de mi enfrentamiento final contra Ratigan

—¿Qué?

Por fin informé a la reina y a Scotland Yard este fascinante y peligroso caso: el secuestro de Hiram, el intento del capitán Doran de secuestrar a Olivia en Holmestead casi exponiendo a la comunidad ante Sherlock Holmes y el doctor Watson, el papel de Relda como secuaz de Ratigan y su redención al final, la persecución aérea y mi último enfrentamiento contra el profesor en el Big Ben que lo llevó a su muerte; en esa parte el inspector Vole informó que traíamos el cadáver de Ratigan.

En todo el relato, la reina Virginia y la Corte Real permanecieron en silencio. Finalmente, ella se levantó y habló:

—Señor Basil, el reino y el mundo le estamos inmensamente agradecidos por habernos liberado, por fin, del malvado profesor Padraic Ratigan, el Napoleón del Crimen. Estamos en deuda con usted.

—Solo hice mi trabajo, su majestad. Por años esta rivalidad con Ratigan fue personal y por eso mismo nunca tuvo escrúpulos. —eso último lo dije mirando a los ojos a Relda.

La reina se dio cuenta de nuestra interacción y llamó al frente a la cantante; no olvidaba la revelación que tuvo después de rescatarla, tanto lo dicho en mi informe, así que le ordenó a Relda que le contará todo respecto a su alianza con Ratigan. Sin vacilar, ella le respondió a su majestad. Al escucharla varias cosas empezaron a tener sentido respecto a sus constantes desapariciones y sus reapariciones en los momentos más oportunos, hablando de mis enfrentamientos con Ratigan.

Relda terminó su relato y la reina dio la orden de que nos retiráramos; su majestad y la Corte Real decidirían cuál sería el mejor castigo para Relda para expiar sus pecados porque su ayuda en la derrota del profesor no era suficiente. Al inspector Vole y sus oficiales se les ordenó llevarse el cuerpo de Ratigan a la morgue. Con eso, todos salimos del Salón del Trono.

—¡AUCH!

—¡Basil, por favor! ¡Deje de moverse!

La reina Virginia nos invitó a todos a quedarnos esta noche en el Palacio de Buckingham, así todos descansaríamos,  Dawson podría, al fin, sanar mis heridas y vigilar a Relda. Una doncella, amablemente, le consiguió a mi amigo los utensilios necesarios para su labor médica. O casi todos. Gracias a cómo me dejó Ratigan este tratamiento estaba siendo tan doloroso como el recibir las heridas.

—Estoy seguro de que cuando curaron su herida de bala tampoco pudo quedarse quieto debido al dolor ¿cierto, Dawson? ¡AUCH!

—Ups, lo siento

Por su tono de voz sabía que había presionado la herida de mi espalda a propósito.

Demonios.

Lamentablemente, la doncella no consiguió cloroformo por lo que Dawson no pudo anestesiarme y así suturarme las heridas con calma sin que yo estuviera retorciéndome de dolor.

Perdí mi reloj de bolsillo en la pelea en el Big Ben por lo que no sabía cuánto tiempo llevaba Dawson trabajando en mi herida de la espalda, pero estaba seguro de que esta sería la más difícil de sanar ya que era la peor. Bueno, eso y mis costillas y pierna rota, la cual entablilló de inmediato en cuanto entramos a la habitación.

—Terminé —anunció mi amigo. ¡Por fin! Me incorporé, pero enseguida caí boca abajo en la cama; genial, aún no tenía fuerzas para levantarme—. Sigue sin aprender que el hecho de haberle tratado sus heridas no significa que esté curado del todo. —logré acostarme boca arriba y vi a Dawson recogiendo los utensilios médicos—. Es un verdadero milagro que saliera con vida esta noche, Basil. El pensar que regresé a Londres solo para perder a mi mejor amigo me deprime; y honestamente, ese susto solo lo viví una vez y no creí que lo repetiría, pero ahora con mayor intensidad.

No necesité preguntarle a qué momento se refería y tampoco es necesario que se lo repita a los lectores porque ya se ha mencionado bastante.

—Bueno, eso demuestra que el bien siempre triunfa y el mal siempre cae —dije acomodándome mejor en la cama y colocando mis manos detrás de la cabeza.

Dawson negó con la cabeza ante mi falta de seriedad por mi segunda experiencia cercana a la muerte. De pronto alguien tocó a la puerta y ambos nos miramos confundidos. Mi amigo sacó su reloj de bolsillo y la sorpresa asomó su rostro.

