CAPÍTULO VIII - La historia de Carla
-¿Cómo supiste que siguiendo el río llegaríamos a este lugar? -preguntó Anna, cuando ambas se sentaron al borde de la pileta a escurrirse el agua de sus cabellos. Las demás personas que pasaban cerca se les quedaban viendo. Qué curioso espectáculo, una niña con túnica de fraile y la otra con ropa deportiva, en una piscina; claramente ninguna había preparado trajes de baño para la ocasión.
-Por las historias que se contaban sobre él -contestó Carla-. Era el río más famoso del país, mencionado en el pueblo, en el manicomio, en las aldeas, en todos los lugares; absolutamente todo parecía girar en torno al Río Grande y cuando es así, según lo que me ha dicho Lacey, es porque la historia le pertenece al elemento sobre el que todo parece girar en torno.
-¿Es decir que estamos en el cuento de un río? -inquirió Ana, intrigada.
-¡Estábamos! -puntualizó Carla -Hemos saltado a otra historia, y si te preguntas qué tiene que ver que el río sea el protagonista del anterior cuento, es porque, según lo que me ha dicho Lacey, los puentes entre las distintas historias suelen estar en esos lugares sobre lo que todo gira en torno. Son lugares centrales y hay, por así decirlo, una mayor concentración de energía.
-Pero ¿cómo estuviste segura de que era el río y no el bosque, por ejemplo? Río Grande incluía el bosque, también, ¿no es así?
-¡Era más que evidente! Te aseguro que lo primero que escuché al llegar a ese lugar fue Río Grande y antes de que me apresaran en el manicomio, me topé con muchísimas personas hablando sobre el dichoso río, pero ninguna leyenda se basaba en el bosque. Historias como la de aquel mercader que me dijo que una misteriosa bestia ahogó a su pequeña hija, cuando esta se bañaba dulcemente en la orilla. O aquel cuento de dos trovadores que dijeron que una noche, al quedarse dormidos cerca de la orilla, escucharon los cantos de una mujer y tras caminar hacia las aguas vieron a una hermosísima dama bailando en el río, emitiendo una luz dorada desde su piel.
>> O la más enigmática de todas las historias, narrada por una graciosa tendera que conocí cierto día, que me contó que Río Grande en realidad eran las lágrimas de un ángel caído, expulsado de los cielos por un pecado tan horrible que ni siquiera se les permite a los simples mortales saber de cuál se trata para que así no cometan el mismo error, y en caso tal de que lo cometan, podrán reducir su condena adjudicando su pecado a la ignorancia. El ángel, al verse expulsado de su antigua morada, se sumió en una profunda tristeza y no paró de llorar hasta que se formó el largo y estrecho río que ya conocimos. Este río tiene propiedades malignas, influidas por el pecado cometido, lo que da pie a que de sus aguas surjan las más temibles bestias. La tendera me dijo que, si seguía el río hasta el origen de su cauce, lograría encontrar al ángel desterrado. Y créeme que estuve a punto de proponerme dicha misión, sino fuera porque la tendera me dijo que el cauce de Río Grande tiene origen en la montaña, en una cueva oscura de la que nadie tiene conocimiento que posea entrada.
>> Lacey me enseñó a tomarme en serio todas estas historias. ¿A ti no te lo han enseñado?
-¿Pues quién va a enseñarme? -replicó Ana-, yo no sé quién es esa tal Lacey.
-Lógicamente no, pero de seguro que habrás conocido a algún genio mágico como Lacey, de lo contrario no estarías aquí. Sé que eres una saltadora de historias, como yo, lo noté por la forma en la que ibas vestida, exactamente como suele vestir la gente en mi mundo. Verás, en mi mundo estamos en el año 2024.
-¡Yo también soy del año 2024! ¿Por qué no me ayudas a volver a casa? -exclamó Anabelle, alegre con esa coincidencia.
-Porque, aunque seamos del mismo año, probablemente no somos de la misma historia -sentenció Carla, clavando sus ojos claros en los de Ana, con lúgubre seriedad.
-¡Pero no tiene sentido! -masculló Ana.
-Por supuesto que lo tiene, no sé cómo no lo comprendes aún. ¿Dónde está tu genio?
-¡No lo sé! Me dejó tirada, huye de mí, es un genio irresponsable y tonto. A propósito, ¿dónde está el tuyo?
-Oh, no tengo la menor idea, pero sé que si lo necesitara podría encontrarlo fácilmente abriendo su libro.
