
Capítulo 28: Viaje con malas pulgas.
Capítulo 28. Viaje con malas pulgas.
—¿Quién va a conducir?
Miré con desconfianza las llaves que colgaban de los dedos de Luke sin atreverme a pronunciarme. El viejo coche que Kaleb nos había prestado como medio de transporte no me inspiraba demasiada confianza, sobretodo porque mi experiencia conduciendo se remontaba a paseos nocturnos con el coche de mi tía Lauren.
Y digamos que los cubos de la basura y los parachoques del coche habían establecida una rica relación afectiva que había saqueado los fondos de mi hucha.
—¿No tienes carnet de conducir?— Pregunté esperanzada a Ryan.
—Lo siento preciosa, pero no conduzco.
Bufé para mis adentros.
Perfecto.
—¿Y tú? —Me volví hacia Luke.
El aludido me miró entre confuso y divertido. Pero la esperanza era lo último que planeaba perder en una situación como aquella.
—No, tampoco conduzco. Nunca me ha hecho realmente falta, por lo que no presté mucha atención.
Refunfuñando le arranqué las llaves y encaré la puerta del conductor del vehículo. Me mordí los labios con inquietud. Bueno, al parecer tenía que ejercer de chófer para dos hombres lobos sin licencia. Apreté los párpados con fuerza armándome de los posos de valor que habían sobrevivido a la aplastante realidad.
Venga Thara, tampoco podía estar muy lejos ese tal Keet, ¿no?
Tiré de la puerta para colarme en el asiento y coloqué titubeante las manos sobre el volante. Cerní los dedos alrededor y suspiré lánguidamente.
—¡Oye!
Desvíe la vista para ver como Luke y Ryan discutían por ocupar el restante asiento delantero. Una vaga sonrisa se dibujó en mis facciones mientras veía a ambos tirotear de la puerta y darse empujones.
Hubo empujones, gruñidos y una nutrida ristra de insultos hasta que por un apretado margen Ryan se abalanzó sobre la tapicería agrietada.
—Já —se burló incorporándose —ve atrás lobito.
Los gestos aniñados de Luke se tornaron furiosos ante aquella oración. Entreabrió los labios mostrando unos punzantes colmillos que habían aflorado en mitad de la disputa. Antes de que pudieran hacer cualquier estupidez y matarse entre ellos me vi obligada a intervenir.
—No hay problema, iremos rotando. Suelo parar a menudo a descansar — concluí introduciendo las llaves.
El motor gruñó molesto e hizo una serie de inquietantes ruidos antes de decidirse a arrancar. Tragué saliva hurgando en mi mente cualquier conocimiento por insignificante que fuera acerca de la conducción.
Mantén la calma, Thara.
—Allá vamos —murmuré para mí misma y puse en marcha el coche. — Bueno, entonces ¿qué tenemos que hacer?
Luke asomó la cabeza entre los asientos para responder.
—Tenemos que dirigirnos al Keet— asentí, eso ya lo sabía —allí nos dirigiremos a la Sede.
Arrugué el ceño confusa mientras me incorporaba a la carretera.
—¿La Sede está en el Keet? —Interrogué confundida.
—Tiene sentido, ¿no crees? —intervino Ryan — tiene que ser un territorio neutral. Y en nuestro mundo no hay zona más neutra posible.
—Pero... ¿cómo puede establecerse el Gobierno de Los Traseros Peludos en una zona en la que no hay un régimen estricto de posiciones? Me dijisteis que ahí dentro da igual que rango tengas.
Luke se encogió de hombros.
—La Sede se fundó antes de que hubiera estás disputas entre alfas. Antes simplemente se aceptaba la autoridad.
Asentí, a pesar de no haber comprendido tanto como precisaba nuestra conversación. Entendía que si querían ser neutrales el dichoso Keet sería un buen lugar. Pero si no se establecía una jerarquía marcada cualquier institución estaba abocada al fracaso.
Tanto daba que fueran seres sobrenatural o humanos.
—¿Y está muy lejos? —Miré de reojo a los dos chicos.
—Depende de lo que entiendas tú por lejos. Serán alrededor de cinco horas de carretera.
¿Qué? Pegué un volantazo sorprendida. El conductor de un BMW me pitó ruidosamente ante mi temerario cambio de raíl.
Apreté mi agarre sobre el volante insultando al desconsiderado y tranquilo hombre que no tenía a dos licántropos en el coche.
—Eso es lejos. Sobretodo porque no tengo demasiada buena experiencia conduciendo.
Cinco horas. Trescientos minutos. Y dieciocho mil segundos encerrada en un diminuto espacio con Luke y Ryan no parecía un ambiente distendido.
¿Era demasiado tarde para estrecharnos contra un árbol y acabar definitivamente con nuestros problemas?
La primera hora transcurrió mucho más tranquila de lo que realmente esperaba. Ya que en vez de las discusiones gritadas y los gruñidos salvajes solo reinó un espeluznante silencio que se asemejaba a la calma antes de la tempestad.
Yo por mi parte me centré en conducir a través de la nacional. Llegó un punto en el que me resultó incluso algo sencillo. Solo tenía que mantenerme dentro de las líneas y seguir hacia delante.