—¡Cielos! Es casi medianoche ¿quién será a esta hora?

—Probablemente es Vole y querrá que le cuente de nuevo el caso —dije mientas mi amigo iba a abrir la puerta.

—De las raras veces en las que el gran Basil de la Calle Baker se equivoca —respondió el recién llegado acompañado de una risa

Me sobresalté en la cama y traté de incorporarme, pero el dolor me lo impidió por lo que seguí postrado; aunque, afortunadamente, podía ver perfectamente a la persona que se encontraba en la puerta junto a Dawson.

—Relda

La cantante entró a mi habitación y se acercó a mi cama, pero solo dio unos pasos antes de detenerse de golpe y sus orejas se tornaran rojas. Lo único que yo vestía era mi pantalón café, el cual Dawson tuvo que rasgar la pierna derecha hasta la rodilla para entablillarla. Mi torso estaba casi envuelto por completo con un vendaje; mi brazo y mano derecha vendados al igual que mi hombro y antebrazo izquierdo, y una gran gasa en mi mejilla izquierda. Sí, casi parecía una momia egipcia con tanto vendaje.

Los tres nos quedamos en silencio hasta que Dawson lo rompió diciendo que iría a devolver los utensilios médicos que le prestaron y salió de la habitación dejándonos solos a Relda y a mí.

De nuevo nos quedamos sumergidos en el silencio y sin mirarnos; Relda al suelo y yo a otro punto de la habitación. Conocía bastante bien a la cantante como para saber que si estaba aquí era para hablar conmigo, o al menos estar a mi lado.

Escuché a Relda caminar por la habitación, pero todavía no me atrevía a ver hacia su dirección. Los pasos se detuvieron, pero enseguida su mano tomó mi barbilla y me hizo mirarla.

—¿Cómo te sientes? —preguntó ella, sentándose en la orilla de la cama, junto a mí.

Aparté su mano de mi barbilla, pero la apreté gentilmente con la mía. Vi que ya no usaba el listón de Olivia como vendaje improvisado, sino que su herida de bala tenía un verdadero vendaje.

—Mucho mejor —le respondí con una sonrisa—. Al parecer Dawson adquirió nuevos conocimientos médicos que, sin esperarlo, le sirvieron en una situación como esta

—El doctor siempre ha sido un excelente médico

—El mejor de su clase

Nos quedamos otra vez en silencio. Relda tenía la vista fija en nuestras manos entrelazadas; creí que le incomodaba así que traté de apartar la mía, pero ella apretó su agarre y puso su otra mano sobre la mía. Yo la miré y noté un brillo extraño en sus ojos; como si quisiera decirme algo, pero no sabía cómo. O soltar todo lo que tenía en su interior y sin saber por dónde empezar.

—¿Relda? —la llamé en un susurro

Esta vez logré incorporarme y acerqué lentamente mi rostro hacia el suyo.

En un rápido movimiento Mademoiselle tomó mi rostro y me besó. Era la segunda vez que me besaba esa noche y al igual que la primera tarde unos segundos en reaccionar antes de corresponderle el beso. Admito que por mi trabajo nunca he tenido una relación amorosa, y aún si hubiera tenido el interés de intentarlo sabía que ninguna mujer me haría sentir lo mismo que Mademoiselle Relda. Era algo único.

Relda terminó el beso, junto su frente con la mía y nos miramos.

—¿Cómo está tu muñeca? —pregunté en un susurro, temiendo que por el simple hecho de hablar arruinara el momento.

—Mejor. Quien me la atendió no lo hace tan bien como el doctor Dawson, pero al menos no es incompetente

—Exigente como siempre

—Ya lo sabes —respondió ella entre risas. Relda siguió riendo, pero esta murió al percatarse que yo tenía una expresión seria en mi rostro—. ¿Basil? ¿Qué ocurre?

—Eso debería preguntarlo yo

—¿Eh?

—¿Hay algo que quieras decirme... o qué me estes ocultando? Antes que intentes siguiera negarlo, Relda, en tus ojos se nota que hay algo en tu interior que quieres decir, pero no te atreves a decirlo o no sabes cómo externarlo —separé mi frente de la suya y la miré a los ojos a la vez que la tomaba de las manos—. Relda ¿quieres decirme algo?

