
Capítulo 1: Hacer nudismo en el bosque.
¿Qué es lo que somos? ¿Personas? ¿O animales? ¿O salvajes?
Bienvenidos al mundo de Thara en 3... 2... 1...
Capítulo 1.
Desde el instante en el que abrí los ojos en aquel bosque, semanas atrás, mi vida cambió. Y no es una exageración producto de la enajenación de las hormonas, ni el dramatismo que cabría esperar en una chica de dieciocho años promedio.
Quizás, esa sea la cuestión. No soy una chica de dieciocho años corriente. Y ya sé, eso suena terriblemente clásico y cliché. Bueno, pues tampoco soy así.
Aquella mañana fue un pobre anciano quien me saludó nada más abrir los ojos, y con saludar me refiero a dar un grito espantado y comenzar a lanzar blasfemias sobre las drogas y la degeneración común en los jóvenes de hoy en día.
Agitada, como ya era habitual, me incorporé, empapada de sudor, cubierta de pequeños arañazos y completamente desnuda.
Toqueteé el brazalete que llevaba desde mi tercera incursión nocturna en el bosque convertida en una bola de pelo y dientes que se entretenía cargándose todos y cada uno de mis pijamas y luego salía corriendo por la ventana a hacer quién sabe qué.
Me incorporé con esfuerzo (otra característica era el agotamiento crónico que sufría al volver a ser la Thara flacucha y humana) observando a mi alrededor. Todos los días me despertaba en una zona distinta del bosque, al menos, aquella vez no había ninguna mitad de ser vivo cerca.
Me repugnaba la idea de haber sido yo la que desgarró la carne, horas atrás.
—¡Diablos! — Me lamenté cuando una piedra se clavó en la planta de mis expuestos pies.
Me encaramé a una roca, justo a tiempo de ver un todoterreno gris derrapar por el camino y pararse. Gemí débilmente. Genial, el día no hacía más que mejorar.
Abrí la puerta del copiloto y fue atacada por una ropa interior voladora que mi tía me lanzó a la cara.
—Gracias — gruñí con voz ronca e interné en el vehículo. En el salpicadero había unos pantalones deportivos de algodón, una camisa y una sudadera. Agradecida comencé a vestirme. —Tus mejoras no sirven de nada.
Mi tía golpeteó el volante.
—¿Qué ocurre, Thara? ¿Te has levantado con la pata izquierda?
—Muy graciosa.
Claro, como ella no era la que iba haciendo nudismo por el bosque.
Mi tía Lauren sonrió, con humor. Era igual a mi padre, siempre veía el lado bueno de las cosas. Yo, al parecer, me había hecho con unos genes más ariscos y lobunos.
—Thara, lo intento, ¡pero esas pastillas llevando funcionando quinientos años! ¡Se supone que ni tendrías que saberlo! La mayor parte de la familia vivió ajena a eso, ¡incluso tu padre!
Me aparté una rama seca del cabello y suspiré.
—¿Y por qué han dejado de hacer efecto conmigo?
—No lo sé... todavía.
Me subí la cremallera y me incliné contra la ventana. Aparentemente pertenecía a la única familia que padecía "el gen Alpha" una alteración genética de un 0,0001 por ciento en nuestro ADN. Dicha alteración no tenía nada ver con la enfermedad de la licantropía (¡porque sí! También había licántropos deambulando por ahí que solo se transforman en Luna Llena y cuando se les iba de las manos) y no estaba ligada a nada en concentro. Dista tanto que nadie en más de cien años conoce el motivo, solo las consecuencias.
Consecuencias que se vieron atajadas al inventar "el remedio familiar casero" unas diminutas pastillas rojas que impedían la ruptura de los nucleótidos que desencadenaban la, llamemosla, transformación.
Pero, ¡sorpresa! Mi sistema inmunológico había conseguido impedir esto. ¿El resultado? Una Thara peluda corriendo por los bosques y acabando con cualquier animalillo que se le cruzara (¡y yo era vegetariana!).
—Creo que hoy me he comido un gamo —me lamenté escupiendo una extraña bola de pelo. Me dieron arcadas.
—¡Thara!¡La tapicería!
Y no solo me pasaba por las noches. Podía estar tranquilamente leyendo un libro, de la nada se me nublaba la vista, sentía la boca seca y segundos después me despertaba empapada en aceite de motor en una gasolinera a dos millas de la ciudad.
—No te preocupes, daremos con un resultado. Pero, hasta entonces, debes aprender a controlarlo. Quieras o no es parte de ti, al igual que tu lado de adolescente enfadada con el mundo.
