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Capítulo 23

Isaac comió con nosotros aquella tarde. Mi madre, una mujer bastante curiosa, comenzó a hacerle preguntas para conocerlo mejor. En un rato obtuvo una variada cantidad de información personal que en semanas yo no pude conseguir.

Isaac no tenía hermanos, sus padres no estaban juntos y vivía con su madre a veinte minutos de mi casa, en la zona norte. Como yo, aspiraba a estudiar artes escénicas en otra ciudad tras su destacada actuación y su posterior selección.

Me limité a reaccionar a todas las nuevas revelaciones de Isaac, algunas más interesantes que otras. Briana también prestaba atención, pues este chico le parecía más misterioso que Matthew y rara vez hablaba fuera de mi habitación.

—La universidad está a unas tres horas de aquí —Le comentó a mamá con ánimos—. Me mudaré y viviré en los dormitorios.

Dentro de dos meses, él iba a graduarse.

Me quedé con el tenedor a la altura de la boca, consternado por lo que acababa de decir. Isaac se iba y no me había dicho nada sobre sus planes. Traté de mantener la compostura y no lucir sorprendido, sino contento por él. ¿Por qué tendría que entristecerme su próxima ausencia? Al final, era un chico siguiendo sus sueños tal como yo lo haría en el futuro.

El resto de la conversación fue ordinaria. Esa revelación fue la única sorpresa que me llevé y que no pude olvidar por el rato posterior. Comimos mientras le contábamos a mi madre nuestros avances en la obra, lo que hacíamos y lo que esperábamos conseguir. Si le demostraba un poco de emoción y lo importante que esto era para mí, tal vez ella podría apoyarme.

Y justo cuando creía que estaba interesándose en lo que le contábamos, el aterrizaje de cientos de millones de gotas provenientes del cielo se llevaron por completo su atención. Se levantó de inmediato y se dirigió hacia todas las ventanas de la casa para cerrarlas con ayuda de Briana.

Isaac y yo nos quedamos en el comedor. Escuchamos cómo aumentaba la potencia de la lluvia y los vientos que la acompañaban. Era música relajante, un deleite para la nariz por el aroma a tierra húmeda.

Dimos por terminada esta conversación que en realidad no llegó a ningún lado. Nos pusimos de pie, lavamos nuestros platos y subimos a mi habitación para ensayar por las siguientes horas, no sin antes retomar un poco lo que mencionó en la mesa.

—Entonces, ¿te vas? —Le dije mientras encendía la luz a causa de la repentina oscuridad.

Se irguió en aquella silla que tanto le gustaba, con el guion en las manos y la mochila sobre las piernas. Antes de contestar, se hizo la rubia melena hacia atrás y suspiró con ligero agotamiento.

—Creí que ya te lo había contado, pero acabo de ver que no lo hice. —Agachó un poco la cabeza y bajó la voz—. Me iré una semana después de que la obra se presente, pero al menos podré verte en el escenario.

Pero yo no estuve conforme con eso. Era el segundo chico en el que más confiaba. Tal vez no era mi caja de secretos como Matthew, pero su presencia me brindó la tranquilidad que tanto me faltó en las últimas semanas. Él me daba cierto balance emocional con su actitud, sus gestos, sus bromas y su arduo enfoque y esfuerzo para que a mí me fuera bien. Me motivaba.

—No quiero que te vayas, Isaac. —Permanecí de pie, así que la diferencia de alturas por primera vez fue opuesta.

Ninguno de los dos creyó que fuese capaz de decir algo así. Abrimos los ojos como si esta acabara de ser una importante confesión. Inmediatamente traté de añadir más palabras para que no nos sumiéramos en la incomodidad.

—Es que acabo de conocerte —titubeé—. Esperaba que pudiéramos ser amigos por más tiempo.

Apenas estábamos llevándonos realmente bien y ya teníamos que separarnos.

