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12.- La hora final

Nota de Basil:

Debido a que se recopilaron los recuerdos de Dawson, los Flaversham y míos, junto con las notas de Relda lo más cómodo para el lector sería que esta parte estuviera narrada en tercera persona, pero al tratarse de mi enfrentamiento contra Ratigan (y siendo el único que lo conocía bien) lo narraré desde mi perspectiva añadiendo los recuerdos de mis amigos.

Sin más por el momento, disfruten la lectura.

Desde que era un niño no había sentido tanto miedo como ahora. Si Ratigan era despiadado con sus enemigos, con los traidores era peor. Debía atraparlo antes de que Relda...

Salimos del Palacio de Buckingham, pero lamentablemente les perdimos la pista. Miramos a nuestro alrededor esperando encontrarlo... el sonido de una hélice captó mi atención, levanté la cabeza y vi volar sobre nosotros el dirigible del profesor.

—¡Allá van! —señalé el vehículo aéreo que se alejaba cada vez más

—¡Cielos! ¿Ahora qué hacemos? —preguntó preocupado Dawson—. Aún con la ayuda de Toby no podremos alcanzarlos, sin mencionar que fue tras la gata de Ratigan y no sabemos a dónde se fueron. Además de que, al ir en tierra, los perderemos

—¡Olivia, mi niña! —se lamentaba Flaversham

Busqué en los alrededores algo que nos ayudara a seguirlos. Entonces vi unos globos atados en las rejas, una caja de fósforos vacía y la bandera del Reino Unido.

—¡Tengo una idea! —exclamé—. ¡Síganme!

Entre los tres armamos lo más rápido posible un globo aerostático, esto debía ser suficiente para seguir a Ratigan y rescatar a Relda y Olivia.

Hablando de ellas, esto fue lo que nos contaron:

Una vez en la seguridad del dirigible Ratigan le quitó la mordaza a Relda y la desató, pero enseguida la agarró del cuello y la acorraló contra el borde de la nave.

—¡¿Qué diablos pasó allá?! ¡Y no te atrevas a mentirme porque qué otra explicación hay para que Fidget te atara!

—C... c...

—¿QUÉ?

Con dificultad, a causa de la asfixia, la cantante le señaló al profesor su mano y después a ella misma. Ratigan lo entendió y resentido la soltó. Relda cayó a los pies del malvado regulando su respiración.

—¿Y bien? ¿Cuál es tu excusa?

Relda se puso en pie, lanzándole una mirada hostil a Ratigan.

—Lo que pasó... es que ya no estoy a sus órdenes, profesor

—¡¿Qué?! —el profesor iba a preguntarle la razón, pero la respuesta apareció de inmediato a su mente y su furia creció—. Al parecer la advertencia de Doran durante estos años fue cierta —Relda no contestó, suponía que el capitán le compartió sus sospechas al profesor después de lo que dijo en la guarida. Ratigan continuó—: Después de ese enfrentamiento con el entrometido de Basil en la cascada Bachenreich he de admitir que me sorprendió verte preocupada por el detective de segunda y en ese momento pensé que solo era una excelente actuación tuya, pero Doran me externó sus sospechas respecto a que tu preocupación por él era genuina y por eso lo seguiste en su búsqueda de la Colonia Perdida, aun cuando el mismo Basil te pidió que no lo hicieras. —le dio la espalda a Relda, se alejó unos pasos de ella y la miró por encima de su hombro—. En todos estos años tu principal tarea era hacer que Basil de la Calle Baker se enamorara de ti... no tú de él.

Olivia veía la escena de los grandes tratando de comprender lo que decían. Ella sí se había dado cuenta de que existía un sentimiento romántico (aunque sutil) entre Relda y yo, y por eso cuando escuchó al profesor recriminar a la cantante por eso la niña no se sorprendió de la revelación, sino que le dio curiosidad el por qué Ratigan le dijo a Mademoiselle que ella debía enamorarme y no al revés.

Volviendo con la cantante, Relda ya no pudo seguir negando en ese momento que en todos estos años había desarrollado un gran amor por mí, pero al estar al servicio de Ratigan, obviamente, no podía exponerlos y debía fingir ante él. Me confesó que su actuación más difícil fue el de haberse mofado de mí en la guarida del profesor.

