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Capítulo I

Marcos apagó la tele y trató de dormir. Tenía que levantarse a las seis de la mañana para llegar bien a la obra, contando con que tenía que visar algunos planos y conseguir ciertos permisos municipales. La última vez no fue nada sencillo, cola larguísima de gente con diversos problemas, lo que conllevó a una espera de tres horas. Suspiró hastiado y se estiró en la cama.

No era una noche fría, pero entraba algo de viento por el balcón, así que se levantó a cerrar el ventanal. Hacía más de un mes que se había mudado a este apartamento y lo que más le gustaba era la vista que tenía de la plaza y los negocios.

Puso la alarma de su despertador y se volvió a acostar tratando de dormir. Ya su reloj marcaba la 1 AM. Hizo algunas respiraciones tratando de relajarse, se dio vuelta y abrazó la almohada. Dormir solo en una cama de dos plazas tenía sus privilegios. Sus parpados empezaron a sentirse pesados, su respiración más lenta, hasta que por fin entró en un sueño profundo. Pero no por mucho tiempo. Abrió los ojos sobresaltado por un ruido extraño que provenía del balcón. Miró su reloj: 3 AM. Exhaló con tedio y se levantó refunfuñando.

—¿Pero qué vaina es esta?

Se dirigió al balcón, pero se frenó de golpe, tratando de escuchar con mayor atención los sonidos que no lo dejaron descansar. Decidió tomar algo duro por las dudas, lo único que tenía a mano era su Skate más pequeño. Si bien estaba dormido, no tenía ninguna seguridad de lo que podría encontrar detrás del vidrio. No se iba a arriesgar. Trató, otra vez, de agudizar el oído y lo que al principio parecían golpes, ahora sonaban como arañazos. Se extrañó aún más, ¿Quién arañaría una ventana a las tres de la madrugada? «¿Y si es alguien que necesita ayuda? ¿Algún incendio en un departamento vecino? ¿O algún amante que tuvo que escapar por el balcón?», pensó Marcos.

Tomó coraje y se dirigió al balcón para abrirlo y resolver el misterio. Y ahí estaba, parado frente a él, una pequeña bola negra de pelos. Marcos sonrió. Se miraron frente a frente, como en una escena de un western americano, y el gatito maulló roncamente. Parecía asustado. Quiso escapar, pero no tenía donde, el balcón era pequeño. Era evidente que pudo entrar en él pero no salir. Marcos lo tomó despacio, proyectándole seguridad, y con los brazos separados de su cuerpo para examinarlo. No debería tener más de cuatro meses. No le gustaban mucho los gatos, en verdad nunca había tenido uno y no sabía casi nada sobre ellos. Pero amaba a los animales, no iba a dejarlo fuera con riesgo de caerse. Cerró como pudo los ventanales para que no se escapara de nuevo. El gato quiso zafarse de sus manos inseguro al ver que se le obstruía la vía de escape y Marcos lo soltó para no ligarse ningún arañazo. El pequeño dio una vuelta en el aire y cayó parado en sus cuatro patas, como todos los gatos.

—¿Qué haces en mi casa, bola peluda? —El gatito volvió a maullar en respuesta—. Sí que eres chusma...de papayita... —dijo mientras se dirigía a la cocina a buscar un poco de leche. No tenía nada más que eso para darle—. Y dicen que la curiosidad mató al gato.

El pequeño animal lo siguió con precaución a la cocina. Marcos dejó el platito en el suelo y el gato se acercó a beber. Mientras, Marcos vio que una chapita identificatoria colgaba de su collar.

—Mishuri —leyó en voz alta—. Así que ese es tu nombre.

El gato volvió a maullar y se refregó entre sus piernas. Marcos aprovechó el momento de cariño para ver la chapita. Lo acaricio en la cabeza para hurgar en el collar, tenía grabado un número de teléfono detrás de su nombre. Meditó un rato en llamar o no, ya eran más de las tres de la madrugada. Suspiró pesadamente, mañana iba a ser un muerto vivo.

Necesitaba deshacerse de la «bola peluda» así que tomó su celular y probó con mandar un mensaje. Si no lo leían hoy lo harían mañana. No sería tan terrible pasar lo que restaba de la noche con el animalito.

Tomó una foto del pequeño y lo mandó por mensaje al número que decía la identificación de su cuello. 



Luego de enviar el mensaje, Marcos abrió la heladera y se sirvió un vaso de agua esperando respuesta. Pero el teléfono nunca sonó. Pensó que quizá el animal era de una señora mayor, su única compañía, y la señora seguramente no sabría usar WhatsApp, ni lo tendría instalado. El gato se estiró y se echó en el piso de la cocina satisfecho por la leche.

—Es una buena idea, bola peluda, los dos tenemos sueño. Vamos a descansar que mañana vendrán por usted.

Marcos se acostó en la cama y sintió como el pequeño animal trepaba encima de él, acurrucándose sobre su cuerpo, amasándole el pecho con sus patitas y produciendo un ronroneo. Sintió ese pequeño cuerpo calentito junto a su pierna y se durmió. 



*De papayita: oportuno, que aparece en el momento justo.


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