Ella no respondió y tampoco me miraba a la cara. Por un momento me pareció que evadiría mi pregunta o, peor, se marcharía. Menos mal que por mi trabajo aprendí a controlar mis emociones, aun frente a ella que lograba alterarlos, de lo contrario Relda hubiera notado mi nerviosismo a través de mis manos ya fuera por un apretón o un leve temblor. No obstante, ella fue la que mostró señales de esa inquietud apretando mis manos haciendo que soltara un quejido de molestia puesto que la mano derecha estaba lastimada.

—¡Lo siento! —se disculpó soltando enseguida mis manos

—No es nada —respondió sobando mi mano herida—. Pero eres tú la que no estás bien. —la agarré de los hombros—. Relda ¿qué...?

—Eres tú, Basil —soltó ella de golpe, evitando mi mirada—. Me preocupa el no volver a verte después de que la reina dicte mi sentencia. —me miró con ojos llorosos. No era común que Relda llorara, el que lo hiciera ahora significaba que, en verdad, estaba asustada y preocupada—. Estar separada de ti en todos estos años los soporté porque sabía que te mantenía lejos del peligro. Pero ahora... el riesgo de no volver a verte por culpa de mis errores... —Relda rompió en llanto y se cubrió el rostro con las manos.

Demonios, ¿ahora qué hago? Cierto que no era la primera vez que veía a una dama llorar y eso porque eran clientas y sabía qué decirles para tranquilizarlas. Pero con Relda, la persona a la que amo, era distinto; esto era nuevo para mí, así que lo único que atiné a hacer fue abrazarla. Creo que funcionó, porque enseguida Relda apartó las manos de su rostro y me abrazó por la cintura, enterrando su cara en mi pecho. Con una mano la abracé gentilmente y con la otra acariciaba su cabello.

Desconozco por cuánto tiempo Relda estuvo llorando, pero era comprensible que su llanto fuera prolongado ya que estaba sacando sentimientos y pensamientos que por años tuvo que ocultar tanto por su seguridad como la mía. En cuanto Relda dejó de llorar se quedó dormida en mis brazos, lo único que pude hacer (con las poca energía que conservaba) fue acostarla en la cama junto a mí. Lo que un caballero debe hacer es cederle la cama a la dama y él irse a otro lado tomando en cuenta que no éramos pareja a pesar de que confesamos nuestros sentimientos mutuos a nuestra manera. Sin embargo, esas pocas fuerzas que me quedaron se agotaron de inmediato con solo acomodar a Relda en la cama; mal me bajé de ahí caí de bruces, conteniendo quejidos de dolor.

—¿Qué crees que estás haciendo?

Genial, traté de no despertar a Relda, pero lo hice.

—Solo estaba...

—Ya sé lo que intentabas hacer, Señor Caballero Inglés —ella se levantó y me ayudó a volver a la cama—. Recuerda que también tienes una pierda rota y no puedes levantarle

Sentí mis orejas sonrojarse con ese detalle, no era común que se me pasaran las cosas por alto, pero al parecer se pueden hacer excepciones y con mi intención de darle su espacio a Relda olvidé mi pierna herida; esta vez la falta de fuerza no fue el problema.

—Gracias

—Creo que lo mejor será que te deje descansar. No es buena idea que me quede aquí, es inapropiado porque tú y yo no somos... —sus orejas se sonrosaron al decir eso último— el que intentaras dejarme la cama es prueba suficiente —se inclinó sobre mí y me besó como despedida—. Descansa, Basil

—Buenas noches, Relda

Antes de salir me miró por encima de su hombro y de nuevo pude detectar ese brillo extraño en su ojos sobre querer decirme algo, pero no tuvo el valor de hacerlo. Al final solo me decido una dulce sonría y salió de la habitación.

Conocía bastante bien a Relda (o al menos lo suficiente) para saber que me ocultaba algo. Bueno, mañana la acorralaría para obtener esas respuestas.

Poco sabía que esa noche sería la última vez que vería a Mademoiselle Relda, ya que a la mañana siguiente desperté con gritos.

—¡BASIL DE LA CALLE BAKER!

El inspector Vole irrumpió en mi habitación encolerizado y detrás de él venían dos de sus oficiales, dos Guardias Reales y Dawson. Sin importarle mi condición, Vole se abalanzó sobre mí agarrándome de mi pelaje del pecho que no estaba cubierta por los vendajes.

—¡Vole! ¿Qué...?

—¡¿Dónde está?!

—¿De qué...?

—¡No te hagas el tonto, Holmwood! ¡¿Dónde está Mademoiselle Relda?!

—¿Qué?

