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Capítulo XXV


Ciudad de México. 10 años atrás

Marcos sintió su cuello asfixiarse con la presión del primer botón de la camisa, su tía Josefa, hermana de su padre, le ajustaba el moño. Era la cuarta vez que Marcos la veía en su vida, así que podría decirse que sentía las manos de una desconocida en el «odioso» traje.

Josefa vivía en España y viajó a buscar a Marcos a Colombia. Pocas veces estuvo allí, alegando que le molestaba el calor húmedo del verano, que le hacía mal a sus articulaciones. Al llegar se saludó a los abrazos con la madre de Marcos. «Qué falsedad», pensó él. Y sin mediar palabra sacó el traje de la valija para ver si le quedaba. Mientras su madre se lo medía, charlaron de los años que pasaron, del clima en Colombia, de los problemas de España, de los indignados y cosas así. Ni una palabra del casamiento. Pero el tema y la incomodidad flotaban en el aire.

A la mañana siguiente, Marcos viajó con su tía a la casa de su padre en Ciudad de México. Marcos iba a desgano, no quería estar ahí, no quería ser parte de algo que consideraba una farsa. Era muy niño cuando sus padres se separaron, pero lo recordaba como si fuera hoy. El dolor de su madre, sus lágrimas, el tiempo que le costó recuperarse del engaño, levantarse y volver a ser la que era. Mucho tiempo en su cabeza se repitió la misma imagen y el mismo diálogo:

«—Cuida de tu madre, hijo. Ella te necesita —murmuró su padre arrastrando una maleta.

—¿Otra vez te vas a trabajar, papá?

—Me voy a vivir a otro lugar, Marcos. Tu madre y yo nos vamos a separar. ¿Entiendes lo que es eso?

—Creo que sí, ¿no vas a ser más mi papá?

—Siempre voy a ser tu papá. Solo que no vendré más a verte a esta casa. Pero vendré a buscarte para que vayas a mi nueva casa cuando quieras».

Y «cuando quieras» fueron muy pocas veces. Primero porque se mudó a otro país, segundo porque Marcos no quería dejar sola a su madre ni pasar tiempo con la nueva mujer que su padre había conseguido. Su madre no quería viajar, ni verlo, y su padre pocas veces iba a buscarlo porque siempre estaba trabajando. Las pocas veces que fue por él coincidieron con los momentos en que su padre visitaba la empresa asentada en Colombia.

Al llegar al aeropuerto, un chófer con un cartel con sus nombres los esperaba en la puerta. «Ni siquiera viene a buscarnos», pensó Marcos, «Debe estar muy ocupado cambiándose para el casamiento».

Viajó en silencio en el auto, mirando por la ventanilla una ciudad que nunca conocía de verdad, porque en las pocas oportunidades que estaba siempre era la misma rutina, el mismo camino, del aeropuerto a la casa de su padre sin escala. Escuchó como Josefa charlaba con el chófer sobre el clima en México, la contaminación de las ciudades, los problemas en España, las mismas trivialidades que había escuchado en su casa.

Al llegar fueron directamente a cambiarse a las habitaciones porque la ceremonia empezaría en dos horas. Por suerte, la mujer de su padre no estaba ahí, era mala suerte ver a la novia antes de dar el sí.

Al terminar de cambiarse, Marcos fue a saludar a su padre a la habitación donde estaba preparándose. Sintió la casa muy silenciosa para un día de celebración. Cuando abrió la puerta, se quedó petrificado por lo que vio: la secretaría de su padre le arreglaba el moño de su traje mientras él bajaba las manos que tenía en su cintura para llevarla contra su cuerpo y besarla apasionadamente. A horas de casarse con otra mujer, con la mujer que engañó a su madre. Marcos intentó no hacer ruido, volver con sus pasos hacia atrás, pero la voz de Josefa llamándolo desde el final del pasillo, alertó a los amantes, que se quedaron también petrificados de ver a Marcos en la puerta.

La secretaria corrió sin decir una palabra fuera de la habitación presa de la incomodidad y el pánico. Y Marcos no supo donde meterse.

—Entra —ordenó el padre a Marcos.

—No cambias nunca —murmuró Marcos con los dientes apretados por la bronca, haciendo lo que su padre le pedía.

—Cuidado con cómo te diriges a mí, sigo siendo tu padre. Ya no eres un niño.

—No soy un adulto tampoco para tener que ver estas cosas. ¿Besarte con tu secretaria a horas de casarte? Es demasiado.

—Marcos, el matrimonio es un contrato. Me caso para darle el apellido a tu hermano y parte de mi patrimonio como lo hice con tu madre.

—Me queda claro que nunca amaste a mi madre.

—No estamos hablando de amor, hijo. Estamos hablando del matrimonio —afirmó su padre mientras tomaba el vaso de whisky de su mesa de luz—. Una institución para asegurar la familia.

—Qué manera de verlo...

—Y el amor es un invento del cine. Una definición más elegante de llamar a la química y la necesidad de procrearse. Ya me entenderás cuando crezcas.

—No creo que lo haga nunca.

—No te pases, Marcos, que seas un adolescente no te da derecho a faltarme el respeto. Ahora vete que tengo que terminar de arreglarme. Por cierto, te queda muy bien el traje que te compró Josefa. —Marcos se dio media vuelta yéndose de la habitación, quería escapar de allí lo más pronto posible—. Ah, y no viste nada...

Marcos Miró fijo a su padre y, finalmente, salió del lugar. 


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