Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 25

Siempre tuve un gran sentido de la orientación, por eso conseguí llegar a casa de Matthew sin saber el nombre de su calle o vecindario.

Apoyé la bici junto a su reja. Me quedé de pie sobre la puerta principal, debatiendo conmigo mismo la forma en la que entraría. Si quería verlo, solo podía hacer dos cosas: tocar el timbre en plena madrugada para ver si alguien abría, o trepar su reja y correr por el jardín.

Estar ahí era de por sí un riesgo enorme. Él y yo tuvimos demasiados problemas luego de nuestro último escape. Sin embargo, Matthew también me pidió que pasara lo que pasara, fuera a verlo. Solo que no tenía ni la más remota idea de cómo contactarlo para decirle que estaba afuera de su casa.

No podía quedarme sin hacer nada, no después de haber pedaleado hasta el agotamiento y terminar otro lado de la ciudad, a varios kilómetros lejos de mi habitación.

Quería demostrarle a Matthew con acciones que era importante para mí, que no lo cambiaría jamás. Venía a remediar las cosas sin necesidad de delatarme, hacer que creyera aún más en nuestro romance para que yo pudiera recuperar la seguridad de mis sentimientos por él.

«Eres un asco de persona, Carven». Me dije a mí mismo después de analizar las razones que me trajeron entre el cansancio y los tormentos.

Matthew no se lo merecía. No merecía una visita mía si era por ese motivo tan vacío. Ni siquiera se sentía como un sacrificio por él, sino una huida a mis recientes errores. Tenía que irme, no debía permanecer frente a su casa si no me sentía plenamente seguro de estar ahí.

Tomé la bici de nuevo, me monté en ella y pedaleé con lentitud hacia la avenida. Miré atrás esperando toparme con él, viéndome desde su ventana; pero las cortinas se hallaban igual de cerradas.

Conduje por una orilla de la calle e intenté concentrarme en el camino, pero no podía dejar de tener la cabeza hundida en pensamientos hirientes.

Hacía frío, se percibían nubes cargadas de agua en el cielo. Las ramas de los árboles chocaban entre sí, creando melodías armónicas y relajantes. La calle estaba húmeda por una ligera llovizna que ocurrió antes de que saliera de casa, los faroles iluminaban lo suficiente como para que no me perdiera en la ciudad.

Alcé la cabeza y tomé una buena bocanada de aire. Sostuve el manubrio con fuerza y agradecí infinitamente que interfiriera entre mis dedos y palmas, pues de tener contacto, me clavaría las uñas hasta sangrar.

Me hallaba tan absorto en mis pensamientos y tan concentrado en mi dolor, que no me percaté de que, mientras transitaba por un cruce de calles, un auto venía perpendicularmente al mismo tiempo.

Pude frenar cuando oí el claxon a toda potencia en medio del silencio. Pero unas milésimas de segundo no fueron suficientes para que las ruedas se detuvieran por completo. Impacté contra el costado izquierdo del vehículo. La fuerza y mi mala suerte bastaron para que me deslizara por el capó y aterrizara del otro lado con cierta violencia.

Mis codos se quemaron con la fricción tanto del metal como del concreto. Mi cuello no pudo sostener todo el peso de mi cabeza y la dejó caer de frente, golpeándose también.

Me encontré muy aturdido y adolorido por la caída, lo suficiente como para no poder ponerme de pie al instante. Solo logré escuchar un silbido en mis oídos y ver cómo mi entorno pasaba distorsionado por delante de mis ojos.

Respiré con agitación, igual que un pez fuera del agua. Tal vez por el susto del incidente, tal vez porque me estaba muriendo.

La calle volvió a su antigua oscuridad, ¿o era la vista fallándome?

Abracé al suelo, rasqué el cemento con las uñas tratando de soportar el dolor físico que vino tan de repente. No obstante, y por fortuna, no fueron mis pocas heridas las que me dejaron tendido, sino aquel mal susto.

Poco a poco me levanté. Los brazos y el rostro me ardían, mi hombro izquierdo no dejaba de punzar. Apoyé las rodillas en el piso, me llevé una mano a la cara. Sentí con las yemas de los dedos una textura áspera sobre una de mis mejillas. El viento me refrescó las heridas, como agua secándose del cuerpo.

El raspón de mi rostro apenas y tenía gotas de sangre, pero no podía decir lo mismo de mis brazos. Ambos sangraban, uno por el codo y el otro por el antebrazo. Me examiné por unos segundos, determinando la gravedad. Me pasé la mano por el hombro y me lo sobé para saber dónde dolía más. No estaba dislocado porque podía moverlo, pero algún moretón seguramente me saldría.

