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Capítulo 15 Trolls

Capítulo 15 Trolls

A la mañana siguiente, Hans se vio despertado por insistentes golpes en su hombro. Con profunda pesadez, abrió los ojos poco a poco y se encontró con la mirada fastidiada de Ana y notó que Kristoff estaba detrás de ella.

Y antes de siquiera escuchar o mirar con atención a su alrededor despegó el cuello de su almohada improvisada, soltando un gruñido lastimoso al tiempo que movía su cuerpo helado tratando de mantener las mantas sobre él. Pensó entonces que debía tener un aspecto patético por el modo en que esos dos le miraban, sintió su orgullo golpeado por esos atropellos de la vida pero no tenía otra opción, si quería salvar su vida debía dejar que ese campesino lo guiara hacia esos trolls.

—Hans… —habló Anna con una leve desesperación en su tono de voz, debido al tiempo que tenía intentando despertarlo.

—Cállate —siseó en respuesta intentando nuevamente levantarse. Finalmente lo consiguió.

Aunque sentía sus manos temblar ligeramente y sus piernas temblaban un poco cuando se puso de pie, no se los hizo saber.

Patético 

Anna al verlo en ese estado comenzó a sentir pena por él y posó una mano sobre su hombro preguntándole si se encontraba bien. Él nuevamente le pidió que lo dejara en paz y sintió que su tono no era cortés. Esa no era manera de dirigirse a una dama y mucho menos a una princesa. Intentó mover los labios para disculparse pero ninguna palabra salió de ellos. Ya no tenía ganas de seguir fingiendo. Su máscara se había roto, todo era falso, solo era un príncipe frustrado, calculador, con un rostro encantador que repartía palabras suaves para conseguir lo que deseara, solo que en esta ocasión eso no le serviría de nada.

—A-anna —murmuró y observó cómo los guardias ya estaban listos para partir—. ¿Qué… me pasa?

La voz de Hans sonaba diferente, calmada, ronca, casi apagada.

—Creo que el frío está empeorando tu estado —explicó y miró a Kristoff—, lo mejor será que nos demos prisa.

El príncipe asintió y la dejó continuar.

—¿Crees que puedas subir a tu caballo o Kristoff podría…?

Él gruñó.

—Claro que puedo, no soy un inútil.

—Como quieras —contestó Anna, arrepintiéndose de tratarlo bien.

El príncipe buscó a Elsa con la mirada y se percató que no estaba en su sitio, y pronto recordó el evento de la noche anterior. Observó a Kristtof, la llevaba cargando dirigiéndose a su reno.

—¿¡Qué crees que estás haciendo, campesino!? —logró gritar aunque con eso sintiera el frío expandirse en sus pulmones.

El aludido se giró.

—¿Tú qué crees que estoy haciendo? —le contestó con sarcasmo.

Hans se aproximó y Anna se puso en medio de ambos.

—Yo llevaré a la reina —dijo Hans, apretando la mandíbula—. Tú no eres nadie para llevarla.

—Ah y supongo que tú sí.

—Por supuesto, yo soy un príncipe.

Kristtof no pudo evitar reírse.

—Un príncipe no hace lo que tú hiciste, un príncipe no se comporta de esa manera ¡Tú eres un maldito manipulador y debería dejarte morir…!

—Wow, wow —intervino Anna—. Tranquilízate. Esto no es apropiado —pidió mirando alrededor a los guardias que no dejaban de ver ese penoso espectáculo.

—¿Apropiado? Creo que sería muy apropiado dejarlo morir en el bosque después de lo que te hizo.

—Kristoff, cálmate —le interrumpió la princesa colocando la palma de su mano suavemente sobre su pecho, calmandolo—. No le sigas el juego a este truhán —dijo Anna de mal humor.

—Hazle caso a la princesa, campesino —dijo de nuevo haciendo énfasis en la última palabra.

Anna tenía ganas de darle la mayor bofetada de la que fuera capaz pero viendo que los guardias no les quitaban los ojos de encima y recordando las palabras de Kristtof, se contuvo y posó una mano sobre el hombro de Kristtof susurrando:

—Tranquilízate, recuerda lo que hablamos ayer, no podemos dejar que se haga la víctima.