Mademoiselle salió bruscamente de su pensamientos al recibir una bofetada por parte de Ratigan que la hizo caer al suelo.

—¡Relda! —chilló preocupada Olivia

Corrió hacia su amiga y la cantante la abrazó de manera protectora.

—En fin, debo admitir que todos tus años de servicio fueron muy útiles, Relda —dijo el profesor, tomando el timón de su dirigible—. Pero sabes que no perdono a los traidores. Que, por cierto, si Doran ya sabía sobre tu debilidad ¿cómo es que no te detuvo de rescatar a tu héroe de mi trampa e impidió que arruinaran mis planes en el Palacio de Buckingham?

—Porque murió asfixiado por una de tus trampas para ratones

—Y me imagino que eso fue por culpa de Basil

—La verdad no tengo idea de cómo sucedió. Cuando llegué Doran ya tenía su cuello aplastado por tu trampa

Mademoiselle puso atención a su lenguaje corporal y saber que su segundo al mano había muerto por causa mía hacia que su furia empeorara. Tratando de mantener la calma, Ratigan miró sobre su hombro a su secuaz.

—Fidget, pedalea con más fuerza. Iremos a...

—¡Cuidado, profesor!

Ratigan miró al frente y soltó un grito de asombro al vernos a Dawson, Flaversham y a mí aparecer ante ellos en el aire. El profesor no daba créditos a lo que veía: los tres en un globo aerostático hecho con globos cubiertos con la bandera del Reino Unido y usando como canasta la caja de fósforos.

La locura asomó en los ojos de mi enemigo y viró bruscamente a la izquierda dándose a la fuga.

—¡Propulsión, amigos! —indiqué a mis compañeros

Entre Dawson y Flaversham abrieron un globo y, sujetándolo firmemente, soltaron el aire empezando así una persecución aérea. Admito que fue difícil seguirles el paso en nuestra nave improvisada puesto que al momento de dar los giros debía tirar de los bordes de la bandera para guiarnos, pero por el constante ajetreo también debía sujetarme con fuerza para no caer.

No supe por cuanto tiempo estuvimos persiguiendo el dirigible, incluso me pareció que lo seguíamos por todo Londres, pero afortunadamente la nave de Ratigan empezó a disminuir la velocidad y esto se debió a que Fidget estaba agotado. Dejó de pedalear y subió a la nave.

—¿Qué estas haciendo, murciélago tonto? ¡Vuelve a los pedales! —ordenó colérico el profesor

—Ya no puedo, profesor. Debemos aligerar el peso —respondió su secuaz

Se acercó a las chicas con las intención de tirar a ambas por la borda. Relda escondió a Olivia detrás de ella y miró desafiante al murciélago.

—¡Ah! ¿Quieres aligerar el peso? —preguntó Ratigan "casualmente", aunque en realidad se podía detectar el sarcasmo en su voz y movimientos.

—¡Sí, sí, sí, sí, sí!

La cantante sabía que cuando el profesor actuaba así significaba que algo malo venía a continuación, y tuvo razón: Ratigan se acercó a ellos y  Fidget pensó que su jefe estaba de acuerdo con su idea, pero de repente el profesor lo agarró a él por las orejas.

—¡Excelente idea!

Y sin más, arrojó a Fidget del dirigible.

—¡No! ¡No! ¡Yo no! ¡Yo no! —suplicó el murciélago aleteando inútilmente para mantenerse en el aire—¡Yo no! ¡No puedo volar! ¡NO PUEDO VOLAR!

Con las pocas fuerzas que sus inservibles alas podían dar, Fidget aleteó de regreso al dirigible agarrándose del borde. Estaba por subir, cuando escuchó un arma cargándose; levantó la vista y en ese momento se oyó un disparo, dándole a Relda apenas tiempo de cubrir a Olivia para que no viera a Ratigan dispararle en la cabeza a Fidget. El murciélago cayó en picada al rio Támesis.

El profesor apuntó su arma a Relda, todavía protegiendo a la niña.

