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CAPÍTULO XV - Navidad en mayo


¿Sentiste curiosidad por saltar hasta aquí? ¿Acaso eres tú un saltador de historias, también? Seguramente te preguntes, ¿qué pasó con Anabelle?

Oh, te lo voy a contar, del tirón, ya que ha pasado bastante tiempo desde que la pequeña niña regresó a casa con sus padres.

Esa misma mañana, Anabelle pidió a sus padres que, por favor, si tenían corazón, si realmente eran seres humanos con sentimientos, llamaran a Carlos y le dijeran que viniera a casa de los abuelos, porque tenían que festejar la Navidad.

-¡Festejar la Navidad! ¿En mayo? -Carlos se rio de la ocurrencia de su hermana menor, pero le pareció buena idea.

Le pasó el teléfono a Leticia, que confesó, con entusiasmo, estar de acuerdo con la sugerencia.

A eso del mediodía, todos estaban reunidos en la casa de los abuelos. Evidentemente, no festejaron la Navidad con las lucecitas, ni el arbolito, ni los regalos. Anabelle no se refería a esa Navidad, y Leticia, que era su gemela, comprendía perfectamente. Fue uno de los días más felices. Invitaron también a Christy y a otros amigos del colegio. Sería, como la llamaron Mike y Sara, la reunión de mayo. Repartieron galletas y ponche de frutas y Anabelle sugirió que cada uno contara un cuento.

-¡Qué rara proposición, viniendo de ti, Anabelle! -dijo Leticia, pues Anabelle no solía leer tantos libros como ella y papá.

A todos les pareció divertido, sin embargo. Los abuelos comenzaron, contando anécdotas de su pasado y de cómo, a bordo de un barco, habían llegado a la costa cuando la actividad pesquera estaba en su auge, se contaban mitos sobre ballenas y capitanes obstinados. Papá y mamá contaron a los niños cómo fue que se conocieron. Las niñas se ilusionaron con la historia romántica de dos estudiantes universitarios que atravesaban la ciudad, en medio de la lluvia, tapándose con periódicos, porque eran tan pobres que no les alcanzaba para un paraguas, todo con tal de verse. Los niños, a su vez, inventaron fabulosas narraciones en donde eran astronautas, detectives o soldados. Christy narró cómo su perro, cierto día, había ayudado a un gatito a salir de un hoyo profundo al que había caído. Leticia, por el contrario, aguardaba paciente a que todos contaran sus historias, mirando a Anabelle, porque en realidad, se sentía un poco dudosa de decir algo y que su hermana contestara, como siempre, que «no era interesante». Sin embargo, cuando le llegó su turno, y contó sobre su sueño de ser una escritora, como Agatha Christie, Anabelle la escuchó con fascinación y esto alegró mucho su corazón.

Al anochecer todos salieron al jardín, encendieron una hoguera y asaron malvaviscos. Anabelle y Leticia se sentaron juntas, un poco apartadas de los demás, y contemplaron las estrellas. La Vía Láctea no se podía ver en una ciudad tan llena de luces, pero ahí estaba la Luna. En un momento Leticia sacó de su bolsillo un regalo envuelto en papel y se lo acercó a Anabelle.

-Toma -dijo-, ya sé que no es Navidad y que no hacía falta hacer regalos, pero esto lo hice para ti.

Anabelle abrió el envoltorio y descubrió, bien doblado, el gorro que Leticia estuvo cosiendo en aquella historia. El dibujo del trébol en la tela estaba terminado. Anabelle, boquiabierta, se colocó el gorro en la cabeza.

-Es un gorro de la buena suerte -dijo Leticia-, así no te volverá a doler la cabeza en medio de clases.

Anabelle no pudo resistirse a abrazar a su hermana, a quien se dio cuenta de que quería con toda el alma.

-Yo no tengo ningún regalo -dijo Ana.

-No te preocupes -respondió Leticia, encogiéndose de hombros.

Entonces, un recuerdo voló a la cabeza de Anabelle, un recuerdo que la preocupó bastante.

-Leticia. Sé lo que escondes debajo de tu cama y te prometo que no le diré a mamá, pero por favor, déjame ayudarte.

-Oh -tartamudeó Leticia-, ¿los dulces?

-Sí -dijo Ana-, es malo para tu salud. Si no puedo darte un regalo material en este momento, permíteme que te libere de un daño mucho peor.

Y entonces Leticia se echó a reír.

-¿Los dulces debajo de la cama? -repitió-, oh, Anabelle, esos no son dulces.

Anabelle se zafó del abrazo y sacudió la cabeza.

-¿Cómo que no? ¿Entonces qué se supone que son? Yo los vi muy de cerca y estoy segura de que son dulces.

-Ah, Anabelle, siempre andas tan pendiente de ti misma que no te percataste de que es una simple manualidad de la escuela. Están hechos de plastilina, foami escarchado y hielo seco. Me esforcé tanto en que parecieran reales... Pero... ¿por qué haces esa mueca tan graciosa? ¡Oh! ¡No me digas que te comiste un pedazo creyendo que eran reales! ¿Fue ese pedacito de la magdalena que noté esta mañana?

Y Leticia golpeó el hombro de Ana con su puño, sin poder contener la risa. Anabelle, sintiéndose tonta, no pudo creer que hubo confundido el sabor del hielo seco con el de una magdalena real. ¡Con razón se había sentido tan mal después de comerla! ¿Pero entonces por qué sabía tan dulce?

-Leticia, ¿le echaste azúcar a esa aberración? -se quejó Anabelle, enfadada.

-Quizás un poquito..., cuando jugaba con hormigas ayer.

-¡Oh, pero qué demonios...!

Y agarró los hombros de su hermana, para zarandearla, pero en lugar de enojarse con ella, se unió a su risa y ambas niñas rodaron por el suelo, sin poder contener las carcajadas.

Fin.

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