Kristoff de mala gana asintió y caminó molesto hacia Hans, de un movimiento, no muy delicado, le entregó a la reina. Hans se tambaleó un poco, no obstante, no lo demostró y la cargó con las fuerzas que le quedaban.

—Kristoff —renegó Ana.

El joven se alzó de hombros, inocente.

—¿Por qué hiciste eso? ¡lanzaste a mi hermana como un costal de papas!

El joven se llevó una mano detrás de la nuca, un poco arrepentido por su arrebato.

—Lo siento, solo quería ver hasta dónde podía llegar, pensé que se caía al piso ¿no ves cómo está? Y es tan orgulloso que no pedirá ayuda.

—¿¡Y te pareció una idea genial que si se cayera al piso mi hermana también!?

Kristtof cayó en cuenta de lo que pudo haber pasado y se disculpó.

Hans con ayuda de uno de los guardias subió a su caballo con la reina en brazos.

Comenzaron el viaje hacia los trolls con Kristoff guiándolos.

Voces ininteligibles y el trote de caballos fue lo primero que la reina escuchó al empezar a abrir los ojos. Ya no era de noche pero el día estaba nublado y soplaba un frío viento que golpeaba su rostro. Parpadeó una vez más y se percató que estaba sobre un caballo, para ser exactos en el caballo de Hans. Le tomó unos segundos darse cuenta que estaba recargada en el pecho de Hans, y reparó en lo frío que este se sentía y muy al fondo escuchó el palpitar lento de su corazón. Supuso entonces que el príncipe se estaba congelando poco a poco, aún tenía la vaga esperanza de que no fuera así pero por desgracia la culpa la invadió y tembló un poco al pensar lo peor.

Con ese movimiento Hans advirtió que Elsa se había despertado y dirigió sus ojos a ella por un breve instante, notando la tristeza en su mirada.

—¿Estás mejor? —le susurró y ella negó con la cabeza.

Se veía agotada, abatida, que por un momento pensó en decirle palabras gentiles para reconfortar, sin embargo, se contuvo pensando en que ella era la culpable de su mal estado de salud.

—¿Cómo podría? Todo está fuera de control por mi causa. Y tú estás congelándote …

—Nos dirigimos hacia los trolls —respondió cortante—, ellos deben solucionarlo ¿no?

—Lo lamento tanto —se disculpó en voz baja, escondiendo su rostro en su pecho.

Hans soltó el aire en sus pulmones y apretó la mandíbula absteniéndose de decir cualquier cosa. Debía fingir que no le importaba como se sintiera la reina, pese a eso, después de lo que parecieron algunos minutos la sintió suspirar y pensó que se había quedado dormida de nuevo. No supo porqué pero hundió su nariz en sus sedosos y platinados cabellos. Se sentía tan bien tenerla apoyada en sus brazos que por un momento dejó de sentir frío.


Luego de varias horas de viaje llegaron a la aldea de los trolls, en un principio solo observaron rocas en el suelo pero después de un rato finalmente salieron de sus escondites y saludaron a los visitantes.

—¡Kristoff llegó! —decían varios de ellos.

—Es bueno verte de nuevo —le saludó Gran Pabbie—. ¿Qué te trae por aquí?

Hans se acercó, sin dejar a la reina a cargo de nadie y Gran Pabbie le pidió que se acercara.

—Ven aquí, muchacho. Percibo una magia extraña.

Kristtof y Anna se apartaron y lo dejaron pasar. 

El príncipe no estaba muy convencido de los poderes de esos trolls pero ya que no tenía otra opción hizo lo que Gran Pabbie le pidió, se agachó a su altura y aunque Kristoff se ofreció nuevamente a cargar a la reina él declinó su oferta.

Gran pabbie alzó su mano derecha y la pasó frente al rostro del príncipe, cerró los ojos murmurando unas palabras y al abrirlos de nuevo su semblante era consternado.

—Elsa congeló tu corazón —dijo y el príncipe se quedó mudo de la impresión—. Y en hielo sólido te convertirás.

Sus dos acompañantes se miraron a la cara,sorprendidos.