—Creo que ahora tú tendrás que hacer el trabajo duro, como debe ser —con un gesto del arma Ratigan le hizo entender a la cantante que ella tendría que darle impulso al vehículo aéreo

—¿Y dejar desprotegida a Olivia? ¡Olvídalo!

—¡Oh, cuanta ternura! Tu instinto maternal por fin despertó. —se burló Ratigan, soltando una carcajada—. ¡Lástima que no...! ¡Agh!

Ratigan estaba tan concentrado en ellas que no se dio cuenta de que logramos alcanzado. En cuanto vi que la distancia entre las naves era segura salté del globo aerostático al dirigible sujetándome con fuerza de la cola del vehículo aéreo del profesor.

—¡Basil! —gritó emocionada Relda

—¡Tranquila, Relda! ¡Todo estará bien!

De repente Olivia gritó aterrorizada señalando al frente del dirigible. Ratigan se volvió hacia donde apuntaba la niña y en su rostro se reflejó el asombro y terror. Relda y yo también prestamos atención y la cantante gritó al ver la enorme esfera del Big Ben acercándose hacia nosotros.

Lo último que vi antes de que todo se obscureciera fue una lluvia de vidrios amarillos.

Tic-tac

Tic-tac

Tic-tac

Agh... mi cabeza...

Tic-tac

Tic-tac

Tic-tac

En todos mis años como detective nunca había vivido una aventura como esta. Afortunadamente, el estrellarnos contra el Big Ben solo ocasionó unos golpes y menos mal que no me incrusté ningún cristal. No obstante, el dolor en todo mi cuerpo era intenso, pero al menos no tenía ninguna herida de gravedad. Pasé mi mano por el lado izquierdo de mi cabeza, ya que era la parte que más me dolía...

Abrí de golpe mis ojos y vi mi mano. Sangre. Hablé muy pronto. Me incorporé y el malestar de mi cuerpo aumentó haciendo que me doblara de dolor; en estos momentos no podía preocuparme por mis heridas, debía encontrar a Olivia y a Relda. Miré a mi alrededor y, a pesar de saber dónde me encontraba, no pude evitar asombrarme al ver el gigantesco mecanismo del reloj emblemático de la ciudad.

Me puse de pie y traté de buscar a las chicas desde mi posición, pero al estar en un lugar enorme —incluso para un humano— era difícil encontrarlas. El sonido de los engranajes en movimiento tampoco ayudaba, no podía oír nada y eso casi me cuesta la vida porque no me di cuenta de que Ratigan se acercaba por detrás sino hasta que oí el grito de advertencia de Olivia.

—¡Basil, cuidado!

Por desgracia, la advertencia llegó tarde; en cuanto miré sobre mi hombro recibí un golpe en el hocico que me derribó, estaba en la orilla del engranaje y casi caí de no ser porque me sujeté a tiempo de este. Debido a que estaba lastimado por el "aterrizaje forzoso" no tenía fuerzas para subir, apenas si las tenía para sostenerme. Ratigan se acercó hacia donde estaba colgado, mirándome con superioridad y sujetando contra su cuerpo a la pequeña Olivia, asustada.

—Está vez no hay ningún pulgoso San Bernardo que amortigüe tu caída, Basil —dijo Ratigan.

Piso mi mano derecha, grité de dolor y me solté del engranaje, quedando colgando de una mano. El profesor estaba por pisar mi mano izquierda cuando de repente él gritó de dolor a la vez que algo tiraba de su capa, alejándolo de mí.

Tragándome el dolor subí y vi a Olivia morder fuertemente la mano del profesor que la aprisionaba y detrás de ellos a Relda atascando la capa de Ratigan en los engranajes. El profesor soltó a la niña y usó ambas manos para tirar de los broches de su capa tratando de liberarse y evitar ahorcarse con su prenda.

Relda bajó de los engranajes, cargó a Olivia y ambas se alejaron de él.

—¿Estás bien? —le preguntó a la niña.

Olivia solo asintió y abrazó con fuerza a Relda. Me acerqué a ellas y toqué el hombro de la cantante.