Ya, claro. Como si fuese tan sencillo.
*****
Puede que, alguna persona (eso sí, profundamente trastornada) pudiera pensar o plantearse que estar en mi pellejo no podía tener solo contras.
Pues bien, como ya dije, tienes que estar bastante loco para replantearte dicha situación. Porque hasta que mi tía no consiguiese que las malditas pastillas hiciesen un mínimo esfuerzo con el fin de contener cualquier rastro de material genético lobuno, estaba encerradas hasta nuevo aviso.
¿Qué implicaba eso?
Mucho tiempo a solas con una misma. ¿Y sabéis qué? Me detesto, ¡soy una compañía aburrida!
Miré con ojos soñadores las ventanas, cerradas a cal y canto. Una enorme necesidad de saltar a la calle y volver con mi vida normal me impedía concentrarme en "mantener a raya" al lobo.
Estaba tan poco concentrada que el esmalte de uñas se derramó por encima de la moqueta, arrancándome un par de maldiciones de los labios.
—Será posible — me lamenté mientras probaba a frotar la zona infectada con un paño húmedo.
Refunfuñando raspé y raspé sin un resultado patente.
¡Perfecto! ¡Todo era perfecto!
Para colmo hacía más de dos días que no tenía noticia alguna de Aiden.
—¡Thara! —alcé la cabeza, escudriñando la puerta. —¡Thara!¡Abre! ¡Creo que puedo tener la solución!
Una semana atrás habría saltado a abrirla sin demorarme medio segundo, pero tras una ristra de pruebas fallidas opté por tomármelo con más calma.
Me aparté un mechón castaño de la frente, flexioné las rodillas y caminé hacia la puerta que se abrió de golpe antes de que pudiese tan siquiera rozar el manillar con la yema de los dedos.
Parpadeé enfocando un diminuto frasco lleno de píldoras rojas.
—Estoy a punto de averiguar lo que falla, Thara. Solo me falta tener a mano un laboratorio mejor equipado y un par de muestras.
Recogí el tarrito y volqué parte del contenido en la palma. De un golpe me tragué unas diez pastillas y tosí con fuerza cuando mi tía me pellizcó el cuero cabelludo.
—¡Podías haberlo cogido del cepillo! —me lamenté tosiendo aún.
Lauren se encogió de hombros.
—No seas quejica — frunció los labios antes de suspirar lánguidamente — está noche saldré también. No quiero dejarte sola, pero es esencial que busquemos una solución cuanto antes.
Le palmeé la espalda.
Era consciente de todos los sacrificios que había asumido desde que tuvo que hacerse cargo de mí un par de años antes. Lauren era la hermana menor de mi padre quien había fallecido (junto con mi madre) en un accidente tras un derrumbe durante una de sus rocambolescas expediciones.
—No te preocupes, podré apañármelas. Llamaré a Riley.
—Pero... —comenzó a objetar.
Puse los ojos en blanco y me señalé la pulsera.
—Me tendrás controlada. Le diré además donde está la escopeta, las cadenas y todo lo que usas para que no salga.
Me mordí la lengua antes de añadir algo sobre la eficacia de dichas medidas. Solo había que preguntárselo al anciano de esta mañana.
—No te la comas.
Sonreí ampliamente mostrando los (por ahora) pequeños colmillos que mi dentadura humana lucía tras cuatro años de ortodoncia.
—No lo haré.
Por ahora parecía que mi dieta se fundamente en criaturas silvestres. Tras protestar un poco conseguí que abandonase mi habitación.
Emitiendo una serie de quejidos me derrumbé en la cama, abrazando el colchón y cerré los ojos. Ojalá todo aquello pasase pronto. Comenzaba a padecer claustrofobia.
¡Soy horrible poniendo fechas! He adelantado el estreno de esta novela por una serie de razones con las que no había contado, así que... ¡bienvenidos!
Como ya sabéis es mi primera novela con temática de este tipo y estoy muy, muy nerviosa con respecto a ello, sed sinceros ¿qué os parece? Es horrible, ¿verdad?
#Thara
#GenAlpha
#SoyUnaNovataEscribiendoEsto
#MeHaGustado
#MeHaEspantado
#QuieroMás
#MeSangranLosOjos
#AdelantoDeFechas
#HolaVerano
#EsHoraDeRenovarElGéneroDeHombresLobo
#PiensoMeterMisNaricesEnElAsuntoYDarleLaVuelta
#Continua.
#MartesAlpha
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