—Pero ¿usted puede revertirlo? —cuestionó el príncipe sin querer que la desesperación se notará en su voz.

Gran Pabbie negó con la cabeza, preocupado por no poder hacer más.

—Lo lamento, pero no puedo.Tu brazo si podría curar, pero esta vez solo un acto de amor verdadero descongelará tu corazón.

—¿Un acto de amor verdadero? —repitió Hans.

Gran Pabbie asintió.

—Tal vez un beso de amor verdadero —dijo una troll acercándose a su esposo y dándole un beso de pico.

Hans sintió que sus oportunidades de vivir se reducían, no tenía nadie en su mente que lo amara de verdad. Ni sus padres, ni sus hermanos, ni sus parientes lejanos y ahora, mucho menos Anna.

Kristoff no conocía a Hans lo suficiente pero con lo poco que ya sabía era más que obvio que era un príncipe arrogante y veía muy difícil que alguien así pudiera saber lo que era el amor verdadero. Sintió algo de pena por él, mas no se iba a poner a llorar si moría. 

—¡Debe haber algo más que se pueda hacer! —pidió esta vez con desesperación.

—Lo lamento, pero esta vez no puedo hacer nada por ti.

La palabra «esta vez» hizo eco en la mente y recordó su teoría de que en aquel incidente conoció a Elsa.

—Espere un segundo ¿a qué se refiere? ¿quiere decir que usted ya me había curado antes?

Gran Pabbie sabía que ya no tenía ningún sentido mentir así que le contó lo sucedido y pidió a alguno de los trolls que le llevaran una vasija y algunas hierbas, las molió y las echó en el recipiente, cuando su preparación estuvo lista le dio de beber al príncipe y aunque él estaba un poco reacio a beber algo que no sabía que era, decidió aceptarlo puesto que no tenía nada más que perder.

El sabor en un principio era amargo pero al tragarlo adquirió un sabor dulce, un sabor que le era familiar y pronto vinieron a su mente un huracán de los recuerdos perdidos de esa tarde en el palacio. Las imágenes iban y venían en su mente haciendo que llevara una mano a su cabeza por el dolor punzante que estaba sintiendo. Risas, juegos, diversión llenaron sus oídos, seguido de dolor, desesperación y lágrimas.

Cerró los ojos con fuerza dejando que los recuerdos volvieran a él, sin embargo, ese dolor no se iba y palpitaba en sus sienes. Era soportable más no agradable. Al mismo tiempo que todas esos recuerdos volvían, decidió concentrarse en la suavidad de la reina que reposaba en sus brazos. La apretó con fuerza y luego de unos segundos fue capaz de abrir sus ojos y mirar a su alrededor.

No me olvides porque yo no te olvidaré.

Las palabras de la pequeña Elsa se repetían en su cabeza y una lágrima salió por el rabillo de su ojo.

Notó las miradas de lástima en Anna y Kristoff y eso no hizo más que causarle enojo, pensando en lo felices que debían estar por verlo morir poco a poco.

Se levantó, apoyándose en un pie y después en el otro, se alejó hacia su caballo sin despedirse de Gran Pabbie.

Anna y Kristoff se acercaron al troll, movidos por un acto de humanidad y le preguntaron si no había otra solución.

—No la hay. Solo un acto de amor verdadero lo salvará.

—Ya veo —contestó Kristoff chasqueando la lengua.

—El problema es que no creen que pueda amar o ser amado —aseveró el troll y Anna asintió.

Gran Pabbie soltó un suspiro, cansado.

—Lo lamento, pero si su corazón está congelado por dentro y por fuera no tiene esperanzas. Todo está en las manos de Hans.

—Es hombre muerto —dijo Kristoff y Anna estuvo de acuerdo.

Ambos se despidieron de los trolls, prometiendo volver otro día.

Todos emprendieron el viaje a Arendelle, cuya ubicación no estaba tan lejana.


En todo el viaje de retorno a Arendelle, Hans permaneció callado, con la mirada fija en el camino aunque en realidad su mente trataba de buscar una salida a su problema, al maldito problema en que Elsa le había metido.

