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Emma entró en el aula con paso decidido, dispuesta a enfrentarse a su primer día de clase. Era su último año de carrera, y tenía muchas ganas de aprender y disfrutar de la literatura, su gran pasión. Se sentó en la primera fila, junto a su mejor amiga, Ana.

- ¿Qué tal el verano? - le preguntó Ana, con una sonrisa.

- Bien, tranquilo. Estuve leyendo mucho, y también trabajando en la librería de mi tía. ¿Y tú?

- Yo me fui de viaje con mi novio. Fuimos a París, la ciudad del amor. Fue increíble.

- Qué romántico. Me alegro por ti.

- Gracias. Oye, ¿y tú? ¿No has conocido a nadie especial?

- No, ya sabes que no tengo tiempo para esas cosas. Además, no creo en el amor. Es una ilusión, una fantasía.

- Venga, no digas eso. El amor existe, y es maravilloso. Algún día encontrarás a tu media naranja, ya verás.

- No, gracias. Prefiero seguir siendo una naranja entera.

Las dos se rieron, y se quedaron en silencio cuando vieron entrar al profesor. Era un hombre joven, de unos treinta años, con el pelo negro y los ojos rasgados. Llevaba una camisa blanca, unos pantalones negros y unas gafas de pasta. Tenía un aire de autoridad y de inteligencia que imponía respeto.

- Buenos días, clase. Soy el profesor Hoseok, y voy a impartir la asignatura de Literatura Comparada. Espero que estén preparados para trabajar duro, porque esta materia no es un juego. Aquí se exige rigor, análisis y crítica. No se admiten opiniones subjetivas, ni emociones, ni sentimentalismos. Solo hechos, datos y argumentos. ¿Está claro?

Todos asintieron, menos Emma, que frunció el ceño. No le gustaba nada el tono del profesor, ni su forma de entender la literatura. Para ella, la literatura era arte, expresión, sentimiento. No podía reducirse a números y fórmulas. Decidió que no iba a dejar que ese hombre le amargara la asignatura, y que le plantaría cara si hacía falta.

El profesor empezó a explicar el programa del curso, y a repartir el material. Emma se aburría, y empezó a garabatear en su cuaderno. Dibujó un corazón, y escribió dentro: "Emma + Hoseok = odio".

El profesor se dio cuenta, y se acercó a su mesa. Le quitó el cuaderno, y lo leyó en voz alta.

- Emma + Hoseok = odio. Qué bonito. ¿Es esto lo que consideras literatura, señorita...?

- Emma. Emma García. Y sí, esto es literatura. Es una metáfora, una forma de expresar lo que siento.

- ¿Y qué sientes, exactamente?

- Pues odio, ¿no lo ves? Odio hacia usted, hacia su forma de dar clase, hacia su forma de ver la literatura.

- Vaya, qué valiente. ¿Y por qué me odias, si apenas me conoces?

- Porque usted es un soberbio, un pedante, un insensible. Porque usted no respeta la literatura, ni a los que la aman. Porque usted no sabe nada de arte, ni de belleza, ni de emoción.

- ¿Ah, no? Pues déjame decirte algo, señorita García. Yo sé más de literatura que tú, y que todos los que están aquí. Yo he estudiado, he investigado, he publicado. Yo soy un experto, un referente, un autoridad. Y tú no eres más que una niñata, una ilusa, una ignorante. Así que te aconsejo que te calles, que me devuelvas el cuaderno, y que te pongas a estudiar. Porque si no, vas a suspender. ¿Está claro?

Emma se quedó sin palabras, y sintió cómo la sangre le subía a la cara. Estaba furiosa, y humillada. Quería contestarle, pero no se atrevió. Le devolvió el cuaderno, y bajó la cabeza. El profesor volvió a su mesa, y siguió con la clase.

Ana le cogió la mano, y le susurró:

- Tranquila, Emma. No le hagas caso. Es un idiota.

Emma asintió, pero no se calmó. Por el contrario, sintió que su odio hacia el profesor crecía, y que se convertía en un reto. Se juró a sí misma que no se dejaría vencer por él, y que le demostraría que estaba equivocado. Que ella sí sabía de literatura, y que él no tenía ni idea.

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