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El gato


Se abofeteó por segunda vez. Era imposible, un sueño, una horrenda pesadilla de la que no podía despertar. Pero, al contarse los dedos de las manos, el alma se le cayó a los pies. Diez. ¡Diez puñeteros dedos!

«Céntrate, Jorge. Respira.»

¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Qué es lo último que recordaba?

«Llegaste a casa y Paula te esperaba. Pletórica. Incluso había cocinado la cena.»

En efecto, cuando la noche anterior regresó de un agotador día dirigiendo a su equipo de cocina en el restaurante, se encontró con una romántica cena esperándole en el salón. Paula se había ataviado con aquel bonito vestido de flores que llevaba el día que la conoció, hace lo que se le antojaba ya una eternidad, pero que, en realidad, solo eran dos años y medio. Quiso el destino que ella trabajase en una agencia inmobiliaria de la calle de enfrente y que tuviera fichado su restaurante desde hacía tiempo. Acudió un fresco mediodía de otoño en compañía de una amiga. La amiga no le quitaba los ojos de encima a Jorge, pero él no podía despegar la mirada de Paula. Le recordó a una mujer más mayor con la que tuvo una infructuosa relación durante sus años de estudiante. Quizá por eso su lado romántico decidió tomar el control.

Al principio funcionó, por supuesto. Paula estaba encantada con su dulzura, su caballerosidad, con su asombrosa facilidad para transformar cuatro míseros ingredientes que quedaran en la nevera en un plato sencillo y delicioso. Jorge, en cambio, empezó a diluirse, a distanciarse, a pasar más horas de las debidas en el restaurante, a poner excusas, a preguntarse si era posible que no hubiera superado aún su amorío con aquella alocada y siempre apurada profesora. Ella tenía algo especial que no había vuelto a encontrar en ninguna otra mujer y que, sin embargo, parecía obcecado en seguir buscando. Pero si alguien le preguntara, sería incapaz de definir qué.

Lo que sabía con seguridad, no obstante, es que Paula carecía de ello. Bonita, sí, pero demasiado aniñada; demasiado dependiente de él; demasiado idealista; niña bien que solo tiene que llorarles a sus padres cuando las cosas se le tuercen. Y esa niña mimada soltó un discurso absurdo que tuvo a Jorge despierto hasta altas horas de la noche. Dijo, ni más ni menos, que su vida y su relación iban a encauzarse en el camino correcto hacia la felicidad y la prosperidad porque una adivina le había echado las cartas y había salido esa que llaman El Sol. Jorge no estaba para semejantes sandeces, pero su carácter educado y tranquilo le obligó a sonreír y a tratar de buscarle el lado bueno a la cena.

A la mañana siguiente, las palabras de Paula seguían resonando en su cabeza. Tal vez por eso se fijase en aquel extraño gato que se le cruzó camino del trabajo. Era gris, atigrado, con una curiosa mancha en el lomo que recordaba la forma de un sol. «Felicidad, amor, realización emocional, armonía». ¿Y si esas cosas realmente funcionaban y esta era su oportunidad de encontrar aquello que le faltaba?

Siguió al felino por el laberinto de calles de la ciudad. Debió sospechar algo raro al ver que el animal se detenía cada pocos metros para asegurarse de que no le perdía de vista. Debió haber dicho «hasta aquí» y haber dado media vuelta cuando el gato cruzó el umbral de un edificio abandonado. Uno que Jorge no recordaba haber visto nunca. Pero la prudencia queda silenciada, sepultada por la impaciencia, cuando uno cree haber dado con la solución a todos sus problemas, ¿verdad?

Jorge entró tras el animal. Jorge quiso gritar. Ante él no había un recibidor en ruinas, sino una extensa y herbosa llanura salpicada de arroyos y bordeada por altas colinas y escarpadas montañas. Era un paisaje tan hermoso que quitaba la respiración.

Jorge se abofeteó. Era un paisaje imposible.

—Bonito, ¿verdad?

Se abofeteó por segunda vez. Donde unos instantes atrás estaba el gato, había ahora un muchacho alto y espigado, ataviado con una especie de capa de rojiza oscuridad que no terminaba de definirse. Tenía las orejas largas y picudas, la piel grisácea y los mismos ojos amarillos del gato que lo había conducido hasta allí.

—Bienvenido a Shakjat, el mundo de los demonios. Que no te lleve a engaño, querido Jorge; esta belleza que te rodea tiene un precio. Un gran sacrificio ritual al dios de la sangre. Lo pillas, ¿verdad? Se celebrará durante la luna nueva, dentro de cuatro días. Hasta entonces, puedes hacer turismo, si gustas. También puedes intentar escapar, aunque te adelanto que es imposible. Decidas lo que decidas, volveremos a vernos pronto.

De nuevo convertido en un adorable gato atigrado, el demonio cruzó el portal, en busca de otra alma incauta a la que engañar.



Relato participante en la Antología: Buena fortuna de AntologiaLight

Jorge es uno de los protagonistas de Sabores del Alma, una novela de AdrianGarcia73


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