No estaba dispuesto a morir, tenía que sobrevivir y obtener el trono de Arendelle, le parecía un precio justo por el atrevimiento del fallecido rey por haber ordenado que le borraran la memoria. Y pese que ahora sabía que Elsa no era culpable de nada de lo ocurrido, se negaba a levantar la culpa que siempre le achacó, ella siempre debía ser la culpable. Ella era la única culpable por lo que le hizo su padre, se repetía en su mente, no obstante, había una pequeña parte de su cerebro que le gritaba que ella no era culpable de nada y debía hacer algo por ayudarla, pero pronto sacudió su cabeza desechando esa parte blanda y débil de su interior, recordando que tenía que ser duro e implacable con quienes osaran perjudicarlo.

Cuando he bajado la guardia me han maltratado, humillado, traicionado, pensó y rememoró el momento en que ella lo congeló. En esa ocasión me descuide, baje la guardia, fui débil ante Elsa, me dejé llevar por sentimientos inútiles y ella aprovechó para congelarme el corazón.

Se permitió darle un vistazo a la reina durmiente en sus brazos, dedicando una mueca de desprecio, mas no duró mucho tiempo, debido a que la tranquilidad con la que dormía y ese semblante inocente le desarmaron y decidió desviar la mirada tercamente hacia el camino. Se regañó mentalmente, él no debía sentirse así, no tenía que mostrar debilidad o sentimiento alguno y mucho menos ante la causante de todas sus desgracias.

Elsa comenzó a abrir los ojos y lo primero que vio fue el cielo nublado y la figura del príncipe mirando hacia el camino que tenía delante, podía sentir el trote del caballo y dedujo que aún no llegaban a Arendelle.

No pasó mucho tiempo hasta que el príncipe se dio cuenta que Elsa le estaba observando, intentó no devolverle la mirada, quería ser frío con ella pero simplemente no podía y al cabo de unos minutos desvió su mirada hacia ella.

—Espero que hayas dormido bien —dijo con un tono de voz que ella no fue capaz de descifrar.

—¿Dónde estamos? —preguntó la reina.

—En pocos minutos llegaremos a Arendelle.

Ella asintió y él desvió la mirada nuevamente hacia el camino, sentía que había algo diferente en él, no podía decir que pero se notaba distante y obviamente no era él mismo que la había consolado en la noche anterior.

Por un segundo le dolió que le estuviera ignorando pero por otro lado quería saber si habían ido con los trolls, a ella le pareció escucharlos entre sueños pero no estaba segura.

—Hans.

—Dime —le respondió sin voltearla a ver.

—Los trolls…

Elsa sintió como él se tenso.

—No pueden ayudarme.

Ella abrió los ojos sorprendida y asustada a la vez, estaba completamente segura que si había alguien que podía ayudarlo eran ellos y ahora con esa posibilidad descartada se sintió aún más culpable y comprendió porque la miraba de esa manera y por qué estaba tan distante.

No es que quiera que se me acerque pero…

—Eso no es posible, ellos pueden ayudarte como lo hicieron —dijo deteniéndose a sí misma pensando que hablaría de más pero el príncipe sonrió con amargura.

—Ya no tienes que ocultarlo más, si algo hicieron esos trolls fue devolverme mi memoria.

—¿Qué?

—Elsa, por favor… no deseo hablar más de esto.

La reina quiso insistir pero no supo qué decir y guardó silencio. 

Le resultaba incómodo tener que apoyar su cabeza sobre el pecho de Hans y por varios minutos no lo hizo,no obstante, finalmente se dio por vencida cuando su cuello le empezaba a doler por mantenerse casi en el aire, el sonrio y ella quiso borrarle esa sonrisa con un golpe hasta que recordó que se estaba congelando por dentro.

Hans siguió pensando en muchas cosas durante el camino que cuando menos pensó estaban ante las puertas del castillo. Observó cómo algunas personas se acercaron para ver qué ocurría con la reina, sin embargo, dejó que Anna se encargará de lidiar con los ciudadanos, el no tenía las fuerzas suficientes para ello. Bajó del caballo con la reina en brazos y por el bien de la reina se acordó llevarla a su habitación.


...

Nuevo capítulo, perdon por la tardanza pero aqui esta.

¡Nos leemos!

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