El chico asintió con un poco de pena, se frotó las mejillas con ambas manos hasta que se enrojecieron y, después, alzó la vista hacia la ventana.

Afuera ya caía una tormenta con vientos fuertes, rayos luminosos, truenos ensordecedores, nubes grises y gotas gigantescas.

Se dirigió hasta mi ventana para echar un mejor vistazo de lo que acontecía en el exterior. Yo lo acompañé de cerca porque también tenía curiosidad. Hizo de lado la cortina y examinó en silencio la calle.

—No va a terminarse pronto —murmuró.

—Será mejor que llames a tu mamá para que sepan que te demorarás en volver —sugerí para evitarnos futuros problemas—. En cualquier momento se irá la luz y...

Mi foco parpadeó un par de veces, interrumpiéndome. Alzamos la cabeza para ver cómo se apagaría, pero al no ocurrir, Isaac de inmediato sacó su celular y marcó a casa. En lo que esperaba, me lancé a la cama con los brazos extendidos y cerré los ojos. Me dejé arrullar por el aguacero.

El aire estaba frío, como mis sábanas. Quise meterme debajo de ellas para calentar un poco mi cuerpo que, por la temperatura, se enfrió. Con las manos sostuve la tela y palpé su suavidad una y otra vez hasta que terminó arrugándose bajo mis puños.

Abrí los ojos de golpe justo en el momento en que la luz de mi habitación desapareció y nos sumió en una grisácea oscuridad. Isaac maldijo en voz baja cuando se despegó el celular de la oreja y miró la pantalla. Si no me equivocaba, la señal también se había ido.

—¿Lo conseguiste? —pregunté.

—Sí, por poco. —Lanzó su celular a mi lado, en la cama—. Mi mamá me comentó que está lloviendo más fuerte por mi vecindario y que están cerrando accesos.

—Puedes quedarte aquí lo que quieras, no importa. —Me senté y lo invité a hacer lo mismo.

Dimos inicio a un ensayo ligero, repasando las escenas donde yo aparecía con menor frecuencia, recordando también mis momentos principales. Isaac ya casi no me corregía, pero sí me brindaba sugerencias de entonación, gestos y movimientos para que me viera aún mejor.

Le hice caso en todo momento. Era necesario seguirlo al pie si quería destacar mucho más —aunque era imposible que lo hiciera por sobre Matthew— y acaparar la atención necesaria para lograr una beca universitaria.

Al final, ya para comenzar con la improvisación, Isaac decidió que hiciéramos una pausa.

—Carven, ¿ya has pensado mejor en lo que harás ese día?

Cuando comenzamos a ensayar para las improvisaciones semanas atrás, él me preguntó cuál era el final que deseaba para la obra. En ese momento no le supe responder. Estaba seguro de que quería tragedia, quizás mi muerte en el escenario y una pareja feliz al final, como debía ser.

Pero aquella decisión no dependía solamente de mí, sino de Matthew y tal vez de Keira si aparecía con nosotros. Nuestras mentes eran diferentes; no dudaba que ellos tuvieran sus propias ideas respecto al final.

—¿Quedaría bien mi dramático suicidio? —Arqueé una ceja, aún inseguro y buscando su aprobación.

—¿Por qué te suicidarías? —Me empujó a un costado con el hombro, sin dejar de sonreír al considerar mi pregunta como un chiste o una broma.

Fingí que pensaba de más, balanceándome en su dirección para empujarle también.

—Porque mi mejor amigo me abandonará. —Sonó menos agradable de lo que quería—. Es trágico.

Me dio la razón, aunque no su consentimiento. No parecía ser el mejor final para la obra, considerando que mi amistad con Chris, aunque muy fuerte, no provocaba en Thomas tanta dependencia. Pensé en descartar la idea, pero al habérmela fijado desde el inicio de los preparativos, me fue más difícil encontrar algo que pudiese reemplazar a este final que ya llevaba un buen rato en mi mente.