—Salgamos de aquí —les dije

—Pero ¿cómo? —preguntó ella

—¡NO! —los tres nos volvimos hacia Ratigan, tenía un brazo extendido hacia nosotros y la locura empezaba a asomarse en sus ojos—. ¡USTEDES NO IRÁN A NINGUNA PARTE!

Au contraire, professeur —dije con un tono de burla—. Nosotros nos pasamos a retirar

Regresé a la orilla del engranaje y me percaté de una cadena que se encontraba ante nosotros, miré hacia abajo encontrando que ahí estaba el seguro y al analizar rápido el mecanismo me di cuenta de que este era ascendente.

—Basil

Miré a Relda y ambos sonreímos a la vez que asentíamos con la cabeza, comprendiendo enseguida mi idea y aprobándola.

—Olivia, sujétate bien de Relda —indiqué a la niña—. Relda, agárrame a mí con fuerza

Me acomodé para llevarlas sobre mi espalda, pero la cantante pasó su brazo libre sobre mis hombros y se pegó a mí. Apenado con ese acercamiento la abracé de la cintura y saltamos del engranaje. Aterrizamos en el seguro, gracias al cielo —y a pesar de ser ratones— nuestro peso fue el suficiente para quitarlo, la cadena se movió, agarré uno de los eslabones y subimos a gran velocidad, dejando atrapado al malvado profesor Padraic Ratigan.

—Basil

Relda y yo nos miramos a los ojos; en ese simple gesto pude ver lo que había ocultado por años para protegerme de Ratigan: su amor hacia mí. He de admitir que yo también intenté todo este tiempo reprimir ese sentimiento, pero en mi caso fue para no distraerme de mi trabajo; pero ahora que sé que Relda siente lo mismo por mí, por primera vez no siento relevante mi vocación.

Llegamos a la cima de la torre y rompí el abrazo, pero enseguida tomé la mano de Relda y corrimos hacia la salida. Esperaba que en lo alto del Big Ben estuvieran flotando Dawson y Flaversham, porque, conociendo a Ratigan, a estas alturas su cordura habrá desaparecido dando paso a sus instintos salvajes de rata.

Mientras corríamos, pude imaginarme perfectamente la situación del profesor: Ratigan nos veía escapar, su cólera empezaba a borbotear. Había luchado por años contra los instintos salvajes comunes de su especie para hacerse un lugar en el mundo de los ratones, pero desde que nos volvimos enemigos su furia amenazaba con dejar salir ese lado primitivo suyo. Pero ahora... yo, su némesis, junto con quien se suponía era su secuaz, arruinamos todo. Años forjando su porte y elegancia de un caballero inglés se fueron al demonio por nuestra culpa y ahora lo pagaríamos... con nuestras vidas.

Su lado salvaje por fin se liberó. Sus ojos llenos de ira reflejaban su locura junto con el deseo de venganza... y sangre. Partió el broche de su capa a la mirad, liberándose, y enloquecido fue tras nosotros. Se puso a cuatro patas, sus garras atravesaron las puntas de sus guantes; sus manos aumentaron de tamaño arrancándose las prendas por completo. A medida que su fuerza crecía, su cuerpo también haciendo que su ropa se desgarrara casi por completo. Gruñendo como la rata que realmente era, corrió tras nosotros.

Relda, Olivia y yo salimos del reloj, llegando al borde de la torre. Estaba lloviendo acompañado de truenos y una densa niebla cubría la base del Big Ben.

—¡Basil, aquí arriba!

Levanté la mirada. ¡Sí! Dawson y Flaversham se aproximaban hacia nosotros, pero les era difícil por el clima. Relda levantó a Olivia hacia el globo, y mi amigo y el juguetero enseguida comprendieron lo que la cantante quería hacer. Con una mano Dawson se agarró al globo y con la otra sujetaba la cola de Flaversham, quien estaba al borde de la caja de fósforos y estiraba los brazos hacia su hija, intentando alcanzarla.

Si recordaba bien la velocidad con la que corrían las ratas, entonces no nos quedaba mucho tiempo, a pesar de la enorme estructura de la torre.

—¡Más cerca, amigos! —les pedí, sujetando a Relda de la cintura ya que estaba parada en el borde y temía que por la lluvia ella y la niña cayeran—. ¡Más cerca! ¡Más cerca!