-¿Y por qué no lo buscas entonces?
-¿Y perderme la diversión de explorar historias? ¡Por supuesto que no!
Anabelle dejó caer su rostro sobre sus manos exhalando un suspiro de frustración. Le estaba costando mucho entender cuáles eran las aspiraciones de su nueva amiga.
-¿Pero no que querías volver a casa? -le preguntó una vez más.
-Amiga, claro que quiero, pero no en este momento -respondió Carla, encogiéndose de hombros, ignorando que lo que daba por hecho no representaba la misma facilidad de entendimiento para el resto-, todavía me faltan muchas historias que explorar el día de hoy. Regresaré para la hora de la cena.
Anabelle ensanchó sus ojos.
-¡Es decir que conoces el camino de regreso!
-Claro que sí, siempre lo guardo en mi bolsillo.
Esbozó una sonrisa maliciosa y palpó el bolsillo de su túnica, dándose cuenta de inmediato de su imprudencia. Su semblante palideció.
-¡Oh, no! -gritó-, ¡está mojado! ¡Espero que no se haya deshecho! -y sacó del bolsillo un libro húmedo, al que fue revisando página por página con suma suavidad. Luego se incorporó y salió corriendo, gritando: -¡Vamos a buscar un lugar más soleado!
Corrieron juntas a través de la gente, lejos de las sombrillas de alrededor de la pileta. Como la música era más alta ahora, tuvieron que hablarse a los gritos.
-¡Necesito secarlo o la tinta se correrá! -dijo Carla.
-¡No entiendo!
-¡Tranquila, ya verás!
Como ovejas negras en medio de un enorme rebaño, se abrieron paso entre el gentío de la feria hasta llegar a una plaza más amplia. Alrededor correteaban otros niños y también se cruzaban en su camino carritos de ventas con globos amarrados en sus techos. El sol pegaba fuerte y la gente llevaba sombreros para protegerse, sin embargo, la brisa también soplaba con dulzura y lo ayudaba a uno a secarse. Llegaron hasta una banqueta larga, cuya mitad la bañaba un rayo de sol y la otra mitad la ensombrecía la frondosa copa de un centenario roble. Las dos niñas tomaron asiento y Carla colocó el libro al sol y le prometió a Anabelle que antes de que el libro se secara le explicaría todo. Anabelle, por su parte, volvió a sentir apetito cuando el olor de la comida de la feria llegó a su nariz.
Carla sacó de su bolsillo, entonces, unas monedas, y se las entregó a Anabelle.
-Mira, yo también tengo hambre. Ve a comprar dos algodones de azúcar y yo te esperaré aquí. Cuando regreses, te explicaré con más detalle mi situación. No te preocupes de las monedas, porque son monedas mágicas. Cuando le pedí a Lacey que me concediera el deseo de que mi dinero se convirtiera en la moneda local de cada historia no puso objeción alguna. Ya sabes cómo son los genios con eso del equilibrio universal.
Anabelle, entonces, obedeció, corrió hasta el puesto de ventas más cercano y pidió dos enormes algodones de azúcar, volviendo al encuentro de su nueva amiga. Y cuando regresó y le ofreció el algodón a Carla y esta respondió "gracias" con tanta dulzura, a Anabelle se le encogió el corazón por alguna razón que en ese momento no supo explicar. ¿Era acaso por haberle hecho un favor a otra persona? ¿Quizás el hecho de ser retribuida por algo tan sencillo pero sincero como un "gracias"? Quizás no comprendan los sentimientos de Ana, puesto que quizás no están tan acostumbrados como ella a ser la que pide los favores, sin molestarse nunca por dar las gracias.
Antes de comenzar a dialogar, Carla quiso saber el nombre de su nueva amiga, porque recordó que no se lo había preguntado antes, así que Ana respondió orgullosa que se llamaba Anabelle, nombre que le gustaba muchísimo porque le recordaba a la palabra cascabel, y la palabra cascabel le recordaba a Navidad, que era la época del año en la que más solía jugar con los abuelos y cuando Leticia no actuaba tan irritante.
-Bien, Anabelle, esta es mi historia, este es mi hogar, aquí vivo yo -dijo Carla, señalando el libro mojado.
Dio un mordisco a su algodón de su azúcar y prosiguió, abriendo la tapa de cuero del libro.
-¿Ves? Ahí dice "Historia de Carla en su apacible hogar, con su familia y amigos" - leyó en voz alta.