—¿Tú lo harías? —Apoyó los codos sobre sus rodillas, curvó los labios a medias. Prefirió ver hacia la nada.

—¿Qué? —respondí con otra pregunta al no entenderlo.

—Suicidarte por un intenso abandono. —Sus ojos y los míos volvieron a encontrarse.

Fue una pregunta muy inesperada. Incluso dudé de si iba en serio. Dado que se quedó esperando por mis palabras los segundos posteriores, respondí a su curiosidad después de pensar un poco.

No lo haría. Ni por un amor ni por abandono, era absurdo. ¿Qué tenía que sucederle a alguien para tomar una decisión como aquella? La muerte y, sobre todo, el suicidio, eran temas que yo no entendía en lo más mínimo. Pero que yo no lo comprendiera no invalidaba que otros opinasen lo contrario.

Se lo hice saber tal y como se escribió y dibujó en mis pensamientos.

—¿Y si no fueras tú, sino Thomas? —No sabía si Isaac quería confundirme para tratar que profundizara más en mi personaje—. Si él y tú piensan parecido, entonces considero que es un final que no te corresponde.

Agaché los hombros y bajé un poco la cabeza; sonó como si me regañara. Era innegable que tuviera razón, así que se la di sin pensarlo demasiado. Noté desde el principio que Thomas y yo nos parecíamos en muchas cosas, pero que alguien aparte de mí —y Matthew— lo notara, me resultó un poco sorpresivo.

La lluvia no paró por horas, así como la luz tampoco regresó. Tuvimos que vernos en la necesidad de encender velas por todo mi hogar, como si estuviéramos en la época en la que la electricidad no existía y los seres humanos podían vivir sin ella.

Dentro de mi habitación tenía dos. Una sobre mi escritorio y la otra al lado de mi cama, en el buró. Mi madre me advirtió que fuera cuidadoso, ya que podía prenderles fuego a mis cobijas si no prestaba la debida atención.

Isaac tuvo la oportunidad de llamar a su madre otra vez cuando la señal milagrosamente regresó por aproximadamente media hora. Hablaron durante un rato, pero por la tormenta no pude escuchar nada, ni siquiera las respuestas de él. Tuve que aguardar un poco hasta que colgó y me dirigió de inmediato una media sonrisa.

—Carven, ¿hay problema con que me quede? —Lució nervioso y apenado. Levanté una ceja ante su absurda pregunta.

—Ya te dije que no, hombre. La tormenta no va a detenerse ahorita. —Le di una palmada en la espalda cuando se sentó de nuevo a mi lado.

—¿Aunque sea hasta mañana?

«De acuerdo, eso no me lo esperaba para nada».

No podía dejar que se fuera en mitad de una lluvia poderosa, pero tampoco que se quedara. Él no era Matthew.

—Claro, no hay ningún problema. —Tuve que poner la hospitalidad por encima de mis inseguridades en menos de dos segundos.

Se le notó mucho más tranquilo después de escucharme. Obviamente no esperaba un no, pero con sus gestos y palabras me lo agradeció de todos modos.

A pesar de que aún nos quedaran unas cuantas horas antes de dormir, nos sentíamos cansados por no haber parado con los ensayos. Decidimos terminar con un último ejercicio de improvisación antes de relajarnos por completo.

Isaac se percató de que nuestras sombras se proyectaban en el techo gracias a la luz de las velas, así que se le ocurrió que podíamos sacar provecho de ello para practicar e improvisar.

Fui por cobijas al cuarto de mis padres para hacer un tendido en el suelo. En pocos minutos estuvo listo el sitio donde yo dormiría, ya que le cedí mi cama por amabilidad. Fue difícil convencerlo entre tanta negación suya, pero accedió al final con vergüenza.