Lo peor del silencio fue la rapidez con la que la horda de pensamientos irrumpieron en mi mente. Por alguna razón no podía ignorar el extraño sueño de la noche anterior. Fue tan... realista. Incluso llegué a sentir un escalofrío de dolor cuando impacté con el suelo (aunque quizás se debiese al golpe real que me di contra la moqueta). Pero la sensación de caer era perfectamente creíble y desde el filo de la cama hasta el suelo no había suficiente distancia como para experimentar los efectos de una caída al vacío en toda regla.
—Vas a hacerte daño —comentó Ryan.
Pestañeé regresando a la realidad.
—¿A qué te refieres? —Lo miré un segundo desorientada.
No contestó sino que me ofreció una sonrisa ladeada y alzó un brazo. Me acarició la mano que sujetaba el volante con delicadeza. Tenía los nudillos blancos de la presión que aplicaba al agarre. Entreabrí los labios a sabiendas de que me resultaría muy difícil encontrar las palabras adecuadas. Ryan deslizó mi mano por el volante colocándolas en una postura considerablemente más cómoda.
—Pensaba que no conducías —comenté cuando retiró la mano.
—Y no conduzco, otra cosa es que sepa a o no —sonrió.
Puse los ojos en blanco afianzando las manos.
—De todas formas, gracias.
—No hay porque darlas preciosa.
Ante la inactividad de la carretera me arriesgué a echar un vistazo a los asientos de atrás donde Luke dormía plácidamente.
—¿Cómo es el Keet?
Ryan se estiró en su asiento y centró la vista en la ventana con expresión distraída.
—Aparentemente es un lugar como cualquier otro. Aunque eso sí, con una energía muy distinta a cualquier territorio. Obviamente todos los hombres lobos son más fuertes en su territorio.
—Quizás eso es una ventaja. Si salimos del territorio de Hanry su manada será más débil.
Ryan asintió sin apartar la vista de la ventana.
—Exacto.
Bueno, al menos era una diminuta oportunidad de salir de todo ese asunto con vida. Si Kaleb estaba en lo cierto y el Consejo tendría que aceptar que hacer conmigo al menos estaría más protegida. No obstante no dejaba de aterrarme que una serie de hombres lobo decidieran mi destino.
Aunque era demasiado tarde para eso.
Las marcas de mi abdomen me recordaban diariamente de lo que estaba huyendo. Lo que no alcanzaba a comprender era lo que se disponía a hacer Hanry en el caso de tenerme en su poder. Y de todas formas no creía tener el estómago suficiente como para imaginármelo.
Unas marcas que me molestaban con más frecuencia de lo habitual desde los últimos acontecimientos.
¿De quién se supone que no tenía que fiarme?
Mi padre había sido muy explícito. No tenía que fiarme de ninguno de ellos, e iba a permitir que me llevaran al auge de su extraña sociedad.
Era complicado pasar por alto el instinto pre-programado anti hombres lobo. Estaba ahí por algo, diría yo. Tal vez la relación entre Portadores y licántropos nunca había sido muy... hum... digamos fluida.
—Tierra llamando a Thara, ¿estás ahí?
—No estoy muy segura —respondí en voz queda.
Las cejas de Ryan se fruncieron con incredulidad.
—¿Qué?
Suspiré alejando cualquier tétrico pensamiento acerca de mis compañeros de viaje.
—Nada.
Nada, Thara, deja de darle vueltas a eso.
No me servía de nada estar ahí, comiéndome la cabeza y cosechando recelos hacia esos dos chicos que me habían demostrado ser inofensivos si no les enfadabas demasiado.
—Creo que deberíamos parar a repostar —comentó Luke resurgiendo de entre los asientos.
Con el ceño fruncido comprobé que efectivamente íbamos justos de combustible.
Nos costó tanto dar con una gasolinera que estuvimos a punto de quedarnos varados en mitad de la nada. Salté del coche estirando las piernas y tras dictaminar que tenía que ir al baño dejé a los chicos encargados de llenar el depósito.
Lamentablemente tampoco disponía de un descanso para ir al lavabo en el ritmo de vida que había adoptado forzosamente porque nada más salir del asqueroso cubículo tapándome la nariz ante el penetrante olor a orina que se acumulaba en los baños tuve la dicha de toparme con el mensaje del espejo.
Y no, no era: la cámara de los secretos ha sido abierta. Enemigos del heredero temed. Dadas las circunstancia prefería un enorme basilisco a una bestia peluda.
Me temblaron las manos cuando me tapé la boca para no chillar de puro pánico.
Por el fuerte olor que captaba aquello no era pintalabios rojo ni ketchup. No, era sangre fresca de (esperaba) una alimaña salvaje.
Y ponía con aplastante claridad: corre.
Estúpidamente estaba tan bloqueada en aquellos instantes que a pesar de mis esfuerzos tenía los pies atornillados al suelo.
¿Quién no echa de menos a esos dos? #FiebreDeHombresLobo. Pobre Thara, ni un capítulo le dura la tranquilidad.
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