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3. Océano azul.

—¿A dónde vamos? —YuuJi sostiene su mano, sonriente, tan resplandeciente que su corazón puede parar de latir en cualquier momento.

—Vi en cartelera que cierta película está en sala —canturrea, acto que provoca la risa enternecedora del de cabello rosa, quien abraza toda su extremidad superior derecha como agradecimiento comparándolo con otras veces en el mar de los recuerdos.

—No puedo esperar a que lleguemos a verla —dice contento, con la felicidad misma viajando de oreja a oreja mientras se cuelga de su mano al querer avanzar más rápido.

Han ido de compras, bolsas que están en el maletero de Gōjo. YuuJi resplandece con cada paso que dan, haciéndolo sonreír. No pudo evitar caer enamorado de él, es simplemente una bella estrella que ha caído en el planeta. Es una pena que detrás de esa tierna sonrisa se encuentren una serie de desgracias acompañadas de muertes de seres queridos. YuuJi está maldito, eso es algo que no necesita recordar para saber.

¿Cuánto daño ha generado Sukuna en tan bonito ser?

No puede evitar suspirar, llorar por el pasado es algo que ambos han decidido dejar atrás. Todos aquellos que murieron deben de estar encontrando paz.

Sostiene su mano con fuerza, decidido a atravesar la mejor de las citas.

Una noche en el cine donde su preciado YuuJi rió hasta hartarse, de echarse en su hombro y sonreírle cada tanto.

Luego, una cena deslumbrante donde pudo saborear esos labios que su corazón tanto aclama.

Y al finalizar, sus bonitos glúteos rebotar contra su entrepierna para culminar la salida.

Ahora que duerme como un niño, no puede evitar quedarse despierto para cuidar de su sueño, de despejar su frente retirando los pocos cabellos que se pegan a su piel perlada.

Cita tras cita, el desenvolvimiento de YuuJi es el mismo.

Sonrisas, sonrojos, besos, abrazos, caricias y sexo. Mas las palabras de amor venían sobrando.

No puede presionarlo, no más, no cuando vio a amigos morir en aquel evento catastrófico.

Aunque, a veces, le gustaría entrar a su cabeza para saber qué piensa.

Verlo dormir es enternecedor. Arruga la nariz, pelea y llora en medio de sus sueños, debe de reconfortarlo diciendo "Gōjo está aquí" para que pueda dormir en paz otra vez.

Aunque quizá es solo su corazón mintiéndose para poder ser feliz.

Por eso cada que YuuJi susurra "te amo, Satoru" entre lágrimas guiadas por un sueño desgarrador, es que sabe que jamás será correspondido, por mucho que esté usando su cuerpo para encontrar un final feliz a lado de la persona que ama.

. . . .

La guerra ha llegado a su fin.

Él ha muerto.

Todo ha terminado.

Todo, absolutamente todo.

No habrá más noches de dormir juntos, ni cenas a la luz de la luna.

No habrá más escapadas al cine, ni relaciones sexuales de por medio.

No habrán más besos.

No habrán más esos bellos ojos que conectan con su alma, sumergiéndolo en un océano azul.

Simplemente se ha apagado.

El mundo ha perdido calidez cuando él se ha ido.

Y duele, duele tanto que desea morirse junto con él, de ser enterrados juntos de ser posible.

Quizá es por eso que aceptó.

Cuando vió su cuerpo caminar hacia él pensó que aquella noticia que había muerto era falsa, mas esa marca en su frente y sus palabras le indicaron que aquello era una realidad.

"Finge que soy él..., finge que me amas aunque sea a través de él."

Nunca debió aceptar.

No importa que sea su cuerpo, no es Gōjo quien lo besa, no es aquel que su corazón ama, es una mentira desgarradora que ya desea terminar.

Es por eso que se levanta de la cama, sucio de haber compartido su cuerpo con alguien más, por mucho que sea el físico de su amado no es él, nunca será él, jamás sentirá estar flotando en el océano una vez más porque el dueño de esa mirada está muerto. Camina escaleras arriba luego de visitar la cocina, perezoso de sus movimientos. Cansado de llorar entre sueños aclamando por el hombre que ama y que no vendrá de vuelta a calmarlo a base de besos.

Entonces, la luna lo recibe besando su piel, soplando dulcemente para que pueda sentarse en el tejado sin problema. Mirando al cielo, recita—: Satoru, ¿está bien? —susurra—. ¿Está bien que acepte aunque no seas tú? No, ¿verdad? Siempre has sido celoso. ¿Cómo podría considerarlo? Lo siento. No debí hacerlo. Debí morir junto a ti ese día. Perdóname por no ser tan fuerte y conformarme con el fantasma de lo que alguna vez fuiste. —Sorbe por la nariz, arrebata de sus mejillas las lágrimas que viajan sin respeto cuando lo que desea es hacerle llegar a Satoru sus sentimientos—. ¿Qué pensarás de esto? Seguramente no desees mirarme, pero no puedo evitarlo, no puedo evitar tener estos pensamientos que no me dejan en paz. Debí actuar como un viudo, no conformarme con tu cuerpo vacío, con un usurpador que jamás te llegará a los pies. Lo siento... Lo siento. Ni siquiera debería de llorar, ¿no es así? Ya no lo soporto más. —Sujeta el cuchillo, un solo movimiento basta, sólo hay que clavarlo—. Oye, Satoru... —susurra—. Siempre te voy a amar.

Mas las manos de Yuta lo impiden, sosteniendo su cuerpo en medio del forcejeo, que, aunque lo desee o no, termina arrastrando su cuerpo en una caída para irse de una vez de ahí.

De un pecado que no debieron cometer.

Eso desearía pensar, que la muerte limpiará cada uno de sus errores y que Satoru nunca más lo repudiará, pero al ver ese cuerpo y encontrar un azul semejante al mar no puede evitar abrazarlo pidiendo perdón, aun cuando sabe que es su desesperación queriendo atraer la calma.

Mas no hay nada.

Solo una mirada vacía con un océano al que jamás regresará. Muerto a un lado suyo producto de una caída estrepitosa. Seguramente no deseaba vivir más, igual que él, aunque es tan gracioso el infortunio porque ni aun anhelando la muerte puede besarla para irse con ella.

Al menos ya no hay un usurpador.

Aunque no importa, no importa nada de eso porque perecerá, tarde o temprano deberá de morir.

—¿Verdad..., Satoru? ¿Esta... rás ahí... esperán... dome? ¿Segui... Seguirás amándome? Per... perdóname...

***
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