Capítulo 21
Mientras esperábamos a que las clases dieran inicio, Hana y yo conversamos como cada mañana. Dos días antes comenzó a sentarse en la butaca junto a mí, por lo que nuestras pláticas, bromas y distracciones se volvieron más frecuentes.
El día no era muy soleado, el color del cielo se acercaba más al gris. Iba a llover dentro de poco, quizás en la tarde. Hanabi me hablaba de su rutina, una nada fuera de lo común que involucraba a su familia, sus estudios y lo que solía ver en internet. Temas que escuché muchas veces.
Si no prestaba atención, solía observar fijamente a la persona y a asentir con cada pausa. Me distraje muy bien en su imagen, en sus rasgos afinados y su piel tan lisa y brillante. Si quisiera, podría triunfar como modelo en algún país de Asia. Su corto y lacio cabello continuó brillando a pesar de los pocos rayos de sol; lo mismo sucedía con sus ojos.
—Carven, dentro de poco será tu cumpleaños —Dio un aplauso al aire, interrumpiendo mi distracción con brusquedad—, ¿planeas celebrarlo?
No tenía planes, pues seguía castigado hasta nuevo aviso. Además, mi concepto de celebración distaba mucho de lo que casi cualquier adolescente esperaría: Un festejo al estilo de Matthew y Keira con la casa sola, alcohol, música a alto volumen y caos.
Mis cumpleaños siempre fueron pacíficos en extremo. Abrazos, algún regalo de personas cercanas a mí, un pastel casi al anochecer con mi familia y felicitaciones por Facebook si este se los recordaba a mis contactos.
Este año deseaba que fuese igual. Me agradaba la tranquilidad y la cercanía de quienes eran de verdad importantes en mi vida. No necesitaba nada más para estar bien, para que un cumpleaños se volviese mejor por sobre otro. Lo máximo que podría hacer para la ocasión —dado que mi círculo social se amplió un poco en los últimos meses—, sería traerlos a casa.
—Sabes que soy pésimo para las fiestas... Así que no.
La chica se encogió en su sitio, ligeramente decepcionada.
Ella casi nunca salía, menos se aventuraba a aquellos ambientes casi desconocidos para los dos. Nos parecíamos en aquel aspecto, pero nos diferenciábamos en las ganas que teníamos de asistir.
A Hana le llamaban la atención, pero no solía ir de fiesta porque sus padres no eran muy permisivos. Y yo quizás tenía muchas oportunidades, pero no las quería ni necesitaba.
El ensayo terminó como un éxito más.
Antes de marcharnos, Boulluch nos recordó que faltaban solo dos semanas para presentar la obra. Todos suspiramos y sonreímos con emoción, aunque yo también sentí un ligero cosquilleo de nerviosismo. La obra ya estaba muy cerca y continuaba sin sentirme lo suficientemente preparado para presentarla como el coprotagonista.
Mis vestuarios ya estaban listos, contaba con tres hechos a la perfección y a medida. El más importante de los conjuntos era el vino con dorado que utilizaría durante todas las escenas improvisadas y que seguía sin gustarme.
Días atrás comenzamos a practicar en escena con un poco de la utilería que ya se hallaba disponible. En esas últimas semanas la obra cobró mucha más vida. Lucía profesional por donde se le viera.
Los alumnos salimos del auditorio en orden; Matthew y yo nos quedamos hasta atrás de la fila. Adelante venían Keira e Isaac, conversando entre ellos sobre lo ansiosos que estaban por que el día tan esperado llegase.
Isaac se encontraba emocionado pese a no actuar en la obra. Quería mostrarle al público todos los logros que consiguió con nosotros a través de sus asesorías y consejos. Sonreía con amplitud, asentía y alzaba un poco la voz para volver de su alegría algo evidente. Incluso brincoteó tras algo que Keira mencionó y que no alcancé a percibir.
Curveé los labios y agaché la cabeza para evitar que se notara mi repentina felicidad, pues su entusiasmo me resultó contagioso. Y casi como si lo hubiera invitado a fijarse en mí justo en ese preciso momento, Isaac giró la cabeza sin detener su caminata.
—¿Emocionado, Devine? —Parecía leer la respuesta directo de mi cabeza—. Yo no puedo esperar.
Esbozaba sonrisas casi tan interesantes como las que me hicieron caer enamorado de Matthew, solo que transmitían, desde mi perspectiva, mayor inocencia. No dudé que este chico fuese feliz ayer, en el momento y siempre.
Me limité a asentir en silencio, mirando hacia sus cejas rubias para no lidiar con su mirada.
Boulluch cerró la puerta una vez que todos nos quedamos afuera. Antes de seguir con nuestros caminos, la profesora se despidió de nosotros deseándonos un buen día. Los cuatro nos quedamos solos en el pasillo una vez que desapareció.
