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"Extra de Kyle"

Este capítulo extra es para saber un poco más de la perspectiva de Kyle.

Y enterarnos un poco más a fondo de las cosas que pasaron.

Es algo tarde comparado con los otros capítulos pero como vi que lentamente avanzaba la historia quería hacer un extra.

ASÍ QUE ESPERO LO DISFRUTEN

⌛⌛⌛

Estudios han demostrado que las similitudes entre hermanos al nacer pueden formar vínculos extraordinarios, y en el caso de los gemelos, la conexión suele ser aún más intensa. Sin embargo, Elliot y yo éramos una excepción a esa regla. Desde el principio, las diferencias entre nosotros fueron evidentes, y tal vez por ser gemelos idénticos, la gente esperaba que compartiéramos todo, desde gustos hasta amistades. Para mí, esa expectativa se convirtió en una carga insoportable.

Permíteme empezar desde el principio.

Elliot y yo éramos polos opuestos en todos los aspectos: carácter, forma de vestir y, especialmente, en nuestros gustos. Mientras él era carismático y extrovertido, yo me sentía más cómodo en la soledad. Desde que comenzamos la primaria, mi mundo se volvió solitario. La mayoría de las veces, jugaba solo, porque no soy muy bueno socializando. A esto se sumaba la popularidad de Elliot, quien atraía a todos los niños como un imán. Ellos lo seguían a donde fuera, buscando jugar y pasar tiempo con él, sin preocuparse o interesarse por mí. A pesar de que compartíamos el mismo rostro, algo en mí parecía alejarlos antes de que pudiera siquiera abrir la boca. Pero, ¿qué se puede esperar de niños de seis años?

Lo sorprendente fue que, meses después, escuché a algunos de ellos hablando en el baño, comentando que no podían acercarse a mí porque tenía sarampión.

«¿¡SARAMPIÓN!?»

«¿Qué sabían ellos del sarampión?»

No podía creerlo. Sin embargo, no podía hacer nada al respecto, ya que media escuela me temía. Y como era de esperar, Elliot fue quien esparció el rumor, sin molestarse en aclarar el por qué él no estaba infectado ni mucho menos. Era evidente que disfrutaba del poder que ejercía sobre los demás, como un maestro de marionetas que se deleita con el control de sus hilos.

Decidí ignorar todo esto. Con el tiempo, me di cuenta de que permanecer solo era mejor que estar rodeado de personas que, en realidad, no me valoraban y que solo se acercaban a Elliot por su popularidad. Intenté advertirle sobre el tipo de amigos que tenía, pero él ni siquiera se tomó la molestia de mirarme. Así que me centré en mis estudios, dejando que la admiración de mis profesores me llenara el vacío que dejaba su desprecio. Al final, me convertí en el gemelo nerd de la escuela, pero al menos eso significaba que alguien apreciaba mis esfuerzos.

Al llegar a los diecisiete años, nos encontrábamos en nuestro último año de secundaria, y nada había cambiado. Nuestra vida seguía dividida en todos los aspectos, excepto cuando estábamos cerca de nuestra madre. En esos momentos, éramos los gemelos inseparables que ella siempre había querido. Pero tan pronto como nos alejábamos de ella, volvíamos a ser los dos hermanos que no podían soportarse. Sin embargo, en los últimos meses, algo interesante había surgido en mi vida, o mejor dicho, alguien.

Fue un lunes cualquiera cuando la puerta del aula se abrió de golpe, y una chica de cabello castaño claro, con ojos verdes que brillaban con determinación, entró como un torbellino. Se dirigió hacia mí y golpeó mi mesa con fuerza, llamando la atención de todos los presentes.

—¿¡Quién crees que eres, ah!? —me gritó, su voz resonando en el aula.

—¿Disculpa? —respondí, confundido por su actitud y sin tener idea de quién era—. ¿Puedes decirme quién eres tú?

—Ja, ¿ahora tienes amnesia? Eres un hipócrita —dijo, alzando su mano y abofeteándome con tanta fuerza que mis anteojos cayeron al suelo.

El murmullo en el aula creció. Se suponía que yo era el cerebrito silencioso de la escuela, pero claramente había hecho algo para molestar a esta chica, o tal vez no. Con una mano en el lugar del golpe, observé cómo mis compañeros se giraban para mirarme, algunos con sonrisas burlonas, otros con curiosidad.

—¿Y esto por qué, eh? —dije mientras recogía mis lentes, que ahora tenían una pequeña fisura. Miré a la chica, sintiendo que la confusión y la frustración se acumulaban en mi pecho—. ¿Qué fue lo que te hice?

