
10. Como amar a un ladrón
Alec POV
Alec pasó la toalla por su cabello para secarlo, solo usando unos pantaloncillos aguados. Caminó por el pasillo, sonriendo al ver a Magnus hacer su rutina de yoga de las mañanas, ahora en el departamento de Alec, usando solo una camiseta holgada dorada y unos leggins negros.
Continuó caminando hacía su habitación, luego hacía su closet. Abrió las puertas, para sacar el traje que ya tenía listo para su trabajo de fotógrafo en otro de esos eventos de recaudación. Sacó el traje cuando algo en el fondo del closet le llamó la atención. Pasó su mano entre la ropa colgada para encontrar una pintura que lucía bastante familiar y real.
– ¿Magnus? – Alec le llamó.
– ¿Si, Arañita? – Magnus contestó desde la otra habitación. Aun usaba el apodo en algunas ocasiones, a pesar de ya casi llevar medio año juntos.
– ¿Porqué hay una pintura, que parece ser un Monet, en mi closet? – Alec le preguntó, aun mirando la pintura, y simplemente recibiendo silencio de respuesta. – ¿Magnus? –
– No te preocupes, no es un Monet, – Magnus contestó, apareciendo de repente, recargado sobre el marco de la puerta. Sin importar cuando tiempo pasara, nunca era capaz de escuchar acercarse al ágil Gato.
Alec suspiró aliviado.
– De hecho, es un Matisse, –
El alivio desapareció. – ¿y como por qué está en mi closet? –
– Porque no encontré otro lugar donde ponerlo, – Magnus contestó inocentemente, como si fuera algo obvio, sonriendo de forma dulce.
Alec soltó un profundo suspiro. Sabe que está enamorado de un ladrón. También sabe que la ciudad no está del todo segura de que hacer, ahora que constantemente atrapan al Hombre Araña con los labios pegados a los del Gato Negro.
Mucha gente ve a Magnus como un Robin Hood que roba a ricos que se lo merecen, lo ven como un ángel ladrón. Otros piensan que el Hombre Araña cambió de bando, como alguien en quien no se puede confiar, sobre todo la policía. Aunque ellos nunca le han tenido mucho afecto, incluso antes de su relación con el Gato.
El Gato Negro era un ladrón con un corazón de oro, esa era la verdad. Había mucho más de él de lo que la gente sabía, y ese era un privilegio que solo Alec tenía.
Pero a veces la vocecita de moralidad en su cerebro le recordaba que el era un héroe y su novio un ladrón. Magnus podía tener un buen corazón, incluso más grande que el de la mayoría, pero tenía la mala costumbre de meterse a museos o tiendas y robar artefactos invaluables, o diamantes preciosos.
Y Alec algunas veces no sabía como lidiar con eso. Intentaba acostumbrarse, acostumbrarse a Magnus, principalmente porque realmente quería tenerle por siempre. Perseguirle por los tejados por el resto de su vida, si Magnus se lo permitía.
– Lo sé, lo sé, pero es que últimamente paso más noches aquí que en el penthouse, donde guardo todas mis cosas, – Magnus dijo, entrando a la habitación.
– Tus cosas robadas, – Alec señala.
Magnus gira los ojos, intentando restarle importancia al tema. – El punto es que normalmente paso a mi departamento a dejar mis artículos adquiridos. Pero la otra noche te extrañaba demasiado así que vine directamente a tu departamento, y bueno, el único lugar que encontré para ponerlo fue el closet. –
– ¿Cómo no te vi entrar con esto? – Alec dice, mirando nuevamente la gran pintura.
– Estabas dormidito. Columpiarse por la ciudad realmente te agota. Que bueno que no soy de esos criminales que mata por la espalda, porque si no ya estarías en el otro mundo, – Magnus dice, intentando bromear.
– ¿Cuándo robaste esto? –
Magnus muerde su labio, y toma a Alec de la cintura y girándole para que dejara de ver la pintura. – Lo cambié por uno falso la semana pasada, durante la exposición de Matisse que hubo. –
– Magnus...– Alec cierra sus ojos, acariciando su nariz.