Estaba escrito en letras torcidas, casi ilegibles. Carla pasó la página. Había un título que rezaba "Capítulo 1" y luego más texto narrando las vivencias de una bebé llamada Carla que había llegado al mundo en el año 2012.
-Es demasiado larga para contártela ahora y, además, no está terminada.
-¿¡Cómo!? ¿Quién escribió esta historia? -exclamó Ana, dando un ansioso mordisco a su algodón de azúcar.
-¡Yo! ¿No te parece de lujo? Puedo entrar en ella y vivir hasta la última página escrita, a partir de la que empezaré a experimentar el paso del tiempo, y si quiero que la historia avance, debo escribir todas las nuevas experiencias que viva a partir del último capítulo, de lo contrario, cada vez que entre me trasladaré al último capítulo y no más de allí. Es como viajar al pasado cada vez. ¡Y no sé en qué momento terminará! Mi deseo es regalarme un final feliz, antes de que se acaben las páginas, por eso suelo volver en el tiempo al último párrafo escrito y tomar distintas decisiones hasta que alguna me conforme.
Anabelle sentía que su cerebro empezaba a dar vueltas y dio otro par de mordiscos ansiosos a su algodón de azúcar. Comer de esa forma no le estaba sentando bien, tenía que parar, pero es que lo que Carla le contaba no tenía ni pies ni cabeza. ¿Cómo es que Carla había escrito su propia historia? ¿Era eso posible? Y si fue ella y no alguien más, ¿cómo es que comenzó todo en primer lugar? Aquella extravagancia suplía el sitio destinado a la paradoja del huevo y la gallina, ¿quién fue primero? ¿Carla o su historia? ¿Había sido la historia de Carla el origen de Carla? ¿O había sido Carla el origen de su propia historia?
-Esto es un bucle -dijo Ana, con los ojos desorbitados por la confusión -y algo me dice que es completamente imposible.
-Paciencia -respondió Carla, sin inmutarse-, ya verás.
Mientras terminaban de comerse sus algodones, conversaron un poco sobre sus vidas. Carla estaba emocionada de tener una amiga con los mismos poderes que ella, pues era la primera vez que conocía a alguien así, y a Ana también le cayó bien Carla, pero le insistió que lo primero que quería hacer era regresar a su casa, encontrar al genio y discutir seriamente con él si planeaba convertirse en el mentor que aseguró ser o si prefería marcharse a seguir desordenando historias o lo que sea a lo que se dedicara.
-Los genios en realidad no son tan genios -dijo Carla-, Lacey no sabía realmente cómo regresarme a mi hogar. No conocía el camino de vuelta. Le pregunté si me podía conceder el deseo de regresar a casa con mis padres, pero me contestó que su magia tenía ciertos límites. No existe un porqué, ni ellos mismos comprenden la posibilidad de ciertos deseos y la imposibilidad de otros. Poseen un libro con miles de reglas que nunca leen porque les da pereza. Su lema es, simplemente: acompañar a sus pupilos en sus viajes y concederles deseos que no afecten el balance universal.
-Pero mi genio, en lugar de acompañarme, siempre busca el modo de escapar de mí. ¿Por qué me habrá tocado un genio tan esquivo?
-Mala suerte, supongo.
-Mmm, ya, y si ni los genios conocen el camino de vuelta, ¿cómo es que conseguiste encontrar tu historia? Porque si tienes una, yo también tengo una, ¿verdad? Puedo tener en mis manos el libro con mi historia y así volver a él cuando me apetezca.
-Es tan sencillo -contestó Carla-. Un atardecer, mientras vagaba sin rumbo por un páramo estéril, se me ocurrió desearle a Lacey un libro con páginas en blanco y una pluma mágica.
-¡Oh!
-Lo siguiente que tuve que hacer fue pedirle a Lacey que me permitiera recordar con el mayor lujo de detalles todo lo concerniente a mi vida, y de ese modo podría anotarlo todo en aquel libro. Ese libro lo titulé "La historia de mi vida", y con mi habilidad de saltar entre historias, solamente me basta con saltar dentro de él y de manera automática estaré de vuelta en mi casa, con mis padres y mis amigos.
Los ojos de Anabelle se iluminaron al mismo tiempo que los de Carla.
-Fue la idea mas maravillosa que pude tener -dijo, ilusionada-, porque ya me empezaba a sentir triste por no poder ver a mis padres. Cuando volví a ver a mis papás y estar en mi cama, con mis hermanos, mis amigos, mi canario... fue tan hermoso.
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