Me hice el cabello hacia atrás y volví a suspirar, hasta que caí en cuenta de que acababa de tener un accidente.

«¿Dónde está el auto?».

Comencé a mirar a todas partes, buscándolo. Pero estaba solo. La persona que casi me arrolló acababa de darse a la fuga. Al menos la bicicleta seguía conmigo, intacta.

Llevaba alrededor de una hora pedaleando sin parar. Me encontraba muy cansado, con ganas y necesidad de dormir. Esperaba que una madrugada paseando por la ciudad me mantuviera activo, pero las heridas acabaron por agotarme más rápido.

Al pasar por un parque vacío, fui tentado por una larga banca de metal desocupada frente a unos toboganes muy coloridos para niños. Igual que un indigente, corrí a ella para recostarme y recobrar el aliento. No debía caer dormido porque amanecería sin bicicleta y mis padres descubrirían mi escape.

Apoyé la bici contra el respaldo de la banca y me eché sin vergüenza alguna. Al principio estuve tranquilo porque no había nada más que casas a los alrededores. Casi nadie transitaba a esas horas y la zona parecía segura.

Miré hacia al cielo en busca de estrellas, pero las nubes eran tan espesas, que ni siquiera dejaban que observara la silueta de la luna. Todo estaba más oscuro de lo normal, más muerto. Comencé a tener aquella sensación de vacío interior una vez más, mezclada con lo que aconteció en aquel cruce de calles.

Estaba en una montaña rusa que me emocionaba y de golpe me volvía a sumir en un agujero de sufrimiento. No tenía por qué estar ahí, solo y sin hacer nada. La idea de escapar de mí mismo no fue la mejor, pues al final el silencio y la calma hicieron que recordara todos esos errores.

Aún sin ver nada llamativo en el cielo, mi vista se nubló. Se nubló porque un par de lágrimas emergieron de la nada. ¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Creía que iba a solucionar mágicamente mi infidelidad y recuperaría lo que Matt y yo éramos? Me frustraba saber que no.

—¡Maldición! —Fue inevitable no gritar en mitad de la noche.

Golpeé el respaldo de la banca con el puño como una forma de descargar mi enojo repentino. Después me llevé las manos a la cara y me cubrí, temeroso de que alguien estuviese cerca y me viera. Me sequé las lágrimas a toda prisa con el dorso de la mano y me acomodé de vista hacia los juegos.

Observé fijamente hacia allá, esperando conciliar el sueño que ya no me importaba tener. Iba a dormir ahí, pasara lo que pasara. Escuché los grillos de fondo, junto con las ramas y el aire. Respiré la pureza del oxígeno y relajé mi cuerpo para que me fuese más fácil sopesar mi presente.

Pero a los pocos minutos, justo cuando mis párpados ya estaban cediendo al agotamiento, un golpe proveniente del juego de niños me hizo respingar. Como un acto reflejo, me senté de inmediato en la banca y clavé los ojos hacia el sitio donde había escuchado el ruido. Venía de la parte que tenía forma de casita, con techo rojo y madera plástica como paredes.

—¿Quién está ahí? —dije de inmediato, con voz tenue pero lo suficientemente audible.

—Más bien, ¿quién eres tú? —Me contestaron con rapidez.

Su voz era un poco ronca. Tenía que tratarse de algún vagabundo en su palacio o un drogadicto no muy viejo. Mis rápidas conclusiones hicieron que me levantara y tomara la bicicleta. El sujeto no me quería ahí y yo estaba invadiéndole. Ya me habían ocurrido demasiadas cosas en los últimos días y no quería pelear ni hacer nuevas amistades con una persona de la calle.

—Me voy, señor. —Inicié mi despedida—. Llevaré mis problemas a otro sitio.

Al echar una última mirada, vi que los ojos de la persona que acababa de hablarme se asomaban por una abertura de la pared. Retrocedí, ya listo para emprender la marcha. En cuanto notó que lo acababa de ver, se escondió. Por un momento me pregunté los motivos por los que no quería que le viera, ¿alguna deformidad? ¿Mucha suciedad? De todas formas, me importaba más mi vida.

—Espera, Carven. —Repentinamente, el vago me llamó por mi nombre—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Era Matthew.

Me planté en el suelo por la sorpresa. Esta tenía que ser una de las coincidencias más grandes que la vida acababa de darme, porque de verdad no esperaba topármelo durante la madrugada en un parque ubicado entre su casa y la mía.