Aparté de un manotazo el agarre del inspector y lo miré entre sorprendido y confundido: la sorpresa ante la noticia de que Relda se fue y la confusión por el hecho de que me estuviera preguntando a mí sobre ella. Mi reacción no fue de su agrado ya que intentó irse sobre mí de nuevo, pero sus policías lo agarraron por los brazos y lo alejaron. Uno de los guardias se me acercó y me explicó lo ocurrido:

—Esta mañana mi compañero y yo fuimos a los aposentos asignados a la cantante para llevarla a una audiencia ante su majestad y la Corte Real. Llamamos a la puerta varias veces, pero no obtuvimos respuestas. Le pedimos a una de las sirvientas que nos dejara pasar y al entrar grande fue nuestra sorpresa al ver la habitación vacía y la ventana de la habitación abierta de par en par.

Dawson y yo nos miramos estupefactos, pero esa revelación me dio una gran pista respecto al extraño comportamiento de Relda de anoche. ¡Eso era lo que trataba de decirme! Ella, de algún modo, debió enterarse del veredicto de la reina Virginia y la Corte Real, y por eso vino anoche a confesarme su miedo de no volver a verme; seguramente la condenarían al exilio y por eso escapó no sin antes despedirse de mí, aunque no me diera cuenta.

—Si Mademoiselle Relda se escapó durante la noche ¿por qué me preguntan a mí por su paradero? —pregunté a los presentes, pese a que miraba a Vole

—Porque un Guardia la vio entrar a tu habitación anoche —respondió enfadado el inspector—. Así que será mejor que nos diga a dónde fue esa cantante

—Es cierto que Relda vino a verme anoche —le respondí molesto ante la acusación—. Pero ella no me dijo nada de que se iría, solo vino a verme y saber cómo me encontraba

—Eso es cierto —intervino Dawson—. Yo le abrí la puerta a Mademoiselle

—¿Estuvo con ellos todo el tiempo?

—Pues... no. Salí por un momento a...

—Entonces sí hay altas probabilidades de que "el gran ratón detective" este encubriendo a una criminal...

Menos mal que Vole estaba cerca de mí, lo que me permitió agarrarlo por el cuello de su camisa.

—Ahora le dejaré muy en claro, inspector. Yo también desconocía el pasado de Mademoiselle Relda como secuaz del profesor Padraic Ratigan hasta el día de ayer con mi caso, y de haber sabido hubiera hecho mi labor como siempre lo hago. Así que no se atreva a acusarme de complicidad

Lo solté y Vole se alejó de mí con una expresión furiosa en su rostro teniendo la intención de intimidarme; ese inspector ya debería saber que nunca lo logrará. Y para empeorar su humor los Guardias Reales estuvieron de mi lado, por lo que al final se fue de la habitación, junto a sus oficiales, y azotó la puerta al salir.

Después de ese incómodo momento, uno de los guardias nos informó que la reina requería nuestra presencia en el Salón del Trono lo más pronto posible y que fuéramos presentables. De acuerdo, ese era un problema; mi ropa estaba destrozada y Dawson seguía usando el disfraz de marinero. No obstante, en ese momento apareció una doncella y me entregó un traje fino y una muleta e informó a mi amigo que dejó uno también en su habitación. Con eso los guardias y la doncella se retiraron.

Una vez mi amigo y yo estuvimos presentables nos dirigimos al encuentro de su majestad. Llegamos y nos sorprendió ver que ahí no solo estaba la reina, sino también la Corte Real y algunos de los asistentes de la noche anterior.

—Basil de la Calle Baker. Dr. David Q. Dawson, acérquense, por favor —dijo la reina Virginia

Mi amigo y yo lo hicimos caminando por el pasillo, al pasar los presentes empezaron a aplaudirnos y felicitarnos. Llegamos ante la reina y vimos entre la multitud a los Flaversham, también usando ropas formales.

La reina se acercó a nosotros, parándose en el último escalón y con un gesto de la mano pidió silencio a los presentes.

—Hoy, es un día trascendental. No solo para Londres, sino también para todo el mundo de los ratones; la mayor mente criminal, el Napoleón del Crimen, el profesor Padraic Ratigan por fin a sido derrotado gracias a nuestro héroe, el detective Basil de la Calle Baker —el Salón del Trono se llenó de nuevo de aplausos y la reina solicitó silencio nuevamente—. Y no hubiera sido posible sin la ayuda de su gran amigo, el comandante David Q. Dawson. —mi amigo vio sorprendido a su majestad y ella le explicó—: ¿Cree que no estoy al corriente de quienes forman parte de mi regimiento?