Nos acostamos en el suelo, chocando hombros y rozando cabezas. Alzamos un brazo y comenzamos a inventar una historia absurda con las manos, simulando que tenían vida propia. No nos pusimos de acuerdo en tramas, solo lo dejamos fluir conforme nuestra mente creaba diálogos.

Reímos mucho, demasiado, a carcajadas por cada ocurrencia. Isaac era muy divertido e ingenioso, mucho más de lo que creía. A cada nueva frase mía, él le seguía con un chiste mejor que el anterior. Nos dolió el estómago porque los dos sabíamos que era muy gracioso.

Disfrutamos mucho aquella media hora de historias estúpidas y groserías. Ese ejercicio sirvió para hacer a mi cerebro trabajar, para que inventara respuestas inmediatas y efectivas. Quizás no lo hacía tan increíble como Isaac, pero al menos entendía mejor cómo funcionaba la improvisación.

Terminamos haciendo figuras con nuestras sombras, Aves, conejos, algún perrito deforme. Nos reíamos al comparar cómo lo hacía el otro y nos ayudábamos para que la sombra saliera aún mejor. Imitábamos los sonidos de estos animales, hacíamos como que caminaban o volaban muy cerca de lo que el otro estuviera haciendo.

Y ya cuando nuestros codos se acalambraron y la circulación causó que nuestros brazos hormiguearan, giramos las cabezas para ver por última vez a nuestro acompañante. Me perdí por un segundo en sus ojos miel. Tenían el mismo tono que la luz del fuego. Brillaban y estaban bien abiertos, clavados en mí.

El color se me subió de golpe al rostro. Dejé de sonreír como un imbécil y de inmediato me aparté. Isaac solo se rio mientras se levantaba.

No homo, bro —dijo con diversión una vez que quitó las cobijas de mi cama para acostarse sobre ella.

Aunque su comentario debía de causarme la misma gracia que a él, no pude encontrarle ese lado cómico, pues preferí concentrarme en mí y en la forma para calmar este acelerado corazón.

Tuve otro sueño en la playa. Se pareció al primero, ese donde traté de alcanzar a Matthew mientras me ahogaba con el agua del mar.

Sin embargo, el desenlace fue muy diferente. Matt me esperaba cerca de la orilla, sonriendo ampliamente. Extendió el brazo hacia mí para que le tomara de la mano y juntos caminamos hacia la nada, hacia donde el océano tenía su final. Matthew lucía muy feliz y yo intenté demostrarle que a su lado me sentía igual de bien.

Expresamos nuestros sentimientos en frases breves, nos dirigimos miradas, caricias ligeras, sonrisas. No parecía ser una pesadilla, sino un sueño con el que superaría mi temor al mar. Las aguas seguían en una gran calma y el cielo era muy azul.

Solo que, conforme más nos adentramos al océano, una extraña tensión se apoderó del ambiente. Nos callamos por los metros posteriores sin mirarnos ni siquiera de reojo; preferimos admirar la belleza del día, todavía entrelazando nuestros dedos.

El agua nos llegaba arriba de las rodillas, oleando. Poco a poco las nubes incrementaron sobre nuestras cabezas y el viento hizo su aparición. Escuché que la respiración de Matthew se volvió muy agitada.

Sin pensarlo mucho, le pregunté qué sucedía. Sus expresiones se tornaron serias. La mirada que me dirigió derrochaba desprecio y decepción. Antes de responderme, entreabrió la boca y respiró con profundidad.

Pero segundos después hizo que mi sueño se volviera una pesadilla.

Primero se abalanzó sobre mí. Forcejeó conmigo hasta que consiguió derribarme en el agua. Me sujetó del cabello con ambas manos y me empujó hacia abajo, intentando ahogarme. Forcejeé sin mucho éxito. Lo tomé de las muñecas, le clavé las uñas, pataleé y me sacudí.

