Capítulo VI
Marcos se despertó con un dolor de cabeza de muerte. No podía llegar al trabajo por segunda vez tarde. Tenía que firmar los permisos municipales que ayer no había llegado a firmar. Si bien la empresa en la que trabajaba era una de las muchas que manejaba su padre, no quería que nadie lo mirara como el irresponsable hijo de papá. Corrió lentamente la pierna de la rubia que dormía sobre su cuerpo y se metió en la ducha.
Cuando salió puso la máquina de café mientras miraba el desastre que era el apartamento. Lleno de botellas vacías, trozos de pizza, ceniceros rebalsando de colillas de cigarrillo, restos de la noche anterior. Tomó la taza para servir el café y sonrió al ver el mate de la vecina recordando la escena de ayer. La molestia inscripta en su rostro cuando le comía la boca a la rubia. Se veía tan dulce con ese piyama de gatitos y los pelos revueltos. Por un momento, pensó en como se vería sin esa ropa de cama. Su mano desenredando su pelo... Al terminar el café tomó las llaves de la barra y se puso unos lentes negros. Luego, se dirigió a su amigo que dormía con la otra chica en el sofá de la sala.
—Parcero, me voy a currar, que desaparezca todo para el mediodía —reclamó tocándole el hombro.
—Hecho, parce —contestó Alejandro en un suspiro ronco. Luego, Marcos salió.
Carla se levantó más temprano que de costumbre. No había casi dormido del odio con su vecino. Moría de ganas de tomar mate, pero no iba a golpear y revivir la escena con la rubia. Necesitaba aire. La lengua de Marcos enterrándose en la boca de la chica no dejó de aparecerse en su cabeza durante toda la noche. Dejó comida en el plato de Mishuri, tomó su bolso y las llaves, si se apuraba llegaría a comprar un café antes de la primera clase.
Al abrir la puerta se encontró con Marcos saliendo de su apartamento. «Se ve bastante bien el engreído para una noche de joda», pensó mientras los dos se miraron.
—Buen día, vecina —saludó Marcos haciendo un movimiento de cabeza.
—Hola —contestó Carla secamente.
Caminaron los dos en un silencio incómodo hacia el ascensor. Carla sintió el aire espesarse entre ellos. Nunca había tenido tanto calor en ese pasillo.
—Después de usted —indicó Marcos haciendo un movimiento con la mano.
Carla le echó una mirada de pocos amigos y subieron al ascensor. Nuevamente, el silencio incómodo llenó el pequeño ambiente. Marcos miró a Carla sin que ella se dé cuenta, luego Carla lo miró de igual forma, hasta que el chico rompió el silencio.
—El otro día, cuando viniste a buscar a la bola de pelo, te dejaste olvidado el mate, es así que le dicen, ¿no?
—Sí. Quería ir a buscarlo, pero supuse que seguirías ocupado...
—Escríbeme un mensaje cuando vuelvas, así lo buscas. Ya no estoy ocupado —respondió Marcos saliendo del ascensor y guiñándole un ojo.
«Agrandado», Carla gruñó y sonrió al mismo tiempo mordiéndose los labios mientras Marcos caminaba delante saliendo del edificio.
Al llegar a la UAB Carla se dirigió a la cafetería para pedir algo de desayunar. Necesitaba un café fuerte que la despertara para poder soportar el día que tenía por delante. Vio a Hugo sentado en una de las mesas, rodeado de libros. No tenía ganas de cruzarse con él. Las palabras de Laura volvieron a su mente y suspiró apesadumbrada. «Es una mierda que me pase esto... Hugo es un buen tipo y me está ayudando. Además, es mi único recurso... Pero no puedo evitar sentirme así... es como una intuición... algo que a mí tampoco me gusta», pensó y sacudió su cabeza tratando de despejarla. Era común que desarrollara conversaciones con ella misma o imaginara escenarios fatídicos, pero en este momento nada de eso ayudaba. Miró su reloj y se apresuró a dar un sorbo a su café, en cinco minutos empezaba el seminario sobre las vanguardias del siglo XX en el arte. Al girarse para salir se topó de frente con Hugo, que había avanzado hacia ella tan sigiloso como un fantasma.
—¡Qué susto! —gritó Carla sujetando el café que salpicó hacia todos lados—. No te vi venir.
—Lo siento. No quise asustarte.
—No hay problema, tengo clases —respondió tratando de continuar su camino, pero el profesor la sujetó de la muñeca fuertemente reteniéndola. Carla miró la mano de Hugo un poco sorprendida y luego subió la mirada a sus ojos.
—Mañana nos vemos a las siete en tu piso. Tenemos muchas cosas que acordar. Además, quiero hablar un poco contigo... Siento que me evitas últimamente.
—Perdón Hugo —respondió Carla intentando estar calmada, la presión que la mano del profesor ejercía en su brazo le despertó recuerdos que le anudaron la garganta. Se soltó suavemente de su agarre—. No te estoy evitando, solo es que estoy muy sobrecargada con el estudio y el trabajo.
—Está bien, disculpa. Quizá solo sean ideas mías. Eres una alumna importante y no quiero que este acuerdo comience a ser un problema.
—Solo es eso, de verdad, ahora me voy corriendo que no llego. ¿Sí?
—Muy bien. Nos vemos mañana.
Cuando Carla entró al aula vio que Laura le había reservado una silla a su lado y se dejó caer con un resoplido.
—Uh, tenés una cara de destruida, amiga —le dijo Laura al darle un beso.
—Mi vecino estuvo de fiesta y no pude pegar un ojo.
—¿El vecino buenazo que encontró al gato? —Laura era una especie de cupido que encontraba historias románticas hasta debajo de las piedras. Estaba muy preocupada por la situación de Carla y este nuevo vecino podría servir de algo.
—Lo de bueno lo tiene de pedante —Carla sacó un cuaderno de su bolsa y luego frotó su muñeca con el ceño fruncido.
—¿Qué te pasó? —preguntó Laura mirando la acción de su amiga, tomo su muñeca y notó la piel rozada. La preocupación creció en su pecho—. ¿Carla?
La entrada de la profesora interrumpió la conversación, Carla movió su cabeza como diciendo «nada» y estiró su camisa para taparse la muñeca sintiéndose muy avergonzada. No quería dar más razones a Laura sobre Hugo. Luego, intentó tomar apuntes. Aunque su cabeza voló muy lejos. No podía pasar por esto de nuevo.
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