—¡Eso intentamos, Basil! —respondió Dawson—. ¡Pero el clima nos lo dificulta!

Escuché unos gruñidos aproximándose. ¡Demonios, Ratigan! Actúe rápido. Agarré a Relda de la cintura y con fuerza la arrojé hacia el globo aerostático justo a tiempo, ya que el profesor nos alcanzó y me atacó por detrás. Hiram agarró a su hija y Relda se sujetó al borde de la caja de fósforos, mientras los Flaversham se abrazaban Dawson ayudó a Relda a subir. Una vez a salvo, ella se asomó por la borda gritando mi nombre, horrorizada al verme caer junto con mi enemigo.

Ratigan y yo rodamos por la pared de la torre, en la caía forcejé con el profesor tratando de quitármelo de encima, pero él me sujetaba con fuerza arañándome los brazos y el torso. La pared se terminó y caímos por el aire hacia las manecillas del reloj. Al ver las estructuras metálicas, Ratigan me agarró por la cintura y me colocó debajo de él para amortiguar su caída. Aterrizamos en las manecillas y el impacto hizo que nos separáramos. Estaba adolorido y mareado; no obstante, pude darme cuenta de que mi cuerpo estaba medio colgado. Abrí mis ojos y al principio vi borroso, pero casi de inmediato mi vista se recuperó y el mareo se intensificó ante lo que vi: ¡estaba colgado del borde de la manecilla! Jadeé preocupado ante semejante altura, me levanté y apoyé mi espalda en la manecilla. Ese rápido movimiento hizo que me doblara de dolor de nuevo. Perfecto, como si mi cuerpo no hubiera recibido suficiente daño.

Miré a mi alrededor y solté un suspiro de alivio al no ver a Ratigan por ningún lado; sin embargo, ese era el menor de mis problemas, necesitaba buscar la manera de bajar del Big Ben.

—¡Basil, por aquí!

Levanté la cabeza y sonreía al ver a mis amigos aproximarse, a pesar de los fuertes vientos de la tormenta eléctrica.

Solo me había apartado de la manecilla cuando de pronto Relda gritó:

—¡Basil, cuidado!

Antes de que siquiera moviera un dedo, algo me atrapó por detrás, aprisionando mi cuello. No necesitaba voltear para saber que era Ratigan en su estado salvaje de rata.

—¡Me las pagarás todas! —amenazó el enloquecido profesor

A pesar de su fuerte agarre, logré alejar su brazo de mi cuello y morderlo. Ratigan chilló de dolor y me soltó. Aproveché la oportunidad para escapar, pero para mi mala suerte no pude alejarme de él debido a que la manecilla estaba empapada y yo me resbalaba. Ratigan saltó y aterrizó frente a mí cortándome el paso.

—¡No escaparás esta vez, Basil!

Di media vuelta y corrí hacia el otro lado, pero de nuevo el profesor saltó y me cortó el paso. De repente un rayo cayó cegándome por un segundo, tiempo suficiente para que Ratigan sacaba las garras y me golpeaba de lleno en el rostro haciéndome unos cortes en la mejilla y labios. Un segundo golpe, por debajo de la mandíbula, me arrojó lejos de él. Solo logré ponerme de rodillas cuando de repente Ratigan me sujetó del hombro, enterrándome sus garras, y lanzándome por todo lo largo de la manecilla, quedando a medio camino de la punta.

El profesor no me daba tregua ni posibilidad de defenderme. Mi ropa rasgada, casi destrozada, rasguños por mi abdomen y espalda y cortes en mi rostro; incluso me rompió algunos huesos (costillas y una pierna). Me arrastraba por el suelo, tratando de alejarme de él; ya no era el elegante profesor, maestro del crimen, que por años intento tener estatus de ratón, sino que ahora era una rata salvaje. El profesor caminó lentamente hacia mí, disfrutando de mi magullada condición, cortesía suya.

—¿Qué te ocurre, Basil? —preguntó cínicamente, con sus garras en alto—. ¿No te estás divirtiendo con tu antiguo mentor? —rasgó mi espalda y por el intenso dolor que sentí estoy seguro de que en sus garras colgaban algunos retazos de mi piel.

