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Capítulo XXI

Colombia, dos años atrás

« (...) y sentía unos irreprimibles deseos de soltarse a despotricar como un forastero, y de permitirse por fin un instante rebeldía, el instante tantas veces anhelado y tantas veces aplazado de meterse la resignación por el fundamento, y cagarse de una vez en todo, y sacarse del corazón los infinitos montones de malas palabras que había tenido que atragantarse en todo un siglo de conformidad.

—iCarajo! –gritó.

Amaranta, que empezaba a meter la ropa en el baúl, creyó que la había picado un alacrán.

—¡Dónde está! —preguntó alarmada.

—¿Qué?

—iEI animal! —aclaró Amaranta.

Úrsula se puso un dedo en el corazón.

—Aquí —dijo. »


Marcos cerró el libro con un nudo en la garganta. Sentía la picadura del alacrán en el corazón, al igual que Úrsula. El aguijón bien clavado con el ardor de lo recién sucedido. Pero intuía que este ardor duraría mucho tiempo: Había dejado su veneno. Lo sentía viajar en sus venas desde la herida, llenar su cuerpo de un dolor agudo, punzante e intenso.

Miró por la ventana de su habitación, llovía a cántaros. Pero no le importó. Necesitaba despedir algo de ese veneno. Limpiarse. Tomó su Skate y salió a la calle vacía, la noche y la lluvia acobardaban a la gente y las invitaba a refugiarse en sus casas.

Intentó encender un cigarrillo, pero sus manos mojadas humedecían el papel y lo tiró frustrado. Se echó a andar por la calle con la lluvia golpeándole la cara. «Todos lo sabían. Nadie se atrevió a hablarme. Se rio de mí, dejándome como un idiota delante de todos y no le importo», pensó con bronca.

Llegó empapado a la casa de su exnovia. Ya podía llamarla así, aunque ella todavía no lo sabía. De lejos divisó un auto estacionado, en marcha, con las luces encendidas. Y a ella, parada en la puerta, bajo el alero para no mojarse, abrazándose con los brazos. Se acercó un poco más y reconoció el auto enseguida cuando prendió las luces y salió a toda marcha. «Hijos de puta», murmuró con los labios apretados, en un murmullo inaudible. Se apuró para sorprenderla antes de que entrara.

—Amor, estás empapado —soltó ella sorprendida y con un leve temblor en la voz.

—¿Quién era?

—Un amigo de mi mamá, me pidió que le abriera.

—¿Vas a seguir mintiéndome en la cara? —Marcos alzó la voz frustrado—. ¿Tan idiota me crees?

—Hablemos adentro mejor que te vas a enfermar.

—No necesito hablar. Lo sé todo, y ya no es necesario que finjas preocupación o cariño por mí.

—Amor, no sé de qué hablas...

—¿Cómo pudiste?, Vanesa... Puedo entender que hace tiempo que salimos, que quizá quisiste estar con alguien más, pero por qué no me hablaste, por qué no me lo dijiste —ella permaneció parada sin emitir palabra bajo el alero de su puerta. Marcos a unos pasos empapándose—. ¡Lo sabía todo el mundo! ¡Tus amigos, los míos! ¿Te gustó reírte de mí?

—No, por favor, eso no es verdad. Yo te amo... —exclamó por fin dando unos pasos hacia adelante.

—¿Esa es tu forma de amar? Lamento informarte que no es la mía. —Marcos dio la vuelta alejándose y Vanesa corrió hacia él tomándolo del brazo—. Mi forma de amar no miente, no lástima, no esconde, no hace algo que sabe muy bien que al otro le va a doler —Marcos se zafó de su agarre intentando seguir por su camino. Ya no soportaba estar frente a ella. Vanesa corrió hacia adelante apoyando sus manos en el pecho de Marcos, interrumpiéndole el paso, se resbaló por la lluvia, quedando de rodillas frente a él.

—Mi amor, perdóname. No puedo vivir sin vos.

—No parecía eso hace un rato. No puedo, no puedo ni siquiera mirarte. ¡Me dueles! Esto terminó acá. —Marcos avanzó seguro, dejándola arrodillada en la lluvia. Algo que nunca hubiera pensado hacer, pero que no pudo evitar. No pudo hacer otra cosa más que alejarse a toda velocidad en su tabla. Aunque hubiera deseado que fuera de otro modo.

Volvió empapado a su casa. Sus lágrimas se mezclaban con las gotas de lluvia que rompían en su rostro, se sintió desecho, herido. Al abrir la puerta, su madre lo esperaba con una toalla y lo envolvió en un abrazo.


A la mañana siguiente, los rayos de sol inundaron la habitación de Marcos. Su madre había corrido las cortinas temprano para que se despertara, pero como lo vio tan vencido lo dejo descansar. Abrió los ojos sin ganas y sin fuerzas. No quería moverse, sentía los músculos entumecidos. Escuchó el sonido de las notificaciones de su teléfono. Movió su brazo como pudo y lo tomó de la mesa de luz. Más de veinte mensajes de Paco. «No tiene cara, el chiviado», pensó. Frotó sus ojos y miro hacia el techo. Sabía que no podía quedarse tirado, que tenía que salir adelante, seguir con su vida, pero le dolía el corazón. No quería ver a nadie. Necesitaba aire, espacio. Y tuvo la convicción de que no podría salir de esto cerca de ellos. Dos personas tan importantes en su vida, su novia y su mejor amigo, lo habían traicionado de la peor manera. Se sintió un estúpido. Necesitaba alejarse, comenzar de nuevo, un cambio.

Marcos creía que tenía toda su vida planificada: graduarse de arquitecto, comenzar su propia empresa sin la ayuda de su padre, casarse con Vanesa y tener varios hijos. Pero a veces la vida se desvía, viaja por caminos impensados, burlándose de nuestros planes. Ya no deseaba nada de eso. Es más, quizá nunca lo deseo tanto como antes pensaba. Era momento de construir nuevos sueños, de buscar otros caminos.

Se levantó como pudo de la cama y bajó a encontrarse con su madre, que preparaba el almuerzo en la cocina, con una fuerte decisión: Viajaría a México a encontrarse con su padre. No le gustaba pedirle nada, pero la situación lo ameritaba, debía dejar el orgullo a un lado. Le pediría trabajo en una de sus empresas en España. Ya era prácticamente arquitecto, si bien no podía firmar como uno tenía todo el conocimiento y el talento para trabajar. Allí juntaría plata para cumplir un viejo sueño que dejó olvidado cuando empezó a salir con Vanesa, viajar. Sintió euforia por los nuevos pensamientos que lo asaltaron como tropel, uno detrás de otro, de forma ruidosa y desordenada. Como si ya estuvieran en su cabeza y necesitaran de un golpe para salir a la superficie, para ordenarse en un discurso coherente para su conciencia.

Empezaría de nuevo. Estaba decidido. 


*(Cien años de soledad. Gabriel García Márquez. Cap. XIII)

*Chiviado: depoco valor, falso. 

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