Las orejas de Dawson se sonrosaron y yo reí por lo bajo. La reina tomó su cetro y continuó:

—Señor Basil, incline la cabeza, por favor. Y doctor Dawson, de rodillas, por favor

Mi amigo y yo así lo hicimos. La reina tocó mis hombros con su cetro a la vez que decía:

—Ahora lo nombro Sir Basil de la Calle Baker. —después tocó los hombros de mi amigo—. Ahora lo nombro Sir Comandante David Q. Dawson, de mi sexta sexto regimiento. Levante la cabeza, Sir Basil, y póngase de pie, Sir Dawson —le entregó al guardia su cetro y de otro tomó dos medallas, las cuales nos colgó al cuello a mi amigo y a mí—. Por su heroica labor para con su reino como para el mundo, les concedo estas medallas al heroísmo. La historia nunca olvidará este glorioso momento.

Los aplausos y vítores resonaron de nuevo en el Salón del Trono. La reina nos hizo un gesto con la mano a Dawson y a mí para que nos volviéramos hacia los presentes. Todos sonreían y nos ovacionaban: la reina aplaudía al igual que Hiram, la pequeña Olivia daba saltitos de alegría, Relda sonreía al fondo...

Mi corazón se detuvo y regresé rápido mi atención hacia la parte del salón donde me pareció verla, pero no estaba. Supongo que habrá sido mi imaginación.

Después de la ceremonia, Dawson y yo regresamos a Holmestead en compañía de los Flaversham. Toby había tenido que regresar a Baker Street por su cuenta; sus constantes salidas del día anterior llamaron mucho la atención de Holmes y Watson por lo que se retiró y la Guardia Real nos escoltó a nuestra comunidad.

Al llegar a Holmstead fuimos recibidos con total alegría de nuestros amigos y vecinos. Al principio me preocupé que este feliz escándalo llamara la atención de los residentes humanos, pero Derek y las señora Judson nos aseguraron que esa mañana salieron temprano el detective y el médico, y que al parecer estarían ausentes todo el día. Con eso, la comunidad aprovechó para realizar una gran fiesta, no solo en nuestro honor, sino porque por fin el mundo estaba libre del malvado Ratigan.

La fiesta duró hasta el atardecer. Dawson, los Flaversham, la señora Judson y yo regresamos al 221½ y nuestra casera se dirigió de inmediato a la cocina a preparar la cena. Invité a los Flaversham a acompañarnos, pero Hiram rechazó gentilmente la oferta.

—Iremos a pasar un tiempo en mi natal Escocia. —explicó el juguetero, abrazando por los hombros a su hija—. Necesitamos un tiempo de paz y tranquilidad después de esta espantosa aventura.

—Es comprensible —concordé

—Esperamos que cuando vuelvan nos visiten —comentó Dawson

—¡Claro que sí! —afirmó Olivia

Dawson colgó en la repisa de la chimenea, junto con los recortes de periódico y el retrato de Ratigan, las notas periodísticas de nuestro caso final contra el profesor y recibiendo los honores de la reina.

—¡Ah! ¿Quién lo hubiera imaginado? —dijo emocionado mi amigo—. ¡Recibir una medalla de la reina! ¡Ay, que emocionante! ¿Eh, Basil?

—Fue un día de trabajo

Miré la repisa por un momento. Por fin, después de tantos años había derrotado al profesor Padraic Ratigan. Mi mayor enemigo, quien en un principio fue mi mentor... y modelo a seguir. A partir de este momento ya nada sería igual, nunca más encontraría a alguien con semejante intelecto y que pudiera complementarle.

Era lo mejor para todos y yo debía seguir adelante con mi vida.

Recogí las notas periodísticas sobre Ratigan y las arrojé al fuego de la chimenea, una por una estas iban siendo reducidas a cenizas. Lo único que quedaba era el retrato del profesor. Lo observé por unos momentos; si ese día no hubiera decidido ir en su contra me habría unido a él y después convertido en su sucesor. Con todo y marco arrojé el retrato a la chimenea viéndolo consumirse hasta quedar hecho cenizas. Saqué de mi bolsillo la campana del profesor y la coloqué en la repisa junto con las notas periodística que Dawson puso ahí, colocando los objetos en el centro; estos se convertirían en un nuevo recordatorio: el final del criminal más diabólico y peligroso en el mundo ratonil.

