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1.- El secuestro

LONDRES, 1897

La noche comenzaba a caer en las calles de Londres, las farolas se encendían y los transeúntes iban de un lado a otro; algunos con calma y otros con prisa.

—¡Fuera! ¡Fuera de aquí!

En una tienda de repostería un empleado perseguía a un ratón, que descubrió dentro del establecimiento, con una escoba y tratando de golpearlo con esto. Por fin el roedor salió del local y el empleado cerró de un portazo. Tan molesto estaba con el intruso que no se percató de que el animal se veía inusual: traía ropa puesta, llevaba una caja en las patas delanteras y, por lo mismo, huyó de él en dos patas.

Una vez fuera del peligro, cerciorándose de que el humano no regresaría, el ratón soltó un suspiro de alivio a la vez que con una mano sacaba del bolsillo de su pantalón un pañuelo y se limpiaba el sudor de la frente, teniendo cuidado de no golpear sus lentes.

—¡Hiram!

El ratón se volvió hacia la entrada para ratones de la pastelería por donde salió el dueño del local.

—Monsieur Fournier ¿sucede algo?

—¿Qué si sucede algo? ¡Oh là là, Hiram! ¡Lamento mucho lo ocurrido! Creímos que los humanos estarían más tiempo en la bodega y por eso te permitimos salir por el local de los humanos ¡no pensé que llegarían antes! Je suis desolé!

—Tranquilo, Monsieur Fournier. Gracias al cielo no pasó nada grave. Además, ya estoy acostumbrado a este tipo de cosas.

—¿Qué cosa?

—Siempre voy a la juguetería humana, en la cual se encuentra la mía, a buscar algún material que pueda serme útil y también tengo la mala suerte de que me ven y me persiguen. Así que ya sé cómo evadir a los humanos.

—¡Ah! ¡Madre mía! Sí que eres temerario, mon ami

—Lo sé. Mi esposa solía molestarse mucho conmigo por eso —de pronto la expresión de Hiram se entristeció

—¡Oh, Hiram! —al verlo así, el chef pâtissier señaló la caja que el juguetero llevaba—. A propósito, ¿el pastel no se daño? De ser así puedo darte otro

—¡Oh, cierto! —Hiram abrió la caja y soltó un suspiro de alivio al ver que el pastel de cumpleaños estaba intacto—. Sí, esta bien —cerró la caja y sonrió al chef pâtissier—. Muchas gracias, Monsieur Fournier

—Al contrario. Fue un placer, Hiram. Dale mis felicitaciones a tu hija

—Gracias

Ambos ratones se despidieron y el juguetero se fue.

Hiram Flaversham era un juguetero que hacia un par de años enviudó y tenía una pequeña hija que, el día de hoy, estaba cumpliendo ocho años.

En el mundo de los ratones era común que estos tuvieran su pequeña comunidad en alguna parte de la ciudad humana, ya sean en lugares populares o apartado, como en parques, bodegas en desuso (pero que no corran el riesgo de ser demolidas y no haya otros animales viviendo ahí y que los pongan en peligro) y sótanos de edificios o casas abandonadas (igual, sin riesgo alguno). Eran muy raras, y peligrosas, que hubiera excepciones a esa regla —como la repostería de Monsieur Fournier y la juguetería de Hiram— en la que un ratón construyera un negocio en el que se encontraba en función la del humano o vivir en una residencia de humanos.

Hiram caminó lo más rápido que pudo, con cuidado de no ser aplastado por algún humano, de vuelta a su casa. El juguetero humano estaba cerrando su tienda cuando el juguetero ratón llegaba. Hiram fue a la parte de la tienda donde se ingresaba a la suya. Abrió con su llave y entró a su juguetería; hoy era de esos días especiales para su familia por lo que no abría la tienda. Pasó junto al mostrador, el taller y de este a la puerta que conectaba a su hogar.

—¡Olivia, ya llegué! —anunció Hiram en cuanto cruzó la puerta.

—¡Bienvenido a casa, papi!

Corría hacia él una niña de pelaje castaño vistiendo un vestido escocés en diferentes tonos de azules y un lazo rojo sobre su oreja izquierda. Detrás de ella venía una joven ratona de no más de veinte años, su institutriz. Hiram dejó la caja con el pastel en una mesa cerca de la puerta y abrazó a su hija.