—Adelántense —dijo Keira rápidamente mientras se aproximaba a Matthew para tomarlo de la mano.
Tan pronto comenzamos a andar, Isaac me rodeó por el cuello, disminuyendo la distancia entre nosotros. Tropecé tras aquel movimiento inesperado, pero él me sostuvo con la suficiente fuerza para que no me cayera. No dejó de sonreír.
Compartí su alegría e imité su gesto por un instante muy corto hasta que recordé que, a unos pocos metros, estaba Matthew mirándonos. Si me separaba de una forma tan brusca, como no deseándolo, tal vez Isaac no volvería a tener ese gesto conmigo. Sin embargo, tampoco quería que lo hiciera a ojos de quien realmente me importaba.
El rubio volvió a colocar su mano desocupada sobre mi cabeza para revolverme lentamente el cabello. No pude hacer nada para impedirlo, solo seguir mi camino tratando de no mirar atrás. Deseé con todas mis fuerzas que Matt no nos hubiera visto.
«Keira, más vale que lo hayas distraído en ese momento».
Antes de doblar hacia la derecha, eché una última mirada por encima del hombro. Matthew tomaba a Keira de la cintura, estrechándola a él, pero sus pensamientos y su vista se enfocaron de lleno en mí y en nadie más. Vio con claridad aquellas muestras de afecto; eso lo hirió.
Mamá comía en silencio. A su lado, Briana y papá no podían contener su emoción.
Mi pequeña hermanita acababa de ser seleccionada para representar a su colegio en un campeonato de atletismo. Todos la felicitamos tras recibir la noticia, pero no pude sentirme completamente cómodo al respecto porque eso me recordó que, en los deportes, yo era un fracaso. Para mi padre, Briana valía más que cualquier hijo miedoso.
Porque sí, admitía serlo. Todos tememos a algo, ¿no? En mi caso, muchas cosas me aterraban.
Llevé la cuchara a mi boca una y otra vez para no decir algo más que felicitaciones. Me limité a escuchar los halagos que no solo mi padre brindaba, sino el resto de mi familia y los invitados sorpresa: Hanabi y su familia.
Al llegar a casa en la bicicleta de Matthew como todos los días, me topé a mi madre preparando un platillo más laborioso de lo habitual. Cuando eso sucedía solo podía significar que recibiríamos visitas.
Me vi forzado a ayudar en lugar de encerrarme en la habitación para ensayar. Y al realizar la pregunta de quiénes vendrían, me confirmó que los Steiger.
No es que los odiara personalmente, solo odiaba cualquier visita inesperada que interrumpiera mi tranquilidad.
—Sigue así y tendrás becas deportivas en la universidad que quieras. —La Señora Steiger se dirigió a mi hermana sin dejar de sonreír—. Todas buscan talentos jóvenes.
Briana era muy pequeña todavía como para pensar en la universidad. Tenía doce años y yo ya estaba por cumplir dieciocho. Quien tenía que preocuparse realmente, era yo.
Los presentes asintieron con complicidad, pues tenía razón. La sola idea de pensar en que podría ser posible emocionó a casi toda mi familia. Y digo casi a toda porque a mí me importaba poco. Para cuando ese día llegase, yo ya estaría ganándome la vida en alguna otra parte.
Hana comía frente a mí, echando de vez en cuando algunas miradas para observar —igual que yo— el movimiento de todos.
Los adultos continuaron conversando sobre Briana y su logro, aunque no tardaron mucho en cambiar de tema. Los más jóvenes dejamos de participar en cuanto iniciaron las charlas de trabajo, temas que no entendíamos y que mucho menos nos interesaban.
Me perdí en mis pensamientos por los próximos minutos. Pensé en el futuro, en la obra que ya estaba próxima. Todo el libreto lo sabía de memoria, pero las cuestiones de improvisación siguieron atormentándome. No era bueno haciéndolo y no había practicado lo suficiente como debía. Si no aprendía a hacerlo bien en dos semanas, no solo mi esfuerzo, sino el de todos, se iría a la basura.
Me propuse practicar más, pedirle a Isaac que fuese más duro conmigo. Matthew seguramente estaba esforzándose al máximo, sin perder el tiempo ni un segundo. Yo, en cambio, y por más que ensayara, no conseguía estar a su nivel.
A pesar de que Boulluch ya no estuviera corrigiéndome, sino felicitándome por mi progreso en estos últimos meses, yo no podía dejar de pensar en que no lo estaba haciendo lo suficientemente bien, en que no andaba dando todo ese potencial que seguía escondiéndose en mi interior.
—¿Qué estudiarás, Carven? —El Señor Steiger se dirigió a mí con curiosidad.