El pánico se apoderó de mi cuerpo de una forma increíblemente rápida. Sentí que iba a morir. Hice todo para quitármelo de encima, pero él me mantuvo fácilmente en una posición de inferioridad.

—¡Muérete! ¡Muérete! —repetía una y otra vez mientras me sumergía cada vez más al fondo.

Su rostro estaba rojo de la ira, su fuerza era bestial. Sus palabras sonaban con bastante firmeza y expresaban odio, uno grande.

Intenté respirar con desesperación, pero en su lugar tragué agua y mi nariz se irritó. Quise llorar, gritar por una salvación, preguntar por qué intentaba matarme. Oía el agua agitarse muy cerca de mí; el corazón bombeaba sangre, desbocado.

Y cuando creía que era el final, cuando veía a Matthew, a su rostro tenso y todavía sentía la presión de sus manos en mi cabeza para sumergirme, desperté.

Me senté tan pronto como pude y me llevé una mano al pecho, con angustia. Respiré agitado, sumido en mi ansiedad. Jadeé con cada exhalación; era imposible no ser ruidoso. Sudaba a mares y tenía bastante calor. Por un instante volví a percibir las manos de Matt sobre mi cuerpo y las aguas ondeándose a mí alrededor.

Si el primer sueño fue espantoso, este acababa de ser mucho peor pese a haber durado tan poco.

Incliné mi cuerpo hacia adelante y seguí respirando con una fuerza cada vez más hiriente. No podía recuperarme, pues ya estaba hiperventilando entre lágrimas imparables.

Mi escándalo despertó a Isaac, lo supe porque escuché de entre todos los zumbidos imaginarios el rechinido de mi colchón. De inmediato bajó a donde yo estaba.

—Carven, ¿qué te pasa? —Colocó ambas manos sobre mis hombros y buscó encontrarse con mi rostro.

No podía hablar. En mi mente solo se encontraba ese "muérete" que se repetía incesable, a veces ensordecedor, a veces tenue. Temblaba, me sacudía sin poder controlarlo. Isaac mostró una preocupación inmediata, ya que no tenía ni idea de qué hacer conmigo.

Pensó en salir hacia la habitación de mis padres para que se hicieran cargo de mí, pero me aferré a su muñeca derecha por la misma razón de que no quería que nadie se enterara.

—Quédate. —Conseguí decir entre tartamudeos.

Me examinó de arriba abajo y buscó en algún rincón de su mente alguna solución a mi ataque de ansiedad. Esto solo podían calmarlo la bolsa de papel o las pastillas, pero él no sabía de ellas.

Pasó los brazos por debajo de los míos, se pegó a mi cuerpo y me alzó con agilidad para que pudiera recostarme en la cama, en un sitio más alto y menos problemático para tratarme. Me obligó a estirar el cuerpo y mirar al techo, ya que yo no quería abandonar mi encorvada posición por creer que me rompería.

—Respira, Carven, cálmate. —Pero él se veía igual de asustado que yo—. Todo estará bien.

Necesitaba inhalar dióxido de carbono, pero no se lo podía decir. El nudo de mi garganta era sofocante y no me dejaba escupir las palabras. Seguí llorando y jadeando, inquieto.

Isaac se sentó a la altura de mi abdomen y acercó su rostro al mío para que pudiera escucharlo mejor. No perdió la paciencia ni se dejó llevar por el miedo. Continuó pidiendo que respirara lento, repitiendo que no pasaba nada. Dijo que cerrara los ojos para que pudiera concentrarme mejor en respirar.

Pero si me quedaba ciego, el pánico acabaría conmigo. Necesitaba saber que él estaba conmigo. No era suficiente con escucharlo a distancia, tenía que sentirlo.

Fue entonces cuando aproveché su cercanía y su preocupación —así como también mi inconsciencia al ser un revoltijo de pensamientos y tormentos—, para sostenerlo de la camisa con las dos manos y atraerlo.

Atraer su boca a la mía.

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