El corazón me latió con fuerza, no conseguí escupir las palabras para contestarle. Me quedé con la boca entreabierta, con la expresión de un bobo y los ojos bien fijos sobre él. Isaac y su beso desaparecieron de mi mente en cuanto escuché la voz de Matt y nos encontramos ahí.

—Más bien, ¿qu-qué estás haciendo tú aquí? —Mi estómago sintió un cosquilleo y las palabras salieron entrecortadas por su culpa—. Matthew, tienes que volver a tu casa.

Se deslizó por el tobogán amarillo y se aproximó a mí con pasos largos y veloces. No perdió ni un segundo para tomarme de la mano y acercar un poco su rostro al mío. Lo examiné de cerca. Observé sus pecas casi invisibles mezclándose con su piel morena, aquellos labios delgados y rojizos, sus ojos oscuros, penetrantes, carentes de brillo y las ojeras moradas que jamás desaparecían.

—Si mal no recuerdo, tú también saliste conmigo esa vez y también te castigaron. —Alzó las cejas y rozó su nariz con la mía—. No soy el único que tiene que volver.

Tenía razón y se rio cuando se percató de ello. Se apartó de mí, pero solo para pedirme que lo acompañara de regreso al juego, más específicamente a aquella casita. Entrelazó sus dedos con los míos para guiarme hasta las escaleras, donde trepamos como niños y en donde fingí olvidarme del dolor de mis brazos.

Nos reímos mientras subíamos, nos empujamos y brincoteamos. Yo me sentí como un niño de diez años, sin miedo a nada. Atravesamos el pasamanos, jugamos al gato en unos cuadros giratorios —donde gané los dos juegos— y al final, tuvimos que cruzar a gatas por un túnel amarillo que conectaba a la casita y al tobogán.

El espacio era muy pequeño, pero no circulaba el aire frío. Se mantenía a una temperatura agradable. Sus paredes también nos aislaban del mundo, nos dejaban totalmente a solas en la oscuridad. Dado que había un farol a unos cuantos metros por detrás, contamos con la suficiente luz para distinguir nuestros rostros.

Nos sentamos muy cerca, uno frente al otro. Yo me recargué sobre la pared de plástico y él se pegó a mí pasando sus piernas por a un lado de mi torso.

—Matthew, será un problema si no te ven tus padres mañana en la mañana —mencioné con preocupación.

Bajó los hombros y se inclinó un poco hacia atrás, recargándose con el brazo estirado a su espalda. Rodó los ojos y tensó un poco los labios, pero no dijo nada más. En esa ocasión no se defendió con que yo también estaría en problemas por hacer lo mismo que él.

—Ya lo saben, Carven —susurró—. Me estoy escondiendo aquí porque me están buscando.

Me sorprendí y él lo notó. Junté las cejas y traté de comprender sus razones por mi cuenta, pues hacerle preguntas tan personales siempre me pareció entrometido. Si no me hablaba de su vida familiar era porque no quería que la supiera y yo tenía que respetar eso.

Sin embargo, yo era consciente de que todo lo que acontecía a su alrededor —mientras no se tratase del instituto— no era bueno y le afectaba constantemente. Era mi novio, la persona que yo quería. Tenía que ayudarlo, aunque solo fuera para desahogarse. El no haberle cuestionado nada, el no tratar de indagar en su vida familiar, el no insistirle cuando le veía inestable, causó en mí un intenso arrepentimiento tiempo después.

Porque se suponía que yo estaba para él y él para mí.

—¿Y tú? —Me miró fijamente—. Tú tienes todavía menos razones para estar en un sitio como este.

—Iba a visitarte, pero no supe cómo entrar. —Sonreí a medias—. Vives en una fortaleza. No sé cómo diablos puedes escapar de ahí todo el tiempo...

—Es asombroso que nos encontráramos aquí. —También imitó mi gesto para contener la alegría que le producía escucharme—. Supongo que ya ibas a casa.

Asentí.

Luego de un breve silencio, Matthew se acercó y pegó sus labios con los míos. Me abracé a él y acepté su beso pasional de inmediato, aunque estuviera cansado. Matt, en cambio, no parecía tener sueño. Siempre me resultaba increíble cómo a las dos de la mañana aún tenía los ojos bien abiertos y las mismas energías que en el día.

Durante una parte de nuestro encuentro no se percató de mis heridas. Estaba tan perdido en mí, que ni siquiera sintió el raspón de mi mejilla a pesar de acariciarla una y otra vez. Continuamos así por los próximos minutos, sin parar nuestras bocas ni detener nuestras caricias.