—No te hagas el tonto, ¿quieres? —me amenazó, su voz llena de determinación—. Y no te vuelvas a acercar a mi amiga.

Ella se dio la vuelta y se marchó, dejándome con un nudo en el estómago. El suspiro que dejé escapar, cargado de impotencia, resonó en el aula como un eco. Pero no fue tan sonoro como la risa que provenía de la puerta. Elliot estaba ahí, casi sin aire de tanto reírse.

—Nunca pensé que de verdad creería que tú serías yo —dijo, guardando las manos en los bolsillos, mientras su risa se convertía en una sonrisa burlona—. Son tan ingenuas, pero gracias, hermanito.

Se marchó con esa maldita sonrisa en el rostro, y no podía creer lo mucho que disfrutaba de mi sufrimiento. Era como si cada momento de angustia que experimentaba se convirtiera en un espectáculo para él, un entretenimiento que alimentaba su ego.

Decidí dejar que el día siguiera sin prestarle atención a tal inconveniente, mejor dicho, a la confusión que había causado esa chica. Sin embargo, no pude evitarlo por mucho tiempo. Cuando salía de la escuela en mi motocicleta, la misma chica apareció de nuevo en mi camino, casi provocando un accidente.

—¿¡En serio pretendes matarnos!? —exclamé, acomodando la moto con manos temblorosas.

—Lo siento por eso, pero debía detenerte —dijo, rodeando el vehículo y colocándose a mi lado. Su tono, ahora más sereno, me sorprendió.

—¿Qué? ¿Quieres emparejarme el otro lado? —respondí, dejando que el sarcasmo saliera de mis labios.

—No, solo quería disculparme. Me equivoqué de chico —admitió, su expresión reflejando arrepentimiento.

—Lo sé, resulta que mi hermano es un rompecorazones y yo solo recibo las venganzas —dije, viendo cómo desvió la mirada ante mi comentario. Me sentí un poco culpable, pero no podía evitarlo—. Como sea, debo irme.

Intenté ponerme en marcha, pero ella volvió a detenerme.

—Espera un momento —dijo, su voz sonando más insistente. Esta chica ya comenzaba a estresarme, y mi expresión lo demostraba—. Déjame compensarlo.

—No hace falta —respondí, quitando su mano de la moto—. Adiós.

Esta vez logré arrancar y alejarme de ella. No podía seguir allí, atrapado en su insistencia. Pero no cesó ahí. Durante los días siguientes, trató de hablar conmigo y de "enmendar su error". Realmente, algunas personas no entendían las señales corporales de: ¡¡ALÉJATE!!

Un día, mientras estaba sentado en la cafetería, vi que se acercaba de nuevo. Colocó un sándwich y un jugo frente a mí, como si fuera lo más normal del mundo.

—Solo detente —le dije, sintiendo que la paciencia se me escapaba—. ¿Por qué insistes tanto en que te perdone? No me importa lo que pasó, así que deja de comportarte de esta manera y ve a molestar a otro chico.

Su expresión cambió, como si por primera vez comenzara a entender la situación. La sorpresa en su rostro se transformó en ligera comprensión.

—Lo hago porque no tienes amigos y quiero ser amable —dijo Lía, con un tono que intentaba ser comprensivo.

—No quiero tu lástima, niña, así que detente —respondí, incapaz de ocultar mi desdén.

—Te dije que me llamo Lía, no "niña" —replicó, frunciendo el ceño, lo que solo aumentó mi irritación.

—Y yo te dije que no tenía intenciones de aprenderme tu nombre —le contesté, sin poder evitar que mi voz sonara cortante. Su expresión se endureció y se alejó un poco.

—Si fueras igual de amable que inteligente, serías perfecto —murmuró mientras se dirigía hacia la puerta, pero se detuvo para recoger el jugo y el sándwich que había dejado sobre la mesa—. Y me lo llevo, ya que no los aprecias.

La vi alejarse, y con un suspiro de frustración, me froté la sien. No podía pasar más tiempo con alguien tan insistente. Por fin había conseguido que dejara de acosarme, lo cual era un alivio. Sin embargo, esa paz fue efímera, porque unos días después, la vi en un callejón cercano a la escuela, rodeada de tres chicos más, incluido Elliot.

—¿De verdad piensas que te creeré? —le dijo Elliot a Lía, tomando su mentón con una mano, forzándola a mirarlo a los ojos—. Solo buscabas mi atención, y ahora que la tienes, actúas como si fueras una santa.

—Tú eres el que me estaba provocando —respondió ella, su voz firme a pesar de la tensión—. Y tampoco sé por qué tuviste que hacerle eso a Olivia.

—Tss, hablas como si te importara —él le lanzó una mirada despectiva—. No eres más que otra de las que intenta seducirme, aunque creo que a ti... —deslizó uno de sus dedos por su pecho, una sonrisa arrogante surgiendo en su rostro—, te puedo atender con gusto.

Lía soltó una risa nerviosa y apartó su mano, pero yo no podía evitar quedarme ahí, observando la escena con creciente malestar. La curiosidad y la inquietud incrementaban en mí mientras Elliot continuaba con su juego.

—¿Sabes lo que espero? —él enarcó una ceja, como si estuviera disfrutando del momento—. Que haya alguien que te haga sentir el ser más inferior del mundo. Con que te rompa el corazón, será suficiente.

Elliot, con una expresión desbordante de molestia, no parecía dispuesto a dejarla escapar tan fácilmente luego de lo que dijo. Agarró su rostro con una mano de manera brusca, obligándola a mantener su mirada fija en la suya.

—No sé qué es lo que pasa por tu diminuta cabecita, Lía, pero si me vuelves a hablar así, no seré tan paciente la próxima vez, ¿lo oyes? —su voz era un susurro amenazante, y podía ver cómo su cuerpo temblaba levemente, aunque ella intentaba aparentar valentía.

—Tu paciencia nunca ha tenido límites, hermano —intervine al acercarme a ellos, sintiendo que la situación se tornaba cada vez más tensa. La mirada de Elliot se desvió hacia mí, sus ojos llenos de desafío.

Lía me miró, y en su expresión había una mezcla de sorpresa y gratitud. Sabía que Elliot era capaz de ser cruel, pero no dejaba de asombrarme la forma en que ella se mantenía firme, a pesar de la presión que ejercía sobre ella.

—¿Qué estás haciendo aquí, eh? ¿No deberías estar estudiando como siempre y dejar de meterte en mis asuntos? —dijo Elliot, con una sonrisa burlona en su rostro.

—No quería, pero el descaro de ambos me hace querer intervenir —respondí, mirando por encima de su hombro. Ahora Lía permanecía cabizbaja, como si intentara hacerse invisible—. Además —volví a centrar mi atención en Elliot—, estás llegando a tus extremos.

Sin previo aviso, Elliot tomó el cuello de mi camisa y me acercó a él, su enojo marcando las venas de su cuello.

—Mantente callado si no quieres recibir un poco también, cuatro ojos —me advirtió.

Tras un corto suspiro, dejé la mochila a un lado y me quité los lentes, dejándolos caer al suelo con un leve sonido sordo.

—No sabes las ganas que tengo de soltar todo lo que he tenido que reprimir —dije con una calma tensa, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a subir.

Elliot solo pudo emitir un "Eh" antes de que, en un rápido movimiento, golpeara su abdomen, alejándolo de mí. Los otros chicos que lo acompañaban querían acercarse, pero él los detuvo con un gesto de su mano, mientras recuperaba el aliento. Yo, por mi parte, simplemente arreglaba mi camisa, despreocupado.

—Estás muerto, cerebrito —me dijo Elliot, riendo, aunque su risa sonaba más nerviosa que confiada.

—Eso lo veremos —respondí, justo antes de que se acercara a mí con rapidez.

Elliot creía ser el único que había practicado un deporte en su vida, pero yo había estado en clases de karate, así que sabía perfectamente cómo defenderme, aunque él nunca lo supiera. La pelea en la que nos habíamos envuelto era un torrente de adrenalina, cada golpe lanzado era una liberación del odio que nos teníamos. No soportaba su personalidad altanera ni la forma en que me menospreciaba; cada acción de Elliot sacaba a relucir mi lado menos coherente, pero ya no podía aguantarlo más.

Los golpes impactaban en nuestros cuerpos, y a pesar de las marcas y los restos de sangre que comenzaban a adornar nuestros rostros, la pelea continuaba. Fue en ese momento cuando los guardias de seguridad, alertados por el ruido, se acercaron rápidamente. Los otros chicos, al verlos, salieron corriendo para evitar problemas, al igual que Lía, que lanzó una última mirada preocupada antes de desaparecer en la distancia.

Los guardias nos separaron con dificultad, llevándonos a la dirección de la escuela, donde nos esperaba una charla sobre nuestro inapropiado comportamiento. Bueno, creo que solo contactarían a mi madre, ya que mi padre estaba de viaje por negocios y no podría involucrarse en ese momento.

Como resultado de nuestra violenta confrontación, nuestros padres decidieron que era mejor cambiarnos de escuela. Ambos, en ciudades diferentes. Por eso, me vi obligado a quedarme en un apartamento que rara vez sería visitado por mi madre. Allí solo estaría la única persona que me trataba con cariño y entendía nuestro conflicto, la mujer que prácticamente me había criado y que consideraba como una segunda madre: Miranda López, una adorable señora de 50 años.

Ella siempre había sido un refugio para mí. Su calidez y su apoyo incondicional eran lo que necesitaba en esos momentos difíciles llenos de soledad. Y aunque el cambio era aterrador y brusco, quizás era lo que me faltaba para dejar atrás a Elliot y todo lo que representaba su presencia en mi vida.

A partir de ese momento, nuestras vidas tomaron caminos separados, y no volví a encontrarme con Elliot. Ni siquiera había escuchado su nombre hasta que, dos años más tarde, en la universidad, me asignaron como tutor de una chica que, al verme, literalmente huyó atemorizada. Su nombre era Zoe Lambert, y aunque su reacción me sorprendió, entendí que tenía que ser paciente, mostrar mis mejores modales y acercarme a ella con delicadeza para que pudiera facilitarme la tarea. Sin embargo, lo que no sabía en ese momento era que, Zoe había sido víctima de abuso sexual por parte de mi hermano. Era evidente que Elliot nunca saldría de mi vida, incluso si decidía irme a la luna.

Por eso, hice todo lo posible para ayudarla, tanto con sus estudios como con su trauma. Me comprometí a ser un apoyo constante, a escucharla y a ofrecerle un refugio en medio de su tormenta personal. Pero, para mi sorpresa, algo que no había planeado comenzó a suceder: mi corazón empezó a latir con fuerza por ella. La presencia de Zoe me ponía nervioso, a pesar de que había aprendido a disimular mis emociones. Este nuevo sentimiento me impulsó a querer hacerla sentir bien. La invité a un club de películas, esperando que disfrutar de una buena película pudiera ayudarla a relajarse, aunque no pensé que la selección resultara tan... exclusiva, pero interesante.

Me encantaba su forma de ser, su fortaleza a pesar de las adversidades, aunque a veces se mostrara un tanto irracional o un poco perezosa. La admiraba, y cada día que pasaba me sentía más atraído hacia ella.

Sin embargo, como suele ocurrir en mi vida, las cosas nunca se mantenían en un agradable color de rosa. Mi madre me había informado que Elliot iba a regresar a la ciudad, y estaba decidido a evitar un encuentro entre ellos. Hice todo lo que pude para retrasar su regreso, pero mis esfuerzos resultaron inútiles. Cuando Elliot finalmente llegó, volví a casa y me encontré con una situación aterradora: Miranda no estaba en casa. En su lugar, vi a Elliot sentado plácidamente en mi sofá, sosteniendo una copa de vino con una sonrisa burlona.

—No puedo creer que aún conserves a esa vieja, hermanito —dijo, bebiendo todo el contenido de la copa de un trago—. Las cosas antiguas deben desecharse si ya no funcionan —se levantó, con esa sonrisa que siempre me había puesto en alerta—. ¿No crees?

—¿Qué le hiciste a Miranda? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago.

—Ay, solo la mandé a ver a sus hijos. No la maté ni nada —respondió en un tono burlón, acercándose a mí—, pero no podría garantizar tu seguridad, Kyle.

Su mirada estaba llena de burla y malicia, como un depredador disfrutando del miedo de su presa.

—¿Por qué volviste, eh? —le cuestioné, tratando de mantener la calma—. Se suponía que no pisarías este lugar de nuevo.

—Solo vengo por lo que es mío —dijo, girándose hacia mí—. Y como tú eres un obstáculo, me debo deshacer de ti —me mostró una sonrisa torcida que heló mi sangre.

Antes de que pudiera responder, un fuerte golpe en la nuca fue lo último que sentí antes de que todo se desvaneciera en la oscuridad.

Cuando desperté, estaba amarrado en el maletero de un auto, y el motor permanecía apagado. La sensación de claustrofobia me invadió, y justo cuando comenzaba a entrar en pánico, la puerta del maletero se abrió, revelando su rostro malicioso.