—¿Te portaste bien, mi pequeñita?

—¡Claro que sí, padre! Y también he aprendido mucho

—¿En serio? —Hiram miró a la institutriz

—En efecto, Olivia aprende muy rápido, aunque sigue teniendo dificultades con las matemáticas

—Es porque son solo un montón de números que no tienen sentido —se quejó la niña haciendo un puchero

—Lo sé, lo sé, Olivia —dijo su padre dándole unas palmaditas en la cabeza—. Si te soy honesto, yo también tenía muchas dificultades para aprender matemáticas cuando tenía tu edad

—¿De verdad?

—Sí

Esa revelación animó a Olivia. La institutriz se despidió de los Flaversham disculpándose por no poder quedarse a la celebración debido a un compromiso. La familia se despidió de ella y la joven ratona se retiró.

Padre e hija fueron a la cocina a terminar de preparar todo para el cumpleaños de Olivia. Por lo general su hija celebraba su cumpleaños en compañía de  unos amigos con una merienda sencilla, pero desde que perdió a su madre la niña prefirió celebrarlo solo con su padre. Prepararon el comedor y celebraron el octavo cumpleaños de Olivia cenando y conversando. Llegó el momento de cortar el pastel. Hiram lo sacó de la caja y lo colocó ante su hija; puso una vela en el pastel y la encendió.

—Pide un deseo, Olivia

La pequeña cerró los ojos concentrándose en su deseo, los abrió y sopló con fuerza. El juguetero aplaudió con ganas.

—Muy bien, cariño ¿qué deseo pediste?

—Normalmente no se debe contar porque sino nunca se cumplirá

—Pero a veces también se cumplen. Vamos, cuéntame

—Está bien, padre. Aunque dudo mucho que este se vuelva realidad

—¿Por qué?

—Porque deseé que mami regrese con nosotros y eso es algo que nunca pasará

—Oh, Olivia

La niña se volvió hacia una fotografía de su madre que estaba colgado en la pared. Familiares y amigos siempre le decían que se parecía mucho a ella y que seguramente ese parecido y belleza se notarían más al crecer; lamentablemente, su madre nunca la vería. Hiram abrazó a su hija y la pequeña derramó un par de lágrimas. Era poco el tiempo en que perdieron a Catherine Flaversham, pero para ellos se sentía más tiempo.

Hiram limpió las lágrimas de su hija y le sonrió con ternura.

—Ven, Olivia. Es hora de darte tu regalo

Olivia se limpió el rostro y sonrió emocionada a su padre.

—¿Qué es? ¿Qué es?

—Vamos al taller y ahí te lo daré

Padre e hija así lo hicieron. Hiram le dijo a Olivia que se sentara ante la mesa de trabajo y cerrara los ojos ya que era una sorpresa. La niña se cubrió los ojos con las manos, pero trató de espiar entre los dedos y su padre la descubrió.

—Ah, ah, ah. Sin trampas

Su hija se rio al verse descubierta y esta vez se cubrió bien los ojos con las manos. El juguetero sacó de la parte inferior del armario un juguete con la forma de un capullo de flor de color rosa, pero si se le prestaba atención se podía ver una llave plateada en uno de los lados. Hiram colocó el juguete en la mesa ante su hija y le dio cuerda.

Al escuchar la música, Olivia se destapó los ojos y vio fascinada el juguete apenas dándole tiempo de verla como un capullo ya que esta se transformó revelando a una bailarina, siendo los pétalos la falda. La niña jadeó asombrada al reconocer a la pequeña bailarina; era su madre y la canción que sonaba era la que ella le cantaba antes de dormir. Se cubrió la boca con las manos a la vez que las lágrimas volvían a salir, pero esta vez eran felices; su padre le hizo ese regalo para sentir más cerca a su madre.

Hiram veía atento las reacciones de su hija esperando no entristecerla con el regalo, pero esa preocupación desapareció como un suspiro de alivio al ver la sonrisa en su rostro, después de que apartó las manos de su boca.

En las solitarias calles de Londres dos personas, un ratón y un murciélago, caminaban hacia la juguetería Flaversham.

—¿Estas seguro de que no hay nadie más que el juguetero y la niña? —preguntó el ratón al murciélago—. Sabes perfectamente que no podemos cometer errores

—Sí, estoy seguro —contestó el murciélago notándose la molestia en su voz ante la desconfianza—. Lo seguí todo el día. Su última parada fue una tienda de repostería y vi salir a una muchacha, que era la institutriz. A quién debería preguntarle si los únicos que se encuentran en la casa son los Flaversham porque tú has vigilado el lugar todo el día.

—A diferencia de ti, murciélago inepto, yo sí hago bien mi trabajo

El murciélago iba a seguir discutiendo con el ratón, pero se calló cuando su acompañante sacó algo del interior de su abrigo y le apuntó con este al estómago. Odiaba cuando se ponía así.

—Entonces "jefe" ¿vamos por ellos?

—Tú irás por ellos. Este es tu trabajo, pero el profesor me envió contigo para asegurarme de que no lo arruines. Así que sí, vamos.

Refunfuñando, el murciélago se encaminó a la puerta de la juguetería.

La bailarina—caja musical terminó su danza y volvió a ser un capullo de flor.

Olivia se limpió el resto de las lágrimas, se levantó y abrazó a su padre.

—Muchas gracias, este es el mejor regalo del mundo

—Quería que tuvieras algo que te ayudara a sentir a tu madre cerca y ya no estuvieras triste

—Eres el padres más maravilloso de todo el mundo

Ese momento feliz se interrumpió al escuchar la perilla de una puerta moverse con brusquedad. Padre e hija se asomaron por la puerta de la trastienda y vieron la perilla de la puerta de la juguetería moverse violentamente, como si alguien intentara entrar.

—¿Quién... quién será? —preguntó nerviosa Olivia

—No sé —y era verdad. Por ser el cumpleaños de su hija Hiram no había trabajado, además ya eran casi las diez de la noche por lo que tampoco podía ser posible que se tratara de un cliente. Llevó a su hija a la entrada de la casa—. Cerraré con tabla la puerta, escóndete en alguna parte de la casa y no salgas hasta que venga por ti ¿entendido, cariño?

—Papi...

El forcejeo de la puerta cesó, pero eso puso más nervioso a Hiram porque eso significaba que, quien o quienes fueran, buscaban otra forma de entrar.

—Obedéceme por favor, Olivia —le dio un beso en la frente a su hija esperando así calmarla—. Estaré bien. Te amo, hija

—Y yo a ti

Olivia entró a la casa, Hiram cerró la puerta y colocó la tabla para cubrirla a la vez que escuchaba la ventana de la juguetería romperse. Entró a la tienda encontrándose con un murciélago que de inmediato se fue sobre él.

En la casa Olivia escuchaba el alboroto que provenía de la juguetería y los gritos de su padre suplicándole al intruso que lo dejara en paz. De pronto se escuchó un golpe seguido de un jadeo y algo pesado cayendo al piso.

—Ata al juguetero y llévatelo. —dijo una voz que hizo que el pelaje de Olivia se pusiera de punta ante lo fría y cruel que se escuchaba—. Yo voy por la niña

—No... Olivia... —otro golpe se escuchó y Hiram soltó un quejido—. Haré lo... que quieran... pero no... mi hija...

—Lo siento mucho, juguetero —dijo esa misma voz con un deje de burla—. Pero la invitación del profesor es para los Flaversham y esos son tú y tu hija

—Ella... no está...

—Mientes. Sabemos que esta noche estaban solos ustedes dos. Mi compañero te siguió todo el día y por lo mismo sabemos que estaban celebrando un cumpleaños y por eso la institutriz se retiró temprano. —estuvieron en silencio unos segundos y la voz continuó—. Pensándolo bien, tú ve por la niña y yo me llevó al juguetero

—¡No! ¡Olivia!

Un golpe más fuerte que los otros se oyó y esta vez no se escuchó ninguna reacción de Hiram; al parecer el intruso lo noqueó.

Olivia retrocedió, entrando más en la casa. Debía salir de ahí y buscar ayuda lo más pronto posible. Lo más callada posible, corrió hacia la parte de atrás de la casa que conectaba con la juguetería humana; el dueño ya se había ido también por lo que sería seguro para ella escapar por ahí, el único problema después de que saliera era ¿a dónde debería ir? Esperaba que hubiera algún policía patrullando por las calles a esa hora de la noche y que le creyera.

Unos horribles golpes provenientes de la puerta de la casa le indicaron a la niña que tenía poco tiempo para huir...