Nunca, hasta ese día, había sentido el pecho y la espalda desnuda de Matthew con mis propias manos. Él permitió que las pasara por debajo de su suéter y percibiera con mi tacto cómo era su cuerpo. No niego que la idea me emocionó al principio, pero casi al instante esa positividad se transformó en preocupación.

Matt se sentía mucho más delgado de lo que yo lo había visto cuando durmió por primera vez en mi casa, en mi cama. Podía sentir bien definidos los huesos de su columna y sus costillas sin tener que escarbar un poco en su piel como él hacía conmigo.

Nuestro uniforme era holgado, por eso jamás noté que su cuerpo perdió peso. Y a pesar de saberlo, a pesar de haberme dado cuenta de que cambió incluso físicamente, no le pregunté nada. Nada. Tuve que haberlo hecho, pero fallé en esa oportunidad de que se sincerara conmigo.

—¿Cuánto más me vas a hacer esperar, Carven? —Se separó con dulzura, interrumpiendo mis inquietudes.

Me tomó de ambos hombros y me derribó hacia un lado para que quedara recostado por debajo de él. Debido al espacio tan reducido, mis piernas se flexionaron hacia arriba y él se quedó sentado encima de mí.

No habríamos sentido nada si ambos usáramos mezclilla o el uniforme, pero las telas delgadas de los pijamas delataron a nuestros cuerpos. Fingimos no darnos cuenta, pero fue inevitable seguir así cuando él se inclinó hacia adelante para sostener mis muñecas junto a mi cabeza.

Mi entrepierna sintió muy bien a su trasero, incluso reaccionó.

—Matthew, bájate. —Se lo pedí lo más rápido posible.

Tenía todo el cuerpo caliente y el corazón extremadamente acelerado. De no ser por la falta de luz, él habría notado que mi rostro estaba por reventar de vergüenza. Pude distinguir que Matthew también se sentía igual y que no hallaba forma de reaccionar. Tensó los labios y apretó con más fuerza mis muñecas, magullando un poco los raspones que ya empezaban a secarse.

Matthew temblaba porque no podía con su asombro y yo tampoco.

Un par de segundos después comenzamos a escuchar las respiraciones del otro. Nos estaba ganando el inesperado éxtasis del momento y aquello no lo esperaba ninguno de los dos.

«No mires abajo, no mires abajo», me repetí una y otra vez. No quería confirmar que Matthew se sentía de la misma forma, era pervertido revisar. Giré la cabeza hacia la derecha, donde estaba la entrada del tobogán. Cerré los ojos y traté de controlar mis inhalaciones. Si pensaba en algo que no fuera su trasero contra mi erección, tal vez todo acabaría más rápido.

Matt retrocedió para besarme el cuello con más comodidad, pero sus intenciones también quisieron que sintiera más de él. Casi consiguió que jadeara cuando se pegó aún más con su trasero, pero tuve que callarme.

Comparado conmigo, a él le gustaba hacerse oír. Mientras me besaba, se movía ligeramente hacia adelante y atrás. Se interrumpía a sí mismo para soltar su placer en un susurro muy cercano a mi oído que me erizaba la piel. Dijo mi nombre de forma entrecortada como si estuviéramos teniendo sexo.

Era demasiado para mí. Tenía miedo. Aquello me gustaba, pero tampoco me sentía lo suficientemente listo para que fuéramos más allá. Iba a dolerme tanto física como emocionalmente interrumpirnos, pero conocía mis límites y sabía que no quería dejar de ser virgen dentro de una casa de plástico para niños de un metro y medio de área.

—Matt, espera. —Le puse una mano sobre el hombro y comencé a empujarlo en la dirección opuesta para que se apartara—. Me... duele.

Su peso comenzaba a molestar, principalmente por la debilidad de mi cuerpo y las heridas del accidente. Apreté los párpados para aguantar. Él siguió enganchado a mi cuerpo para hacerme sentir bien, ensordecido de placer.

Quizás si le hablaba del atropello podría detenerse, así que lo intenté como única opción.

—Matty... hace rato —hablé un poco más fuerte, sujetándolo de los hombros para apartarlo—, un auto me arrolló.

Por fortuna mis palabras funcionaron, pues interrumpió sus besos de golpe y alzó la cabeza. Abrió los párpados con asombro, examinándome de arriba abajo. Se alzó a toda prisa una vez que distinguió la sangre de mis brazos y el raspón de mi cara.

Fue tan torpe y descuidado al momento de alejarse, que no midió su altura con la del juego y acabó dándose contra el techo en la cabeza. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro