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Capítulo XXXIII


Marcos besó a Carla, primero, suavemente, jugaron con sus bocas, rozando sus labios, entreabriéndolos. Entregándose al beso que se hacía cada vez más intenso, entrelazaron sus lenguas. Carla sintió como su cuerpo se estremecía de deseo. Nunca se había sentido así con ningún otro hombre. Marcos la presionó contra su cuerpo, deseaba hacerla suya como nunca antes. Jugó con su lengua, deslizándola por su cuello, quería volverla loca, como ella lo volvía loco a él. Estaba perdido por esta chica.

—¿Lo sentís? ¿Sentís lo mismo que yo cuando te beso? —preguntó Carla en un susurro con sus labios pegados.

—Tenemos una piel increíble --respondió Marcos, mientras le mordió la nariz--. Te deseo desde la primera vez que te vi. Tu piel, —acaricio su rostro—, tus labios, —pasó un dedo, acariciando sus labios y entreabriéndolos—, tus ojos, —la tomó del rostro y la miró fijo, luego la volvió a besar. Un beso más urgente, más profundo, tanto que les costaba respirar. La pasión los consumía. No podían tener suficiente del otro.

Entraron pegados, besándose y dando tumbos contra los ventanales del balcón. Marcos tomó la camisa de Carla y se la quitó, se separó un poco de ella y la recorrió con sus ojos.

—Eres hermosa, cada vez más linda, gatita. —Volvió a fundirse en el mismo beso apasionado.

Sin dejar de besarlo, Carla tomó su camiseta y comenzó a levantarla, acariciando su torso, sentía que la piel de Marcos ardía, que a cada paso de sus manos se erizaba. Él levantó los brazos permitiendo el paso de la camiseta. Necesitaba sacarse la ropa, sentir el cuerpo desnudo de Carla, hacer contacto con el suyo.

Carla lo empujó en la cama sonriendo, él se dejó caer y luego se subió arriba suyo besándolo, primero el cuello, luego el pecho, se detuvo al escuchar su corazón que latía desbocado y lo miró seriamente, su corazón latía del mismo modo. Luego siguió bajando, besando sus abdominales. Marcos curvó su espalda, la atrapó por los hombros, subiéndola hacia él, frotándola con su cuerpo, hasta volverla a besar. Le costaba separarse de sus labios. Eran como una droga, como si le faltará el aire. Rodaron en la cama quedando Marcos sobre ella. Tomó sus manos levantándolas sobre su cabeza contra la cama de forma posesiva.

—Me vuelves loco —ronroneó mientras su lengua jugaba con su oreja. Carla dejó escapar un gemido, luego soltó sus manos y lo tomó del rostro volviéndolo a besar.

—Me gustas mucho —respondió Carla cuando pudo separarse de su boca—. Demasiado para ser normal.

—¿Qué te gusta? ¿Esto? —Marcos la beso con dulzura mordiendo su labio inferior. Sus cuerpos sin dejar de moverse, de frotarse, de ondularse en un mismo movimiento.

—Me gusta tu boca, tu sonrisa. Cuando te reís se te ilumina todo —respondió Carla como pudo entre beso y beso—. Me gustan tus ojos, su profundidad, esa mirada que me desnuda. —Volvió a rodar sobre él y lo tomó con fuerza de sus muñecas, apresándolo contra la cama—. Me gusta tu cuerpo, tu forma de caminar, tu voz. Me gusta todo de vos —terminó de decir entre besos jadeantes, mientras desabrochaba sus pantalones. Marcos volvió a girar sobre ella, sentía que no aguantaría mucho más. Se quitó lo que restaba de ropa, pateando los pantalones para retirarlos sin dejar de besar a Carla.

Hicieron el amor apasionadamente, sin dejar de besarse, rodando por la cama, en una lucha por tener el control hasta caerse. Rieron sin dejar de besarse y siguieron haciéndolo en el piso. Hasta terminar juntos, abrazados, sintiendo el sudor y la respiración agitada que hacía mover sus cuerpos. Se quedaron un rato así, en silencio, sintiendo el latido de sus corazones, recobrando el aliento que les faltaba. Acariciándose suavemente.

—Creo que nunca la pase tan bien con nadie —murmuró Marcos un poco agitado, mientras jugaba con los dedos de Carla entrelazados en su mano.

—Yo tampoco. —Carla también jugó con sus dedos, haciendo formas que se reflejaban en la pared, gracias a la tenue luz que se colaba desde el balcón. Primero una paloma que batía sus alas, luego una cara extraña, después un corazón. Los dos reían con cada sombra que creaban—. Marcos...

—¿mmm?

—Tengo miedo —dijo Carla en un susurro cargado de dudas.

—¿De qué, gatita? —preguntó Marcos mirándola con el ceño un poco fruncido.

—De enamorarme de vos.

—No temas, porque yo ya lo estoy —afirmó Marcos volviéndola a besar. 


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