¡BAM!

Olivia se detuvo de golpe al escuchar el horrible sonido. ¡Un disparo! Oh, no, ¿esos intrusos no le habrían hecho daño a su padre? ¿O sí?

—Y todavía tienes el descaro de quejarte sobre por qué el profesor no te asigna misiones más importantes —dijo el desconocido escuchándose más clara su voz ya que la puerta estaba abierta—. ¡Ve por la chiquilla antes de que se escape, idiota!

—¡No me digas cómo hacer mi trabajo! —reclamó una segunda voz. Esta se oía graciosa, pero por la situación actual no le hizo ni pizca de gracia a Olivia.

La pequeña llegó a la puerta que conectaba a la juguetería, pero en el camino pisó algo que la hizo resbalar y casi caer. Bajó la mirada encontrándose con un periódico viejo y fue cuando notó el titular:

FAMOSO DETECTIVE RESUELVE MISTERIOSA DESAPARICIÓN

Un detective. ¡Eso es! Si al escapar no encontraba un policía podía ir a pedirle ayuda a ese detective. Recogió el periódico y lo guardó en el bolsillo de su vestido.

—¡Ahí estás!

Olivia miró detrás de ella. Un murciélago con una pata de palo corría (más bien parecía que saltaba) hacia ella. Corrió hacia la puerta y la abrió, entró al pasadizo que la llevaría a la juguetería humana y estaba por cerrarla, pero el murciélago sujetó la perilla del otro lado y tiró de esta abriendo la puerta de un tirón y Olivia corrió lo mas rápido posible por el pasadizo. Escuchaba la risa burlona del murciélago a la vez que canturreaba «¡No podrás escapar de mí!». Terminó el pasadizo, abrió de un tirón la puerta y está vez pudo cerrarla a tiempo escuchando el golpe que el murciélago se dio al chocar con esta.

¡Estaba a salvo!

Había ido de visita a ese lugar muchas veces —ganándose regaños y castigos de su padre por ponerse en peligro— por lo que conocía perfectamente cada rincón y, por ende, dónde estaba la salida. Iba a medio camino cuando escuchó la puerta del pasadizo abrirse y vio al murciélago entrar, sobándose la nariz y lo escuchó mascullar. Olivia se ocultó entre las sombras de los muebles y los juguetes esparcidos en el suelo. El murciégalo empezaba a enojarse al no poder encontrar a la chiquilla.

«Debo encontrar a esa mocosa o Doran me matará ¡literalmente!» pensó preocupado el murciélago mirando a su alrededor en busca de la niña.

Olivia recorrió la juguetería humana con éxito, logró salir aunque hizo ruido al momento de abrir la puerta oculta, pero eso no importó porque estaba demasiado lejos del murciélago y una vez en la calle ese malvado con pata de palo no podría encontrarla. Y lo comprobó al escuchar el gritó que este soltó al darse cuenta de que salió a la calle y, por ende, perdiéndola.

Por su propio bien, Olivia no se detuvo sino hasta que estuvo a una calle lejos de su hogar. Se ocultó dentro de un periódico humano, que estaba medio doblado como si fuera una tienda de campaña. Una vez sola por fin se permitió llorar. Su cumpleaños ya era bastante difícil de celebrar sin su madre y ahora un par de secuestradores se llevaron a su padre y casi se la llevaban a ella también. No comprendía ¿por qué alguien querría secuestrarlos? Su padre era un juguetero, una buena persona, amable con todos y no tenían un estatuto grande ni su familia, tanto del lado paterno como materno. Entonces ¿qué querían de ellos?

Metió la mano en el bolsillo de su vestido buscando un pañuelo, pero en su lugar sintió un manojo de papales. Lo sacó y vio que era un periódico, olvidó por completo que lo guardó para buscar a ese detective; en su huida no vio a ningún policía por lo que ese detective era su única ayuda. Salió de su escondite y se acercó a un farol para leer bien el artículo, necesitaba el nombre del detective y su dirección si quería encontrarlo. La mala noticia, no había dicha dirección, la buena era que tenía una pista de donde encontrarlo gracias a su nombre:

Basil de la Calle Baker

Arrancó la primera pagina, donde estaba el artículo, tiró el resto y empezó su camino a la búsqueda que, según decía el periódico, era el Gran Ratón Detective del mundo de los ratones.

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