—Buenos días, bello durmiente —dijo, con una sonrisa burlona mientras el sol comenzaba a asomarse por entre los árboles.

—¿Dónde estamos? —pregunté, intentando reconocer el lugar, pero solo veía un mar de árboles y sombras.

—No te desesperes —respondió, acercándose a mí y dándome palmaditas en el rostro como si fuera un niño—. Te tengo una sorpresita.

Me sacó del reducido espacio y me arrastró hacia un río profundo y amplio, el agua oscura dándome una sensación de terror.

—¿Qué quieres hacer conmigo, ah? —le cuestioné, mi voz temblando mientras la ansiedad se apoderaba de mí. Pero él no respondió, centrado en amarrar una gran piedra a mis piernas—. ¡Respóndeme!

—¡Silencio! —gritó Eliot, y luego, tras un profundo suspiro, continuó—. No podemos estar los dos en este mundo, hermanito —se levantó, sosteniendo la piedra con una mano, mientras la otra se movía de manera amenazante—. Y tampoco compartiré a mí Zoe contigo. Bye bye.

Con un movimiento brusco, lanzó la piedra al río, arrastrándome con ella. El agua fría me envolvió de inmediato, y aunque luchaba con todas mis fuerzas por zafarme, la densidad del líquido y mi visión distorsionada dificultaban cada intento. El pánico se apoderó de mí al darme cuenta de que me quedaba sin aire, y la profundidad del río no parecía cooperar. Cada segundo que pasaba sentía que la vida se desvanecía, y mi único pensamiento era que nunca volvería a ver a Zoe.

Sin embargo, en medio de la desesperación, una chispa de esperanza no se esfumó. Un hombre que se encontraba cerca del lugar se lanzó al agua y se apresuró a sacarme de ahí. Con una fuerza sorprendente, me llevó a la superficie, y en un acto casi instintivo, comenzó a reanimarme. Gracias a él, pude escapar de ese oscuro abismo y de la desesperación que me había atrapado. Pero esa salvación tuvo un costo: la vida de Elliot se extinguió mientras salvaba la de Zoe.

Nunca habíamos tenido una buena relación; siempre había sido un rival en lugar de un hermano. Aun así, no podía evitar sentir que no tenía derecho a quitarle la vida. El peso de esa culpa me acompañó durante un año de encierro, un tiempo en el que aprendí sobre un mundo que preferiría haber ignorado. Las paredes de la prisión se convirtieron en mis compañeras, y cada día se sentía más pesado que el anterior.

A pesar del encierro, la presencia de Elliot no me abandonó. Me visitó en mis pensamientos, en mis pesadillas y, en ocasiones, en la soledad de mi celda. Pude sentir su risa burlona y su mirada desafiante resonar en el espacio, torturandome.

Cuando finalmente recuperé mi libertad, el peso de mis sentimientos por Zoe se volvió insoportable. Sabía que tenía que enfrentar mis emociones. Nunca había tenido el valor de aceptarlas plenamente, temiendo que mi confusión pudiera lastimarla aún más. Pero Zoe, con su bondad y su fortaleza, no se dio por vencida. Ella se confesó, abriéndose a mí de una manera que nunca había esperado, y esa entrega me dio el valor que necesitaba.

A pesar de las cicatrices que llevábamos, me di cuenta de que nuestros sentimientos eran genuinos. Ella no se preocupaba por el pasado; me quería por ser quien era, con todas mis imperfecciones e inexperiencia. Esa aceptación me llenó de esperanza, la esperanza de que podría hacerla feliz, de que podría ser una parte significativa de su vida amorosa.

Zoe era, sin lugar a dudas, mi primer amor. Fue la única persona que me mostró que la felicidad era posible, que las películas no hacían justicia a la realidad de probar los labios de quien amas. A pesar de los contras y de los obstáculos que enfrentamos, sabía que podíamos construir nuestra propia historia, por muy loca que pareciera. Su amor me enseñó que incluso en las circunstancias más oscuras, hay espacio para la luz, para la pureza del amor.

⌛⌛⌛

Y pues aquí está, largo pero con todo un resumen resumido de la historia (creo).

Espero que les haya gustado y hubiesen podido entenderla un poco más. Aunque haya terminado en un romance que pocos entenderán y aceptarán, en la ficción todo es posible y ellos lo lograron demostrar.

Vuelvo a darles las gracias por prestarle atención a mi creación. De verdad me hace muy feliz que varias personas la estén leyendo🥺.

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