– Lo sé, – dice suavemente, acariciando el vello del pecho de Alec. – Se que dije que intentaría pasar desapercibido un rato, después de que nuestra sexi foto apareciera en los periódicos. Lo que, por cierto, – Magnus dijo, cambiando el tema de conversación. – Creí que eras el único que tomaba fotos del Hombre Araña así que, ¿cómo se las arregló ese Verlac para obtener esas fotos privadas de nosotros? –
– No son privadas si estábamos vestidos, y enrollándonos en un techo público. Y ya estoy trabajando en ello. He estado convenciendo a mi editor que le dé todos los trabajos que aparecen fuera de la ciudad para mantenerle lejos, – Alec explica.
El tema de Sebastián Verlac era algo que tenían que continuar discutiendo, pero eso era tema de otro momento.
– Y ese no es el punto. El punto es que robaste un Matisse y lo guardaste en el closet de mi habitación. –
Alec sonaba enojado, incluso aunque intentaba no estarlo. No lo estaba realmente, pero sus valores estaban en juicio, su mente peleaba una batalla entre el amor que le tenía a Magnus, el hecho de que Magnus prácticamente vivía con él, y de que ahora la evidencia de sus crímenes estaban al lado de su ropa barata y sus viejos cómics.
Magnus dio un paso atrás. – No se que decirte Alec, los viejos hábitos son difíciles de dejar. Al final del día, soy un ladrón, es lo que hago y tu lo sabes. –
Alec. No Arañita, o Alexander. Solo le llamaba Alec cuando algo le molestaba.
De repente Alec tenía la necesidad de cubrir la pintura con una playera y fingir que no había visto nada.
Magnus salió de la habitación, dejando a Alec con la boca abierta, intentando decir palabras que no salían. Le tomó un segundo recomponerse, cerrar el closet, y correr detrás de Magnus, pero la sala esta vacía, y la cocina también. Como hace mucho que no pasaba, el Gato se había esfumado de su vista.
– Mierda, – Alec dijo, golpeando la mesa de la cocina, donde aun había restos de comida china de la noche pasada, cuando cúrsimente se habían dado de comer el uno al otro, riendo y robándose beso.
– Mierda, – dice nuevamente, al notar como la mesa se parte a la mitad por el golpe, dejando un desastre en su cocina. – Mierda, – repite, al levantar la vista y ver al reloj, ya iba tarde a su evento de trabajo.
Corrió a su closet nuevamente y se termina de vestir, ignorando por completo la pintura que arruinó lo que debía ser una buena mañana.
Magnus no vuelve esa noche. Alec le espera despierto, editando las fotos del evento, incluso pasándose de la hora de entrega. Hace de cenar, jugando con ella hasta que se enfría, sentado solo, en la encimera de la cocina. Incluso intenta componer su mesa con su telaraña, en un intento de volverla funcional de nuevo.
Finalmente se cambia de ropa, y se pone su traje de araña, esperando que columpiarse por edificios y quizá detener algún crimen, le ayude a despejar su cabeza. O más bien, esperando encontrar a Magnus, robándole a algún sucio rico.
No llevaba mucho tiempo columpiándose cuando lo siente, a alguien viéndole. Mira alrededor y finalmente ve el familiar resplandor de unas garras afiladas.
El Gato Negro. Magnus.
Se despide rápidamente de una mujer a la que acababa de ayudar y no paraba de agradecerle, y se lanza hacía el edificio donde vio el reflejo, todo el camino rezando por que el Gato no desaparecía nuevamente.
– Hey, – Alec le dice suavemente, levantándose la máscara a la mitad del rostro.
Magnus le toma de la muñeca, presionando el botón que desactivaba las cámaras cercanas, sabiendo ya exactamente donde se encontraba, y permitiéndole a Alec quitarse completamente la máscara.
– Una foto de nosotros sin tu máscara, definitivamente sería otro escándalo, – Magnus dice, quitándose también su antifaz y jugando con el entre sus dedos.
Alec ya conoce sus gestos, sabe que eso significa que Magnus no sabe que decir o como comenzar. Así que Alec le deja, esperando. Alec había sido el que se había enojado, el que había sido demasiado intenso, así que ahora debía ser paciente.
– No puedo volverme alguien recto, – finalmente dijo, dejando de caminar y jugar con su máscara.
Alec suelta una risita, – Bueno, um, yo tampoco, – una pequeña sonrisa intenta asomarse en el rostro serio de Magnus.