Estaba a cuatro patas, ya no tenía fuerzas para levantarme. Ratigan rio y me pateó en el estómago haciéndome rodar por la manecilla hasta la punta, me sujeté con fuerza del borde a pensar de la humedad. La tormenta seguía azotando, levanté la mirada dándome cuenta de que el minutero estaba cerca de las doces, miré sobre mi hombro y vi que la manecilla de la hora, en la que estábamos, marcaba las diez.

Escuché una risa maligna sobre mí. Volteé y vi a Ratigan mirándome con una sonrisa malvada y la locura reflejada en sus ojos.

—Así es cómo debió terminar nuestro encuentro en la cascada Bachenreich. —dijo el profesor. De nuevo pisó mi mano derecha haciendo que me soltara y colgara del brazo izquierdo—. Y lo mejor de todo es que esta vez no hay nada ni nadie que pueda salvarte —levantó su mano y supe de inmediato que iba a darme el golpe final.

Cuando miré hacia donde apuntaba la manecilla de las horas vi de reojo a mis amigos acercarse, si Ratigan iba a...

El profesor me dio un zarpazo en el rostro provocando que me soltara. Vi a Dawson y Relda extender sus brazos hacia mí y yo estiré los míos para atraparlos, pero en ese momento el viento sopló haciendo que el globo aerostático se alejara y no pudiéramos alcanzarnos.

Caí hacia el vacío.

El profesor se asomó por el borde y al perderme de vista sonrió y gritó victorioso:

—¡HE TRIUNFADO! —y soltó una risa gloriosa.

Pero...

—¡NADA DE ESO! —la sonrisa de Ratigan desapareció y miró por el borde de la manecilla hacia abajo y sus ojos se desorbitaron al verme. El dirigible del profesor se había estrellado debajo de las manecillas por lo que pude sujetarme de la hélice de su nave—. ¡El juego no ha terminado aún!

Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y de este saqué la campana de Ratigan, la cual le quité durante el forcejeo en el Palacio de Buckingham. La toqué a la vez que el profesor revisaba incrédulo el bolsillo vacío de su destrozado chaleco y en ese momento el minutero se colocó en el número doce y las campanas del Big Ben empezaron a tocar a la vez que la lluvia se tranquilizaba. Las vibraciones hicieron que Ratigan perdiera el equilibro y cayera del borde de la manecilla.

—¡PATÁAAAAAAN! —gritó Ratigan cayendo directamente hacia mí.

Oh, oh. Eso no lo vi venir.

Guardé la campana y rápidamente trepé por la hélice, pero solo había logrado sostenerme con ambos brazos cuando Ratigan me agarró por los pies haciéndome bajar. La fuerza de la caída del profesor, más el peso de ambos, hicieron que las cuerdas del dirigible se rompieran y la hélice se separara del resto de la aeronave haciéndonos caer a los dos.

—¡BASIL! —gritó Relda.

Desde el globo aerostático Dawson, Relda y los Falversham vieron con impotencia y horror cómo Ratigan gritaba y caía junto conmigo. Bajábamos, bajábamos y bajábamos entre la niebla haciendo que perdiera de vista a mis amigos y a mi amada.

Eso era todo.

El final del malvado Napoleón del Crimen del mundo de los ratones y el más peligroso de los criminales, Padraic Ratigan. Y yo, el gran ratón detective, el Sherlock Holmes del mundo de los ratones...

¡Ajá!

Si mi héroe pudo librarse de la muerte al enfrentarse a su némesis, el profesor James Moriarty, ¡entonces yo también! Todavía sostenía la hélice del dirigible de Ratigan, si tan solo... Revisé el artefacto de inmediato. Bien, aún funcionaba. Me senté en el manubrio y empecé a pedalear con las fuerzas que me quedaban.

Vamos... vamos...

¡Sí!

La hélice empezó a girar y, tal como esperaba, comencé a elevarme. A pesar del ruido de mi transporte improvisado y las campanadas del Big Ben pude escuchar los llantos de Relda y Olivia. Miré hacia arriba: la niña abrazaba a su padre mientras sollozaba, Dawson estaba de pie junto a Mademoiselle con la cabeza gacha. Y Relda... estaba de rodillas llorando desconsoladamente cubriéndose el rostro con ambas manos, verla así me rompió el corazón.

No obstante, el dolor de mis amigos duró poco, ya que se dieron cuenta del chirrido de la hélice y todos bajaron la mirada hacia el origen, viéndome aparecer entre la niebla. Sus llantos se transformaron en gritos de júbilo.

—¡Ho, ho! ¡Miren! —exclamó Dawson feliz

—¡Que bien, es Basil! —chilló feliz Olivia saltando a los brazos de su padre

—¡Bravo! —vitoreó Hiram abrazando a su hija

—¡Es nuestro amigo, nuestro gran amigo! —siguió gritando de alegría mi mejor amigo

Por fin alcancé el globo aerostático. Dawson y Flaversham (después de soltar a su hija) me ayudaron a subir. En cuanto mis pies tocaron la nave Olivia corrió hacia mí y me abrazó enérgicamente.

—¡Basil, estás vivo! —chilló Olivia

Le respondí el abrazo a la niña, aunque mi cuerpo magullado reclamó ante ese gesto y no pude evitar hacer una mueca de dolor. Hiram se dio cuenta de mi incomodidad y le dijo a su hija que me soltara porque estaba lastimado. Apenada, Olivia me soltó, pero, para demostrarle que no estaba molesto, le acaricié gentilmente la cabeza.

Dawson también me abrazó, pero él con más cuidado.

—En verdad que has cambiado mucho en estos dos años —comentó mi amigo, rompiendo el abrazo— ¡no te recordaba tan temerario!

—Cuando se trata de Ratigan no puedo evitar actuar así —contesté entre risas

Sin embargo, ese simple gesto también fue demasiado para mi malherido cuerpo. Dawson vio mi reacción y me ayudó a sentarme. Había dejado de llover y el cielo se aclaró revelando una hermosa luna llena, su resplandor le permitió a mis amigos ver mi condición y ninguno pudo ocultar su asombro y preocupación al verme gravemente herido. Dawson se levantó y entre él y Flaversham dirigieron el globo hacia el suelo.

En el descenso, Olivia estuvo sentada a mi lado mirándome con preocupación, mientras que Relda solo estaba de pie ante nosotros sin ninguna expresión en su rostro y en completo silencio. Verla así me puso ansioso porque no sabía qué estaba pensando o sintiendo. Con dificultad me levanté y me paré ante ella.

—Relda...

Fue lo más que pude decir porque ella de repente me abrazó y enterrando su cabeza en mi pecho empezó a llorar; lo único que se me ocurrió hacer fue abrazarla y acariciar su cabello.

—Tranquila, Relda. Ya pasó. Todo está bien. Ratigan se fue para siempre.

—¡Nunca, JAMÁS, me vuelvas a hacer algo así, Basil Holmwood! —lloró Relda, dándome unos golpes en el pecho—. ¡No me había asustado tanto desde lo de la cascada Bachenreich!

No dije nada, no había más que decir.

Estuvimos abrazados todo el tiempo hasta que por fin el improvisado globo aerostático tocó tierra. Menos mal que la lluvia había asustado a los humanos por lo que la calle estaba desierta, además de que eran pasadas las diez de la noche.

Bajamos del globo y de pronto Olivia gritó horrorizada y abrazó a su padre ocultado su rostro en su cintura.

—¡Olivia ¿qué pasa?! —preguntó preocupado Hiram

La niña, sin separarse de su padre, señaló la causa de su miedo. Los cuatro miramos y soltamos un jadeó ante lo que vimos: Padraic Ratigan, o lo que quedaba de él, estaba tendido en el suelo ante nosotros en un gran charco de sangre. En sus manos apretaba la orilla de su capa, seguramente trató de usarla como paracaídas improvisado, pero al estar desgarrada la prenda le fue imposible usarla de ese modo por lo que cayó hacia su muerte.

Al parecer mi "predicción" fue cierta: Este caso fue el último que me llevó, por fin, a la derrota del malvado profesor Padraic Ratigan.

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