Típico
Teníamos la lección aprendida: no debíamos separarnos de Petra, Walton, o Berenice. Cada vez que lo hacíamos terminábamos en prisión.
Había sido un plan arriesgado el de Cameron, se disculpó con nosotros diciendo muy preocupado que no pretendía destruir nuestras celdas y casi matarnos, sólo quería entrar al calabozo y alterar a los guardias con el camión, sonando el claxon y tocando música que no conocían. Todas esas cosas de otro mundo los alterarían.
Había asistido a una clase del Triángulo donde le enseñaban a usar la música como arma en mundos primitivos y religiosos, casi siempre funcionaba porque alterabas a la víctima y en los mejores de los casos te creían peligroso y se iban. El problema de su plan fue que no sabía dónde estábamos encerrados y casi nos aplastó. Cam temía haber enterrado a los guardias lo que era muy trágico, pero lo verdaderamente trágico era la posibilidad de que sólo los hubiésemos ahuyentado y que regresaran con refuerzos.
—¡Viniste con un camión lleno de veneno!
—En realidad está vacío —explicó Albert—. Como íbamos a hacerlo chocar nos aseguramos de que no tuviera veneno ácido.
—¡Pudieron habernos matado! —gritó Sobe cuando rompía con anguis sus cadenas.
Cam observó apenado cómo su pie creaba dibujos sobre la capa de polvo del suelo.
—Yo sólo quería subir al camión.
Cam estaba vestido con unos pantalones, una remera muy larga y una capa. Parecía que la ropa la había encontrado en un basurero, tenía tantos gujeros y parches que era más coladera que atuendos.
—¿Robaste esa cosa a un grupo de hombres armados? —preguntó Yab abriendo los ojos y observando el abollado frente del camión.
—A un grupo de transversus armados.
—Pero eres un niño —despegó la vista del vehículo como si de repente reparara que Cam era mucho más extraño.
—Sí pero soy un trotador y eso equivale a... a... equivale a...
—¿Alguien que no sabe terminar una oración? —sugirió Alb mientras me encargaba de los grilletes de Yab.
—No, equivale a algo... algo muy peligroso —concluyó.
—¡Mi chico peligroso! —exclamó Sobe y alborotó el cabello de Cam mientras se ponía de pie—. Gracias por rescatarnos, pero ten más cuidado porque mi hermano murió de una manera muy parecida.
—¿Lo aplastó el techo de su celda?
—No, murió tratando de liberar con música a un manco.
Sobe se puso de pie, masajeó sus muñecas y le dio unas palmaditas a Albert. Yab estaba cubierto de polvo lo que lo hacía verse gris y no blanco, sólo sus ojos lechosos me hacían recordar que no era un adolescente común y que probablemente ni siquiera fuera humano. Se veía un poco confundido, pero actuaba como si eso lo tuviera sin cuidado lo que en gran parte tal vez era verdad.
Trepamos la pila de rocas que se vertía desde el agujero del piso de arriba. El pasillo de los calabozos era oscuro: un amplio corredor con escotillas en el suelo que eran las entradas a las celdas. La lluvia se escurría por el suelo y era caliente, despedía volutas de vapor al caer al suelo. Sobe rio y dijo:
—Las lluvias de Babilon son calientes. Por parecerse a una ducha la gente de este lugar no se baña seguido.
—Es cierto, hasta huelen mal —añadió Cam.
—Sobe, me preguntó por qué te fue difícil camuflarte entre los civiles —le respondí desprendiéndole una mirada divertida.
Cam rio y codeó a Albert que estaba distraído, despidiéndose del camión con la mirada.
—¡Ja! Para tu información me ducho con la regularidad requerida —contestó Sobe con petulancia.
—¿Requerida para quién? —pregunté con una sonrisa al fastidiarlo y él me la devolvió como si lo hubiera dejado sin palabras.
Él estaba de buenas y yo también. Ver a Cam y Albert descendiendo del techo fue como ver a un ángel viejo y otro pecoso bajar del cielo tocando música de Sinatra mientras arrollaban a los enemigos con un camión de carga. Era imposible que eso no me arrancara una sonrisa.
Llamamos a gritos a Dante, Dagna y Miles. No fue problema hallar a los primeros dos pero como Miles estaba sordo tuvimos que abrir todas las celdas hasta encontrarlo. Teníamos que apurarnos porque nos pisaban los talones los transversus del campamento.
Encontramos al resto de la unidad. Estaban en una pieza, con magullones y molestos pero en una pieza. Cuando vi a Dagna creí que tenía una cicatriz hundida sobre los ojos pero sólo era su ceño fruncido hasta el máximo de enfado. Dante lanzó una exagerada exclamación de alegría que sonaba más nerviosa que eufórica. Miles no se dio cuenta de que vinimos a rescatarlo hasta que lo despertamos de su siesta, nos vio, se restregó los ojos y pidió: CINCO MINUTOS MÁS.
Los pusimos al día y le presentamos a Yab. Él saludó formalmente pero no dijo ni una palabra.
Dagna, Miles y Dante nos dijeron lo que habían hecho en el campamento.
Atacaron a los grupos de patrulla que vigilaban los alrededores después de la desaparición de Kilian, el tipo que habían tirado a otro portal. Los soldados de Gartet no eran tontos, sabían que estaban saboteándolos desde antes, cuando lo hacía Petra sola, pero al desaparecer el monstruo a cargo se vino todo abajo. Cuando disminuyeron las defensas, mis amigos trazaron un plan y plantaron una serie de trampas al norte del campamento.
Crearon una presa falsa que fue Dante, hicieron que los pocos protectores del veneno lo siguieran creyendo que él los había atacado sin pensárselo mucho y luego había corrido por su vida. Dante los condujo hasta las trampas y así el campamento perdió todas sus fuerzas, sólo quedaban mensajeros, monstruos aficionados y conductores. Cuando creyeron que fue suficiente quisieron regresar al castillo y fueron capturados.
Camarón nos contó cómo había robado el camión. Escarlata les había traído mi nota, rápidamente se marcharon del escondite y se fueron. Dijo que sólo quedaban veinte personas en el campamento con todos los cargamentos de veneno que eran toneladas enteras. Los encontraron en medio de una conversación decidiendo si ir en nuestra caza y abandonar el veneno o continuar con la misión. Escucharon un poco y ninguno de ellos eran soldados pero sí querían defender su honor y darle una tunda a los trotadores que se estaban pasando de listos con ellos.
Después de eso, se escurrieron sigilosamente de su escondite, treparon al camión más cercano, se fueron y encendieron el reproductor. Cuando escucharon el rugido del motor y vieron a Albert y Cam tras el volante gritaron que los matarían. Así que dimos por sentado que estaban buscándonos para cumplir sus palabras.
Nos alejamos de las celdas.
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