– Sabes a lo que me refiero, – al final dice.
– Lo sé, – Alec se encoge de hombros. – Pero quería hacerte sonreír. –
Magnus sonríe aun más, antes de ponerse serio de nuevo. Camina hasta quedar frente a Alec, pasando su garra afilada por el emblema de la araña en el pecho de Alec.
– Se que tu eres el gran superhéroe de Nueva York, y es increíble, – Magnus continua. – Pero yo no puedo ser eso. No completamente. A veces trabajamos juntos, si, a veces puedo jugar a ser un héroe. Ayudarte a poner al rinoceronte o a el lagarto en prisión, pero siempre habrá una trampita. Siempre habrá una pintura, un diamante o información importante que robar. –
Magnus detiene sus dedos, descansado su mano en el emblema de la araña.
– Nací siendo un ladrón. Crecí siendo un ladrón. Moriré siendo un ladrón. – dijo, mirándose un poco triste. – Entiendo si no puedes lidiar con ello, si hasta ahora te das cuenta. Prácticamente vivimos juntos, y eso cambia bastante las cosas, así que comprendo si no lo puedes aceptar. Pero tienes que decírmelo ahora, porque no creo que mi corazón soporte que te des cuenta de ello, después. –
Alec niega inmediatamente, tomándole de la cintura y abrazándole entre su cuerpo. Protegiéndole. Sabía que muchas personas no habían podido soportarlo, que habían abandonado a Magnus por ser quien era, por ser poca cosa o por ser demasiado.
Y para Alec, Magnus era demasiado, era abrumador, pero solo de la mejor forma posible, de la forma perfecta para Alec.
– Puedo con ello, – Alec dijo, de forma segura, aunque Magnus se veía escéptico. – Claro que puedo. Esta mañana fui un idiota y lo siento. No debí enojarme. Creo que ni siquiera estaba enojado, supongo que por un momento olvidé que sueles robar usualmente el Met. –
Todo el tiempo, Alec no dejaba de verle a los ojos, para asegurarse de que Magnus viera que no había duda en él.
– No me importa si robas, no me importa si le quitas a esos idiotas prepotentes que financian delincuentes con los que peleo cada mes cuando los ricos pagan sus fianzas. Me encanta que les robes. – dijo, tomando el rostro de Magnus entre sus manos. – Solo avísame cuando una pieza invaluable vaya a aparecer en mi closet, o en mi cocina, ¿okey? –
– ¿Estás seguro? Porque la gente de Nueva York parece tener mucho que decir al respecto, – Magnus dijo, y Alec sintió ganas de golpear a todos los que se atrevieran a hacer sentir a Magnus, como que no valía la pena.
Pelearía contra toda la ciudad por defender a Magnus.
– Nunca había estado más seguro de algo en mi vida. Te quiero, Magnus. Quiero esto. La gente de Nueva York tendrá que aceptar que el Hombre Araña está enamorado del Gato Negro, – Alec le besó suavemente, como una promesa de que, no sería un viaje sencillo, pero estaba dispuesto a luchar por Magnus.
– Te amo, Arañita, – le susurró entre los labios.
– Te amo, Gatito, – Alec le besó una vez más, solo porque quería. – Ahora vamos a casa. Si quieres podemos colgar el Matisse en la pared. –
Magnus soltó una risita, poniéndose nuevamente su antifaz. – No podemos colgar el Matisse en la pared, Arañita. –
– ¿Porqué no? – Alec se encogió de hombros. – Gano 50 dólares por foto. Nadie va a creer que es original. –
– Solo lo robé para probar que podía, – Magnus dice, tomando la mano de Alec y caminando al borde del edificio.
– Bueno, pudiste. Así que hay que celebrar decorando el departamento, – Alec contesta, poniéndose su máscara.
Magnus sonríe, orgulloso. No fue fácil, pero lo logró.
Magnus pasa sus brazos por el cuello de Alec, y enreda sus piernas en su cadera. – Vamos a casa, Arañita, – le dice, dándole un beso en la mejilla sobre la tela.
Alec le abraza de la cintura, manteniéndole cerca de su cuerpo y lanzando su telaraña, columpiándose por la ciudad, con Magnus en sus brazos, y de camino a casa.
Ternuritas (;
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