La señora Judson regresó con té, bollos y suflés de quesos. Todos nos sentamos y conversamos antes de que los Flaversham se retiraran. De pronto alguien tocó a la puerta, me paré a atenderla a pesar de las protestas de Dawson y al abrirla me sorprendió no ver a nadie ahí. Puse un pie afuera pisando algo que crujió. Bajé la mirada y vi que era un sobre con mi nombre escrito en él, pero no el de «Basil de la Calle Baker», sino el de «Basil Holmwood». Traté de agacharme a recogerlo, pero casi me caía; no era fácil mantener el equilibro con una pierna y una muleta.

—¿Quién es, Basil? —preguntó Dawson

—No hay nadie. Pero, amigo mío ¿podría ser tan amable de ayudarme a recoger ese sobre, por favor?

Dawson me auxilió de inmediato y me lo entregó, el cual guardé de inmediato en el bolsillo de mi bata; reconocí la letra y lo mejor sería leerlo en la privacidad de mi habitación.

Dieron las seis de la tarde y los Flaversham se despidieron de nosotros y partieron. A los cinco minutos alguien llamó a la puerta y mi amigo atendió. En la puerta había una bella ratona de pelaje pardo, ojos azules, usando un vestido verde y un sombrero a juego con una gran flor amarilla.

—¡Oh! ¿está es la casa del famoso Basil de la Calle Baker?

—Claro que sí, señorita —respondió Dawson con una sonrisa, la cual desapareció al darse cuenta de que la dama se veía preocupada—. Parece que tiene usted problemas

—¡Oh! ¡Es verdad! Es verdad —afirmó ella entre llantos, limpiándose las lágrimas con el pañuelo blanco que tenía en sus manos.

—Pues vino precisamente al lugar apropiado...

—¡Ah! —aparecí detrás de mi amigo, abrazándolo por los hombros—. Permítame presentarle a mi amigo y socios, el Dr. Dawson, con quien resuelvo todos mis casos ¿no es así, doctor?

—¡Por supuesto, Basil!

Invitamos a la dama a pasar y de inmediato saqué a relucir mis habilidades de observación y deducción, descubriendo así que la clienta en cuesto era de Hampstead y estaba muy preocupada por la misteriosa desaparición de un anillo de esmeraldas que usaba en el tercer dedo de su mano derecha. Después de dejarla sorprendida con mis talentos, le pedí que nos contara todo sin omitir ningún detalle.

El caso del anillo de esmeraldas fue más sencillo de lo que esperaba, pero como en la mayoría de mis casos, algo que al principio parece insignificante termina siendo algo más grande e interesante.

Entré a mi habitación, colocándome mi bata y metí las manos en los bolsillos recordando en el acto que ahí estaba la carta que llegó a la puerta del 221½. Me senté en la cama y lo observé, no en el sentido analítico, sino como estoy seguro que un hombre enamorado miraría devotamente una carta de su amada. Eso es porque la carta me la envió Relda; y estoy seguro de que ella misma lo dejó en mi puerta.

Tenía una lucha interna respecto a si debía leerla o no. La conocía muy bien como para saber el contenido de la misma: Por qué se fue, qué haría de ahora en adelante y, lo que sería lo más doloroso, que nunca más nos volveríamos a ver a pesar de que reconoció que ese era su mayor temor.

—¿Basil?

Rápidamente, regresé la carta a mi bolsillo antes de que Dawson entrara.

—¿Sí?

—Solo venía a decirle que la cena está lista

—Iré en un momento

—¿Todo bien, Basil?

Mi amigo por fin recuperó su toque, por lo que se dio cuenta de que algo me sucedía. Saqué de nuevo la carta de Relda y se la mostré a mi amigo. Él la tomó y se dio cuenta de que no la había abierto por lo que me la devolvió casi enseguida.

—¿Es la carta que llegó hace unos días?

—Esa misma

—Es de Relda ¿cierto?

—Sí

—¿No piensa leerla?

—Tratándose de Relda... no estoy seguro

—Lo que piense hacer, será lo mejor para usted

Dawson se retiró de mi habitación y yo me quedé observando la misteriosa carta de Relda.

Muy pocas veces en mi vida (incluso en mi carrera detectivesca) había tenido dudas, y esta era una de ellas. Sabía que leerla cambiaría para siempre mi pensar y sentimientos respecto a la cantante de ópera Mademoiselle Relda.

Sonara muy shakespeariano, pero... ¿Leerla o no leerla? Esta es la cuestión.

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