Al principio no le presté ni una pizca de atención, todo por culpa de haberme aislado mentalmente de mi entorno. Avergonzado y un tanto atontado, me vi en la necesidad de pedirle que me repitiera la pregunta. Todos me miraron con intriga y curiosidad, abriendo bien los ojos y agudizando los oídos.
—Artes escénicas —contesté a secas, sin querer añadir detalles para dejar de ser el centro de atención lo más pronto posible.
Decirlo en voz alta no sonó agradable para mis padres, pude notarlo en sus rostros. Continuaban creyendo que lo que hacía era parte de una decisión repentina y mala.
—Carven presentará una obra teatral en el instituto muy importante —agregó Hana con ligera emoción—. Es muy talentoso.
Justo cuando quería que la atención se alejase de mí, Hanabi habló para atraerla aún más. Sus padres me hicieron unas cuantas preguntas sobre la trama de la obra, cómo estaba preparándome, cuánto tiempo ensayaba y por qué me gustaba el teatro. Intenté ser breve para que las preguntas cesaran, pero estas personas eran igual de curiosas que su hija y no se detuvieron hasta que estuvieron satisfechos con todas mis respuestas.
Esta conversación también sirvió para que mis padres se informaran respecto a lo que hacía desde unos cuantos meses atrás, que vieran la importancia que tenía para mí todo este proyecto y la pasión que me provocaba ser parte de él. No intervinieron para añadir bromas negativas al respecto, cosa que me sorprendió porque mi padre con frecuencia lo hacía.
—Hanabi está en el taller de confección del instituto y creó un traje para esa obra —comentó su madre con cierta vanidad—. ¿Verdad, hija?
Le agradecí mentalmente a la Señora Steiger por hacer que los ojos cambiaran a Hana.
—Sí, mamá. —Se encogió de hombros, tímida por notar que yo también tenía cierta curiosidad—. Diseñé un traje vino para Carven, justamente.
Hice mi mejor intento para no manifestar desagrado. Odiaba aquel vestuario, incluso Matthew sabía que no me sentaba para nada. Saber que ella hizo el boceto y recibió aprobación para llevarlo a cabo, me produjo una serie de sentimientos encontrados. Grandioso que pudiera ver sus trazos hechos realidad, modelados ante cientos de espectadores; terrible porque no era algo que tendría mucha atención positiva.
—¿En serio? —Fingí sorpresa.
Se alzó un poco en su asiento y sonrió de nuevo, recuperando seguridad.
—¿Qué opinas? ¿Te gustó? —Me preguntó su padre con cierto gesto serio, pero a la vez curioso—. Yo quiero uno de mi talla.
Acto seguido, se llevó las manos a la barriga para resaltar su exceso de peso. Provocó unas cuantas risas en la mesa, pero yo tuve que fingirlas para no lucir como un desadaptado.
—Digno del traje principal. —Esbocé una sonrisa amplia y se la dediqué a Hanabi—. Serás una grandiosa diseñadora, Hana.
Mentir con lo primero no estaba bien, pero a veces era necesario cuando la situación requería que no hirieras sensibilidades de una familia entera. Sin embargo, tenía confianza en que ella realmente pudiese destacar en el futuro. U traje malo no podía definir el resto de su talento.
Mientras volvía a mi plato para terminar lo que me quedaba, los padres comenzaron a hablar nuevamente. Solo que en esta ocasión lo hicieron sobre nosotros y otros temas vergonzosos del pasado.
—Recuerdo cuando eran apenas unos niños. —Mi madre se dirigió a la suya con nostalgia y alegría combinadas—. ¿Lo recuerdas tú? Hacían una parejita adorable.
Me rasqué la barbilla con nerviosismo. Mencionaron un montón de tonterías que tanto Hana como yo, no deseábamos escuchar por nada del mundo. Al menos pudimos vernos a los ojos y saber que nuestros padres nos incomodaban por igual.
Tuvimos que asentir cada uno por su lado, apenados. No eran malos recuerdos, pero cada vez que los mencionaban parecía que intentaban decirnos algo con lo que yo no estaba muy cómodo.
—Y ver que han crecido tanto... —Siguió el padre de Hana—. Mi hija ahora es una hermosa señorita.
Todos estuvieron de acuerdo, pero yo me quedé quieto como una estatua para que no interpretaran mis movimientos como se les viniera en gana. Si asentía, concluirían que me interesaba. Si lo negaba, definitivamente más de uno se ofendería.
En el momento en que paseé la vista por todo el comedor me detuve en los ojos de mi padre, que estaban fijos en mí. Alzó ambas cejas, señaló discretamente a Hana con la mirada y movió la cabeza de arriba abajo para dar crédito a las recientes palabras de su padre.
Fui capaz de leer en su mente un "¿Qué estás esperando?".
Y no era el único que se lo preguntaba. Los adultos con sus gestos y miradas en dirección a nosotros me dieron a entender que pensaban lo mismo que él.
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